Date: Fri, 29 Jan 2016 14:38:02 -0400 From: Dr Mat Subject: PABLO Y YO, Ch. 1 Esta es una historia de absoluta ficci¢n. Las cl sicas advertencias aplican; si le ofende este tipo de material, o si entr¢ aqu¡ por error, abandone de inmediato. This story is an absolute work of fiction. Typical disclaimers apply; if you are offended by this type of material, or if you got here by mistake, leave at once. * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * PABLO Y YO Mi nombre es Fernando. Actualmente tengo 45 a¤os de edad. Soy homosexual abierto y tengo una relaci¢n con un hombre que es unos 15 a¤os mas joven que yo. Qu‚ puedo decir!! Como todas las relaciones en la vida (mentiroso el que lo niegue), hay momentos buenos y malos; pero, sin duda, los buenos son los que me hacen valorar a ese maravilloso ser que comparte su vida conmigo y yo la m¡a con ‚l. De todos modos, ‚l no ha sido mi primer amor; ese amor tormentoso, ardiente, complicado, incluso a veces prohibido, pero que te abre los ojos a la belleza que hay en el mundo, que cambia tu vida para siempre, que se queda contigo sin importar lo que pase ni cuanto tiempo pase. No. El amor del que les hablo, lo conoc¡ y lo tuve en la ‚poca en que andaba por los 30 a¤os de edad, atorado en un trabajo y una vida que detestaba y dependiendo en cierta forma del qu‚ dir n. Esperando que pasara algo grande que me liberara y cambiara mi rumbo. Y as¡ comenz¢. Un d¡a cualquiera. Ese d¡a hab¡a sido extremadamente largo y tedioso. Por suerte, unos minutos antes, el reloj hab¡a marcado las 5:00 de la tarde, liber ndome del suplicio de o¡r a mi imb‚cil jefe quejarse de todo el mundo, burlarse de quien pod¡a y querer inundarme de papeles para revisar y trabajar en ellos, como si no tuviera nada mejor que hacer; pero, a la vez, de unos cuantos compa¤eros y compa¤eras de trabajo con los cuales hab¡a que convivir ocho horas al d¡a porque no quedaba otro remedio. Sal¡ raudo y veloz, evitando tanto como fuese posible tener que dirigirme a nadie para prodigar una despedida. Solo me importaba llegar a tiempo a la parada del bus y ponerme en fila como buen soldadito, para ver si se me daba lograr un asiento y, al menos, tener un c¢modo regreso a casa. A este punto de mi vida a£n estaba soltero, sin ninguna relaci¢n, y, fuera de mi ocasional contacto con mi insufrible familia, viv¡a completamente solo. No hab¡a tenido mucha suerte sentimentalmente hablando (por lo que no faltaba quien especulara si es que yo era "del otro lado de la cerca"); pensaba que era uno de esos individuos de los que la Biblia tanto habla que quiz  han sido llamados a la solter¡a. Y, si soy franco, no me consideraba una persona muy sociable. Por esta raz¢n, mi familia siempre me hab¡a visto como una especie de paria. Tuve encuentros muy breves, unas veces con mujeres, y otras pocas con hombres (sin que nadie cercano a m¡ se enterara, claro), pero nada que pudiera decir me dejara huellas. Me sent¡a parte del demogr fico de los "forever alone", que aparentemente no pasar¡a, en la vida, de hacerse una paja con porno dos o tres veces por semana, para aplacar la tensi¢n y las ganas acumuladas que le causaba a uno el s¢rdido ambiente que le rodeaba. Pues bien, tras la espera en la parada, bajo un cielo encapotado y con el aire fr¡o y un tanto cargado (se¤al inequ¡voca de que nos bendecir¡a un aguacero), se detuvo el bus y un grupo largo de pasajeros esperando abordamos. No iba muy lleno, as¡ que tuve la buenaventura de poder elegir un asiento cercano a la salida trasera; uno de esos que es uno solo, y no queda uno realmente cerca de nadie mas. "Genial", pens‚. "As¡ nadie me jode". Saqu‚ mi iPhone y mis aud¡fonos, los conect‚ del tel‚fono y me dispuse a escuchar mi m£sica favorita, desconect ndome as¡ de un derredor del que no me interesaba hacerme part¡cipe, al menos hasta que me tocara pararme y bajar. Todo marchaba, m