Date: Tue, 6 Jul 2021 00:12:28 +0200 From: J. Subject: Déficit Nutricional *Atención: Esta historia es ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Si tienes menos de 18 años, el incesto te provoca rechazo, o tienes prohibidos este tipo de historias en tu país, por favor, no continúes leyendo. *Considera hacer un donativo a Nifty. Ellos están ahí cuando has necesitado un lugar en el mundo. Tu donativo puede ayudar a que tú y otros muchos puedan continuar contando con ello. - Solo visita http://donate.nifty.org/donate.html y sabrás cómo ayudar. ¡Espero que os guste! Cualquier sugerencia o crítica constructiva siempre es bienvenida. Mi dirección de correo sale justo aquí arriba :) Gracias. DÉFICIT NUTRICIONAL Vale. Es verdad. No me gustan las entrevistas del colegio. Son un tostón, me hacen ir de culo todo el día para poder llegar a tiempo y encima no me cuentan nada que no sepa ya. “Tu Guille va muy bien” “Tu hijo es un encanto” “Qué bien que se le dan las matemáticas a tu hijo” “bla bla bla…”. Ya sé que mi hijo es increíble. Lo he visto crecer así que tengo acceso desde primera fila. Y soy consciente de que está mal que yo lo diga pero sí, es el mejor niño del mundo. Y punto. Porque es listo, divertido, adorable, generoso, cariñoso… Y no es un pelmazo como la mayoría de críos. De verdad que cuando mi Laura y yo hicimos a nuestro Guille se debieron de alinear los planetas porque nos salió una joya de criatura. Pero volviendo a la entrevista, qué pereza me da. Especialmente ésta, que es con el jefe de estudios. ¿Habéis escuchado alguna vez una charla sobre ajedrez? ¿O cálculos complicados? ¿O historia? ¿No? Yo sí, y me dan mucha pereza. Pues seguro que aun así, cualquiera de esos temas serían más fáciles de soportar que cualquier cosa que pueda decir este hombre. De verdad, cuando habla es como un motor que no arranca. Como un carburador a medio gas. Habla despacio, muy bajito y muy pesado, dándole vueltas a lo mismo una vez, y otra, y otra, y otra, y otra… Como un disco rallado. Nunca acaba la tortura cuando la reunión es con él. En serio. Verdadera tortura. Y han pasado ya veinte minutos desde que entré por la puerta de su despacho. Veinte minutos de discurso vacío y pesadez gratuita. Veinte minutos de mi vida tirados a la basura ¿Para esto he corrido yo desde el taller? ¿Para casi quedarme dormido escuchando cómo se elabora el plan de estudios del centro? ¿Qué me importarán a mi las ratios de asistencia o las técnicas de aprendizaje? ¿Por qué tengo que quedarme aquí, tan educadamente como me es humanamente posible, escuchando cómo cuenta uno por uno los puntos clave del sistema de no sé qué hombre que es el creador de no sé qué cosa? Y juraría que cada vez habla más lento, que lo que habla se hace cada vez más pesado, cada vez más intenso, y que con cada palabra me siento más y más cansado de estar aquí. Hace rato que llevo haciéndole señales para que entienda que podemos cambiar de tema: Miradas rápidas al móvil, bostezos, golpecitos con el pie… Pero el hombre no deja de hablar y a mí me está cayendo todo el peso de la jornada de diez horas encima, todo el cansancio acumulado de pelearme con tuercas, piezas de motor y trozos de chasis, toda la fatiga de prestar atención a este hombre, de escuchar atentamente todo lo que dice pero a la vez perdiendo el hilo constantemente hasta el punto en el que dejo de saber de qué me está hablando. He desconectado tanto de la conversación que he llegado al punto en el que me limito a ir pillando trozos aquí y allá. ¿Ha dicho algo de que se me ve cansado? No estoy seguro. ¿Me pide ahora que me relaje? Puede ser. ¿Me ha dicho que está bien si cierro los ojos? No creo, eso sería algo extraño, ¿verdad? No, no, creo que me estoy quedando frito y ya me parece que oigo cosas. No cierro los ojos, pero me pican y me pesan los párpados, así que imagino que los cierro, pero en realidad están abiertos. Vamos, estoy bastante seguro de que están abiertos. Puedo oír perfectamente lo que me está contando, pero es un tostón, así que no le estoy haciendo ni caso. Seguro que tengo los ojos abiertos. No tengo duda de que puedo escuchar lo que me dice sin prestarle atención y que no pasa nada porque al fin y al cabo nada de lo que me dice es importante y cuando me quiera dar cuenta ya habrá pasado el rato de la entrevista y ya podré recoger a mi Guille e irnos los dos para casa. Y así pasan los minutos. Mi cuerpo se ha amoldado a la silla y cuando me quiero dar cuenta un sonido electrónico como de móvil antiguo me devuelve a la realidad. Bueno, doy un bote del susto, y entonces vuelvo a la realidad. Y me doy cuenta de que estoy abriendo los ojos y de lo que eso significa. ¡Qué mal! Al final sí que me he quedado dormido. Nunca me había pasado algo así. Totalmente frito, con baba cayéndome por el lado de la boca y todo. ¿Cómo puede ser? Medio disimulando un bostezo me disculpo rápidamente. Seguro que estoy rojo como un tomate. - Perdón. Lo siento mucho. Debes de pensar que me estaba aburriendo o algo, pero no, ¿eh? Soy yo, que he trabajado mucho estos días y no me tengo en pie.? ? - No se preocupe Sr. Martínez. No pasa nada. Seguro que ha tenido un día muy largo. Es normal que después de trabajar tanto esté cansado.