El ángel rubio

por piss_boys

piss_boys@yahoo.it

 

 

Warning: as already pointed out in my previous published stories, I won’t try to write them in English, which is not my mother-tongue. I will keep writing them in Spanish, my second language.

Following the hint one of my readers gave me, I suggest non-Spanish readers who are keen on this fetish to use Google translator to pass it into English.

What is this story about: man to boy sex (M/b), body odours (BO), smegma, feet, raunchiness (no scat).

I hope you will enjoy this new story: if it makes you horny, and your little brother downstairs is raising his head up, then the story has reached its goal… As usual, this is a labour of my fantasy (and, once again, it comes from a non-sexual event actually happened), only intended for an adult audience, the author condemns any act as such here described, and all prescriptions required by law apply. If you are an under-age reader yourself, it is better for you to leave now, go back to cartoons, and come back again in a couple of years, or more, according to your present age.

Please feel free to give me a feedback. Depending on your comments I might decide to write another chapter. Anyway, there are other stories of mine on this same fetish(es) you might find interesting:

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/non-english/smegma-forever/

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/adult-youth/una-inusual-visita-medica/

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/encounters/encuentro-en-el-hospital.html

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Ciao!

 

 

De qué trata esta historia: sexo de hombre a joven (M/b), olores corporales (BO), esmegma, pies, suciedad (no scat).

Espero que disfrutéis de esta nueva historia: si os pone cachondos, y vuestro hermanito abajo está levantando la cabeza, entonces la historia ha alcanzado su objetivo... Como de costumbre, este es un trabajo de mi fantasía (aunque, una vez más, origina de un evento no sexual realmente ocurrido), solo destinado a una audiencia adulta; el autor condena cualquier acto como tal aquí descrito, y se aplican todas las prescripciones requeridas por la ley. Si tú mismo eres un lector menor de edad, es mejor que te vayas ahora, regreses a los dibujos animados y vuelvas aquí otra vez en un par de años, o quizás más, de acuerdo con tu edad actual y con las leyes de donde vivas.

Por favor, siéntete libre de enviarme comentarios. Dependiendo de ellos, podría decidir escribir otro capítulo más. De todos modos, hay otras historias mías sobre este(s) mismo(s) fetiche(s) que pueden resultarte interesantes:

- https://www.nifty.org/nifty/gay/non-english/smegma-forever/

- https://www.nifty.org/nifty/gay/adult-youth/una-inusual-visita-medica/

- https://www.nifty.org/nifty/gay/encounters/encuentro-en-el-hospital.html

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¡Ciao!

 

************

 

(Breve nota final, para explicar el hecho original sobre que se basa la historia. Era primavera y de veras estaba caminando por la ruta descrita, una calle de un solo sentido. En la parada de autobús realmente estaba este chico igual a como voy a describirlo, solo que era más joven que en mi cuento, diría que de unos 13 o 14 años. No era de Europa del Este sino, creo, alemán, por el tipo de rasgos. Yo andaba por la acera del otro lado, pero me detuve a su altura para encender un cigarrillo; en realidad para observarlo durante unos segundos más. Cruzó la calle e hizo un gesto para pedir un cigarrillo. Por un momento lo miré desconcertado, era demasiado joven como para fumar, pero al final concluí que no era asunto mío y le di el cigarrillo. Mientras lo encendía lo observé mejor: casi todo lo descrito en la historia, en su apariencia, corresponde a la verdad. Me dio lástima, y me hubiera gustado hacer algo más por él; no, nada de sexual, pero sí ofrecerle una ducha, darle algo de comer. Pensándolo después, creo que habría aceptado, pienso que tal vez incluso esperase alguna oferta de mi parte, porque no se fue inmediatamente, sino que se quedó allí, mirándome mientras que empezaba a fumar. Pero yo tenía prisa, tenía una cita que no podía cancelar, así que me despedí apresuradamente y seguí mi camino. Aquí termina lo que sucedió en la realidad. Solo una última idea tardía: al menos podría haberle dado algo de dinero, como 5 o 10 euros, para que pudiera comprarse algo. No lo hice y siempre me he arrepentido. A lo largo de los años, porque esto sucedió al menos 5 o 6 años atrás, lo he pensado varias veces y me he preguntado si estaba bien y había logrado sobrevivir y crecer. Realmente lo espero, y le deseo lo mejor, esté donde esté).