s o menos como a m¡ me gustaba -cero interacci¢n con nadie, y regode ndome en mi propio mundillo al que prefer¡a no darle entrada a ning£n elemento extra¤o-; pero no ten¡a idea de que eso estaba a punto de cambiar repentina y dr sticamente. Mi recorrido en bus, de la casa al trabajo y viceversa, seg£n el trafico y las condiciones del camino, eran unas quince paradas y de 30 a 45 minutos cada v¡a, por lo que siempre me daba tiempo de o¡r m£sica, leer un libro o simplemente abstraerme mirando por la ventana o torturarme con los que me quedaban cerca si iba de pie. Pues resulta que, en esta ocasi¢n, unas cinco paradas mas adelante de haberme subido yo, abord¢ el bus un jovencito que, a simple vista, sin darle mucha atenci¢n, le quitaba el aliento f cilmente a cualquiera. Y, como si el destino lo hubiera querido as¡, vino a dar cerca de m¡: bien se sabe que los que somos usuarios del transporte p£blico, no importa en qu‚ lugar del mundo, se nos entrena desde siempre a tratar de desplazarnos lo m s hacia atr s posible para ir llenando el vehiculo equitativamente, sobre todo si ya va acumul ndose demasiada gente, para que los que irremediablemente tendr n que ir de pie, puedan apostarse en los espacios vac¡os interfiriendo con los dem s lo menos posible. Pues el chico en cuesti¢n, por instrucci¢n del conductor, avanz¢ hacia la parte trasera del bus poco a poco, hasta detenerse justo junto a donde yo iba sentado. Mientras lo hac¡a, en un momento determinado, el bus se remeneo (pas¢ un hoyo en la calle o algo as¡) y el chico no pudo evitar perder el balance y volcarse hacia m¡. Ocurri¢ que, con el movimiento brusco, la zona ¡ntima de su pantal¢n toc¢ mi brazo, mientras ‚l se sosten¡a de una de las barras y trataba de reincorporarse. En ese momento, mir‚ hacia donde ‚l estaba y fue cuando no pude evitar fijarme de lleno en ‚l. "Lo siento, se¤or; no fue mi intenci¢n", me dijo, en un tono sinceramente preocupado. Por lo que me pareci¢ una eternidad, lo mir‚ fijamente y hasta deslic‚ mi mirada para apreciarlo. Por su voz, semiquebrada pero no totalmente grave a£n, deduje que no pod¡a tener mas de 14 a¤os; iba vestido con una franela desmangada negra y pantalones cortos, tipo basketball, de color azul oscuro. Esto indicaba que probablemente ven¡a de practicar deporte, lo cual deduje porque tambi‚n pod¡a percibirle un leve toque de olor a sudor corporal, lo cual, inexplicablemente, me excit¢ un poco. Era de tez clara (un tanto bronceada, quiz  por el Sol), cabello casta¤o claro rizo y un tanto largo, ojos marr¢n-verdosos, facciones finas y luc¡a en muy buena forma f¡sica. Todo pas¢ tan r pido; seg£n me qued‚ moment neamente embebido mirando este bello y joven ejemplar que estaba junto a m¡, sent¡ que el pene se me endureci¢ un poco en los pantalones; pero entonces, a la vez, me dije a m¡ mismo: "Un momento. Qu‚ hago, fij ndome en este muchachito, que podr¡a ser casi mi hijo?! Esto no est  bien". Quiz  lo relampagueante que pas¢ todo aquello por mi mente me hizo reaccionar. El muchacho volvi¢ y me dijo: "Se¤or?"; fue cuando yo respond¡: "Eh... No te preocupes, amiguito. No fue nada, le pasa a cualquiera. Somos hijos del transporte p£blico, despu‚s de todo, no?" No suelo ser bromista, pero se me ocurri¢ agregar ese comentario extra, que luego pens‚ fue una tonter¡a de mi parte. Sin embargo, a ‚l pareci¢ hacerle gracia, porque, por respuesta, me regalo una sonrisa que bien pudo haber iluminado todo el puto bus. Yo sonre¡ levemente y lade‚ algo la cabeza como respuesta; ‚l se reincorpor¢ y seguimos como ¡bamos. Pero para m¡, en ese momento, no fue posible recuperar del todo la normalidad, ya que, pese a que intentaba no pensar en el chico de manera morbosa, estaba experimentando una erecci¢n, y hac¡a lo posible por acomodarme el bulto en el pantal¢n de manera discreta, sin que nadie alrededor se diera cuenta. "Qu‚ mierda!" pens‚. "Ten¡a