- Su sonrisa afable me transmite la tranquilidad que necesito en ese momento y siento que el ardor de la cara me va bajando.? ? - Gracias. De verdad. Si me puedes volver a repetir esto último que me estabas diciendo… Te prometo que estaré atento.? ? - Ningún problema Sr. Martínez. Estaba explicándole que hemos detectado que últimamente su hijo Guillermo tiene problemas para seguir las clases...? ? - ¿Mi hijo? ¿Problemas para seguir las clases? - Sí. Se muestra desconcentrado, algo perdido, como si estuviera agotado. - Ahora que lo dices…? - ¿Sí? - ... Es verdad que últimamente no le veo tan revoltoso como de costumbre…? - Ya veo. - ... Pero yo pienso que debe de ser porque llego tarde a casa y ya lo pillo en las últimas horas del día. ¿Verdad que puede ser eso? - Podría ser eso, sí. Pero siendo una cosa u otra la realidad es que está afectando a sus notas. - ¿Cómo? ¿No saca las mismas notas? - No. El profesorado ha detectado un descenso generalizado en su rendimiento. - No puede ser. ¿Mi Guille? Pero si siempre saca notazas. En estos momentos ya no sé qué creer. ¿Podía ser que a mi hijo le estuviera pasando algo y yo no me hubiera dado cuenta? Las palabras del jefe de estudios no me sacan de la preocupación. - Precisamente porque es uno de nuestros mejores estudiantes y este comportamiento no es propio de él queremos ayudar en la medida de lo posible a que vuelva a ser el de siempre.? - Ya veo ¡Pues Gracias! Y cómo… - Hemos administrado diferentes cuestionarios para mirar de determinar la causa de este agotamiento. Los resultados no han variado en el test de inteligencia, así que podemos descartar esa área. Tampoco hemos encontrado disruptores en el apartado emocional. Hago ver que comprendo lo que dice aunque en realidad me pierdo la mitad con tanta palabra técnica. Qué le costará hablar más sencillo. No quiero perder otra hora de mi vida mientras se vuelve a ir por las ramas así que intento que esta vez vaya al grano. - Entonces, ¿qué podría ser? - Sin un apropiado análisis de sangre o de orina no lo podemos saber seguro, pero todo apunta a que este agotamiento generalizado se puede deber a un déficit nutricional. - Déficit n… ¿Pero eso qué quiere decir, que no come? - No exactamente. Más bien el problema no es el cuánto sino el qué. - ¿Insinúa que come mal? Mi Laura siempre le cocina lo mejor de lo mejor. - Y no ponemos en duda su capacidad culinaria, pero aun así su hijo tiene todos los rasgos de alguien con déficit nutricional. No me cuadra. Mi hijo come de todo. Bueno, a veces nos pasamos con la bollería, y con las pizzas, y con las hamburguesas… ¡Pero en general comemos bien en casa! Aceite de oliva, dieta mediterránea y todo eso. Pero si estos cerebritos lo dicen, pues qué voy a saber yo, ¿no? - Vale, de acuerdo. Vamos a suponer que tiene eso. ¿Qué proponéis que hagamos? - Hay unas pastillas... - No. Pastillas no. No vamos a drogar a mi hijo con pastillas. - Entiendo, entonces están también los suplementos alimenticios. Son una muy buena opción, verdaderamente muy eficaces, pero también es cierto que tienden a ser bastante caros. - Pues tampoco entonces. Mi Laura está sin trabajo y yo no me harto de arreglar coches todos los días para que las farmacias se queden nuestro dinero. ¿No hay nada más, no sé, natural quizás? ¿Alguna dieta o algún producto fácil de encontrar...? - Hay una cosa que podría funcionar. Se han demostrado buenos resultados al usar largas administraciones de androlactosa. - ¿Perdón? ¿Andro-qué? - Androlactosa: leche producida por el hombre. - Estás de broma.... Le miro muy serio, a ver si empieza a reír o algo pero nada ¡El hombre lo dice en serio! Y yo alucino con lo que me acaba de decir. ¿Leche de hombre? ¡Venga va! Eso no existe, y aunque existiera ¿quién coño se la daría a sus hijos? Suena a cerdada. Estoy a punto de ponerlo a caer de un burro por soltarme algo así cuando otro sonido eléctrico como de móvil antiguo me vuelve a parar en seco. El jefe de estudios dice algo. Lo sé porque le veo mover los labios. Pero no oigo nada. Reconozco el sonido de mi respiración, el zumbido de la luz artificial del despacho, el viento soplando fuertemente al otro lado de la ventana, pero no oigo nada de lo que dice el jefe de estudios. Nada de nada. Es casi como si alguien hubiese apretado el botón de silencio en un mando a distancia. No es hasta que escucho otro sonido eléctrico que vuelvo a poder oír lo que me cuenta este hombre. - ... Y es por eso que la androlactosa es tan beneficiosa para un muchacho en edad de crecer. Sr. Martínez, ¿se encuentra bien? - Sí, perdón. Por un momento se me ha ido la cabeza a otro mundo. ¿De qué estábamos hablando? - Sobre la androlactosa. Leche producida por hombres. Algo que su hijo necesita con urgencia, ¿No le parece? - ¡Por supuesto! ¿Qué clase de padre iba a ser yo si le negase algo tan básico a mi hijo? Mi respuesta me queda un poco más entusiasta y agresiva de lo que pretendo, pero es que menudas preguntas tiene este hombre. ¡Pues claro que me parece bien darle androlactosa a mi hijo! Vamos, es que es de todos sabido que es la mejor opción, sobre todo en estas edades en las que tienen que crecer tanto. - Me alegro de que estemos en la misma página, Sr. Martínez. Entonces no hará falta que le explique el método de obtención y administración. - Por supuesto que no - digo indignado - ¿Por quién me ha tomado? Solo hay que darle un poco de brío a los pechos y en poco ya sale. Llamarle pechos a mis pectorales me suena algo raro por algún motivo, pero no sé bien bien por qué si siempre les he llamado así. Son grandes, fuertes, firmes y redondos, así que de alguna manera son como pechos. De hombre, pero pechos. Pues ya está, ¿cómo les voy a llamar si no?? ? - Si no le importa, ¿podría hacerme una pequeña demostración? En el estado en el que se encuentra su hijo Guille, veo necesario asegurarnos de que hace todo como es debido. Refunfuño un poco. ¿Qué duden de uno de esta manera? Tiene tela. Pero si así se queda más tranquilo y me deja de dar la brasa… - Vale, vale. A ver, primero me toco y manoseo los pechos por encima de la tela. ¿A ver? Así. Agarro mis pechos con las dos manos. La tela de mi camiseta de algodón se siente algo rasposa contra mis manos endurecidas por las muchas horas de trabajo mecánico. La presión y el calor de las palmas contra mis pechos me hacen sentir cómodo. - Y ahora aprieto mis pechos y los junto hacia el centro. Y luego los separo. Los junto… Los separo… ¿Ve? El jefe de estudios no me quita ojo. Tengo toda su atención. - ¿Y… Después? - Después le doy un poco de caña a los pezones. Así. Sin dejar de sujetar mis pechos con fuerza, muevo el dedo índice de cada mano de manera que rozo y redondeo mis pezones por encima de la camiseta. No puedo evitar soltar un pequeño gemido. Aunque de buenas a primeras me quedo todo loco por haber gemido