 

 

Bonito día casi primaveral, temperatura bastante cálida pero no de demasiado calor, casi la hora del almuerzo. Había salido a dar un simple paseo, como recién jubilado podía permitirme hacer lo que me daba la gana, y caminaba lentamente por el camino ligeramente cuesta arriba que lleva desde mi casa a una pequeña plaza arbolada, donde pensaba sentarme en un banco, observando el paso de la gente… bueno, sobre todo lo de los chicos que regresaban del colegio, imaginando lo que podrían esconder dentro sus chándales. ¡Los chándales! ¡Qué extraña moda! En su mayoría esconden lo que hay adentro, pero a veces, dependiendo tanto del tejido como obviamente del tamaño de lo que esconden, muestran mucho más que un pantalón normal o unos vaqueros.

Estaba absorto en estos pensamientos, anticipando lo que podría haber vislumbrado una vez que llegara a mi punto de observación, cuando mi mirada se dirigió a la silueta rubia de un chico que se encontraba cerca de la parada de autobús. Era una silueta esbelta, tan distante como estaba yo hubiera dicho que pertenecía a un adolescente (¿de qué edad? No sé, no sabría decirlo) un poco más bajo que yo, pero lo que destacaba era el rubio sucio del cabello, y también que parecía estar vestido con los mismos matices que su cabello: una camiseta amarillo pálido, pantalones o jeans habana claros.

Mientras continuaba por el camino que me acercaría a él, rezaba para mis adentros que el autobús que lo llevaría lejos no llegara justo en ese momento, antes de poder acercarme lo suficiente para verlo mejor.

Por supuesto, ¡el autobús eligió justo ese momento para llegar! ¡Maldita sea! Pero no, un momento: el chico no hizo ningún esfuerzo por señalar su presencia al chofer, para que se detuviera, ni, cuando el autobús dejó de chirriar en la parada, dio muestras de querer subirse. ¡Que extraño!

Mientras tanto, el autobús se había marchado y el joven seguía parado allí. Seguí cuesta arriba, tratando de que el chico no se diera cuenta de que lo estaba mirando, y me detuve en la parada de autobús. Conocía bien esa línea de autobuses, y sabía que tenía unos buenos veinte minutos antes de que llegara el próximo autobús.

Encendí un cigarrillo mientras seguía mirando al chico con el rabillo del ojo. Ahora que estaba más cerca, a menos de diez metros, pude ver que era muy joven, sus rasgos parecían más jóvenes de lo que su altura habría sugerido. Pero también pude ver más. Para empezar, que su cara, si bien delgada y de rasgos delicados, de adolescente, estaba algo sucia: como polvorienta, pero con ese polvo que se acumula durante varios días, no el que es fácil de ver en la cara de cualquier chico, como después de un partido de fútbol en una cancha de tierra batida, de las típicas en los suburbios de las ciudades. No, esto sólo era una mezcla de sudor, polvillo y quién sabe qué más, la suciedad de quien no se lava desde hace al menos unos días, como confirmaban sus brazos y manos, igualmente veteados con la misma variedad de suciedad. Y su ropa no estaba en mejores condiciones. Sus zapatillas deportivas, una vez blancas, estaban rayadas y rasguñadas, y manchadas de suciedad donde el chico había quitado tierra o barro lo mejor que había podido. La camiseta tenía llamativas marcas de sudor en las axilas (cuando noté esto, mi miembro dio un tick brusco) y el color amarillo pálido también parecía más debido a la falta de lavado que a su color natural; y hasta los pantalones tenían más de una mancha aquí y allá. Pero su pantalón también mostraba algo más, que igualmente atraía la atención: la parte delantera estaba muy bien llena, se podía adivinar que el chico (¿chico?) estaba abastecido abundantemente.

