Date: Sat, 13 Jan 2007 15:37:08 -0700 From: Kevin Daniel Allen Subject: los-guardianes-de-kovzland-1 LIBRO II: LOS GUARDIANES DE KOVZLAND ESCRITO POR KELVIN GUARD TRADUCIDO POR KEVIN DANIEL ALLEN kevindanielallen@gmail.com CAPITULO PRIMERO: YA NO HAY ISLAS Me estaba acercando. Podía sentirlo. En algún lugar, tal vez detrás de esa roca astillada o bajo aquella puerta calcinada, sabía que lo encontraría. Era peligroso aun sin estar bajo tierra. Varias piezas de la vieja mansión aun estaban en pie, frágilmente, y los derrumbes eran frecuentes. También había pasadizos subterráneos formados por derrumbes de tierra que cayeron sobre áreas donde habían existido sótanos. Por esa razón, tenía que moverme rápido: llegaría el día en que toda la mansión se colapsaría sobre los sótanos definitivamente. Una vez que sucediera, seria muy difícil hallar algo. Estaba prohibido que jugásemos ahí, incluso para mí. Nos dijeron que era muy peligroso para los niños menores. Pero como cualquier otro niño curioso, estaba desobedeciendo las órdenes: no me castigarían si no saben que estuve aquí y también están tan ocupados como para saber que es lo que cada uno de nosotros esta haciendo cada minuto del día. Además, yo conozco estas ruinas mejor que cualquiera de ellos. No me voy a lastimar ni nada de eso. Ahí. Bajo la puerta. Lo pude ver; un oscuro agujero subterráneo. ¿Podría ser?... Sí, hay unos escalones. Con tremendo esfuerzo logré abrir la puerta; algo que no es fácil para un niño de doce años chico y debilucho. Como la mayoría de las puertas antiguas, era muy sólida y tenía incrustaciones de oro. Afortunadamente, la parte inferior estaba tan carbonizada que se quebró en dos; de otra manera, no habría podido moverla. Una vez abierta, reconocí lo que en el pasado había sido el sótano de la antigua mansión. Habían pasado cinco años desde que los Ancianos habían lanzado ataques en la guerra en contra del antiguo reino de Kovzland; aun así, los escalones que conducían al sótano estaban elegantemente alfombrados. Aparentemente, la puerta y demás escombros habían mantenido la lluvia afuera. Era fantástico. Ahora si tenía la certeza de encontrar el mejor tesoro. Pisé y baje con cuidado los peldaños. La cautela era menester: yo estaba desnudo y descalzo como de costumbre, aunque mis pies ya se habían puesto resistentes a lo largo de varios meses, si pisaba sobre algún pedazo de vidrio de las ventanas, me lastimaría. No obstante, el camino estaba limpio por aquí: lo cual me indicaba que gran parte del sótano estaba intacta. Esto aumentaba las posibilidades de encontrar algún objeto valioso. Para los chicos como yo, la exploración de las ruinas se había convertido en cierto tipo de obsesión y la competencia más emocionante que teníamos. La semana pasada, mi mejor amigo Kelly Masters había descubierto una esfera de cristal de casi veinte centímetros de grosor. Era el mejor tesoro encontrado hasta ahora. Para superarlo, yo ya había buscado por todos lados y no me iba a dar por vencido hasta que encontrase algo tan valioso que nadie pudiera superar jamás. Desafortunadamente, esta ambición me estaba conduciendo hacia una cueva totalmente oscura. Hubo entonces una luz que venía desde la escalera por la que había bajado, pero yo no podía ver nada. La alfombra aun se sentía suave y cómoda bajo mis pies, pero el lugar estaba frío y me daba escalofríos haciendo que abrazara mi pecho desnudo con mis brazos temblorosos. Pude escuchar cómo la habitación estaba rechinando, como si se fuera a colapsar en cualquier momento, pero yo no estaba asustado. Aunque se derrumbase, yo pensaba que no me lastimaría. Tal es la manera de pensar de un niño de doce años. Era imposible que pudiese encontrar algo en aquella oscuridad. Necesitaría regresar y traer una antorcha, lo cual también estaba estrictamente prohibido para nosotros, los pequeños. Podría traerme una sin que se dieran cuenta. Caminé hacia la escalera, sintiendo menos frío mientras mas me acercaba la luz calida del sol afuera. Tan pronto como salí, sin embargo, encontré a Calvin Starr de pie ante mí. Con sus imponentes 1.87 metros de altura y de intimidante complexión muscular, Calvin traía puesta una camiseta, pantalones cortos y zapatos deportivos. Sus musculosos muslos se veían tan gruesos como un tronco. Cruzó los brazos y me miró decepcionado. Yo permanecí inmóvil, desnudo como estaba, sin decir una palabra y con la vista hacia abajo. —¿Qué tienes que decir en tu favor, jovencito? —preguntó con su voz grave. Levanté mis hombros asintiendo inocencia. No había mucho que decir. —¡Vamos! —dijo Calvin—. Hay que regresar al los lugares seguros. Caminé desmañadamente, pero con cuidado de no pisar algo filoso. Pude sentir cómo Calvin caminaba cerca de mí. Ya que habíamos dejado el terreno peligroso de las ruinas, comencé a llorar. Sabia que me había ganado unas buenas nalgadas y Calvin era que hacia el castigo mas doloroso. Los otros chicos nos daban de nalgadas a veces, pero generalmente lo hacían ligeramente. En realidad con ellos no dolía. Calvin sabía que la única manera de verdaderamente hacer entrar a un niño en razón era imprimiendo el mensaje firmemente en las nalgas. —Así que… —Calvin dijo firmemente, una vez que ya estábamos lo suficientemente alejados de los edificios dañados. Yo volteé y lo miré mientras lloriqueaba—. Conoces bien las reglas, Kelvin. —Lo sé —dije, sollozando—, pero Kelly encontró una esfera de cristal y yo tengo que encontrar algo mejor. —¿Por qué? —preguntó. Era inevitable y molesto cuando los chicos mayores hacían esa pregunta. Siempre que la hacían, era imposible responderles. —No lo sé. —Finalmente dije cómo era de esperar. El movió la cabeza. —Esto me dolerá más a mí, que a ti, Kelvin —dijo mientras se acercó a mí. Una de sus imponentes manos sujetó firmemente mi brazo, volteándome hasta que mis nalgas estaban hacia él. Comencé a llorar más fuerte, incluso antes de que su gruesa palma de la mano hubiese golpeado mi piel desnuda. Instintivamente, trate de alejarme del dolor, pero Calvin giró conmigo, su mano surtiéndome nalgadas una y otra vez. Cinco nalgadas en total, cada una ardiéndome considerablemente, pero no lastimándome en realidad. Lo cual no evitó que berreara como si me estuvieran matando. Finalmente me soltó y yo me quedé hincado, sollozando y sobándome el ardiente dolor sobre mis nalgas. —¡No quiero volver a verte en esta parte de la ciudad, Kelvin! —Calvin dijo con una voz imperante—. ¡Es peligroso y no queremos perderte de nuevo! —Kelly anda por lugares peligrosos todo el tiempo. —sollocé como un niño de cinco años. —Tú bien sabes que eso no es cierto, Kelvin —contestó en un tono más amable—. Los otros chicos tratan de seguir las reglas. Tú eres el único que las sigue rompiendo a pesar de que sabes que te ganarás unas nalgadas. —¿Y qué? —respondí llorando—. También soy un Guardián. No tienes por que darme de nalgadas. —Si eres un Guardián, entonces comienza a actuar como tal y madura. —Calvin dijo. —No puedo evitarlo —respondí. En parte yo tenía razón. Por una un lado, crecer era algo difícil de hacer en Kovzland. Como niño de Kovz, yo crecía no más de un año en cada lustro, aun más lentamente si yo así lo deseaba. Y eso no lo era todo. Había estado, en cierto modo, esquizofrénico desde que habíamos llegado a la Ciudad de Kovz. Una parte de mi era un niño normal de doce años, curioso, travieso y lleno de animo competitivo. La otra parte de mi, contrariamente, era sabia. Tal como Calvin, yo tenía mas de dos mil años de edad y, como Calvin, yo era uno de los originales diez Guardianes; uno de entre las fuerzas más poderosas del planeta. Mentalmente, yo cambiaba entre estas dos personalidades. Había veces en las que meditaba sobre la importancia de algún asunto u otro, ayudando a los otros Guardianes a administrar nuestro pequeño reino. Sin embargo, la mayoría del tiempo, yo era un niño irresponsable, interesado únicamente en divertirme. Como de costumbre, después de unas nalgadas, Calvin se acercó y abrazo mi delgado cuerpo contra el suyo acariciando mis hombros angostos con sus grandes manos mientras yo lloraba sobre su pecho. Se sentía cálido y fornido: su cuerpo superaba al mío al doble en volumen. —Se que no es fácil, Kelvin —dijo amablemente—, pero tienes que intentarlo. Solo somos tres Guardianes por el momento y, si los Ancianos nos atacan de nuevo, estaremos perdidos otra vez. —Lo sé —dije, tratando de cambiar mi comportamiento inmaduro. —Debemos esperar a que los demás regresen y no va a ser fácil. Se nos esta agotando la comida. Si los Ancianos no nos destruyen primero, entonces moriremos de inanición si es que no reconstruimos rápidamente. —Lo sé —dije una vez mas, respirando con la nariz congestionada, ya sin llorar—. Ya voy a obedecer. —Sé que lo harás. —Calvin dijo, agachándose y besando mi cabello rubio, sus manos, acariciando mi espalda. —Todo saldrá bien, Calvin —dije y él acarició mi cabello tiernamente. —No hay duda. —Calvin dijo y me sonrió—. Anda ahora y vete a jugar, pero mantente alejado del área del templo, ¿entendido? —Entendido —afirmé. Mi nariz estaba congestionada, así que la limpié con mi brazo. —Por Kovz, tu si que eres un niñito lindo, Kely. Eso si que me hizo sonreír aun mas. Mientras Calvin se alejaba, yo lo miraba y pensaba: mi amigo más antiguo en todo el mundo. Sus hombros eran amplios y ondulados bajo su camiseta. —Todo saldrá bien —repetí pensativamente—. Potus llegará esta noche. —Alegremente comencé a trotar hacia el centro de la ciudad en busca de mis amigos. —¿Qué has dicho? —Calvin me detuvo. Se detuvo de repente. Cuando volteé a mirarlo, inmediatamente caminó hacia mí y sus manos grandes sujetaron mis delgados brazos. —¿Ahora qué? —pregunté. —¿Has dicho que Potus vendrá? Asentí con la cabeza; estaba un poco confundido por la reacción de Calvin. —¿Y cómo lo sabes? —Él me lo dijo —respondí. —¿Cuándo? —En Labar —expliqué—. Dijo que vendría en seis meses y ello es hoy. No entendía cómo era que yo sabía esa información. Por un momento sentí como si hubiéramos vivido en las ruinas por años, no solo por seis meses. —¿Te dijo el porqué? —Me dijo que era de un trato acerca de bienes inmuebles. —Ah… —Calvin se tornó pensativo. Me soltó los brazos y comenzó a alejarse de nuevo. —¿Calvin —le pregunté antes de que se fuera—, qué son bienes inmuebles? Él me sonrió. —Ya se verá, Kely. No estoy seguro de lo que signifique, pero ya lo veremos. Si él no sabía lo que significaba, menos yo. Dentro de mí, tal vez yo si sabía, pero no conscientemente. Sin embargo, no le di mucha importancia y continué mi camino hacia las partes seguras de la ciudad. Si en verdad quería superar el tesoro de Kelly, sabía que me iba a costar mas trabajo. No obstante, algo más pasaba por mi mente, algo en mi interior acerca de Potus. Sabía lo que era: tenía miedo. Poco quedaba de la Ciudad de Kovz. Los Ancianos la habían devastado con fuego del infierno, demoliendo todos los edificios, la galería de las estatuas; derritiendo las puertas de hierro forjado y destruyendo los ladrillos de oro que formaban los pasillos. Con un poco de imaginación, podías ver que lugar tan hermoso solía ser y, yo estaba repleto de imaginación. La antigua ciudad fue construida como una rueda de carreta: un gran circulo de aproximadamente una legua