delante del jefe de estudios, enseguida recuerdo que esto es lo más normal del mundo y que no hay nada de lo que avergonzarse. Todos los padres hacemos esto en algún momento. Todos. Y gemir un poco es un detalle sin importancia. Dejando de lado esos pensamientos raros y que me distraen, sigo apretando mis pechos y cuando siento que mis pezones se empiezan a poner duros como piedras los comienzo a pellizcar y retorcer con fuerza. Mi respiración va más rápido y casi casi que parece que ya estoy jadeando. - Quizás le sería más cómodo levantarse la camiseta, ¿no le parece Sr. Martínez? Hago que sí con la cabeza. Tiene toda la razón. Sin perder un segundo, agarro los bajos de la camiseta, levanto la tela y la pongo por detrás de la cabeza. La tela me aprieta un poco en la nuca, pero esta es la mejor manera de dejar mis pechos al descubierto sin tener que quitarme la ropa. Noto que el jefe de estudios tiene clavada la mirada en mis pechos. No me gusta su mirada. No me gusta ni un pelo. Y creo que he visto esa mirada antes. Esos maricones de mierda de la playa babean de la misma manera cuando me quito la ropa. Me dan arcadas, esos jodidos degenerados. Mis manos se mueven solas hacia mis pechos. Los aprietan y manosean intensamente y vuelvo a respirar con fuerza y a jadear cuando mis dedos tocan directamente mis pezones. Pero me arde la cara y tengo que estar rojo de rabia por la manera en la que me mira el jefe de estudios. - ¡Eh! - Le grito fuera de sí sin dejar de apretar mis pezones con los dedos - ¿Qué coño te cr... Pero antes de que pueda acabar la frase oigo otro ruidito electrónico como de otra época y el mundo vuelve a silenciarse. Bueno, el mundo no, el jefe de estudios. Mi respiración sigue siendo acelerada y mis pezones cada vez están más duros, pero parece que me voy tranquilizando aunque no sé por qué, la verdad. Vuelvo a oír el ruido ese. Ya casi ni me entero de cuando suena, pero sé que ha sonado. Y miro al jefe de estudios, y ya no me acuerdo de por qué estaba tan enfadado. No sé, a veces me monto una película y me creo lo que no es. ¿Cómo me va a poner una mirada sucia el jefe de estudios? ¡El jefe de estudios de todas las personas! Si lo que siempre quiere es ayudarnos a mí y a mi hijo. Será un pelma, pero al menos se interesa por sus alumnos que ya es mucho más de lo que se puede decir de otros maestros. Algo más relajado, me doy permiso para disfrutar un poco con lo que estoy haciendo. Que sea algo para apoyar a mi hijo no quiere decir que no me lo pueda pasar bien, ¿no? Dejo los pezones por un segundo y abro la boca. Con la lengua fuera me lamo un dedo gordo y luego el otro. Mis pezones se erizan anticipando el contacto con mis dedos húmedos. No espero más y vuelvo a la carga. Y sí, la sensación es cien veces mejor ahora. Suelto un fuerte gemido que resuena por toda la habitación. Mis dedos se deslizan como si nada y mis pezones envían sensaciones intensas de placer por todo mi cuerpo. Mi cabeza se mueve hacia atrás cuanto más fuerte me acaricio y pellizco. Suerte que estamos en el despacho del jefe de estudios, en otra situación esto podría parecer algo sexual y todo. - Muy bien… Sr. Martínez… Lo hace… Muy bien... Miro durante un segundo al jefe de estudios y veo que está como nervioso o algo. No sé. Se mueve y jadea como si le fuera a dar un ataque al corazón. Parece que tenga un tic en la mano porque la menea arriba y abajo debajo del escritorio. Creo que me debería de preocupar, pero sé que me tengo que concentrar en demostrar lo bien que se me da esto de la androlactosa, así que no pierdo ni un momento en tonterías y sigo dándole a los pechos sin hacerle mucho caso. - Si… Me permite un consejo… El jefe de estudios tiene la voz como entrecortada, pero eso tampoco es nada que me tenga que preocupar. Estoy tan concentrado que respondo con un fuerte gruñido y un movimiento de cabeza que dice que adelante. - Si usa… La punta de los dedos y se golpea los pezones con la parte de las uñas… No conozco esa técnica pero decido probarla. Ya que estamos, nada que perder, ¿verdad? Golpeo un pezón, luego el otro, luego el otro, alternando todo el rato y DIOS, ¡el jefe de estudios tiene razón! Comiendo a gruñir fuerte y a moverme en la silla. Voy perdiendo el control y cada vez parezco más una fiera en celo. Pero no, no tiene nada que ver con el sexo. Es solo una cosa que hacemos para que los pechos den leche de hombre, ¿verdad? Que siente tan bien hasta el punto de hacerme perder el control, o que esté delante del jefe de estudios gritando como un loco no quita que todo esto, TODO es por el bien de mi pequeño. Vamos, es que si viera que tiene lo más mínimo de sexual pararía ahora mismo. - Muy bien... Sr. Martínez. Le sugiero ir alternando los pequeños golpecitos... Con los pellizcos y... Las caricias. Verá como así le va aún mejor... El jefe de estudios jadea mientras me habla, pero supongo que tiene calor o algo. No lo sé, la verdad, y tampoco me importa. Vuelvo a los pellizcos y gimo de placer. ¡Hacía tiempo que no me sentía tan bien! Los músculos de mis pechos están duros como piedras mientras acaricio con fuerza mis pezones. Estoy que me va a dar algo. Estoy rugiendo como un poseso, dando botes en la silla sin dejar ni un solo momento de darle caña a mis pechos cuando de repente un sonido electrónico me hace perder la concentración. Me duelen, mucho, seguro que están rojos, pero la sensación de placer y mi compromiso por sacar leche son tan grandes que no puedo parar. ¡No quiero parar! ¡Podría estar así todo el día! Mi cara tiene que ser un poema, pero no me importa. ¡Quiero más! Pero el sonido electrónico vuelve a resonar en mi mente y noto que todo cambia. Yo sigo dale que te dale, pero voy parando y parando, y cada vez voy más lento hasta que pierdo la fuerza en los brazos y se me caen pesados hacia los lados. Jadeo suavemente y mi pecho sube y baja lento pero con fuerza, como si hubiera corrido una maratón. Creo que me vuelve a hablar, el jefe de estudios, pero mi cabeza no está para escuchar nada. Vamos, es que hasta