La impresión general, sin embargo, era que se trataba de alguien que vivía en la calle, sin domicilio fijo, o que tenía padres o parientes tan descuidados con él que no se daban cuenta del estado en el que andaba. Pero esta hipótesis me parecía bastante imposible... Quizá ambos hechos se combinaban, quién sabe.

Al darse cuenta de que yo estaba fumando, el muchacho me dirigió más de una mirada de reojo, luego pareció decidirse y se acercó lentamente, haciendo el gesto casi universal de quien pide que le ofrezcan un cigarrillo.

Saqué el paquete, se lo mostré, como si le preguntara “¿quieres uno?”, y ante su asentimiento, saqué un cigarrillo y se lo pasé con una sonrisa. Se lo llevó a la boca y esperó. Entonces saqué el encendedor y, sin dejar de sonreír, se lo encendí, mientras él reparaba la llama con sus manos en forma de copa rodeando las mías (lector, ¿te sorprende si mi polla dio otro movimiento, con ese contacto?).

Encendido el cigarrillo el joven no se alejó, sino que permaneció fumando a mi lado, siempre lanzándome algunas miradas de soslayo.

Dejé pasar tal vez un minuto, luego le pregunté suavemente “¿vienes de la escuela?”.

Me miró con los ojos vacíos de quien no entiende, así que repetí la pregunta.

En ese momento dijo algo en un idioma que no conocía, pero que sonaba como un idioma de Europa del Este. Me di cuenta de que no había entendido nada de lo que había dicho yo... Quizás no hablaba nada de español, o tal vez solo unas pocas palabras. ¡Coño, una conversación sería imposible!

Probé entonces un enfoque diferente. Le dije “ok, entiendo, no eres de aquí”. Bueno, al menos ‘ok’ lo habría entendido, ya que se ha vuelto palabra universal.

“¿Cuál es tu nombre? Yo” señalándome con el dedo “José, ¿tú?” dije apuntando esta vez con el dedo hacia él. Me dio una media sonrisa, para hacerme comprender que había entendido el significado, y dijo “Jan” (pronunciado: Yan).

Así que proseguí: “Jan, ¿has comido?”. Acompañé la pregunta con dos dedos y el pulgar juntos, que llevé hacia mi boca entreabierta, luego apunté con mi dedo hacia él.

“No”. Me di cuenta de que mi gesto, para quien no entiende el idioma, también hubiera podido significar “¿tienes hambre?”, y me pregunté si su negativa significaba “no, no he comido” o “no, no tengo hambre”. Con la esperanza de interpretar correctamente, y siempre haciendo amplio uso de mis manos para acompañar mis frases breves y sencillas, le pedí que si quería venir conmigo a mi casa, que le daría algo de comer.

No sé cómo, y por cierto no rápidamente, el concepto subyacente (el hombre me ofrece comida + la casa del hombre) penetró en su mente, volvió a sonreír un poco y dijo “sí”. Bueno, compartimos tres palabras... ‘ok’, ‘no’, ‘sí’... ¡Ya está!

Haciendo señas, lo invité a seguirme y lo hizo, permaneciendo siempre medio paso detrás de mí. Me di cuenta de que me estaba estudiando, tratando de averiguar si podía representar una amenaza para él. Pero al final siguió siguiéndome, así que probablemente concluyó que yo no era peligroso. Caminamos unos cien metros hasta el edificio donde vivo, entramos y tomamos el ascensor. En el estrecho espacio de su cabina, definitivamente se sentía el olor a ropa sucia que emanaba de él: era un olor dulzón, propio de la suciedad, combinado con notas más acre de sudor igualmente sin lavar. No es que esto me molestara, todo lo contrario. Y ni siquiera molestó a mi hermano pequeño en mis pantalones, que estaba tratando desesperadamente de levantar la cabeza y hacerse notar. Ciertamente no quería asustar al chico agarrando mi pene, incluso si estaba cubierto. Pero aproveché los pocos segundos que tardé en llegar a la quinta planta, la de mi departamento, para respirar profundamente por la nariz: tal vez era la única oportunidad que hubiera tenido y no quería desperdiciarla.