de diámetro. En medio, había un centro comunitario y un parque rodeado de estatuas y senderos. Desde ahí, caminos dorados salían en todas direcciones y cada camino conducía hacia uno de los diez edificios principales. El único que todavía estaba habitable era el palacio y, solo el ala norte había resistido el ataque. El ala sur eran solo escombros. En ese momento, nuestra exigua población de cincuenta y tres personas se alojaba ahí. Antes de la guerra, el palacio era un majestuoso edificio, opulentamente decorado con obras de arte y cientos de habitaciones. Al sur del palacio se encontraba el templo, un edificio aun más imponente cuando existía. Nunca teníamos ritos de adoración ahí. Al igual que los Ancianos, los Niños de Kovz éramos los elegidos y el culto a nuestro Dios no era requerido. No obstante, el templo era usado frecuentemente para ceremonias y, también era usado para alabar a nuestro Dios con canciones. Habíamos tenido un coro de niños impresionante. El Templo había sido un gran edificio capaz de alojar casi una totalidad de cinco mil personas, es decir, la población entera de la ciudad. Era una estructura redonda con un altar en el centro. Alrededor había filas de bancas dirigidas hacia el centro. Arriba, una cúpula se elevaba en lo alto hasta el cielo con una abertura que dejaba entrar la luz directamente sobre el altar. Al norte del palacio, estaban las mansiones donde los niños vivían. Cada mansión albergaba a ochocientos niños. La más cercana al palacio era la Casa Blanca en la que vivían los más pequeñitos de todos los Niños de Kovz. Siguiendo la circunferencia se encontraba la Casa Azul Claro, la Casa Azul, la Gris, la Amarilla, la Verde y la Púrpura. Cada una de las mansiones estaba pintada del color que representaba, pero de buen gusto y estilo. Cada una estaba equipada con un gimnasio, una piscina, canchas de juego; todas las cosas que los inquietos Niños de Kovz necesitaban. Más allá de las mansiones había huertas; cientos de acres de ellas. En algunas se cultivaban cereales, en otras, hortalizas y viñas y otras se usaban como ranchos. Estos eran atendidos por varios cientos de hombres y niños humanos. Muchos de ellos eran eunucos. La castración era un castigo común que se infligía en varios reinos alrededor del mundo; Kovzland se había comprometido a rescatar a aquellos hombres de tales suplicios. A cambio de atender nuestras granjas, recibían una vida digna y agradable, mucho mejor que cualquiera del mundo de afuera. Ahí también era donde los niños humanos vivían. La mayoría eran huérfanos; una situación común en un mundo que apreciaba la guerra. Muchos otros niños habían huido de sus casas, escapando de la violencia y crueldad familiar. Eran visitantes frecuentes de nuestra ciudad; algunos trabajaban como esclavos, pero más comúnmente como huéspedes. Todo ello había desaparecido. Casi cinco años después de la guerra contra los Ancianos, los campos estaban llenos de hierbas y maleza. Aun había algunas provisiones donde ahora la mies crecía sin control, aunque no duraría para siempre. Los cincuenta y tres miembros de Kovzland ya estábamos cercanos a la inanición. La ciudad estaba situada en el centro de la cordillera de Zanvera donde había un área de exuberante belleza. También estaba situada sobre las orillas del Lago de Zanvera que bien podía llamarse mar, pues era muy extenso, tan extenso como para perderse sobre el horizonte y ocultar la otra orilla. Aparte del mar, también las montañas nos rodeaban, la mayoría con la cima cubierta de nieve. La única manera de acceder a este paraíso natural era por un pasaje entre las montañas al Oeste. Naturalmente, era un lugar hermoso. En cuanto a diseño arquitectónico, la Ciudad de Kovz había sido una obra de arte. Todo ello extinto totalmente. Caminaba entre las ruinas del antiguo centro comunitario, decidiendo adonde ir. El centro comunitario había sido excavado por todos lados en el transcurso de las pocas semanas desde nuestra llegada; por tanto, no era probable el encontrar algo ahí. No había sótano, así que era completamente seguro también: no había cuevas subterráneas en donde los niños se pudiesen meter y correr el peligro de un derrumbe. El templo era el único lugar donde potencialmente pudo haber algún tesoro, pero de ninguna manera iba yo a regresar ahí y arriesgar a que me fueran a dar otras nalgadas. Algún día lo haría. Un día mi curiosidad y deseo de encontrar un valioso artefacto me impulsaría a romper las reglas de nuevo e ir a explorar. Sabía que iría de nuevo, pero no hoy; no cuando mis nalgas se sentían calientes por los azotes de Calvin. Iba en camino hacia las ruinas de la Casa Amarilla cuando me topé con Garrik sentado en el piso, armando algo con unas varas. Garrik era un niño humano, uno de los huérfanos que habían viajado con nosotros desde Labar hace algunos meses. Él era adorable, con cabello café y unos ojos cafés claros. Solo tenía diez años de edad con una tez suave y apiñonada. Igual que yo y los demás niños, él estaba desnudo y la delicada suavidad de su cuerpo estaba expuesta para ser admirada. Tenía un pene de tamaño normal para un chiquillo de su edad, incircunciso y pequeño, pero moderadamente grueso dentro de su bronceado prepucio. Es superfluo decir que todavía no llegaba a la pubertad y que sus genitales eran suaves y sin vello púbico igual que yo. —Hola, Garrik. —Sonreí y me senté en el suelo junto a él junto a lo que estaba construyendo con las varas. —Hola, Kely. —El niño sonrió con una dulce, más bien tímida sonrisa. Él tenía un arete de oro que lo hacía ver aun más simpático. Tal como yo, él estaba acostumbrado a estar desnudo, particularmente con otros niños impúberes. A pesar de que miraba mi pene y mi cuerpo, no se sentía, en lo mínimo, incomodo con mi desnudez; ni yo con la suya. —¿Qué estas haciendo? —le pregunté. —Nada. —Garrik hizo un ademán con los hombros—. ¿Y tú? —Estaba explorando el Templo, pero Calvin me descubrió —respondí, alardeando. Garrik sabría que había roto las reglas, algo que cualquier niño respeta. —¿Te dieron de nalgadas? —él preguntó; sus ojos cafés mirándome con interés. Moví los hombros admitiéndolo. —Sí, pero no me dolió. —Esta era, por supuesto, una mentira, pero Garrik no lo sabría. —¿Dónde esta Kelly? —Garrik preguntó. Kelly y yo andábamos juntos frecuentemente que, obviamente, los demás chicos esperaban verme con él siempre. Encogí los hombros en señal de que yo era muy independiente como para saber el paradero de alguien más. Me quedé mirando el pene del niño de diez años, tan lindo sobre sus tersos testículos. Previsiblemente, sentí una pulsación entre mis piernas que comenzó a aumentar; se me estaba poniendo duro el pene, que era mas como el de un niño que del de un jovencito, delgado y lampiño. Observé cómo se me levantaba de mi escroto, apuntando hacia arriba, midiendo unos nimios 7.62 cm. Estaba circunciso, como la mayoría de los Niños de Kovz, y mi pito terminaba en una cabecita en forma de casco que estaba sonrojada por la intensidad de mi erección. Volteé a ver si Garrik se había dado cuenta de excitación. Él estaba sonriendo como un querubín, sus mejillas estaban sonrojadas penosamente. Se rió entre dientes y me miró. —Se te puso duro. —Garrik dijo inocentemente. —Sip. ¿Me lo chupas? —le pregunté. Él se rió entre dientes de nuevo. —Está bien. —Garrik dijo, acercándose a mí. Me recosté sobre el tibio suelo mientras el niñito desnudo se colocó entre mis piernas. Mi respiración ya estaba alterada por mi excitación mientras veía su linda carita acercándose a mi erección. Cuando sus labios se aproximaron, su manita cogió mi pirulí, dirigiéndolo hacia abajo y su boca descendiendo sobre este. Mi pene cabía bien en su boquita, su paladar empujando contra la cabecita en forma de champiñón. Mi aguda voz de chiquillo gimió en de placer cuando sus labios húmedos hicieron contacto con mi terso pubis; sus dedos deslizándose suavemente y acariciando mi “canicas”. Después de seis meses, todos los Niños de Kovzland se habían vuelto muy hábiles en los juegos sexuales con otros niños y Garrik no era la excepción. Me chupó el pene justo como a mí me gusta: no muy toscamente, sino suavemente y deslizando su boquita lentamente. Se sentía de maravilla cuando sentí sus labios moviéndose de arriba hacia abajo y su lengua moviéndose sobre la cabecita de mi pene como si fuese un caramelo. Mientras sus deditos acariciaban mis testículos, puso sus manos sobre mi suave y plano vientre, acariciándome lentamente de un lado a otro, colmándome de placer. Como si en un embrujo, miré entre las piernas del niño justo cuando su impúber pene comenzó a moverse y a enderezársele. Lentamente, el prepucio comenzó a retraerse justo lo necesario para revelar su glande colorado. Cuando se endurecía su erección, su glande emergió un poco más y pude ver el pequeño hoyito de su uretra. Su erección era casi del mismo tamaño que la mía, pero era un poco mas gruesa y se veía tersa por el grosor de su prepucio. Por abajo, sus canicas se retrajeron contra su cuerpo dentro de su escroto, el cual era del mismo grosor que su prepucio. Por todas partes, el niño era piel suave, tersa y sin vello. —Garrik —hablé con mi respiración moderadamente acelerada—, déjame chuparte el tuyo también. Una tímida risita con voz de niño se oyó, amordazada por mi pene. Torpemente, movió su cadera hacia mi cabeza. Mientras el continuaba chapándomelo, ambos nos apoyamos de lado hasta que mi cara estaba cerca de sus partes bajas. Por Kovz, si que tenía un penecito hermoso; el glande colorado aun seguía semi cubierto por el prepucio. Lo cogí con mis dedos y suavemente deslicé la piel hacia atrás; el glande en forma de honguito salió mostrándose ante mis ojos. Su infantil pene estaba rígido y podía sentir cómo latía su corazón enviando sangre hacia su miembro para mantener la erección. Le besé el glande amorosamente y él se rió tiernamente de nuevo. Con mucha dulzura, saque mi lengua y recorrí su glande. Sabía rico, no muy diferente que lamer su brazo o su vientre. Con mis dedos suavemente tirando de su prepucio, lentamente envolví mis labios alrededor de su glande, lentamente deslizándolos sobre el cuerpo de su pene hasta que todo estaba dentro de mi boca y podía sentir su escroto contra mi barbilla. Esta era mi actividad favorita: la pulsante erección del pene de un niño en mi boca siempre era fenomenal y, sabiendo que lo estaba complaciendo a él también, era aun mejor. Una de mis manos comenzó a acariciar sus testículos y la otra se deslizó sobre su cadera, suavemente apretando sus nalguitas redonditas. Sonidos de sorbos y chupetes acompañados de gemidos sopranos se escuchaban mientras nos mamábamos el uno al otro. Nuestros tersos cuerpecitos se meneaban levemente mientras la sensación placentera en nuestras erecciones crecía y crecía. Una ligera brisa acariciaba nuestros cuerpos, confortante bajo el calor del sol que nos rodeaba mientras hacíamos el amor. Ninguno de los dos duró mucho. Como la mayoría de los chicos, no éramos muy hábiles para prolongar el placer y entre mas se incrementaba, más ansiosos nos poníamos por llegar al clímax. Balanceando mi cadera contra su carita, y gimiendo silenciosamente por el intenso placer en mis entrañas, sentí la cúspide del orgasmo pulsando sobre mi pene. Mi