pensar me cuesta. Me parece que cierro los ojos porque me pesan mucho como si quisiera ir a dormir. Supongo que estoy agotado del esfuerzo, no sé. Y nada, me siento muy tranquilo, muy relajado, como si estuviera en el sofá de casa mirando la tele y a punto de echarme una cabezadita. Pero no, estoy en el despacho del jefe de estudios. No tengo dudas. Creo que me está hablando, pero no me apetece escucharlo. Digo que sí con la cabeza de vez en cuando, pero la verdad es que no sé lo que me está diciendo. Es mucho mejor no pensar demasiado en ello. Es mejor dejarme llevar por esta sensación de dormir tranquilo. Dios, con lo cansado que estoy podría dormir para siempre. Y vuelvo a oír el sonido electrónico como de móvil y es como un despertador porque en seguida abro los ojos de nuevo. Quizás antes me he asustado de quedarme frito. Vamos, al menos eso es lo que me parece. Pero hay confianza con el jefe de estudios. No hay por qué preocuparse. Siempre que estemos en su despacho puedo confiar en él. Sonrío a medio gas, que aun estoy cansado. Pero es una sonrisa de tranquilidad porque sé que todo va a ir bien pase lo que pase. - Sr. Martínez, creo que no necesita que le enseñe nada. Veo que domina la técnica casi a la perfección. - ¡Gracias! La verdad es que, aunque ya me parecía que lo hacía bien, siempre va bien que un experto te lo confirme. Nos sonreímos y doy por hecho que éste es el final de la reunión así que me pongo bien la camiseta y me empiezo a arreglar para ir a buscar a mi Guille.? ? - Bueno, si eso es todo, entonces yo... - Oh, Sr. Martínez, no. No hemos acabado la reunión aún. Perdón por el malentendido. Todavía queda una cosa. Una cosita de nada. - ¿Ah sí? ? ? - Sí, no se preocupe. Verá. Sin dejarme de mirar, el jefe de estudios aprieta un botón en un aparato del escritorio. - Hola Fernando. Ya puedes dejar pasar al muchacho. Gracias. Fernando es el conserje. Eso lo sé. ¿Pero el muchacho? Estoy demasiado espeso para sumar dos y dos. Segundos después, alguien llama a la puerta. - Adelante. Tímidamente, un chavalín de 11 años abre la puerta. Da igual el colocón que llevo encima, no tengo lugar a duda: es mi pequeño Guille. - ¡Hijo! - Digo con una sonrisa de oreja a oreja. - ¡Hola papá! - Mi pequeño me responde con la misma expresión. Muchos dicen que es mi viva imagen, pero en pequeñajo. Los dos tenemos el pelo marrón oscuro y un poco rizado. Él lo lleva algo más largo porque a mi Laura le encanta así. La piel también es algo morena, aunque la suya es un poquito más oscura de tanto corretear para aquí y para allá. Me han dicho muchas veces que su mirada es igual de penetrante y decidida que la mía. Seguro que aunque sea pequeñajo no se le resiste ni una en clase. Aún así, no deja de ser un niño, con su ilusión, sus ideas locas, y sus miedos también. Aunque no sea para nada tímido, cualquiera se cagaría un poco al entrar en una sala con dos adultos. - Guillermo. Pasa. No te preocupes, no has hecho nada malo. Le hago un gesto para que entre. El pobre debe pensar que se ha metido en líos o algo. Camina unos pasos, y se queda a mi lado. Me dedica otra sonrisa tímida. Si estuviéramos en casa se me habría tirado encima de un abrazo, y yo lo hubiera levantado del suelo y lo habría puesto boca abajo y boca arriba hasta cansarnos los dos. - Guillermo, tu padre y yo estábamos hablando de que últimamente pareces más cansado, y estábamos mirando de encontrar la manera óptima de ayudarte. Mi pequeño me miró un segundo para comprobar que era así, y yo le respondí con un sí de cabeza.? ? - Y hemos visto que la mejor manera es que tomes algún suplemento. - ¿Suplemento? ¿Como la abuela Marisa, que se toma como diez pastillas al día para estar bien? Papá, no sé si quiero tomarme tantas pastillas. No creo que pueda tragarlas... Ah, mi pequeño, siempre tan honesto. Con una sonrisa tierna le digo que no con la cabeza y le explico. - No, Guille. No serían pastillas sería algo más natural. Leche de hombre. A ti te gusta la leche, verdad? Pues esto sería lo mismo pero la haría yo. - ¿Cómo? ¿No entiendo papá, leche de hombre? Guille me mira confundido y yo no entiendo por qué. Seguro que todos sus compañeros de clase han recibido leche de sus padres alguna vez. Vamos, es lo más común del mundo. Yo la recibí de mi padre, y él de su padre, y así siempre. - ¿Estáis de broma? ¿Es una broma, verdad? - No, Guillermo. Tu padre no bromea. Pero quizás mi conocimiento ejemplar te ayude a entenderlo mejor. De repente mi pequeño se desploma en el suelo. Me llevo un susto de muerte, pero la caída no ha pasado de las rodillas. - ¿¿Guille?? Pero qué… ¿¿Estás bien?? Le pregunto levantándome de la silla, pero él ni se inmuta. Sus ojos miran como a lo lejos y está como cuando por las mañanas aún no se ha despertado del todo, que le hablas y no te dice nada. Miro al jefe de estudios y veo que no solo no hace nada sino que además está sonriendo el muy cabrón. - Guille, ¡contesta hijo! Le zarandeo pero nada. Estoy a punto de levantarlo del suelo yo mismo cuando un sonido muy familiar me hace tambalear. Es ese dichoso sonido electrónico que me lleva dando la paliza toda la tarde. De repente estoy como más atontado y pierdo el mundo de vista, así que me siento. Estoy tan ido que casi se me olvida dónde estoy o qué estaba haciendo. Solo sé que el jefe de estudios me va hablando pero una vez más no tengo ni idea de lo que me dice. Quiero decir, que no le oigo, pero algo tiene que estar diciendo porque mueve la boca y tal. No me preguntéis cómo lo sé, pero creo que a veces me habla a mí y otras a Guille. A todo esto, Guille está de pie otra vez y a mi lado. Suena de nuevo el sonidito ese a lo que me despierto y oigo también que el jefe de estudios le dice a Guille que vuelva en sí. Miro para ver cómo está, recordando como con neblina que se ha caído o algo. La verdad es que no estoy muy seguro. Pero se le ve tan fresco como siempre, incluso más. Tranquilo pero sin ese punto como acelerado que tiene a veces cuando está nervioso. - Guillermo, como te explicaba hace un