Llegados a mi planta, lo dejé entrar a la casa y siempre para tranquilizarlo encendí inmediatamente las luces. Miró a su alrededor con curiosidad y una nota de tristeza en los ojos, y siguió mis gestos que lo invitaban a seguirme.

En la cocina, lo hice sentar y saqué de la nevera varias cosas que pensé que le podrían gustar: jamón, un par de tipos de queso, pan, un trozo de pizza que había sobrado del día anterior, agua, coca-cola. Con cierta vacilación, tomó una loncha de jamón y luego me miró. Le di una sonrisa y un gesto de asentimiento, y comenzó a comer con gusto sin levantar los ojos excepto para tomar otra cosa o beber. Su comprensible interés por la comida y no por mí me dio la oportunidad de observarlo bien: se adivinaba que era realmente hermoso, bajo la suciedad que lo cubría, tanto en sus facciones como en su cuerpo, seco, delgado pero con un bonito tono muscular, los brazos cubiertos por un fino cabello rubio. Cuando terminó de comer todo lo que le había puesto delante, y de beberse una botella entera de coca-cola y otra de agua, se recostó en su silla con aire muy satisfecho, con las manos apoyadas en los muslos.

Seguí mirándolo, pero sigilosamente, esperando que no notara mis miradas. Pero las notó, ¡y cómo! Una sonrisa comenzó a asomar en su hermoso rostro – hermoso a pesar de la suciedad acumulada – sonrisa que poco a poco fue reemplazada por una mueca burlesca, mientras una luz pícara aparecía en sus ojos. Todavía mirándome, movió su mano derecha hacia su entrepierna, en lo que podría haber parecido un gesto completamente casual, en caso de que se equivocara al juzgarme. ¡Inteligente, el chico!

Percibí el movimiento de su mano con mi campo de visión periférico, lo que me obligó a apartar la mirada de sus ojos, y trasladarla al punto donde reposaba la mano, que, como animada por vida propia, mientras todo el resto de su cuerpo permanecía inmóvil, se movió sobre el apreciable paquete, cuyo tamaño comenzó a aumentar aún más.

Después de unos momentos interminables (me parecieron horas, pero creo que no fueron más de 3-4 segundos), el chico pareció salir de esa especie de trance en que habíamos caído, volvió a sentar quieto, obligándome a mirar de nuevo hacia su cara, e hizo el gesto con ambas manos como para frotarse la cara. Ante mi mirada inquisitiva, se dio cuenta de que no había entendido, así que puso una mano sobre su cabeza, abriendo y cerrando los dedos, mientras con la otra mano simulaba frotarse el pecho. ¡Se me encendió una bombilla en la cabeza! ¡Me estaba pidiendo lavarse!

“¡Ducha!”, le dije, repitiendo sus gestos. “¡Prysznic!”, respondió sonriendo.

“Sí, ven” le hice un gesto, levantándome de la silla e invitándolo a que me siguiera al baño. Él sonrió ampliamente, contento de que yo hubiese entendido correctamente.

Al ver una apertura hacia posibilidades más eróticas, le hice comprender que su ropa apestaba, y al mismo tiempo le mostré la lavasecadora que estaba en el baño.

“Ok” dijo, y se quitó los zapatos sin tener que desabrocharlos. Primero me di cuenta de que no llevaba calcetines, pero poco después un fuerte olor a queso de pies sudorosos y sin lavar asaltó mi nariz mientras observaba que los espacios entre los dedos de sus pies estaban definitivamente sucios, llenos de una substancia negra.

