Date: Sat, 23 Jan 2010 20:17:20 +0100 From: Gladis Mcmillan Subject: Travesuras - Capítulo 1: Castigo después de clase Esta historia es ficción (no está basada en hechos reales) e incluye menores manteniendo relaciones sexuales. Si no te interesa este tipo de temas o crees que no puedes soportar el leerlo, sería recomendable que dejases de leer a partir de ya. Por otro lado, el autor manifiesta su desinterés por estos hechos en caso de que sucediesen en la realidad. La fantasía, cuanto más irreal mejor. Cualquier sugerencia será siempre bienvenida (gladmc@gmail.com) - Travesuras - Capítulo 1: Castigo después de clase. Marcos iba de camino al colegio sin demasiadas ganas. Aunque puedan parecer fáciles, para un chico de 12 años una clase es una clase, y nadie le quita el aburrimiento a Historia, Naturales o Mates. - Ei! Marcos, tío! Quita esa cara de empanao! Que aun te veo la marca de las sábanas! El que gritaba mientras le echaba el brazo por la espalda era su colega y mejor amigo Nico. Los dos eran el azote de la clase. No había profesor que no recordara sus nombres, y es que allá donde iban, la liaban. No es que fueran malos chicos, claro, pero cuando se tienen tanta energía dentro parece que no hay más remedio que dejarla salir. Y Nico siempre sabía cómo hacerlo. - Ei Nico! Uf, qué tostón, tío! Quiero volver a mi casa! Pero dime, por qué tienes esa cara de primo? Y esa sonrisita? - Qué pasa, no me puedo alegrar de tener mates? - Jaja eso ni en tus pesadillas, colega! - Tienes razón! Cómo me conoces! - Larga por esa boquita, que yo también quiero reirme un rato. Así que el muchacho moreno le explicó el plan que se le había ocurrido cuando le después que su padre le hubiera hecho pasar por la ferretería a hacer unos recados. Dos horas después estaban sentados en el despacho del director aguantando un sermón de agárrate y no te menees por haber enganchado al profesor de matemáticas a la silla. El pobre había tenido que salir con la silla a cuestas, y pedir que le cortasen el trozo que le mantenía sujeto. Los calzoncillos de ositos no ayudaron a callar las carcajadas de sus alumnos. -... Bueno chicos. Habéis conseguido lo imposible. No nos quedan más ideas. Os hemos castigado, expulsado, hablado con vuestros padres, hecho pagar los destrozos ... Ya no sabemos qué hacer! Mientras seguían con su entrenada expresión de consternación, Nico chocaba la mano de Marcos bajo la mesa por lo grande de sus logros. -... Así que nos hemos visto obligados a pedir la ayuda de un experto. Dr. Litztain, si es usted tan amable... Para sorpresa de los dos, un hombre a lo Filemón, con unas gruesas gafas de culo de botella y ropas de tiempos anteriores a sus padres (o almenos eso les pareció) entró torpe e inseguro por la puerta, con unas cuantas carpetas en la mano. La autoridad que imponía ese hombre no era mayor que la de un ejército de caracoles borrachos. - A este nos lo merendamos en dos días Y así fue como al día siguiente empezaban la primera sesión después de clases. Por lo visto, lo único que tenían que hacer era escuchar las charlas del tal doctor durante un par de horas y luego ya eran libres. - Pues vaya castigo! jaja Pero, aunque normalmente hubieran revolucionado la clase en cuestión de minutos, por alguna razón, no había manera de que sus neuronas dieran con ningún tipo de plan diabólico. Nada. Ni el más mínimo asomo de una trastada que les ayudase a deshacerse del tipo extraño aquel. Tendría algo que ver esa estraña música que ponía siempre el bicho raro durante sus sermones? O era el tono de voz tan pesado y repetitivo que les dejaba medio alelados? Fuese como fuese, durante las noches de aquella primera semana, Marcos tenía unos sueños rarísimos. Estaba con su amigo Nico, los dos en el aula después de clases, pero todo el mundo se había ido. Y aunque era invierno, hacía muchísimo calor. Mucho! Y Nico No paraba de dar la lata con que le molestaba el sudor. - Tío, no puedo más, yo me quito la camiseta! A Marcos le pareció una idiotez, pero mientras su amigo se liberaba de su parte de arriba, no