cuerpo delgado se sacudió, como siempre, a la llegada del orgasmo; mis pequeños músculos flexionándose incontrolablemente y empujando mi pueril erección hacia delante, hacia la calida y húmeda boca del otro niño. Aun era muy pequeño como para poder eyacular esperma; sin embargo, mi pene lo intentaba instintivamente. Mientras mi pene intentaba eyacular en vano, ondas de placer orgásmico inundaron mi cuerpecito llenándolo de una calida sensación de felicidad y satisfacción. No importaba cuantas veces tuviera sexo, siempre era maravilloso, placentero y relajante. Dichas ondas de placer parecían estimular mis músculos y cada célula de mi cuerpo: me sacudía y gemía de regocijo. Sentía que me faltaba el aire mientras el orgasmo llegaba a su fin; aun así, no quería sacarme el pene de Garrik de la boca, sabiendo que el también merecía un buen orgasmo. En consecuencia, mi respiración jadeaba por mi nariz, soplando sobre la tersa piel alrededor de su erección. Él seguía chapándomelo a mí, pero sus pueriles gemidos me indicaban que estaba a punto de llegar al clímax también. Mis dedos asieron suavemente su erección justo donde se unía con su lindo cuerpo. Lo apreté firmemente, sin lastimarlo, y sentí cómo su corazón bombeaba sangre, su cuerpo de diez años se tensaba; su cintura estaba a punto de sacudirse en deleite. De repente, la rigidez de su cuerpo comenzó a contraerse en espasmos que llevaron su pene más profundamente en mi boca. Varias veces su cuerpo se sacudió hasta que sentí las pequeñas contracciones a lo largo de su miembro pueril, que como el mío, trataba precozmente de eyacular esperma el cual aun no producía. El niño gruñó agitadamente cada vez que su orgasmo le inundaba, su tierno cuerpo balanceándose sobre el suelo. Era tan satisfactorio ser la causa de su placer, así como, sentirlo yo mismo y sentirme contento al saber que el también estaba siendo tales sensaciones. Cuando finalmente terminamos, permanecimos recostados un rato para recuperarnos. Ambos necesitábamos recobrar el aliento, así que soltamos nuestros penes y nos reclinamos respirando apresuradamente. Nuestros penes no perdieron su erección instantáneamente. A diferencia de algunos chicos que necesitan algunos minutos para recuperar las fuerzas, los mas jóvenes podíamos permanecer erectos por largo tiempo e incluso tener varios orgasmos sin descanso. Después de un rato de reposo, ambos estábamos felices y llenos de energía de nuevo; nuestros penes estaban mojados por nuestra saliva. —Quiero ir a explorar por la Casa Amarilla —dije mientas le sonreía al tierno niño—. ¿Me acompañas? —Vale. —Me sonrió con su carita linda y sonrojada. Pasamos el resto de la mañana explorando desnudos por las ruinas de la vieja mansión. Garrik era un buen compañero, lleno de pueril entusiasmo. Yo disfrutaba ver su lindo pene columpiándose sobre su escroto cuando caminaba. Ya era la hora del almuerzo y aun no habíamos encontrado algo que superara la esfera de cristal de Kelly; así que, nos regresamos al palacio con los brazos sobre nuestros hombros como novios. El almuerzo era algo trivial, no le dábamos mucha importancia. Consistía de ensalada y pescado. Al ser niños en crecimiento, siempre teníamos hambre, pero era suficiente con lo que teníamos. La comida era servida por Brendan Smith, el joven coronel del ahora extinto ejército de Kovz. Fue él quien me había guiado la mayor parte del camino hacia la Ciudad de Kovz y también el que presencio cómo destruí al Anciano que había asesinado al Guardián Eric Flynn. Era un apuesto joven de quince años de cuerpo fornido que se notaba bajo su camiseta como todo un adolescente. —Oí por ahí que alguien se ganó unas nalgadas. —Brendan se mofó de mí con una sonrisa mientras alborotaba mis cabellos rubios. Yo asentí con los hombros. —Ni me dolió —dije. —¿Ajá? Tendré entonces que comentárselo a Calvin. —¡No, no lo hagas! —dije inmediatamente—. Quiero decir, ni me dolió mucho pero si lo suficiente. —Ah, bueno. —Me sonrío; su mano grande acariciaba mi espalda desnuda. —Garrik, ¿limpiaste tu cuarto esta mañana? Mi amiguito asintió con la cabeza. Que buen niño era. Justo cuando estábamos terminando de comer, Kelly llegó al comedor seguido por una docena de niños de nuestra edad. Todos ellos estaban desnudos como nosotros, con cuerpos delgados, caritas jóvenes y adorables. Kelly siempre había sido un niño muy popular. A la edad de diez años tenía un suave cabello rubio y una carita de lindura natural. También era reconocido como Príncipe de Kovzland y un dispuesto compañero de juegos sexuales para cualquier niño. Si contamos con que poseía el tesoro mas apreciado por los demás, no era sorprendente que atrajera todo un bando. Se suponía que era mi mejor amigo, pero su repentina popularidad con los otros niños me hacía sentir como plato de segunda mesa. No queriendo ser uno mas de sus admiradores, me había alejado de él ya ni siquiera habíamos dormido juntos como solíamos. Como si me importara. Garrik me era suficiente. ¡No necesitaba a Su Majestad! —¿Y encontraste algo, Kely? —El Principito me preguntó mientras él y sus amigos se sentaban junto a nosotros. —¿Y quién dice que andaba buscando algo? —dije, fingiendo destinteres. —Calvin. —Kelly respondió riéndose entre dientes en coro con los otros niños. Todos, obviamente, sabían que me había ganado unas nalgadas por ir al templo. Así era cómo los chicos mayores se mantenían informados. Ellos alardeaban al que le daban nalgadas. Ninguno podía guardarse algo en secreto. —Solo por que tú eres una gallina como para ir —respondí molestamente. —No es necesario —Kelly sonrió—, porque ya tengo la esfera. —¡Viva! —Un niño llamado Chad exclamó—. ¡Kelly es el rey! Los demás aclamaron al unísono. Chad era un niño de doce años con una gruesa cabellera café aparentando un inocente y lindo niño. El era conocido por masturbarse constantemente, mas por estar interesado en frotar su propio pene que el hacerlo con otros niños. Sin embargo, sabía que él y Kelly lo hacía frecuentemente y eso me ponía celoso. Siempre me ponía celoso de otros niños los cuales percibía como más lindos que yo, y el colmo es que eso aplicaba para cada niño que yo conocía. —Será mejor que Erin no te oiga decir eso. —Brendan sonrió mientras servía comida a los otros niños. —¿Oír qué? —Una voz de joven soprano de repente se escuchó del otro lado del comedor. Justo a tiempo, ahí estaba Erin, el Rey de Kovzland. Lo había conocido desde Villa Tarsec cuando fue rescatado de la muerte segura cuando el Guardián Eric vino a rescatar al joven apuesto. Tenía trece años de cabello castaño claro y una cara verdaderamente angelical, con un bronceado dorado. Traía puesto una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos cubriendo un delgado pero exquisito cuerpo lleno de pubertad. —El joven Chad estaba punto de proclamar al Príncipe Kelly como el nuevo rey. —Brendan sonrió. —No era de a de veras. —La voz chillona de Chad rápidamente; su pueril carita sonrojada en pavor. No era para tanto. Si en realidad hubiese hecho algo malo, se ganaría unas nalgadas, pero una pequeña broma nunca metía a nadie en problemas. Como la mayoría de los forasteros, Chad tenía asimilado un miedo hacia la realeza. —Chad se la ha estado jalando mucho. —El Rey sonrió y me besó en la mejilla y se sentó junto a mí. Todos los demás nos reímos del comentario del niño masturbador compulsivo. Me sentí redimido. —Erin, ¿jugaremos fútbol hoy? —Kelly preguntó, sentándose correctamente en la silla. Era, como todos, un niño con mucha energía de sobra, pobremente capaz de controlar su hiperactividad. —Yo creo que no. —Erin respondió, comenzando a comer los alimentos que Brendan le sirvió—. Al parecer hoy tendremos visitantes —agregó mirándome. —¿Quién? —Kelly preguntó emocionadamente. —¿Quién? —Un niñito, de nueve años, llamado Perry repitió. Todos los demás niños estaban atentos, sentados, ansiosos de saber acerca de un algún recién llegado. No solo significaba un cambio en la rutina, sino también un visitante era tal vez un niño más para jugar y a nuestros chicos ciertamente les gustaba la diversidad. —Sir Potus. —Erin contestó, instantáneamente bajando el ánimo de los demás niños. —Un viejo gruñón. —Un niño, de ocho años, llamado Scott replicó. —Sí —Perry dijo—, oí que tiene como cien años. —No precisamente. —Brendan rió—. Además el no juega con niños. Perry mostró desinterés con sus pequeños hombros. Un hombre, incluso uno de cien años de edad, al que no le gustaba jugar, era algo completamente irrelevante en su mente pueril. —Niños, él será nuestro huésped de honor —Erin dijo—. El Guardián Calvin castigará a todo el que no sea cortés con él. —No se quedará por mucho tiempo —dije sin mirar a alguien. —¿Y tu cómo sabes? —Perry preguntó. —Él nunca se queda mucho tiempo —respondí y me levanté de la silla dirigiéndome hacia la puerta. El miedo irracional hacia Potus había surgido de nuevo en mí. Quería llorar y no sabía el porqué. Nadie me detuvo ni me siguieron mientras abandonaba el comedor hacía lo que antes habían sido los jardines del palacio. El único recuerdo lúcido de Potus era reciente. Hace seis meses nos habíamos conocido en una taberna el Labar. Una prostituta llamada Nancy me coqueteó por alguna razón y Potus me había salvado de esa vergonzosa situación. Sin embargo, sabía que existían otras memorias ocultas dentro de mí. Conocía a Potus por mucho más tiempo que solo seis meses. Sin darme cuenta, ya había regresado a las ruinas del templo. En cualquier momento esperaba que Calvin viniera a darme otras nalgadas, pero no se presentó. Mis pies descalzos pisando cautelosamente sobre los escombros. Me encontré de nuevo bajando la misma escalera. Afortunadamente, el sol estaba resplandeciendo directamente dentro del agujero; sentí mi corazón acelerase mientras descendía una vez mas por los escalones. Con el sol en tal posición, la habitación que ingresaba estaba lo suficientemente iluminada como para ver lo suficiente; al menos hasta que mis ojos se acostumbraron a la tenue iluminación. Para mi deleite, me encontraba en una habitación llena de tesoros que fácilmente eclipsarían la esfera de cristal de Kelly. Había estatuas de cristal de niños, vasijas y tazones de oro y plata, artefactos cubiertos de gemas que no sabía que eran. Me aproximé a una loza de mármol sobre la cual estaba colocado un mantel bordado de seda. De repente, la habitación se oscureció completamente. Sentí un pánico profundo pensando que ya me habían descubierto de nuevo. Estaba tan asustado que mi vejiga se relajó, completamente fuera de mi control, un chorro de orina salió de mi pene. Temblando de miedo y de frío, trate de parar el chorrito con mis manos, pero no lo logré, el tibio liquido se escapaba entre mis dedos. Entre tanto, dos oscuros sujetos bajaron por la escalera. Eran grandes, mucho mas grandes que yo y, sabía que me iban a dan unas buenas nalgadas por haber venido a las ruinas de nuevo. —Tranquilo, Kely. —Uno de los sujetos dijo—. Esta vez no estas en problemas. Reconocí la voz de Calvin y pude oírlo reír probablemente por me estaba yo orinando de pie. El otro sujeto se movió contra la pared y una chispa encendió una flama. Un fósforo. Con la luz de la llama, pude ver la linda cara de Jonathan Quade. Él se dirigió hacia uno de los muros y