momento tu padre, la mejor opción para que vuelvas a tener energía sería un suplemento de androlactosa. Hay quien la llama leche de hombre, pero ese es el término vulgar. ? ? - Renacuajo, es leche de hombre para que los niños crezcáis fuertes y sanos. Tú ya estás fuerte - le digo rodeando su brazo con mi mano y apretando en el bíceps donde hace un tiempo que ya se le nota algo de bola - pero te falta ahora estar más sano. No te puedes ir durmiendo por las esquinas, que no es manera de vivir. - Así, ¿solo tengo que beber de esa leche y ya estaré bien? - Sí. Un poquito de esa leche dos veces al día y estarás como nuevo, Guillermo. - ¡Genial! Papá, ¡no sabía que podías hacer cosas tan guays! - ¿Te piensas que tu viejo está para el arrastre, eh, pequeñajo? Lo agarro del costado y comienzo a hacerle cosquillas en la barriga. Normalmente me cortaría y no haría estas cosa delante de alguien del colegio, pero con el jefe de estudios hay confianza así que no hay problema. La risa de mi pequeño llena todo el despacho por unos segundos, y yo soy el padre más feliz del mundo. - ¡Papá! - Me grita haciendo ver que está molesto. - Pues peque, ya sabes, esta noche antes de irte a la cama, ¡una tacita de la leche de tu viejo y a dormir! - ¡Bien! El jefe de estudios carraspea interrumpiendo la escena. Mi hijo y yo paramos en seco la conversación y le prestamos toda nuestra atención. - Sr. Martínez, y digo yo, ¿para qué esperar a la noche cuando pueden empezar el tratamiento ahora mismo? - ¿A-Ahora? - Sí. ¿Por qué no? - Pero ahora no tengo nada de leche.? - Eso tiene fácil solución, ¿no le parece? - Supongo… Peque, ¿te parece si hago un poco de leche para ti ahora y así ya te vas servido para casa? - ¡Vale! Mi Guille parece entusiasmado con la idea. Es un niño muy curioso, mi pequeño, y siempre le gusta probar cosas nuevas. Nunca me ha visto hacer leche, así que seguro que la novedad le tiene emocionado. - Pues no se hable más. Sin miramientos me agarro los pechos y comienzo a apretarlos y acariciarlos. Están aun sensibles de antes, pero aun así tengo que manosearlos o si no no saldrá nada de leche para mi peque. - Guillermo, por qué no te pones delante de tu padre, que así lo verás mejor. - Sí. - No pierdas detalle. Puede que salga en algún examen de la clase de biología de este año. Obediente, mi pequeño se pone delante mío, su mirada penetrante no pierde detalle de mi pecho ni de cómo lo estrujo. Yo le miro directamente a los ojos, como cautivado, y sigo con los pezones. Se erizan mucho más rápido que antes. En poco ya los tengo apretando contra la tela de la camiseta. Mi respiración se acelera y sé que se acerca el siguiente paso. - Qué te parece Guille, ¿papá lo hace bien?? - ¡Sí papá! ¡Es una pasada! Sonrío orgulloso de estar dandole un buen espectáculo a mi pequeño. Sin perder el ritmo, agarro los bajos de la camiseta, levanto la tela y la pongo por detrás de la cabeza, luciendo mi torso en todo su esplendor. Mi Guille no puede contener un pequeño sonido de sorpresa. Me ha visto muchas veces, pero supongo que nunca tan de cerca y con tanta atención. - Guillermo, tu padre está estimulando sus pechos para ayudar a que su cuerpo produzca la mayor cantidad de leche para ti. ¿No es maravilloso? - ¡Es espectacular! - Y has vsito que grandes y fuertes son sus pechos? Seguro que te tendrá muy bien alimentado de ahora en adelante.? - ¡Son enormes papá! ¡Menudos pechos tienes! Con la sonrisa tonta de un padre que siente el amor y la admiración de su hijo, continúo acariciando y pellizcando mis pezones. También les doy pequeños golpes con los dedos a lo que de repente gimo muy fuerte y creo que mi pequeño se asusta un poco. Pero no, no es un susto. Es ansia. Lo veo en sus ojos, que brillan con ilusión. Lo veo en su boca, que saliva de anticipación. Mi hijo tiene sed. ¡Sed de mi leche! Y yo se la voy a dar como padrazo que soy. - ¿Tienes sed peque? ¿Eh? ¿Tienes sed? - le pregunto con la voz entrecortada después de mojarme los dedos en saliva y frotar con más fuerza. Oyéndome, sueno mucho más sexual de lo que quiero sonar, pero yo y todos los que estamos aquí sabemos que no hay nada sexual en lo que estoy haciendo. Solo un padre intentando alimentar a su hijo con su nutritiva leche - Tienes ganas de beber de la leche de tu papá, ¿verdad? - Sí, papá. Tengo mucha sed. - Guillermo, tengo una idea - Interviene el jefe de estudios - Dado que el tiempo es limitado, ¿por qué no ayudas a tu padre? Creo que acabará antes si le asistes. - Sí, peque, por qué no echas una mano a tu viejo, a ver si así la leche sale antes y mejor. Le guiño el ojo como de colegueo y le hago un gesto con la cabeza para que se acerque. Y así lo hace, dos pasos y ahí le tengo, sus piernas rozando mis rodillas. - Súbete en el regazo de tu padre, Guillermo. Podrás llegar mejor desde ahí. Y dicho y hecho. Mi Guille se sube a mis piernas sin mucho esfuerzo. Una pierna colgando a cada lado y su ojos sonriendo directamente a los míos. Me recuerda a otros tiempos, no hace tantos años, cuando mi renacuajo siempre se subía a mis piernas y yo hacía ver que era un caballito que trotaba. Su culo está justo encima de mi paquete y lo aprieta un poco con su peso, pero es algo a lo que no le presto mucha atención porque estamos haciendo algo totalmente inocente. Es algo extraño, la verdad, pero supongo que no queda otra. Con un poco de suerte no se me pondrá dura y todo irá bien. - ¿Qué hago ahora, papá? - Ahora… - Ahora - interrumpe el jefe de estudios - tu padre te acariciará la espalda mientras tu acaricias sus pechos. - ¡Ah, vale! Y así lo hacemos porque es lo que tiene más sentido del mundo. Suelto mis pezones y acerco las manos en la pequeña espalda de mi hijo. Con una casi puedo cubrir todo el ancho. - Por debajo de la ropa, Sr. Martínez.? - Sí. Meto las dos manos y comienzo a acariciar la piel de mi peque. ¡Es tan suave! Creo que nunca me había parado a pensar en lo suave que es. Guille me echa una sonrisita. Supongo que tiene algo de cosquillas, pero también debe de ser que sienta bien que te