El chico hizo una mueca desolada, temiendo mi reacción, pero ya no me sentí obligado a disimular mi interés, por él en general, y más por su estado de limpieza, o más bien falta de limpieza, así que respiré hondo y una sonrisa como la del lobo que ha olido a su presa cruzó mi rostro.

La cara de sorpresa del chico me hubiera hecho reír en otra ocasión, pero el estado de excitación en el que me encontraba solo acentuó mi sonrisa lobuna, que fue respondida por una mueca traviesa de súbita comprensión por parte del chico.

Ya no preocupado por mi reacción, se quitó la camiseta, permitiéndome apreciar su pecho totalmente liso, sin siquiera una pizca de pelo, y sus axilas, igualmente lampiñas. Un nada de pectorales comenzando a desarrollarse, dos pezones del tamaño de un borrador de lápiz, enmarcados por areolas pardas claras del tamaño de un botón de abrigo, y un abdomen plano aún sin rastro de músculo completaron esta visión como para alquilar balcones.

Una vez quitada la camiseta, me la pasó. Mirándolo a los ojos, la acerqué a mi nariz e inhalé profundamente, apreciando todo su fuerte olor a sucio, mezclado con el olor corporal del chico y el de las hormonas que inundaban su cuerpo adolescente. En ese momento, fue la sonrisa del chico la que se convirtió en una mueca de lobo. Me dio unos segundos para seguir olfateando la camisa, que finalmente puse en la lavadora, luego se quitó lentamente los pantalones y me los tendió. Los pantalones en sí me interesaban menos, me interesaba mucho más lo que escondían: los calzoncillos del chico, antes blancos, ahora eran entre amarillo y gris, con la parte frontal cubierta por manchas de orina vieja y, quién sabe, tal vez también de esperma, hechas aún más evidentes y visibles por su polla, que aunque no del todo dura, parecía tener una semi.

Dándome una mirada inquisitiva, metió los pulgares debajo del elástico de los calzoncillos, en las caderas, como si me pidiera permiso. Solo murmuré un "sí" con voz ronca, entonces los bajó con decisión, agachándose para poder quitárselos. Con una mano, nuevamente, me los tendió, mientras que con la otra se cubrió los genitales. Al acercarme los calzoncillos a la nariz, casi me desmayé por la sinfonía de olores que emanaban: sudor, orina vieja, y otro olor, mucho más fuerte, a queso añejo. Afortunadamente, no olían a heces, ni llevaban manchas marrones, pero en la parte de atrás se podía apreciar el olor denso de un surco de las nalgas lleno de feromonas.

Al verme tan cautivado por la increíble experiencia sensorial, creo que el chico tuvo como… no sé, cómo un cambio de idea, tal vez, o una timidez repentina. Dio media vuelta y comenzó a meterse en la ducha, pero lo detuve, poniendo una mano en su pecho y haciéndole un gesto para que esperara. Lo entendió y se detuvo.

Rápidamente encendí la lavasecadora, luego me acerqué a él y muy lentamente, para no asustarlo, llevé mi rostro al hueco de su cuello, inspirando profundamente. Lo sentí estremecerse, pero al rato se relajó, y sin hacer ningún gesto activo, dejó que me embriagara con sus olores. Lo que hice con mucho gusto, ¡ay si lo hice! Seguí husmeándolo desde el cuello hasta las orejas, primero de un lado y luego del otro, y como no reaccionó negativamente, me atreví y comencé a lamer la mezcla de sudor y polvillo que cubría sus partes descubiertas. El sabor ligeramente terroso que asaltó mi boca pronto fue superado por el intenso sabor masculino de su sudor y me excitó sin medida. No me atrevía a tocarme por miedo de correrme de inmediato. Inseguro de cuál sería su reacción si intentaba hacer algo que pudiera cuestionar su masculinidad, como acercarme a su boca, me mantuve alejado de su rostro, pero lamí con entusiasmo todo el cuello y las orejas, y luego la garganta, hasta que mi saliva no supo a nada más que a saliva. Ambos arrullados por el suave zumbido de la lavadora, me acerqué a su pecho, para lamer y chupar sus pezones, que pronto se pusieron erectos como dos pequeñas pollitas. Mientras acariciaba su pezón derecho con mi mano izquierda, continué chupando y lamiendo el otro y con mi mano derecha libre levanté suavemente su brazo izquierdo. Un olor acre a sudor adolescente que salía de su axila húmeda me atacó. Hundí mi nariz en ella, mientras un gemido ahogado subía de mi garganta. Empecé a lamer la axila, limpiándola del sudor de los días anteriores, y del fresco que estaba produciendo. Cuando estuve satisfecho con el trabajo realizado, me moví hacia el lado opuesto y repetí los mismos gestos uno tras otro.