comenzó a encender los candelabros. Pronto la habitación estaba completamente iluminada y pude ver todos mis tesoros. También estaban Jonathan y el Guardián Calvin. Mi vejiga ya se había vaciado, pero continué cubriendo mi pene y testículos con mis manos, más bien por vergüenza que por necesidad. —No te preocupes, Kely. —Jonathan sonrió mirando el charquito bajo mis pies. Jonathan tenía dieciséis años y había sido un antiguo residente de Villa Tarsec antes de que el Guardián Eric lo hubiera teletransportado junto conmigo por seguridad. A pesar de aun tener la delgada figura de un adolescente, su cuerpo era macizo con músculos. Al igual que Calvin, su pecho se hinchaba bajo su camiseta junto con sus brazos con musculosos bíceps y antebrazos. —Bueno, sabía que no te podría mantener alejado de aquí por mucho tiempo. —Calvin sonrió y puso su imponente mano sobre mi hombro—. ¿Acaso sabes lo que encontrarías aquí? Moví mi cabeza en signo de desconocimiento y comencé a mirar a mí alrededor. —¿Qué es este lugar? —Este es el templo —explicó el joven— que solía ser la fuente de poder de Kovzland y aun lo es, bueno, lo que nos queda. Con la luz de las velas pude ver que majestuoso era mi hallazgo. Pude también ver que la habitación había sido recientemente ocupada, limpiada y organizada. —¿Qué hacéis vosotros aquí? —pregunté. —El entrenamiento de Jonathan. —Calvin explicó a la vez que Jonathan se acercó—. El será nuestro nuevo Sumo Sacerdote. Jonathan era un joven serio de cabello rubio y cara bien parecida. Me miró con una expresión solemne que comúnmente usaba. —Si Kovzland va a ser soberano de nuevo —Calvin continuó—, vamos a necesitar a alguien que prepare nuestras defensas. Los Guardianes hemos elegido a Jonathan. —Por tal razón Eric dijo que sería uno de los niños mas importantes de Kovzland —dije, recordando la charla que había tenido con él alrededor de una fogata, meses atrás. —Exactamente. —Calvin sonrió—. Te lo hubiésemos dicho, Kelvin, pero la confidencialidad era importante. Nuestras defensas están muy bajas por ahora. No podíamos arriesgarnos a que los Ancianos se enteraran. —Ya veo —dije—; todas estas cosas deben valer una fortuna. Empecé a dar vueltas por toda la habitación observando todos los objetos, inclusive reconocí la lámpara y el medallón que había encontrado conmigo en Tarsec. —Son muy valiosas, pero principalmente, por ser un legado de la magia de Kovzland; son objetos que nos protegen y nos sirven. Me temo que la mayoría se ha perdido entre las ruinas; esto es todo lo que hemos podido encontrar. —¿Cómo las recuperaremos? —pregunté. —Seguiremos buscando. —Calvin aseguró—. Una vez que Jonathan haya terminado su entrenamiento, podrá fabricar más. —¡Guau! ¿Qué es esto? —pregunté; mis dedos tocando el tapiz sobre la pared de mármol. Una historia era contada con imágenes, mostrando exquisitas representaciones de niños desnudos, involucrados en escenas violentas, otras majestuosas. Pude reconocer a Calvin en algunas de las imágenes y a los demás Guardianes. Había también varias imágenes de un adolescente que semejaba una joven versión de Potus. —La Historia de Kovzland —agregó Jonathan; su voz grave resonando en toda la habitación—. No es muy poderosa ahora, pero una vez que la hayamos recargado será el más poderoso talismán que tendremos. —¡Guau! —exclamé de nuevo. La seda era muy suave pero gruesa; no se parecía a ninguna otra seda que yo haya tocado. Sentí un cosquilleo en mi cuerpo mientras la tocaba y, para mi sorpresa, mi pene se me empezó a poner duro. Debieron haber sido las imágenes de los niños desnudos, pues mi pirulí con cabecita de champiñón apuntaba hacia arriba de nuevo. Dejé de tocar la tela y entonces el cosquilleo cedió, pero no mi erección que estaba levantada en toda gloria. Volteé a mirar a Jonathan y Calvin quienes sonreían a mi cuerpecito excitado. —Ven, pequeño. —Calvin dijo, envolviendo su grueso brazo alrededor de mis hombros delgados—. Al parecer, necesitas regresar con tus amiguitos. Me hubiese gustado que aquellos jóvenes me hubiesen complacido ahí mismo, pero no lo hicieron; en lugar de ello, me guiaron hacia la escalera donde el sol brillaba sobre mi erección llena de una impúber excitación. Los Niños de Kovz no éramos humanos, excepto en apariencia. A diferencia de los niños humanos, nosotros estábamos hechos para el sexo. La búsqueda por liberar nuestras sensaciones en orgasmos alimentaba la magia de Kovzland. Por tanto, nuestro interés y necesidad de sexo era mucho mas potente que en los humanos. Incluso un niño como yo, que probablemente era muy joven para estar en la pubertad, sentía el fuerte impulso del deseo sexual. En comparación con un niño humano cuya necesidad de orgasmo se presenta hasta la pubertad, los Niños de Kovz generalmente comenzaban a sentir esta necesidad mucho antes que aparecieran los primeros indicios de pubertad. Era común que los Niños de Kovz de seis y siete años de edad estuvieran sexualmente activos. Un Niño de Kovz en la pubertad necesitaba tener relaciones sexuales varias veces al día. Toda la energía emanada de nuestros orgasmos flotaba como electricidad en Kovzland, creando un hechizo mágico sobre todo nuestro reino. Esta energía se retroalimentaba en si misma y entre mas abundara, mas placenteras eran las experiencias sexuales para los Niños de Kovz. En ese momento, como Calvin lo había dicho, no había suficiente energía, así que nuestros deseos y sensaciones no eran muy diferentes a las de los niños humanos. Sin embargo, si nuestra magia aumentaba, también aumentaban nuestras prácticas sexuales. Había, además, otras diferencias en la fisiología de los Niños de Kovz, pero no eran aparentes a simple vista y solo cobraban significado en Kovzland. Por el momento, me estaba sintiendo muy excitado. Cuando Jonathan y Calvin me conducían de regreso al palacio, de repente sentí una extraña tranquilidad. Mi erección se desvaneció hasta que mi pene se volvió pequeño y flácido sobre mis testículos. —Ya viene Potus —dije con cierta sensación de miedo y tristeza. Ni Calvin, ni Jonathan me cuestionaron, pero se tornaron más solemnes. —Llegará desde el Oeste —agregué. Me adelanté y ahora los dos jóvenes me seguían a poca distancia. Aunque me sentía pequeño y asustado, caminé a la parte frontal del palacio, guiándolos a la gran explanada principal. Alguien debió haber notado nuestra reunión y avisado a los demás, porque pronto se corrió la voz. Mientras Calvin, Jonathan y yo estábamos por la baranda, los otros cincuenta Niños de Kovzland comenzaron a reunirse atrás de nosotros. Se nos unieron Brendan y los otros Guardianes presentes en Kovzland: Rick, Stratton, Garrik Greene y Terry Carver. —¿Ya ha llegado? —Rick preguntó. Calvin asintió. Todos mirábamos hacia el Oeste hacia donde el sol comenzaba a ocultarse tras dos cerros. De repente apareció una figura centellante como una estrella en el camino. Comenzó a agradarse conforme se acercaba hasta que se reconoció la figura de un jinete. Potus. Como siempre, estaba vestido con una reluciente armadura dorada, destellante con la luz del sol. Su caballo blanco también tenía una armadura y era tan grande como el hombre mismo. Cabalgaba hacia nosotros y yo mi incertidumbre se incrementaba. Sentí como mi espalda hizo contacto con el cuerpo de un niño mayor, un joven musculoso que traía una camiseta. Sin pensarlo, envolví mis brazos a su alrededor y me di cuenta que se trataba de Chris Anderson, el General del extinto ejercito de Kovzland. Me abrazó también; sus imponentes manos tiernamente acariciando mi piel desnuda. Con caballo al galope, Potus cabalgaba con la experiencia de un jinete que montado caballos por mas de dos mil años. El metal de su armadura no hacía ningún ruido a pesar del rápido golpeteo de las herraduras del caballo sobre el suelo. Cabalgó por las ruinas sin reducir su velocidad, dirigiéndose directamente al palacio, hacia nosotros. Cuando llegó ante nosotros, su caballo hizo una suave parada y se quedó quieto. No traía casco y su viril cara se veía preocupada tras una gruesa cabellera café. —Bienvenido, Sir Potus, primo de los Guardianes —dijo Calvin con voz potente. —Calvin —El hombre asintió mientras sus ojos miraban el desastre de lo que había sido la hermosa Ciudad de Kovzland—, si que os golpearon fuerte —agregó. Calvin asintió y observó junto con Potus. El palacio estaba en alto terreno y desde el atrio era fácil observar la ciudad entera. —Así es —asintió de nuevo. —No será posible reconstruir esto —aseguró Potus. —No tenemos otra opción que intentarlo. —Calvin dijo—. Aun tenemos algunos talismanes. Potus exhaló casi burlonamente. —Rick… —se dirigió al Guardián. —Potus. —El joven respondió. Rick semejaba tener entre dieciocho y diecinueve años de edad con pelo amarillo rubio y ojos azul claro. Al igual que Calvin, el mantenía su cuerpo en buena forma y era musculoso. Había llegado de Labar poco después de nosotros, trayendo consigo un pequeño grupo adicional de niños. —¡Garrik!…, ¡Terry! —Potus continuó llamando a los Guardianes. —Primo… —Garrik respondió. Garrik era el mas lindo de los Guardianes, según yo; de alrededor de catorce años con cabellos café y ojos azules. Terry tenía casi quince con cabello café también y ojos verdes. Era alto y delgado, su cuerpo bien tonificado. —¿Qué le pasa a Kelvin? —El hombre preguntó, pero yo ni me había fijado que me estaba mirando. —Su mente va y viene. —Calvin explicó mi pueril comportamiento—. No hemos podido recuperarlo completamente. —¿Sabes quien soy yo, niño? —preguntó repentinamente, sus ojos azules mirándome fijamente. —Usted es el hombre de Labar —dije en voz pueril. Potus entonces me miro disgustadamente y volteó hacia otro lado. —Ya no hay suficiente poder aquí, Calvin. —Potus dijo. —Reconstruiremos el reino. —Los Ancianos lo conquistarían de nuevo. —Potus exhaló—. Ellos suman más de quinientos mil. Ni siquiera cinco mil Niños de Kovz pueden detener tal ejército. Necesitáis mas espacio del que tenéis aquí. —Como he dicho —Calvin repuso cortésmente—, no tenemos otra opción. El Valle de Zanvera es el único lugar con poder suficiente como para darnos una oportunidad. Potus se tornó pensativo por algún momento. En la distancia, se escuchaba la brisa entre los árboles; fuera de ello, todo era silencioso. —Os traigo un obsequio. —El hombre repentinamente proclamó. —¿A cambio de qué? —dije yo de repente. Me le despegué a Chris y mis delgadas piernas caminaron por si solas hasta que me detuve junto a Calvin. Sabía que trataba de mi alter ego tomando el control y destacando de nuevo. —¡Ah! El niño es un hombre, después de todo. —Potus me sonrió irónicamente—. A cambio de nada, mi buen Kelvin. A cambio de paz. A cambio de la amistad de Brendan. A cambio de una venganza en contra los Ancianos. —Al haber dicho eso, escupió al piso maldiciendo a nuestros antiguos enemigos—. Vosotros la necesitáis. —¿Qué necesitamos? —Calvin preguntó—. ¿Cuál es tu obsequio? —La Isla de Zanvera —Potus anuncio haciendo que todos los Guardianes contuvieran la respiración por un segundo y haciendo que mis rodillas se sintieran aguadas—. Podéis quedaros con ella. —Pero… —comencé. —Ya no me sirve. Ya no vivo ahí. —Potus parecía molesto conmigo y no me dirigía la mirada. —Pero te regalé la isla para siempre. Era parte del trato. —Mi