que ser aqu¡ y ahora que me pasara esto!". Mientras batallaba por ponerme c¢modo sin que el pene se me estrangulara dentro de mi levemente ajustado pantal¢n que compon¡a mi uniforme de trabajo y, a la vez, sin que medio mundo alrededor m¡o se diera cuenta de lo que hac¡a, de repente sent¡ algo que levemente roz¢ mi brazo. Me dije: "No... no ser  lo que pienso...". Mir‚ de reojo, para no hacerlo demasiado obvio. Y s¡, era as¡! Aparentemente, mi joven amigo quiz s se habr¡a percatado de mi situaci¢n y le habr  gustado lo que vio... y su reacci¢n fue comenzar a restregar su bragueta contra mi brazo, suavemente, de arriba hacia abajo, como si se masturbara contra m¡. Como un perrito en calor cualquiera. Qui‚n lo hubiera cre¡do!! Este chaval bello y desenfadado, con potencial para volver locas a sabr  Dios cu ntas chicas por ah¡, ahora y en el futuro, y no se sab¡a si por la fuerza volc nica de las hormonas a esa edad o porque plenamente le gustaba la pinga, le hab¡a gustado mi peque¤o espect culo involuntario y se estaba excitando a costa m¡a. Y, por supuesto, era obvio que sab¡a lo que hac¡a, porque logr¢ hacerlo de manera bien discreta, sin que nadie m s, excepto yo, lo notara. Ante aquello, perd¡ el inter‚s por intentar seguirme acomodando mi tiesa pinga dentro de mi pantal¢n; en vez de eso, me volv¡ discretamente hacia mi joven y lascivo seguidor, y met¡ mi mano por debajo del ruedo de su bombacho pantal¢n deportivo. Lo hice lenta y suavemente, acariciando con la punta de mis dedos la piel de su peluda pierna, y subiendo poco a poco hasta encontrar su pinga, que creci¢ lentamente al encuentro de mi tacto. Esto, sin duda, lo tom¢ por sorpresa, ya que tuvo que reprimir un suspiro que, de haber sido lo suficientemente alto, de seguro nos hubieran visto los que nos rodeaban; afortunadamente, nadie lo not¢. El bus, a ese punto, iba lleno pr cticamente a capacidad y todo el que iba de pie iba apretujado entre s¡, de modo que no dejaba pie ni espacio para que alguien se fijara detenidamente en lo que pasaba en los alrededores (salvo, quiz , si alguien estaba tratando de "carterear" a otro). Le ech‚ mano a su pinga, casi totalmente erecta, debajo de aquellos pantalones deportivos; me pude percatar, tambi‚n, de que no llevaba calzoncillos puestos. Era como si hubiera ido preparado para esa posibilidad desde el principio. Su miembro se sent¡a largo, grueso y aparentemente mojado ya de l¡quido pre-seminal en la punta. Sin dejar de mirarnos, saqu‚ mi mano y, coloc ndola encima de su pantal¢n, comenc‚ a sacudir ese sabroso rodillo de carne suavemente, de modo que la tela hiciera el trabajo de excitarlo. Not‚ que sus ojos brillaban de lo que pod¡a ser una mezcla de emoci¢n, inocencia y lujuria, mientras suspiraba suavemente, tragaba en seco y se relam¡a los labios. Nos vimos encajonados en el momento. Repentinamente, alguien alrededor nuestro hizo sonar la campana de aviso de solicitud de la parada, diciendo: "Conductor, esta es la Colonia 27!! Me bajo ac ." Mi lujurioso joven amigo reaccion¢ y se sacudi¢, lo que hizo que yo lo soltara y volvi‚ramos a la realidad. "Uy, me tengo que bajar", dijo. Subrepticiamente, y pese a que no era mi parada (en realidad, no me tocaba bajarme sino hasta unas cinco o seis paradas mas adelante), dije: "Tambi‚n yo!". l me mir¢ con cierto aire de incredulidad por escasos segundos, pero no dijo nada. Acto seguido, hicimos detener el bus y descendimos en la parada. Cuando la m quina se alej¢, ambos quedamos nuevamente frente a frente, mir ndonos, no del todo seguros de qu‚ hacer o decir. Hasta que ‚l rompi¢ el silencio. "De verdad vive usted por aqu¡?", me pregunt¢. Yo contest‚: "Pues... honestamente... no. Yo..." Suspir‚. "A decir verdad, no s‚ lo que estoy haciendo, estoy tan confundido". l se aproxim¢ a mi y me dio un suave besito a punta de labios, agregando: "Quiere venir a mi casa?" # # #