Mientras tanto el muchacho estaba quieto, ni un sonido de su boca, ni una señal de que le gustara, o le disgustara: casi parecía un muñeco para colocar en la posición preferida, sin ninguna participación de su parte. Qué va, una sí. Levantando su brazo derecho, que hasta ahora había ocultado su miembro, pude por fin admirarlo: al parecer, unos 18 cm de polla muy dura, del grosor justo, ni demasiado ancha ni demasiado delgada, y que latía al compás de su corazón, la capilla aún encerrada por el abundante capullo. Arriba, una pequeña mata de pelo de color un poco más oscuro que el cabello; abajo, dos testículos perfectos, ni pequeños ni excesivamente grandes, el izquierdo más bajo que el derecho, y que se movían lentos arriba y abajo en el escroto, clara señal de que lo que yo le hacía al final no le disgustaba.

Limpiadas ambas axilas, me dediqué a darle un baño de saliva por todo el tronco. Llegado al ombligo, lo besé largo rato, metiendo la lengua y limpiándolo de lo que se había acumulado en tantos días sin duchar. Y eso finalmente provocó una reacción, haciéndolo reír mientras retrocedía levemente. O mejor dicho, trataba de hacerlo, porque mi mano lo sujetaba por detrás a la altura de las nalgas, impidiéndo, sin forzarlo, que se moviera demasiado. Terminé con el cosquilleo y bajé a su pubis, que contenía todos los fuertes olores masculinos de quien lleva tiempo sin lavarse: a gotas de orina rancia, y al sudor propio de los genitales, diferente y más erótico que lo del resto del cuerpo. Con más, el aroma de hormonas y feromonas que todos los adolescentes producen en abundancia. Chupé profundamente y con placer, una y otra vez, tomando en mi boca los pelos, que debían de haber aparecido recientemente, y limpiándolos casi uno a uno. Dejé su polla sin tocarla, a su cuidado quería dedicarme al final.

Con las manos, empecé a girarlo. Volvió la cabeza, mirándome con preocupación. “No, no, no te preocupes”, le dije en voz baja, para tranquilizarlo. Y seguí lamiendo todo, desde la nuca hasta el trasero, repitiendo lo que había hecho por delante.

Su culo era otra obra de arte: exactamente dos medios melones, que ahora en la excitación de lo que estaba pasando mostraban dos perfectos hoyuelos laterales. Un trasero firme, de solo músculos, sin nada de la gordura infantil, en definitiva el culito que cualquier macho adolescente querría.

Me detuve al principio del surco, en el límite con la parte baja de la espalda, donde los aromas a sudor sucio eran más fuertes, y después de haberlo limpiado bien, presioné dulce y suavemente mi mano en la espalda del chico para que se inclinase. Sacudió su cabeza hacia mí, los ojos realmente preocupados, temiendo lo peor. Nuevamente lo tranquilicé y continué metiendo mi lengua más y más profundamente en el surco entre sus nalgas, hasta que finalmente se relajó lo suficiente como para permitirme empujar mi cara más profundamente en el surco, más y más cerca de su pequeño agujero.