voz de niño soprano argumentó. —Así es y, ahora os la regreso. La promesa sigue intacta. No necesito la isla. Ahí sobre el Lago de Zanvera se encontraba, no solamente el corazón de Kovzland, sino el centro del mundo entero. Fue allí sobre las orillas del Zanvera donde todo comenzó. Era allí donde toda la energía del mundo estaba concentrada. Desde ahí, cinco mil Niños de Kovz serían formidables oponentes contra los Ancianos. —¿Por qué estas haciendo esto? —Mi voz pueril preguntó—. Nunca hubiésemos sido capaces de pedírtela. Potus no quería dirigirme la mirada y no lo hizo. Probablemente mi cuerpecito desnudo iluminado con la dorada luz del ocaso era mucho para él. —Como he dicho, vosotros la necesitáis y, si podéis defenderos de los Ancianos, mis intereses estarán plenamente servidos. —¿Te sientes solo, hermano? —pregunté. Sonrió sarcásticamente. —Ya no tanto —respondió—. Es lo mismo con la isla, que sin ella. Prefiero el mundo; va conmigo y yo voy con el. Volteó y me miró; sus ojos fijos con los míos. A pesar de que había cincuenta niños, parecía que solo estábamos Potus y yo. Había dolor en sus ojos y en su cara interés. Lentamente miró mi cuerpo y, de nuevo, a mi cara y entonces me sonrió. —Eres un niño hermoso, Kelvin —dijo, su más dulce frase hasta ahora. —Y tú eres un hombre valiente —respondí. —¿De qué hablan? —Brendan preguntó desde atrás. —¡Sh!, Brendan. —Calvin lo hizo callar—. Ahora no. —Te daré algo a cambio —le dije al hombre. —Pero, mi niño —me sonrió—. ¿Qué podrías darme? Soy el hombre más rico del mundo. Soy más fuerte que el ejército más temible. ¿Qué puedes darme que yo no tenga? —¿Tienes que partir? —pregunté. —Tengo que hacerlo —respondió aun con una sonrisa—. Además, mi mundo es afuera. Con los Ancianos fuera de mi camino, es mi mundo y hago lo que me plazca. Hubo un largo momento de silencio durante el cual Potus miro a otro lado de nuevo. Yo me quedé mirándolo, sintiendo su dolor, pero sabiendo que no podía hacer nada para aliviarlo. —Nos has dado un regalo invaluable, primo. —Calvin dijo, rompiendo el silencio. —No me cuesta nada a mí —Potus respondió; su actitud volviéndose asertiva otra vez. —¿Estas sufriendo? —Solo si me quedo aquí. —Potus afirmó. —Entonces vete —dijo Calvin—, y deja que tu dolor sea nuestro. —Por supuesto, viejo amigo. —El hombre asintió. Observó nuestra escasa población: los niños completamente desnudos; los jóvenes, ligeramente vestidos. Sus ojos se detuvieron en Brendan. —Habrá un torneo en Martel el próximo año, joven Brendan. —Potus sonrió—. Si así lo deseas, sería un gran honor para mi fueras mi escudero. —Soy yo el que se sentiría honorable, Sir Potus. —El joven dio un paso adelante orgullosamente. —Atravesaremos las montañas Centron como lo he prometido. Encuéntrame en Tevlak en la Fiesta de Amok. Será una gran aventura, una digna un joven como tú. —La espero ansiosamente. —Yo igual. Potus volteo hacia atrás para mirarme de nuevo, brevemente antes de mirar al frente otra vez. Sin enunciar otra palabra, giró su caballo y partió galopando hacia lo lejos. Tan pronto partió, lagrimas comenzaron a correr por mis mejillas. —¡Potus! —grite hacia él—. ¡Te amo! Su caballo se detuvo y volteo a verme. —¡Nos volveremos a ver, Kelvin! —Su voz se escuchó a través de las docenas de metros que nos separaban—. Algún día hablaremos del nombre sagrado con nuestro hijo. Habiendo dicho eso, giró de nuevo y continuó su camino. Todos lo vimos desaparecer en la distancia; todos igual de confundidos que yo. ¿El nombre sagrado? ¿Nuestro hijo? Cuando ya se había ido, sentí las manos de Calvin sujetando mis hombros, deslizándolas sobre mi pecho para acariciarlo. Lloraba silenciosamente, con lágrimas sobre mis mejillas. No obstante una parte de mi obviamente conocía a Potus y estaba consciente de la situación, otra parte de mi estaba completamente en confusión. Había solo una cosa que si entendía, lo que había dado cabida a todo mi miedo y mi tristeza: sabía que yo era Potus y que Potus era yo. Esa inferencia era suficiente para asustar a cualquier niño. Aquella noche después de cenar nos reunimos en lo que en el pasado había sido la sala del trono. Estaba intacta completamente a pesar de haber sido acondicionada con varios muebles para que todos los cincuenta niños pudiéramos sentarnos juntos alrededor de la chimenea de mármol para charlar. Era tiempo de contar historias y socializar; un momento para sentirnos seguros y contentos. Era también, inevitablemente, para que eligiéramos un compañero para pasar la noche, porque a nadie le gustaba dormir solo. Sospecho que los chicos mayores previeron la noche para asegurarse de que hubiese abundante actividad sexual a la hora de dormir, justamente para sumar más energía a la debilitada fuente de poder de Kovzland, o para evitar que se esfumara por completo. Fuera de la luz del fuego de la chimenea, la habitación estaba oscura. Los niños estaban reclinados en el suelo, sentados en sillones y acurrucados sobre los sofás. Todos estábamos presentes. Como de costumbre, los niños menores estaban desnudos, que eran casi tres cuartas partes del total. Los chicos mayores traían camisetas y pantalones cortos. Para preservar la alfombra, todos estábamos descalzos. Me senté sobre un sillón afelpado junto a Garrik; nuestros cuerpos desnudos en contacto el uno del otro, abrazados con los brazos sobre nuestros delgados hombros. Sobre el piso, el Príncipe Kelly estaba recostado junto con su grupo de inquietos amigos jugando a las luchas, todos pequeñitos y desnudos. No podían estarse quietos por un momento. Mis ojos se daban turno en observar sus traseros rechonchos y sus penes impúberes mientras jugaban y se meneaban. Para colmo, tuve una erección al mirarlos lo cual hizo reír a Garrik. Juguetonamente cogió mi pito tieso y lo frotó suavemente, lo suficiente como para hacerme sentir placer, pero no para llevarme hasta el clímax. Pronto me hallaba haciendo lo mismo con el, estimulando su grueso penecito para que tuviera una erección y después acariciárselo suavemente. Acurrucados como estábamos, vimos al Guardián Terry acercándose al fuego de la chimenea. Estando en la flor de la adolescencia, Terry era un chico extrovertido de brazos y piernas delgadas en una figura ajustada. Traía una camiseta ajustada a sus músculos y unos pantalones cortos holgados que hacía lucir sus piernas aun más delgadas. Todos se quedaron quietos y en silencio cuando notaron que Terry traía un libro antiguo con cubiertas de cuero y un grabado de oro en la portada con la figura de dos niños desnudos mirando al sol; era el mismo grabado que ya había visto en el medallón que yo tenía cuando desperté en las calles de Villa Tarsec. Terry abrió el hermoso libro, lo cual indicaba que el cuento de la noche iba a comenzar. A todos los niños les fascinan los cuentos; incluso Kelly y sus admiradores se callaron y se recostaron sobre sus pancitas, con las manos sobre sus mentones, atentos para escuchar. Al principio existieron los Guardianes —Terry dio inicio al cuento, sin mas preámbulos—. Nueve hombres valientes y justos llegaron de lo lejos sin conocerse los unos a los otros. Persiguieron un espíritu malvado, acompañados de su Dios pacifico. Ellos y Dios se reunieron en la Isla de Zanvera de donde toda la vida comenzó. Dios les dijo: “Construid tierra de paz en este lugar, porque yo os lo confiero como un jardín donde la muerte no os acechará mas”. Los Guardianes así lo hicieron; construyeron una tierra de paz y amor sobre las laderas de la Isla de Zanvera y ahí adoraban a Dios y crecieron fuertes y justos en la eterna juventud. Con el tiempo, los Guardianes aclamaron a Dios diciendo: “Danos una nueva esperanza, Señor. Permítenos admirar la belleza de la inocencia que había en el pasado. Permite que haya un nuevo futuro para Zanvera”. Pero Dios los amonestó diciendo: “No os dejéis tentar por los aires de la incertidumbre, hijos míos, porque es de peligro intentar erguirse hacia el paraíso. En el anhelo de lo que deseáis obtener, podéis perder la felicidad que ahora poseéis”. Los Guardianes, que eran fieles a Dios, se quedaron en silencio y posteriormente aclamaron: “Sin crecimiento no hay cambio y, sin cambio no placer en la vida. Permite, Señor, que haya un futuro nuevo para Zanvera”. Dios descendió sobre ellos y les dijo: “El peligro yace junto cambio, hijos míos. Abandonad tales ambiciones y no abráis una puerta al peligro”. De nuevo, los Guardianes se quedaron callados. Sin embargo, pronto los anhelos por el cambio se incrementaron y, por tercera vez le imploraron a Dios: “El peligro no nos importa, ¡oh Señor!, envíanos una oportunidad de cambio”. Fue entonces cuando Dios finalmente accedió y les dio un regalo: “He aquí el Instrumento del Cambio. Escuchad atentamente y usadlo con cautela y nunca en exceso. Os advierto que si crecéis, también crecerán vuestros peligros, pues no estamos solos en este mundo. El Destructor, nuestro enemigo, os exigirá como un severo maestro. Renunciad al cambio y desistid en erguiros hasta el paraíso y no perderéis vuestra felicidad”. Los Guardianes escucharon las palabras del Creador y se angustiaron. A pesar de ahora tener el Instrumento del Cambio, no se atrevían a usarlo y así, hubo paz en Zanvera y en todo el mundo. Garrik seguía lentamente tocando mi erección y yo tocaba la suya. El suave calor de su cuerpo desnudo junto al mío y sus tiernas caricias sobre mi pene me hicieron sentir soñoliento y relajado. Mientras Terry hablaba, su dulce voz me hipnotizaba llenando mi mente de visiones del cuento que estaba relatando. Mas que escuchar el cuento, sentí que lo estaba viviendo. Pero, no obstante —Terry seguía leyendo—, los Guardianes no pudieron resistir la tentación por mucho tiempo. Uno de ellos tomo el Instrumento del Cambio y se lo llevó hacia el desierto. Ahí, lo utilizó sobre si mismo, antes de regresar con los demás Guardianes quienes le preguntaron: “¿Qué has hecho? ¿Utilizaste el Instrumento del Cambio?” Él Guardián desobediente lo negó y dijo: “No, solo estaba caminando en el bosque”. A lo largo del tiempo, el Instrumento del Cambio produjo un hermoso bebé, reluciente de áurea luz y, los Guardianes quedaron asombrados. Viendo los resultados, los Guardianes estaban ansiosos de producir más niños; por tanto, el Instrumento del Cambio fue usado una y otra vez. Más niños nacieron hasta que sumaron cinco mil y, todos vivían en un lugar hermoso, lleno de paz, amor y alegría. Buscaron un buen nombre y se autonombraron los Niños de Kovz —los niños del cambio— y, nombraron a su creciente reino Kovzland. —¡Igual que aquí! —Perry dijo emocionado a los niños desnudos en el suelo. —No, tonto —dijo Chad burlonamente al cándido niño menor—. ¿Pues, de que creías que se trataba el cuento, baboso? —No me digas baboso —reclamó Perry; su cuerpecito levantándose sobre sus rodillas, su pene de parvulito aun muy pequeño como para balancearse sobre sus testículos. —Pues lo eres. —Chad rezongó, levantándose también sobre sus rodillas; su pene era mayor que el de Perry, semierecto y erguido sobre sus tersas y suaves piernas. —¡No lo soy! —La aguda voz de Perry respondió más fuerte y daba la impresión que estaba listo para lanzarse a golpes sobre el otro niño mayor. —¡Basta! —La grave voz de Calvin se escuchó, acabando de una vez con