acaricien un poco. - Guillermo, no esperes. Sigue con lo que estaba haciendo tu padre o si no no serás de ayuda. - ¡Sí! Torpemente, las manos pequeñitas y suaves de mi Guille cubren mis pechos y los estrujan. Yo me estremezco un poco al sentir que me toca alguien que no soy yo. Aprieta, mueve y estruja sin saber muy bien qué hacer, así que decido hacer de papá y explicárseo. - Así, peque. Muy bien. ¿Pero por qué no acaricias un poco los pezones? Suave, sin apretar mucho. - ¿Así? Pone sus deditos estirados y hace pequeños círculos alrededor de mis pezones y estoy en el cielo. Gimo profundamente y cerrando los ojos. Cuando los abro veo su carita esperando la aprobación de su papá. - Así, peque. Así. Es perfecto. Acaricio la espalda de Guille con firmeza mientras él sigue rozando mis pezones con sus dedos. Tengo ganas de abrazarlo, de darle amor, de hacerle sentir lo mismo que yo. Y eso se nota. Se nota no solo porque le acaricio con más pasión sino porque algo entre mis piernas comienza a cobrar vida. Noto como mi pequeño se mueve, incómodo, encima de mi paquete. Va creciendo y eso le molesta, así que intenta encontrar la manera de sentarse bien. Claro, nunca ha tocado la polla de un hombre, y mucho menos una polla empalmada, así que no tiene ni idea de lo que está pasando. Rezo a Dios y a todos los santos que conozco para que mi polla se tranquilice, pero no hay manera, estoy totalmente encendido y mi entrepierna arde con los movimientos de su culo inquieto y con tanto manoseo de mis pechos y mis pezones. - Ahora - Vuelve a interrumpir el jefe de estudios - viene la parte más importante, Guillermo. Es muy importante que me prestes toda la atención que puedas. ¿Entendido? - ¡Sí! - Buen chico, Guillermo. Deja de acariciar los pechos de tu padre. Ya no vas a usar las manos para estimularlos. - ¿Ah, no? - No. Vas a hacer lo que siempre se ha hecho para sacar la leche de un hombre. Vas a mamar. - ¿Mamar? - Sí, mamar. Vas a mamar los pezones de tu padre, Guillermo. Si lo haces bien podrás sacar toda la leche y beberla directamente de la fuente. ¿No es maravilloso?? - ¡Sí! Mi hijo responde entusiasmado, contento de estar tan cerca de beber su leche. - Venga peque, tú puedes - le digo para animarlo y darle a entender que cuento con él. Saco las manos de debajo de su camiseta y con una sonrisa las coloco detrás de su cuello y lo estiro hacia mí para acercar su cabecita a mis pechos. El sonríe y abre la boca, sacando un poco su pequeña lengua. Cuando está a nada de mi pezón derecho siento su aliento contra la piel. Dura un momento porque enseguida me invade una sensación intensa de placer al notar su boca caliente y húmeda chupando mi pezón. Grito de placer a la vez que lo acuesto sobre mí. Coloco sus dos piernas a un lado y sujeto su espalda en el otro como haciéndole una cuna con mis brazos. Parece un bebé al que le ha llegado la hora de comer. -Así, muy bien. Tu papá está listo para darte toda la leche que necesitas, peque. Chupa, así, perfecto. Chupa más. Esconde los dientes y chupa, que pronto papá te dará de su leche. Y mi Guille chupa, y chupa y chupa, y la sensación no se parece a nada que haya vivido nunca. El único sonido en el despacho del jefe de estudios los hace la boca de mi Guille dándolo todo, como si tuviera un chupete. Me siento lleno y me siento feliz, como si hubiera encontrado mi función en la vida. También me siento muy cachondo. ¡Mucho! Pero esa parte es sucia y la ignoro tanto como puedo. Sin pedírselo, mi pequeño comienza también a acariciar y a pellizcar tiernamente mi otro pezón. Mi cabeza se va para atrás en un ruidoso rugido de placer. ¡Si no sale la leche con esto, no sé cómo va a salir! Entre jadeos miro a su cara. Sus ojos están entrecerrados, dándole una intensa aura de tranquilidad. Sus labios aprietan con fuerza la punta de mi pecho, escondiendo dentro de su boquita mi pezón. De vez en cuando suelta un pequeño suspiro de satisfacción. Hilillos de saliva conectan su boca con mi piel. Parece un angelito y me vienen recuerdos de cuando era un renacuajo y lo único que hacía era dormir y comer. Oigo de fondo que el jefe de estudios va animando a mi chiquitín, pero casi no le presto atención abrumado como estoy por todo lo que está pasándole a mi cuerpo. En su lugar, meneo mi paquete arriba y abajo para aumentar el placer de mi polla mientras agarro fuerte a mi pequeño por la nuca y lo aprieto contra mi pecho. - Muy bien, Guillermo muy bien. No dejes de mamar el pecho de tu padre. Ese pecho grande y fuerte. Ese pecho de macho que tantos años de trabajo en el taller le ha costado. Pronto podrás saciar tu sed de leche. Y mi hijo sigue chupando un pezón y pellizcando el otro. Y yo sigo rugiendo de placer de lo bien que me hace sentir el contacto de mi peque con la piel sensible de mis pechos. Cada vez la tengo más dura. No hay ya manera de esconder lo dura que tengo la polla. No puedo parar de mover las caderas arriba y abajo buscando rozar mi polla contra su cuerpecito. No debería, pero no me puedo controlar. ¡Estoy tan caliente! Pero no viene la leche, y ya no sé si quiero que venga porque no quiero que este momento acabe nunca. Ni con el mejor sexo con mi Laura he sentido nunca lo que estoy sintiendo ahora con mi Guille. ¿Quién iba a pensar que mi renacuajo podía ponérmela tan dura? ¿Quién iba a pensar que mi hijo podía ponerme tan caliente? Me paro un momento porque por mi mente ha pasado un pensamiento que me ha helado la sangre de repente. Mi hijo, ¿mi hijo me pone caliente? No. Mi hijo no puede ponerme caliente. Eso está mal. Esto es solo algo normal. Algo que hacen todos lo padres en algún momento de su vida. Darle de beber a tu hijo de la leche que has hecho tú mismo es un orgullo, no algo sucio ni sexual. ¿Entonces? ¿Por qué me siento tan caliente? ¿Por qué la tengo tan dura? Por qué quiero besar a mi pequeño por todo su cuerpo, sentir su piel contra mis labios, bajarme los pantalones y follar su boquita con mi p.... Algo hace click en mi mente y mi cara comienza a cambiar. ¿¿Qué me está pasando?? Guille nota cómo dejo de gemir pero no para de chupar. Estoy demasiado perdido en mis pensamientos como para moverme ¿¿Qué estamos haciendo?? Miro al jefe de estudios como diciendo “qué coño”, y el me responde con una sonrisa afable y un movimiento de cabeza. De repente un sonido como electrónico hace que pierda el hilo de mis pensamientos. Y mi peque sigue chupando mi pezón, eso lo sé, pero no oigo nada aparte de ese sonido húmedo que hace eco en el silencio de la sala. Y digo silencio aunque sé que el jefe de estudios me está hablando. No sé qué me dice, pero cada vez me siento menos nervioso y ya no me preocupa nada. No sé ni qué tenía en la cabeza. A veces uno se despista y olvida qué era lo que estaba pensando, ¿verdad? Cosas de la edad, supongo. Vuelvo a oír ese sonido electrónico y vuelvo en mí. