Date: Thu, 24 Aug 2017 09:28:20 +0700 From: The Walrus Subject: Viaje de egresados - Chapter 3 Recuerden que Nifty necesita nuestras donaciones para poder darnos acceso a todos estos relatos. Puedes donar accediendo a: http://donate.nifty.org/donate.html ¡Gracias! --- El taxista parece dispuesto a matarse y arrastrarme consigo al infierno. La culpa es mía, que al subir le dije que estaba apurado. Noté inmediatamente cómo le brillaban los ojos de emoción. En Buenos Aires corre la leyenda urbana de que los taxistas son arquitectos que no pudieron dedicarse a lo suyo, yo creo más bien que son pilotos de carrera que sufrieron un destino similar. Finalmente llegamos a la calle de mi colegio y puedo ver a la distancia a varios padres saludando a mis compañeros asomados por las ventanas del autobús. En la puerta del autobús veo a Ernesto, nuestro profesor de matemática, que nos acompañará en el viaje. Está revisando una lista. Le pago al taxista y le agradezco por el viaje, aunque interiormente agradezco a Dios por haber llegado vivo. Ni bien bajo del taxi, escucho a Ernesto que grita: - David, apurate, que ya estamos por salir. Corro a dejar la mochila con mi ropa en el depósito de equipajes del autobús y subo corriendo. Detrás de mí sube Ernesto y se cierran las puertas del autobús. Algo agitado y sin mirar a nadie, me siento en el primer asiento que veo disponible. El autobús arranca y mis compañeros estallan en una algarabía inusitada incluso para mis estándares de adolescente. Giro mi cabeza hacia atrás para ver al grupo de compañeros responsable de la mayor parte del bullicio, y los saludo desde mi asiento. Como no podía ser de otra manera, Julián está al mano del grupo de los revoltosos. Durante mucho tiempo, él ha sido mi mejor amigo. Tenemos miles de anécdotas divertidas de nuestra niñez, pero sin embargo nos hemos ido distanciando. En estos últimos años, parece que es incapaz de divertirse si no es molestando a alguien. En particular, me molesta que sea tan agresivo con Víctor, pues parece que tuviera una obsesión con él. Pensándolo bien, quizá el que tenga una obsesión con Víctor sea yo, pero parece de otro tipo. Por cierto, ¿dónde está Víctor? Entre el grupo del fondo del autobús no parece estar, así que giro la cabeza y lo descubro ahí, sentado en el asiento al lado mío, con sólo el pasillo entre los dos. Está junto con Catalina, su mejor amiga y quien la mitad de mis compañeros le tiene ganas. La verdad es que yo también tuve mi fase de enamoramiento con ella hace dos años, pero ya quedó atrás, o quizá sea más exacto decir a su costado. - Hola Cata, hola Víctor. ¿Cómo están? - Hola David. Sólo responde Catalina. Víctor solo emite un bufido. Tiene la mirada perdida en el horizonte y veo que Catalina tiene una mano apoyada en su pierna como intentando tranquilizarlo. Le pregunto a Catalina que le pasa con la mirada, y me hace un gesto con los ojos indicando al grupo de atrás. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que Julián puede estar implicado en el tema. Saludo al resto de mis compañeros y pienso qué le estará pasando a Víctor. Nunca he tenido mucha comunicación con él, y no parece que sea el mejor momento para molestarlo. Sin quererlo, me cruza por la cabeza la sospecha de que Víctor sigue sintiendo algo por Julián. Siento que me ahogan los celos, pero al mismo tiempo logro ponerme en el lugar de Víctor e imagino que si eso fuera así, sería sencillamente una tortura. Espero sinceramente que no sea el caso. Intento pensar en otra cosa y relajarme. El viaje es largo, con suerte unas 20 horas. El autobús está saliendo de la parte urbana de Buenos Aires y comienzan a verse los campos de la pampa argentina. Es un paisaje llano, interminablemente llano, y no tardo en quedarme dormido. Debo haber dormido un rato largo. Al despertarme veo a Víctor mucho más animado hablando con Catalina. - Te juro, Cata, más allá de compartir tiempo con vos, lo único que me genera ilusión de este viaje es esquiar. Jamás me hubiese imaginado que Víctor esquiara. Si bien hay buenos centro de esquí en Argentina, lo cierto es que es un deporte bastante caro y no muy masificado. La sorpresa me hizo imposible contener