la infantil riña. Su cuerpo alto y musculoso se acercó a la chimenea—. ¿Quién de vosotros queréis recibir las primeras nalgadas? Sin otra palabra, ambos niños se sosegaron y se recostaron de nuevo con los demás, riéndose entre dientes, pues sabían que Calvin no les daría de nalgadas si enseguida se comportaban amables. —Dales de nalgadas de todos modos. —El Príncipe Kelly rió con a coro con los demás niños. —¡No, por favor! —Perry sonrió tal como un querubín—. Ya vamos a ser buenos —prometió tiernamente. —Sí, seremos buenos —Chad agregó con una sonrisa igual de angelical. Calvin les sonrió. Sus nalgas redonditas luciendo adorables. —Guardián Terry… —Calvin hizo un ademán al cuentista y sonriendo regresó a sentarse con los chicos mayores. Y luego, cuando los bebés crecieron —Terry retomó desde donde había sido interrumpido—, también aumentó un poder desconocido, porque los Ancianos también estaban creciendo bajo el poder de su propio Dios, el antiguo enemigo del Dios de los Niños de Kovz. El Dios de los Niños de Kovz se les apareció y les dijo: “¿Qué habéis hecho? ¿Acaso no os dije que no crecierais? ¿Acaso no os advertí que no utilizarais el Instrumento del Cambio en exceso?” “Es mi culpa. Te he desobedecido, Señor”, el primer Guardián que utilizó el instrumento dijo. “Yo fui el primero que uso el Instrumento del Cambio”. El Creador estaba tristemente decepcionado, pues ese Guardián había sido su favorito entre los demás Guardianes. Así que, Dios le dijo: “Vosotros siempre habéis tenido dos mentes: una libre e inocente, la otra ambiciosa y llena de deseos de crecer. Entonces, que haya dos cuerpos y que cada uno persiga la vida que desea.” Así pues, Dios dividió a aquel Guardián en dos seres, idénticos en apariencia pero diferentes internamente. Desde ese instante, hubo diez Guardianes de Kovzland. Al Guardián que deseaba el poder y las riquezas mundanas le dijo: “Vete hacia el mundo y no regreses a mi jardín otra vez, porque el día que oses tocar la belleza que mas adoro, ese día la belleza desaparecerá para siempre.” Y aquel Guardián abandonó la Isla de Zanvera para siempre, para nunca más disfrutar de los placeres del jardín. Terry terminó de contar el cuento y, yo me sentí triste a pesar de las suaves caricias de mi amiguito Garrik. No era el relato completo, por supuesto, pues había otro que completaba la historia de la Isla de Zanvera, el documento dado a Potus siglos después, devuelto a nosotros recientemente. Quería llorar, pero no lo haría en presencia de los otros niños. En vez de ello, comencé a tallar la erección de Garrik mas rápidamente, esperando que su gozo calmara mi tristeza. —¿Quién fue ese Guardián? —El pequeño Perry preguntó estando en el piso junto a Kelly. —Es solo un cuento, Perry —Terry respondió gentilmente—. No importa que haya sido tal Guardián. Lo que importa, es que vosotros entendáis que no debéis desobedecer a Dios. —Yo no he visto a Dios —dijo Chad. —Nadie lo ha visto por siglos. —Terry dijo—. Se dice que abandonó a los Niños de Kovz después de la desobediencia y que ya no los defendería. —¿Es por eso que los Ancianos nos vencieron en la guerra? —Kelly preguntó. Terry asintió. —¿Por qué hay un mundo con dos Dioses? —Travis Berenson, mi novio de Labar preguntó. Travis era un niño muy guapo de doce años de edad con cabello rubio y brillantes ojos azules. Era de cuerpo delgado, solo cubierto por unos pantalones cortos. Estaba de pie con los brazos cruzados sobre su gran pecho plano, al parecer, realmente interesado en el cuento. —Pensé que el mundo había sido creado por un solo Dios —dijo Travis. —Hay un buen libro acerca de eso, Travis. —Terry le sonrió a la curiosa mirada del niño—. Si de veras estas interesado, puedes platicar con Jonathan para que despeje tus dudas. De otra manera, vamos a guardar esa historia para otro día. Travis se veía sorprendentemente pensativo acerca del tema. Era un chico muy erótico y no era de esperar que pensara en otra cosa que su pene. Este tema, sin embargo, pareció haber captado toda su atención e interés. —¿Alguna vez aquel Guardián regreso a la Isla de Zanvera? —Un niño de diez años llamado Alex preguntó. Él tenía un adorable cuerpecito, cabello café y grandes ojazos color miel. Era uno de los pocos que no andaba como perrito faldero atrás de Kelly; por tanto, estaba sentado sobre un cojín grande de lado, sus piernitas y su pequeño pene incircunciso a la vista de todos. —Sí —respondió Terry—, pero eso es otra historia. Varios de los niños gruñeron en desanimo, pero Terry levantó su mano para hacerles callar. —Es hora de un nuevo entretenimiento. —Terry dijo, haciendo que algunos niños se animaran. Después de todo, solo había dos formas de entretenimiento. Una era los cuentos y la otra era algo más interesante. —¿Quién tiene el mejor cuerpo en Kovzland? —Terry les pregunto a los niños que ahora estaban sonriendo. Ofrecieron varias respuestas, la mayoría de ellas apuntaba a Calvin. —Averigüémoslo —Terry agregó. Mientras los demás niños se acercaban mas al fuego de la chimenea para el concurso, pude notar que el pequeño Garrik se estaba poniendo mas excitado. Estaba masturbando plenamente su pequeño órgano sexual; sus propios dedos ya habían dejado de masajear el mío. Estaba casi volteando hacia él, lo suficiente para sentir mi suave pecho contra su brazo; mis labios tiernamente besando la suave piel de niño de su cuello. Estaba jadeando suavemente, mirándome penosamente para ver si yo entendía que se lo estaba haciendo en presencia de muchos otros niños, pero estaba tan excitado como para detenerme. Su pito estaba tan tieso como un lápiz. Era divertido ver cómo la cabecita entraba y salía de su prepucio. La multitud reía y animaba mientras los otros chicos se quitaban sus camisetas revelando sus pechos musculosos. A la vez que yo besaba y masturbaba a Garrik, ellos se turnaban mostrándose a los otros niños. Había algo apasionado en lo que le estaba haciendo al niño de diez años. Era como si confiara en que su orgasmo me absolvería de cualquier culpa que yo hubiese sentido, como si su pasión fuera mi salvación. Mientras su delgado cuerpecito comenzaba a tensarse, me agaché con mi mejilla rozando su pecho y su vientre hasta que su penecito estaba frente a mí. Lo envolví con mi boca apasionadamente mientras sus músculos se contraían aun más. Mientras los otros niños mostraban sus cuerpos, Garrik dejó escapar unos lloriqueos y gemidos de su boca, cuando el orgasmo invadió su cuerpo pueril. Se comenzó a agitar aun cuando todos en la habitación se tornaron silenciosos. Todo mundo volteó a mirar lo que estaba sucediendo y me encontraron con mi cara sobre las piernas de Garrik, chupándole el pilín mientras el niño gemía y se agitaba en orgasmo. Cuando se percataron de lo que estaba sucediendo, los otros niños comenzaron a reírse entre dientes y algunos animaban al niñito que yacía sollozando y meneándose en placer. Toda esta atención avergonzó al niño de diez años que no había terminado su orgasmo cuando comenzó a tratar de alejar mi cara de su pene. A pesar de que el sexo entre niños era apreciado, incluso fomentado, en Kovzland, pocos niños de diez años querían que todos supieran que lo estaban haciendo. Era ilógico, pues todos lo hacíamos; aun así, estaba tan avergonzado como Garrik lo estaba. Lo que había empezado como un intento de salvación, se había convertido en un objeto de más vergüenza. Solté su pene y el niño enseguida se puso de pie; su pequeña erección aun pulsante y reluciente entre sus piernas. Los otros chicos todos ovacionaron y rieron, avergonzado a Garrik y, a mí aun más. No entiendo cual era la gracia de que dos niños estuvieran teniendo sexo, particularmente en un lugar donde todos lo hacíamos; de todas maneras, nos inhibíamos y con justa razón, pues mi erección estaba bien parada. A causa de la timidez, el pene de Garrik se le puso chiquito. El mío parecía endurecerse más, cuanto mas intentaba que se ablandara. —Vamos, vamos… —El Guardián Rick dijo, acercándose al grupo de chicos mayores. Al igual que ellos, no traía camiseta, su imponente pecho tonificándose en un lugar donde la mayoría éramos niñitos delgados—…como el resto de nosotros, no creo que estéis celosos. Al parecer he visto pocos penes erguidos en mi vida. Ello era poco probable para un Guardián de dos mil años de edad. Sin embargo, sus palabras fueron atinadas: había copiosas erecciones pueriles en la habitación. —Todos vosotros, id a la cama —dijo Rick con una sonrisa. Ciertamente no había objeción. Los niños estaban andando enseguida, muchos erectos y ansiosos por lo que sabían que vendría. El irse a la cama, no precisamente significaba irse a dormir. Pronto, los únicos en la habitación éramos Calvin, Terry y yo. Me acurruqué en el sillón sintiéndome diminuto comparado con los chicos grandes. —No fue mi intención hacer el cuento acerca de ti, Kelvin. —La linda cara de Terry dijo, pareciendo mortificada e inocente bajo su suave cabello café. —Lo sé —respondí. —Los demás niños necesitan conocer nuestra Historia, Kelvin —Calvin agregó. —Lo entiendo. No hay problema —dije enfáticamente. —De acuerdo. —Calvin sonrió—. Oye, vamos a ir a una fiesta abajo al en la habitación de Chad. Probablemente solo miraremos cómo se lo jala, pero, ¿por qué no vienes con nosotros? —No, ya tengo una cita. —Si, claro. —Terry sonrió—. No hay un día en que el niño mas lindo de Kovzland no tenga una cita. —Cierto —Calvin agregó para reforzar tal mentira—, pero si quieres venir con nosotros, baja a la habitación de Chad. Será divertido, ¿de acuerdo? Un montón de niños van a ir. Puedes traer a tu cita. —De acuerdo —dije. Entendían que quería estar solo y no iban a extenderse más sobre el tema. Con sonrisas y calidas buenas noches, se fueron a la fiesta. No se trataba solo de un cuento, por supuesto. Era una crónica objetiva acerca de cómo Potus y yo nos dividimos en dos personas. El heredó todas las ambiciones maduras de poder. Yo heredé todas cualidades sensibles de la infancia. A él le había sido prohibido disfrutar del amor de los niños que tanto apreciaba y admiraba. Yo fui provisto de todos los atributos necesarios para deleitarme con el sexo con niños, pero era totalmente incapaz de desea o perseguir el poder o la riqueza. No es justo decir que yo fui el único culpable de nuestra expulsión del “Edén” por un Dios que ya no se nos mostraba. No. Fuimos Potus y yo. Una parte fue mi amor por la dulce inocencia, la otra era su deseo de poder y riqueza. Ya ninguno de los dos tenía un Dios; ninguno de los dos estaba completo. En alguna parte del mundo se encontraba el hijo que habíamos creado con el Instrumento del Cambio. Algún día encontraría a ese niño de nuevo. Desnudo y solito, me alejé de la chimenea y vague por los jardines del palacio, o lo que quedaba de ellos. El ataque de los Ancianos había destruido la mayor parte. Lo que quedaba estaba cubierto por la maleza. Había flores que podía ver gracias a la luz de la luna y las estrellas, pero no se veían tan vividas en detalle como cuando era de día. Gran carga el que llevaba encima; una carga compartida por Potus solamente. Tantas cosas que habíamos hecho para protegernos. No tendría paz, hasta que Potus y yo fuéramos uno de nuevo. Hasta ese momento, estábamos forzados a vivir una mentira. La noche era