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué he parado? Estaba confundido o enfadado, creo, ¿pero por qué? Dios, mi hijo, ¡qué bien que me chupa los pezones! ¡Tendríamos que haber hecho esto hace muchísimo! ¿Por qué no habremos hecho algo así antes? ¡A partir de hoy me va a chupar los pezones cada día! - Parece - oigo que dice el jefe de estudios - que no acaba de funcionar del todo bien. No sale nada de leche, ¿verdad que no, Sr. Martínez? Le doy un pensamiento y es verdad, no hay nada de leche. No siento que vaya a salir tampoco. Por mucho placer que la boca de mi hijo me está dando, no parece que esté funcionando. Me preocupo un poco y me parece que mi pequeño también. ¿Cómo podré alimentar a mi renacuajo si no consigo sacar ni una gota de leche? - No os preocupéis. Existe una solución para estas situaciones - ¿Sí? - mi cara brilla con ilusión como si hubiera visto al mismísimo salvador. No podía dejar a mi hijo sin alimentar, así que tenía que conseguir como fuera darle de mi leche. - Por supuesto. Es algo un poco inortodoxo, pero siempre funciona. Si me permitís, Guillermo, tendrás que dejar de succionar el pezón de tu padre un momento. Con un sonido parecido al que hacen las botellas cuando les quitas el tapón, mi hijo se desengancha de mi pezón. En su cara veo la lucha interna. Lo conozco. Hubiera preferido seguir chupando el pecho de su padre, ¡se le veía muy a gusto! Pero sé también que quiere beber de la leche de su padre así que ayudará en lo que pueda. - De acuerdo, Guillermo, bájate de las piernas de tu padre y ponte de rodillas delante suyo. Mi hijo se pone a ello, y yo le ayudo un poco para que no se caiga. Antes de que llegue a ponerse de rodillas delante mío el jefe de estudios me pide algo más. - Sr. Martínez, ahora solo tiene que desabrocharse el pantalón, bajarse la cremallera y sacar su pene por la bragueta. ¿Cree que podrá hacerlo? Recuerde que la salud de su hijo está en juego. - Sí… Sí. Creo que sí. Es algo raro pero si es por mi hijo, lo que sea. - Exacto. Es por su hijo. Así que saque su pene, por favor. Eso me va diciendo el jefe de estudios, y debe de estar muy interesado en que todo vaya correctamente porque no me quita el ojo de la entrepierna mientras me desabrocho el botón de los pantalones del uniforme, me bajo la cremallera y lucho con mis gallumbos y mi polla empalmada para sacarla por el agujero. Casi golpeando la cara de mi hijo, que ya está de rodillas y a pocos centímetros de mi entrepierna, consigo sacar mi polla de su jaula con sus casi diecisiete centímetros de largo y el grosor casi como el de una barra de salami. Guille está con los ojos como naranjas. - Guillermo, ese es el pene de tu padre. Ahora está más grande de lo normal porque te quiere mucho y cuando un padre quiere tanto a su hijo su pene crece y se pone duro para podérselo demostrar... Escucho lo que va diciendo el jefe de estudios y tiene toda la razón del mundo. Mi polla se ha puesto dura porque mi hijo me ha dado mucho amor antes, y porque yo le quiero dar todo mi amor también. No lo había pensado nunca pero tiene todo el sentido del mundo. - … y ahora es tu momento de demostrarle tu amor y además poder hacerte con la deliciosa y nutritiva leche de hombre que guarda tu padre en su interior. Veo como mi Guille se relame al oír hablar de la leche de su padre. ¡El renacuajo tiene sed de verdad! Por suerte pronto podré darle toda la leche que su cuerpecito necesita. - Sr. Martínez, antes no ha podido producir leche por los pechos, y le digo yo que no tiene por qué preocuparse. Pasa muy a menudo, especialmente entre hombres grandes y fuertes como usted. No es ningún problema, de verdad que no. La Naturaleza es sabia y tiene sus maneras de compensar estas cosas. Verá, así como cada hombre tiene una compuerta de producción en la zona del pecho, también hay otra en sus genitales. ¿No es maravilloso? - ¡Es perfecto! Qué lista es la Naturaleza. - En efecto. La Naturaleza es muy sabia. Y aquí solo tendrá sacar el mejor onanista que tiene dentro. - ¿Sacar el mejor ona-qué?? - Onanista. Significa el que se masturba. Entiendo que sabe masturbarse, ¿verdad? - ¿Hacerme pajas? ¡Pues claro! con la edad de Guille no paraba en todo el día. Digo guiñandole un ojo a mi peque. Él me mira con total adoración. Creo que él no se hace pajas todavía, pero con lo listo que es puede que sí y no le hemos pillado. ¡Qué bribón! - Pues ahora todo lo que tiene que hacer es eso, una buena paja y así podrá sacar toda la leche que necesite.? - ¿Solo eso? ¡Es pan comido! Guille, ¡mira y aprende! Estate atento porque en poco me saldrá la leche disparada, ¡que papá está MUY caliente! Guille dice que sí con la cabeza moviéndola con mucha fuerza. Mira atento como hipnotizado por mi polla enorme. Escupo en la mano derecha, mi mano favorita para hacerme pajas, y haciendo como un tubo con los dedos comienzo a meneármela lenta y firmemente. - Así se hace Guille - digo con un suspiro. Estoy tan encendido que siento que me correré pronto - Primero lento… Suave… Y poco a poco vas subiendo la velocidad - suelto un gemido cuando empiezo a machacármela más rápido. Siempre me ha gustado darle duro - Y cada vez más rápido, y más fuerte. Sí… Más fuerte… Así… Siento el