parecía poder quitarle ojo. La mirada seguía las manos de Nico mientras el sudor caía por su cuerpo. Siempre se había reído de él porque aunque fuesen mil veces a la playa, nunca conseguía ponerse moreno. Pero en ese momento, había algo especial en esa palidez que se le hacía incontrolablemente irresistible. Cómo no se había dado cuenta? Ese color hacía que su cuerpo, moldeado tras los últimos años entrenando en el equipo de fútbol del colegio, destacase aun más sus músculos. Acortó la distancia que les separaba para ver el efecto más de cerca, pero por el camino algo le paralizo: - Bah! Que va que va. Esto no ayuda. Tío, te importa si me quito los pantalones? Aunque le pareció una pregunta muy rara, su cabeza le dió permiso con prisas y todo. Eran ahora las piernas de su mejor amigo las que aparecían en escena. Y aunque ya las había visto muchísimas veces ya, sabía que esta vez era totalmente diferente. Algo crecía en su interior... Y no era solo el tamaño de su paquete. - Me vas a dejar solo en esto, colega? Anda quítate la ropa también, que parezco idiota. Y antes de que pudiera procesar el mensaje, las manos de Nico ya habían entrado en acción. Primero le quitó las zapatillas, Marcos bajó su cremallera la cremallera y su compañero terminó por bajale los pantalones. Marcos, rojo como un tomate, se deshacía de su camiseta, que estaba enganchosa de tanto calor. - Pero qué tenemos aquí! Alguien está contentillo, eh? La vergüenza hizo que Marcos cogiera de nuevo sus pantalones, pero antes de que pudiera subirlos, la mano de Nico se lo impidió. De hecho, esa misma mano estaba ahora mismo agarrando su pene a través del tejido del calzoncillo, mientras la otra manoseaba el culo de su rubio compañero de trastadas. No entendía qué estaba pasando, ni estaba seguro de que fuera correcto. Su mejor amigo le estaba metiendo mano?? Pero se sentía muy bien. Mejor que nunca, y aunque parte de su cabeza le decía "para" el cuerpo parecía responder por si solo. - Así me gusta. Déja que yo me encarge. No sé cómo no me había dado cuenta, tío, pero me pones a cien! La boca de Nico pellizcaba el rabo de su amigo a través del tejido. Marcos gemía al por la estimulación. No tenía mucha idea de qué hacer, solo había visto cosas así en alguna revista que su padre guardaba detrás del armario. Indeciso, pasó las manos temblorosas por la nuca de su amigo y empezó a jugar con su pelo. Nico le miró con esos increíbles ojos verdes de los que tantas chicas de la clase se habían prendado, y con una sonrisita maliciosa le bajó los calzoncillos para dar libertad a ese pequeño montruito que se sacudía entre las piernas de Marcos. - Créeme, nunca he hecho esto, pero tengo unas ganas locas de comértela entera, tío. El airecillo que corría por su entrepierna le había hecho estremecer, pero no fue nada comparado a la sensación húmeda de la lengua de Nico acariciando los rincones de su pene. Eran siete centímetros, lo contaba cada mes a escondidas para ver si habían crecido, y parecían encajar a la perfección con la boca de su mejor amigo. El ritmo pausado de las sacudidas, los besos, y la mano izquierda jugando con sus testículos le llevaban al éxtasis. Ninguno de los dos decía nada y lo único que se oía en el aula eran las sacudidas del pequeño cuerpo del rubio sobre su amigo, y los jadeos de placer, que cada vez eran más intensos. En pocos segundos, sus caderas se le movían solas, cada vez más fuerte, y Nico aceleraba el ritmo, la intensidad y el placer. La mano de su amigo pasó entonces a la zona jamás explorada, su trasero, y sintió que llegaba a su vez a la cumbre. Sin poder aguantar más, estalló de placer. Nico se apartó para que esos seis disparos fueran directos a parar a su cara, y movido por el frenesí, Marcos lamió todos los restos hasta fundirse en un sensual e inexperto beso con esa lengua que le había dado tanto gusto por allá abajo. Los ojos azules de Marcos se cruzaban entonces con los verdes de Nico y un suspiro lo acababa todo. Despertaba después en su cama aterrado, confundido y con el pijama completamente manchado.