la frase que quise decir para mis adentros. - No sabía que esquiaras. Víctor se da la vuelta y me mira con cara de extrañado, como si recién se percatara de mi existencia. - Sí, es que tengo un tío que vive en Bariloche y me invitaba a esquiar casi todos los años. Me quedo por un segundo mirando sus ojos verdes, e intento responderle sin tartamudear, aunque no lo logro del todo. - Ah... mirá que... bien. Yo también sé esquiar porque mi viejo es un fanático de ese deporte. No todos los años, pero vamos bastante seguido a Chapelco. Víctor me responde con una sonrisa displicente, se da la vuelta y continúa hablando con Catalina dando por terminada nuestra conversación. Su indiferencia mi hace sentir un vacío en el estómago. ¿Por qué me ignora de esa manera? Yo nunca he tenido una mala actitud hacia él. Quizá me he mantenido al margen cuando otros compañeros lo han agredido, pero yo nunca le he hecho nada. Siempre se ha mostrado tan fuerte que no parece que necesitara ayuda adicional. ¿Por qué entonces hace como si no existiera? Un momento... ¿y si realmente no fuera tan fuerte como parecía? ¿Si en realidad sólo se estaba queriendo mostrar fuerte, pero todos esos insultos y desprecios sí le afectaban? Quizá entonces sí esté viendo un mundo dividido entre blancos y negros, entre aquellos que lo apoyan y quienes lo insultan, sin lugar a medias tintas. Si es así, yo debo estar claramente en el bando de los negros, con los que él no quiere tener nada que ver. Si bien esta situación me genera malestar, pensándolo bien puede servir a que estos meses que faltan hasta terminar la secundaria transcurran de la manera más rápida posible. Estoy seguro de que esta atracción que siento por él es algo pasajero y, si es así, pasados estos meses, mi vida volverá a ser la que era. Por lo pronto, decido distraerme para que el tiempo pase lo más rápido posible. Me pongo los auriculares para escuchar mi música favorita y miro por la ventana del autobús. Meto la mano en el bolsillo de mi chaqueta para tomar un chicle, pero toco algo que me sorprende. Es la caja de condones que me ha dejado mi padre. No sé por qué motivo, pero mi padre tiene la imagen de que soy un mujeriego y que no paro de tener relaciones sexuales. Es cierto que con poco menos de 15 años me sorprendió una vez en mi habitación con una novia en una situación algo comprometida. No habíamos llegado ni siquiera a la tercera base, pero lo cierto es que ya había más ropa tirada en el suelo que cubriéndonos. Mi padre se retiró inmediatamente pidiendo disculpas. Posteriormente, sus miradas cómplices y pícaras duraron mucho más que mi relación con esa chica, la cual terminó no mucho más de tres semanas más tardes. Lo cierto es que, si bien no soy virgen, mis encuentros sexuales han sido mucho más espaciados de lo que mi padre seguramente imagina. Estoy seguro de que la caja de preservativos que me regaló me alcanzará hasta que termine la universidad, si es que no caducan antes. Me despierta un golpe de mi cabeza contra la ventana del autobús. Seguramente habrá sido un bache en el camino. Aún un poco somnoliento, veo que la mayoría de mis compañeros está durmiendo. En particular, Víctor parece estar durmiendo plácidamente. Observo detenidamente su boca, esos labios carnosos que tantas veces han aparecido en mis sueños. Me encantaría tocárselos, pero temo que se despierte. Recorro su cuerpo con mi mirada. Si bien está abrigado por el frío que hace en esta época, debajo de sus ropas puedo adivinar el cuerpo que muchas veces había visto de reojo en el vestuario de educación física. Comienzo a sentir que mi ropa interior me ajusta. ¿Tanta es la atracción que sentía por Víctor que hasta dormido es capaz de excitarme? Sigo contemplándolo un rato más, acomodándome de vez en cuando en el asiento para que mi excitación no fuera tan visible. Debí haber entrado en una especie de extraño trance, porque lo siguiente que recuerdo es a Catalina moviendo saludándome ampulosamente con las manos para hacerse notar. Le respondo con una sonrisa, seguramente poniéndome más colorado que un tomate. En el mejor de los casos, habrá interpretado que la estaba mirando a ella. En el peor... ¡Tierra tragame!