aliento de mi hijo cerca de mi polla. Su cara está cada vez más cerca. Le echo un vistazo rápido entre gemido y gemido y veo que tiene la boca abierta y la lengua fuera. Primero no lo entiendo pero poco después consigo encajar las piezas: ¡está admirando mi presemen! Pobre, tiene tanta sed que ya no se puede aguantar más. Seguro se muere de ganas por beber ya de una vez de mi leche, aunque se trate solo de mi presemen. - Hijo.... - digo con un rugido - Si quieres… - Y en lugar de acabar la frase, le agarro firme de la nuca y acabo de acercar su carita hacia mi polla. Él sonríe como si fuese la mañana del día de Navidad y estuviera a punto de abrir una montaña de regalos. Sin dejar de sonreír, su boquita de fresa se amolda y se llena del cabezón oscuro de mi polla. Noto sus dientes un poco, pero pronto entiende que tiene que chupar, igual que chupaba mis pechos, para conseguir mi leche. ¡Y Dios, mi hijo chupa bien! ¡Estoy en el cielo! Y eso que su boca solo consigue cubrir el cabezón y poco más de mi polla dura. Pero es suficiente y de sobra. Sigo menándomela y él está ahí quieto chupando y chupando. - Eso es, Guillermo, succiona el pene de tu padre. Pronto podrás saborear el néctar que es su leche de hombre. Mueve la cabeza un poco hacia adelante y hacia atrás. Deja que tu lengua frote la parte inferior de su pene. Así es. Sr. Martínez, le puede ayudar guiando su cabeza con la mano que tiene libre. Y así lo hacemos. Guille chupando y moviendo su cabeza como un campeón, y yo como una fiera salvaje, machacándome la polla y disfrutando de cada segundo de mi rabo en la boca de mi hijo. Pronto siento que mis huevos se ponen un poco duros y un cosquilleo en las piernas y en la punta de los dedos de los pies. Es la señal de mi cuerpo de que me voy a correr. - ¡Guille! ¡Que me vengo! ¡Que tu padre se corre! ¡Oh, sí! ¡Te voy a dar tu lechecita caliente! ¡Sí! ¡Papá te va a dar su leche! ¡Sí! Aumentando el ritmo y sin pensar en si mi peque puede respirar o no, pierdo el norte. Me la machaco rápido, a la velocidad de la luz, mientras grito como un desalmado. No aguanto más. No puedo más. ¡Me tengo que correr ya! Y así lo hago. Por el agujero de mi polla salen disparados chorros de leche densa y calentita que entran directamente en el cuerpo de mi peque a través de su boquita bajando con fuerza por su garganta. Mi Guille es un campeón. Otro se atragantaría. Otro se acojonaría. Pero él no. Él chupa, y traga, y bebe de mi polla como si no hubiera un mañana. Oh, Dios mío. Amo a mi renacuajo. Mi hijo es lo mejor que me ha pasado nunca. Sonrío como un idiota mientras sigo corriéndome en la boca de mi pequeño. Lo quiero tanto. Y se lo digo porque se lo tengo que decir. - ¡Te quiero tanto, Guille! No sé si me ha oído, pero en un momento dejo de correrme, y él sigue mamando intentando no dejar escapar ni una gota. Acaricio su suave pelo castaño, ese pelo que es casi idéntico al mío. Veo mi cara en su cara, y me enternezco de emoción. Cuando se da cuenta de que ya no me queda más leche y que mi polla comienza a ablandarse y encogerse, se la saca y me mira, sonriendo de oreja a oreja, más feliz que nunca. Se limpia los labios con la parte de atrás de la mano y sigue sonriendo. - ¿Te has quedado bien, renacuajo? - ¡Sí papá! ¡Estaba muy rico! ¿¿Cuándo me das más?? - ¿Más? - Me río a carcajadas. Es tan tierno. - ¿Quieres matar a tu viejo padre? Dame unas horas para que me reponga y entonces te daré más. Sin dejar de reír, Lo agarro por las axilas y lo levanto del suelo. Me da un abrazo enorme, su cabecita acurrucada contra mi pecho. Yo acaricio su pelo y su espalda con ternura. Siento su amor y se lo devuelvo por triplicado. - Fantástico, Sr. Martínez. Ha hecho usted un excelente trabajo. Es un padre totalmente capaz y considerado. - ¡Gracias! Me has ayudado bastante, y tampoco podría haberlo hecho sin mi renacuajo. Lo despeino de manera juguetona y él me mira y se ríe. - El mérito es de ustedes. Yo solo les he asistido como buenamente he podido. Es mi placer compartir mi conocimiento ejemplar. Y en el momento en que termina de decir eso, mi hijo se cae de sueño encima de mi pecho y yo oigo un ruido que se parece mucho al de los móviles antiguos. Mirando a mi hijo dormir, decido cerrar los ojos yo también. Estoy tan cansado que ni siquiera me molesto en ponerme bien la camiseta o en guardarme la polla dentro de los pantalones. Así que mi polla se queda colgando porque me da igual. Y me da igual tanto eso como lo que haga el jefe de estudios. ¿Por qué? Porque he trabajado diez horas en el taller y acabo de hacer más ejercicio que nunca. Así que me dejo llevar por el sueño y me quedo frito. Cuando abro los ojos, estoy sentado en la sala de espera del despacho del jefe de estudios, totalmente vestido y con mi hijo al lado. No me extraño porque no hay motivo para que no sea así. Acabamos de terminar la reunión, así que lo normal es que estemos ya fuera del despacho y no dentro. Vamos, así lo veo yo. Fernando se acerca a nosotros y nos dice que ya tienen que cerrar la escuela y que si no nos importa ir saliendo del edificio que él tiene que revisar las clases y apagar las luces que se hayan quedado encendidas. - ¡Vamos renacuajo! Coge la mochila y vámonos, que tu madre se debe de preguntar qué hacemos que no volvemos. Nos levantamos los dos. No recuerdo muy bien las últimas horas pero tampoco es algo a lo que le dé mucha importancia. Sé, porque eso sí que lo recuerdo, que el jefe de estudios ha sido de gran ayuda y que las cosas van a ir muy bien a partir de ahora mientras que sigamos los consejos que nos ha dado. De todas maneras, creo que no le contaré nada a mi Laura, que no la quiero preocupar con lo de la falta de alimento y tal, sobre todo después de haber encontrado una solución tan fácil y tan buena. - ¡Papá! - Dime, peque. - ¿Crees que me podrías dar un vaso de tu leche antes de irme a la cama? - Todos los vasos que quieras, renacuajo. Papá siempre tiene leche lista para ti. - ¡Bien! Y después de un abrazo enorme, los dos caminamos hacia la salida.?