espectacular. El firmamento era una sólida oscuridad punteada por millones de estrellas. En algún lugar, allá afuera, había una estrella alrededor de la cual giraba la Tierra, el lugar original de los Guardianes. Me preguntaba si alguna vez tendría la oportunidad de regresar allí. La primera de las dos lunas de nuestro planeta parecía estar colgada de una cuerda, tan grande y hermosa como para pertenecer a tan grande extensión de los cielos. En aquella época del año, la segunda luna saldría en unas horas, nunca tan grande o tan brillante como la primera. A pesar de ser una noche cálida, había una fresca brisa soplada desde el lago y sentí escalofríos sobre mis brazos y piernas. Mi pene se puso mas chiquito también, tratando de taparse del frío de la noche. Me senté sobre un paredón que se sentía mas frío que el aire sobre mis nalgas. No importaba. Quería tener frío. Quería sufrir. Desde hace mucho tiempo había traído todo esto conmigo. —Hola, Kelvin. —Una pueril voz de soprano se sentó junto a mí. Salté por el susto y vi al Príncipe Kelly, apuesto chiquillo, desnudo al igual que yo. —Hola, Kelly —dije, fingiendo una sonrisa. —¿Quieres que te deje solo? —preguntó con una voz tímida. Lo pensé por un momento. Si, en realidad, quería sufrir solo. Quería ser un mártir, despreciado por mis compañeros ciudadanos. Al mismo tiempo, necesitaba desesperadamente alguien que me abrazara y me amara. —No —dije—, quédate, por favor. Kelly sonrió y se sentón mas cerca de mi. —¡Brr! —se rió entre dientes—, esta piedra esta fría. Le sonreí y lo miré. Su carita angelical estaba difusa en color sobre la luz de la luna, pero su belleza era fácil de apreciar. Su rubio cabello parecía plateado y sus ojos casi grises bajo dos largas pestañas oscuras. Arriba de sus ojos, sus escasas cejas difícilmente se veían sobre su tersa piel. Abajo, su naricita se veía dulce y pueril, un poco achatada de la manera que adoraba tanto. Sus labios se veían grises en la tenue luz, pero se veían llenos y prominentes sobre sus dientes blancos. Todo lo que quería hacer era besarlo y abrazarlo, pero en lugar de ello, me detuve a mirarlo detenidamente. Finalmente se sonrojó por mi afecto y miro hacia otro lado. —Lamento haber estado presumiendo mi esfera de cristal —dijo—. No lo hice a propósito. —Lo se. —Sonreí a su carita de niño. De cualquier manera, ya había superado su trofeo con lo que había encontrado en el templo aunque no iba a anunciarle tal cosa. —Siento haberme comportado así solo por eso. —¿Qué quieres decir? —Me sonrió dulcemente. —No se —murmuré—. Los otros niños andaban todo el tiempo contigo que yo ya no quería andar contigo. Era la única manera de que un niño de mi edad admitiera que estaba celoso de ellos. —Son unos tontos. —Su aguda voz dijo—. Solo quería que estuvieras orgulloso de mi y que fueras mi amigo. —Siempre seré tu amigo —dije, mirando fijamente a su carita de niño de diez años—. Te amo. Estas dos palabras siempre hacían a los niños incómodos y Kelly respondió con una tímida sonrisa que hizo sus hoyuelos mas pronunciados. —Tú eres un Guardián, Kely —dijo el niño—, pero para mí es difícil, tú sabes, aceptarlo. Es que… tú siempre vas a ser el numero uno. Nunca seré como tú. En realidad era algo sin importancia. Los adultos saben que cosa del ego es una perdida de energía. Para los niños, sin embargo, niños como yo y Kelly, era importante. —Solo soy un niño como tú, Kelly —dije—. En realidad no se mucho de nada. Mira, tú eres un Príncipe. Eso me parece más grandioso a mí que un Guardián. Lo que dije lo hizo sonrojar, algo difícil de ver en la noche, pero fácil de divisar por la forma en que sus hoyuelos de sus mejillas se pronunciaban y la graciosa manera en la que miro hacia el otro lado. Era tan sublime estar sentado junto a él que, estiré mi mano y acaricié su rubio cabello, dejando que mi mano continuara sobre el terso contorno de su mejilla. —Tengo frío —dijo temblando—. Vamos adentro. No hacia tanto frío, pero el fuego de la chimenea seguía ardiendo y no había razón para desperdiciarlo. Caminamos juntos al sofá más cercano al fuego y de repente Kelly se giró hacia mí. Yo era un poco más alto que él, pero su cuerpecito fácilmente se adhirió al mío y mis labios encontraron el camino hacia los suyos; estábamos hechos el uno para el otro. A la vez que nuestras lenguas jugueteaban entre si, nuestros cuerpos se acercaron más. Entre ellos, nuestros pueriles penes se pusieron duros el uno contra el otro, pasando de suave carne a rígidas erecciones en solo segundos. Ambos eran penes chiquitos y adorables. Al acercarme a la pubertad, el mío había crecido recientemente y era ya mas grande que el de Kelly. Ambos eran delgados y tenían casi idénticas cabecitas en forma de honguito colorado, las dos con un pequeño orificio en la parte superior. La mayor diferencia era el cuerpo de nuestros penes, pues el de Kelly era de completamente lisa piel de bebé; el mío tenía una pequeña vena azul que se notaba a la mitad. Cuando se ponía muy duro, dicha vena pulsaba al ritmo de mi corazón. Suavemente fregamos nuestros cuerpos el uno contra el otro, enfocándonos principalmente en que nuestras erecciones gemelas exploraran, además de disfrutar el suave contacto de nuestros flacos vientres y la cálida lisura de nuestros suaves pechos. Nuestros brazos —aunque aun pueriles, los míos estaban creciendo y poniéndose mas delgados— asidos fácilmente alrededor para que nuestras manos acariciaran tiernamente sobre nuestras espaldas, ninguno de los dos lo suficientemente maduros como para tener músculos de adolescente. Nuestras erecciones se pusieron más tiesas, topando contra si; Kelly suspiró encantadamente mientras mi boca estaba presionada contra la suya. Kelly y yo nos habíamos vuelto notables por nuestras caricias preliminares; a ambos nos gustaba tocarnos nuestros penes hasta que estábamos muy excitados, antes de llevarlos al clímax. Esta no era la excepción. Más de cinco minutos de estar cogidos, besándonos y estimulando nuestros penes que se sentían gustosos al tacto. Kelly finalmente se separó dando un paso atrás y nos sonreímos, caritas de la niñez llena de amor por el otro. Ambos miramos hacia abajo, admirando las pueriles erecciones pulsando de arriba abajo entre nuestras piernas; los suaves 7.6 centímetros de nuestras vergas que compartíamos. Ambas bien paraditas en un ángulo de cuarenta y cinco grados latiendo en anticipación. Kelly volteó y se dirigió hacia el sofá, sus lindas nalguitas luciendo carnosas y gorditas. Eran unas nalgas como las de cualquier niño de su edad, como un compacto cojín de lisa piel separado por una rayita en medio. Estaba ansioso de meterle el pirulí en el culito. No obstante, tan excitados estábamos que buscábamos algo mas. Kelly se recostó sobre el sofá sobre su espalda, su angelical cuerpo acostado ahí en inocente lindura. Me sonrió cuando me acosté delicadamente sobre su cuerpo, asegurándome que nuestros penecitos lampiños se juntaran. En la suavidad entre nuestras piernas, nuestras cositas pulsaban la una con la otra y en cada pulsación, enviando ondas de amor en nuestro cuerpo. Nos besamos y las manos de Kelly me cogieron y comenzaron a tallarme de arriba hacia abajo sobre mi espalda y mis hombros. No puedes decir que los labios de un niño saben dulces, a menos que se haya comido un chocolate, pero los de Kelly eran exquisitos de cualquier forma. Dentro de su boca, mi lengua palpaba el calor y la consistencia de su saliva; su lengüita recorriendo tiernamente la mía. Numerosas veces este chiquillo travieso había tenido mi pene en su boca. Cuántas veces mi pito había llegado al orgasmo justo donde mi lengua estaba ahora explorando. Al poco tiempo, mis labios comenzaron a cansarse y separé mi cara de la de mi amiguito. Nos sonreímos antes de que colocara mi cabeza sobre su hombro, mi mejilla rozando contra su suave piel. Los largos meses de desnudez nos habían dado unos suaves bronceados sobre nuestros cuerpos, sin marcas de ropa interior. Aun besando su hombro, muy suavemente comencé a frotar mi pene entre sus piernas. Percibí cómo Kelly sonreía, su tiesa erección disfrutando el contacto con la mía. Para hacerlo mejor, mis nalgas subían y bajaban sobre Kelly, mi pene deslizándose sobre su piel. Este estimulante jugueteo continúo por otros cinco minutos hasta que comencé a sentir el placer en mis testículos que parecían retraerse, mi cuerpecito preparándose a eyacular algo que no tenía aun. Pude notar que Kelly también estaba cerca y esta no era la manera en la que quería que terminara nuestra pasión. Ambos estábamos jadeando cuando me levante y me puse de pie. El no hizo preguntas: sabía que tan cerca había estado del orgasmo. Me peine mis rubios cabellos fuera de mis ojos jadeando al igual que él; mi inmaduro cerebro inundándose de deseo. Quería que me lo chupara, algo no fuera de lo común, pero también quería metérselo entre las nalgas y hacerle el amor. Finalmente, mi mente se despejo lo suficiente como para moviera hacia el; mis manos guiando su cuerpecito para que se volteara bocabajo. Kelly y yo conocíamos bien nuestras técnicas de hacer el amor y no hicieron falta palabras para que supiera lo que le quería hacer. Riendo tiernamente, se colocó hincado sobre el sofá y su cuerpo echado hacia delante soportado por sus brazos. Esto hizo que las nalguitas se le levantaran mejor, lo suficiente como para abrírselas y revelar su pequeño y suave hoyito del culito. Enseguida me hinqué tras él; mis manos sujetaban sus nalguitas manteniéndolas abiertas, acariciándolas suavemente mientras observaba el hoyito de su ano. La ranura entre sus nalgas no había sido expuesta mucho al sol y se veía más pálida que la demás pies, pero igual de adorable. Abajo, podía ver la parte baja de sus testículos aun contraídos firmemente hacia su cuerpo. Mientras mis manos acariciaban sus nalguitas redonditas, mis ojos miraban el lindo agujerito donde habría de introducir mi erección. Alrededor de la piel pálida, su culito estaba rosadito y limpio. Anhelando penetrarlo, suspiré lleno de ternura, me incliné y se lo besé. Una de las diferencias fisiológicas entre los Niños de Kovz nativos y los humanos era que nuestros cuerpos estaban naturalmente preparados para el sexo. Cuando no era usado para otros propósitos naturales, el ano de un Niño de Kovz estaba listo para admitir y disfrutar la introducción del pene de otro niño. Dos cosas ocurrían para hacer más placentera esta experiencia para ambos niños. En primera, el ano de un niño de Kovz, cuando era debidamente estimulado y excitado, se lubricaba así mismo con sutiles fluidos corporales de manera que los lubricantes artificiales, aunque usados algunas veces, no eran realmente necesarios. En segunda, había numerosas terminaciones nerviosas cantantes del placer a lo largo de la cavidad interior del recto del chico. Tal como los niños humanos sienten placer en la cópula por la presión del pene contra su próstata durante el coito anal, los Niños de Kovz sentían placer a los largo de sus intestinos. Estas características, sin embargo, se desarrollaban en la pubertad. Los Niños de Kovz inmaduros, por tanto, eran mas proclives al igual que sus parientes humanos a preferir el sexo oral y la masturbación; no obstante, una vez en la pubertad, el deseo de tener sexo anal remplazaba tales preferencias infantiles. Kelly y yo aun no estábamos plenamente en la pubertad y nuestros cuerpos no estaban lo suficientemente maduros como para disfrutar colmadamente lo que íbamos a hacer. Al besarle y lamerle el culito a Kelly, estaba haciendo mucho más que lubricarlo directamente: lo estaba estimulando y preparando para admitir mi pito. Kelly jadeó gozosamente mientras empujaba la punta de mi lengua dentro de su culito y lamiendo la piel arrugadita alrededor seductivamente. Al mismo tiempo, pasé mis manos alrededor de su cadera y encontré su pito tieso. Acariciándolo con dulzura y cariño, mi amiguito se deleitaba aun más. Pronto sentí su esfínter relajándose y humedeciéndose más de lo que mi saliva podía. Sabía que él ya estaba listo, así que, puse mis manos sobre sus nalgas y me puse sobre mis rodillas para guiar mi pene en medio. Al estar bien estimulado, el culito de Kelly no presentó mucha resistencia a la cabeza de mi pito. Con un poco mas de presión, su culito se abrió mas. No obstante que era estrecho, mi erección no era muy grande; entonces vi, lleno de placer, cómo se introdujo fácilmente en su recto. No tomó mucho tiempo para que los 7.6 centímetros de mi pito entraran completamente. Enseguida, mi liso pubis tocó la tersa piel de su culito que, de cierta manera, se estaba comiendo mi pene. —Kovz —suspiré en tremendo placer. Se sentía tan rico tener mi pito en el apretado orificio de su cuerpo. Jadeando, tratando de recobrar el aliento; una sensación voluptuosa llenó mis entrañas y, lentamente me recosté mi pecho sobre la espalda de Kelly. Mis brazos envolvieron su cuerpo sujetando su pecho y su vientre, cogiéndolo tiernamente mientras empujaba mi pito dentro de su culito, tan adentro como pude. Kelly jadeaba también, disfrutando la penetración, suspirando al sentir mi verga dentro de su cuerpo. Aun sujetándolo, comencé a metérselo y sacárselo, lentamente frotando mi pene contra las paredes su culito. Esta posición era muy ventajosa. Con sus nalgas bien levantaditas y separadas, hasta una pito corto como el mío podía moverse libremente en un rico vaivén sin que se fuera a descolocar y resbalar fuera, lo cual sucedía comúnmente cuando dos niños menores se lo metían. Si Kelly hubiese sido mayor, o si mi pene hubiese sido más pequeño, el coito hubiese sido algo difícil, lo cual aprendimos desde una edad más temprana. Comencé a apretar mis nalgas rítmicamente cada vez que introducía mi pito. Empecé a gemir cuando sentí como ganas de hacer pipí y a la vez cosquillas en el pene. Normalmente lo hubiera hecho rápido y de prisa, ansioso de sentir el placer llevándome al clímax; sin embargo, Kelly y yo gustábamos de un ritmo lento. Por tanto, se lo metía lentamente permitiendo que ambos lo disfrutáramos por más tiempo. La sensación en mi pene aumentaba más y más, lo que hacia que apretara mis piernas contra Kelly, luchando contra mi deseo natural de llegar al clímax. Todo este rato, Kelly estuvo ahí, agachado, soportando el peso de su cuerpo con sus codos, jadeando en placer, dejándome disfrutar su colita. Recompensé su paciencia llevando mi mano desde su vientre hasta su pubis impúber, tocándole alrededor antes de cogerle el pirulí. Kelly gimió con sus ojitos cerrados mientras afectuosamente se lo acariciaba. Mientras lo seguía masturbando, sentí cómo el cosquilleo en mi pene aumentaba junto con las ganas de hacer pipí; no es que quisiera orinar, sino que era una sensación que hacia que apretara más mi cuerpo contra el de Kelly, metiéndoselo más profundamente en su ano. Después de largos meses de experiencia, sabia que había alcanzado el punto de no retorno e iba a tener un orgasmo sin importar lo que hiciera para retrasarlo. Por tanto, comencé a metérselo mas rápido; me incorporé de nuevo sobre mis rodillas. Gimiendo con excitante placer, lo sujete de la cintura y le comencé a meter y a sacar mi pene como si estuviera bombeando sus trasero regordete. Perdí el control y, con ello toda inhibición también; sentí la necesidad de metérselo mas adentro y Kelly también lo deseaba, pues empujo su traserito más contra mi pene. El orgasmo me empezó a sacudir cruelmente. Mis huesos y músculos se contraían en todas las direcciones al mismo tiempo, tan fervorosamente que finalmente terminé en una apasionada, casi violenta, ráfaga de placer por todo mi cuerpo. Sentía cómo que no era yo el que controlaba mi cuerpo, incluso me sentí una sensación de voluptuosa madurez para la cual mi mente no estaba preparada y me sentí confundido. A pesar de seguir con leves movimientos de vaivén, todos mis músculos se sentían torpes por todas las órdenes que mi cerebro les estaba enviando a mismo tiempo. Dentro del recto del niño de diez años, mi erección comenzó a contraerse rítmicamente en un dramático pero inútil esfuerzo por eyacular. El placer corría por mis nervios como descargas eléctricas, tan intensas que ni siquiera pude continuar metiéndoselo efectivamente. —Kovz —suspiré al fin, mientras mi cuerpo se relajaba del clímax del orgasmo. Mi erección se contrajo un par de veces más, pero mi impúber cuerpo ya había gastado toda su energía. Débilmente, caí sobre la espalda del niño nuevamente, mis brazos envolviéndose alrededor de su cuerpo; mi pecho estaba jadeante tratando de recuperar el aliento. Kelly sonrió tiernamente y noté que se sentía contento por todo el placer que me había provocado. Me dejó que me recuperara por unos momentos; al parecer disfrutaba tener mi pene dentro de él. Sabía perfectamente que ahora era su turno. Mientras mi pecho jadeaba, mis manos nuevamente adoraban el firme contorno de su cuerpo impúber de diez años. Su piel no era como la seda, era aun más suave, lisa y sensual. Las palmas de mi mano y dedos sentían sus costillas y sus tiernos músculos, el tierno latir de su corazoncito en su pecho y sus tetillas pueriles. Mas abajo, mis dedos acariciaron su firme piel de su abdomen, haciéndolo reír cuando le hice rosquillitas sobre su ombligo. Aun sujetado a su cuerpo, me jale hacia atrás y mi duro pene se deslizó hacia fuera hasta que la cabecita sonrojada se liberó de su apretado culito. Kelly ya se había cansado de mantener la misma posición, pues estiro sus brazos y se yació sobre el sofá. Sus piernas delgadas y lampiñas se deslizaron entre las mías. Él suspiro cuando me acosté sobre el, mi pilín volviéndose chiquito de nuevo contra la ranura de sus nalgas. Mi pecho yacía directamente sobre su espalda, mi cara descansaba sobre su hombro mientras mi mejilla era acariciada por su cabello dorado. Pude sentir su oreja contra mis labios y con mis dedos despeje su cabello para besarle el pabellón de su orejita. Como todos los niñitos, tenía una orejita pequeña y tierna. No se la lamí como muchos chicos lo hacen (lo cual provoca rosquillitas a los niñitos), en lugar de ello, se la bese tiernamente dejando que mis respiros la acariciaran suavemente. A Kelly le fascinó. —¿Qué mas quieres que te haga, nene? —murmuré tiernamente a su orejita. En realidad no necesitaba preguntar. Sin duda, a Kelly le gustaba que lo masturbaran algunas veces, pero le encantaba que se lo chuparan. Sabía lo que el quería. —Ya lo sabes. —Su linda voz respondió suavemente, claramente indicando que había disfrutado que se lo metiese. Sonreí, pues yo era un experto en chupar penes; seguramente me chupé mucho mi dedo cuando fui bebé. No podía pensar en algo mejor que chuparles el pilín a los niños. Nos giramos con dificultar para no caernos del sofá; enseguida ya estábamos cara a cara de nuevo, abrazándonos y besándonos en la boca, nuestros pechos en pleno contacto. Mi pene ya se había ablandado, pero el de Kelly se puso mas duro, pues sabía que pronto tendría un orgasmo. Uno de los suaves muslos de Kelly se deslizaron entre mis piernas hasta que lo sentí hacer contacto contra la parte inferior de mis testículos; yo hice lo mismo y pronto nuestra piel rozaba de pies a cabeza. Después de unos minutos, note que el placer entre las piernas del niño se incrementaba y se acercaba al orgasmo. Cuando trate de separarme para disponerme a chapárselo, sus bracitos me sujetaron firmemente contra él. Produjo un sonido suplicante contra mis labios con lo cual me estaba diciendo que continuara. El quería llegar al clímax en esta posición. Ello estaba bien conmigo. Sabiendo lo que quería, lo apreté contra mí, haciéndole saber que le daría lo que me pedía. Su cuerpo se meneaba en mis brazos, tratando de rozar su pene contra el mío. Su delgado cuerpecito se estaba poniendo realmente tenso y se esforzaba por empujarme contra su pene más y más. Cuando su necesidad de oxigeno se hizo insoportable, finalmente separo sus labios de los míos, recostó su cabeza sobre mi hombro y gemía intensamente; su voz de niño gimoteando en placer directamente sobre mi odio. —Eso es, mi niño… lo estas haciendo bien —le susurré suavemente mientras llevaba su pene al clímax. Su firme movimiento se mantenía rítmico, con insistentes vaivenes de sus nalguitas y su rígido penecito frotando contra mi cuerpo. Cuando su orgasmo finalmente invadió su cuerpo, su cuerpo reacciono muy similarmente que el mío: contrayéndose en todas las direcciones que no pudo ya moverse. Sentí cómo se tensaba en mi brazos, sentí su pecho hincharse y detener la respiración por un momento. En un repentino espasmo de su cuerpecito, su tierna lindura fue remplazada por la salvaje majestuosidad de su impúber orgasmo. Lo estaba sujetando tan fuerte contra mi y el abrazándome de la misma manera que pude sentir las ondas de orgasmo expandirse por su cuerpo. Su aguda voz finalmente chillando por todas las sensaciones entre sus piernas. El niñito se sacudió varias veces y, yo lo único que hacia era sujetarlo y admirar los espasmos de su cuerpecito contra el mío. No recordaba haber estado tan cerca del orgasmo de un niño. Lo adoraba y adoraba al niño por compartirlo conmigo. Cuando el clímax concluyó, hubo otro momento de belleza única mientras su cuerpo yacía tenso; sus nalguitas moviéndose mas y mas en cada sacudida. Su dulce voz gimoteaba dulcemente contra mi oído, después jadeó y su cuerpo se tornó relajado entre mis brazos; su pecho moviéndose de arriba abajo en rápidas sucesiones. Su cuerpo yació quieto evitando mas contacto con su pene. Los penes de los niños menores no soportaban mucho contacto, especialmente después de un orgasmo como el que Kelly había tenido; su cosita necesitaba tiempo para recuperarse. En consecuencia, alejé mi cadera para permitirle a su pueril erección un poco de espacio. —¿Te gustó? —le pregunté besándole la orejita. —Sip, aunque dolió un poquito —respondió. Le sonreí. Sabía lo que quería decir. Había estado rozando su pene contra mi tan fuerte que se sentía un poco doloroso para un niño de su edad; sin embargo, se trataba de la intensidad normal del orgasmo de los parvulitos. Sus cuerpos inmaduros tratan tanto de eyacular que, hay un inevitable dolor en sus testículos después de que el orgasmo termina. Yo también era muy joven como para producir semen, por tanto, sabía a que se refería. No obstante, ello indicaba que había ocurrido un orgasmo placentero. —Te amo, Kelly —dije de nuevo mientras besaba su mejilla a la vez que el jadeaba. —Te amo también, Kelvin —respondió Kelly con una sonrisa proveniente de sus jadeantes labios.