¡Su agujero! ¡Tenía que verlo absolutamente, antes de empezar la fiesta! Le abrí las nalgas con la mayor delicadeza posible y se me apareció en todo su esplendor: un agujerito perfecto, intacto, rosado, sin un pelo, y perfectamente limpio. Por lo visto el chico, al menos allí, no quería que se acumularan olores extraños.

Al acercar mi nariz, apenas noté el olor penetrante, agrio y ligeramente terroso propio del culo, pero aquí también prevaleció el olor acre del sudor adolescente: una sinfonía de perfumes que me hizo la boca agua. No pude resistir más, y toqué ese agujero virgen con mi lengua, saboreando su sabor áspero. Lo lamí una y otra vez, cada vez empujando un poco más con mi lengua, tratando de vencer su resistencia natural. Esta vez, después de un rato, finalmente hubo una reacción del chico, un gemido salió de su boca: ¡creo que fuera la primera vez que alguien le hacía algo tan íntimo! Y al parecer le gustaba.

No sé cuánto tiempo pasé lamiendo y explorando esa maravilla de agujero, me parecieron horas, pero probablemente no fueron más de 10 minutos. Eso pareció ser suficiente: el niño de repente se apartó de mi cara y se volvió hacia mí, mientras manoseaba su pito como un loco. Me di cuenta de que no duraría mucho, estaba al borde del orgasmo. Lo esperé con la boca abierta y no me decepcionó: en pocos segundos me echó en la boca cinco fuertes chorros de semen uno tras otro, el primero tan fuerte que terminó directamente en mi garganta, casi ahogándome. Pero años de experiencia vinieron en mi ayuda, y no tuve arcadas, mantuve la boca abierta para los que siguieron después del primer y muy poderoso chorro. Los demás se posaron en mi lengua, y cuando el chico terminó, saboreé lentamente esa gollería, aún sin el sabor a cloro de los adultos. Era tan dulce como la miel, pero abundante como lo de un adulto. ¡Lo saboreé en mi boca durante mucho tiempo antes de tragarlo con extremo placer!

No me extrañé, siendo el chico tan joven, que su polla permaneciera dura, lista para un nuevo posible asalto. Extraño, en cambio, que su prepucio todavía cubriera el glande, tanto que me pregunté si acaso el niño tendría fimosis. De esto me enteraría más tarde, ahora todavía tenía que completar algo.

Sujeté al niño, cuyas rodillas comenzaban a ceder, y lo hice sentar en la tableta del inodoro, lo que hizo sin rebelarse. Levanté entonces su pierna izquierda, mientras él con la otra mano continuaba masturbándose lentamente, y acerqué su pie a mi rostro.

Los olores que salían de allí eran mucho más fuertes, quizás gracias a que, además de no lavarse, llevaba zapatos sin medias, tan fuertes que estuve a punto de abandonar la tarea que me había propuesto. Pero me resistí lo suficiente para dejar que mi estómago se calmara, luego llevé a mi nariz la planta del pie, ahí donde se encuentra con los dedos, e inhalé profundamente una y otra vez. Mi verga no quería quedarse encerrada en su pantalón, y empujaba para salir. Pero no quería que el chico se asustara, imaginé que no le hubiera gustado tener algo que ver con una polla de adulto, así que le dije mentalmente a mi hermano menor que se portase bien, habría pensado en él más tarde.

El olor en el punto donde había apoyado la nariz era súper intenso, muy acre y a la vez como a queso de oveja, que no tardé en saborear. Primero lamí suavemente la parte inferior del dedo gordo, mirando al niño directamente a los ojos, luego, al ver que no retraía el pie y que seguía masturbándose lentamente, me metí todo el dedo gordo en la boca y comencé a lamerlo por todas partes, llegando incluso a eliminar todo lo que pude de la sustancia grasosa y maloliente que se había acumulado entre el gordo y el segundo dedo. Alejé la boca del dedo, para dar tiempo a que esa delicadeza se derritiera en mi boca, luego dirigí mi atención y mi cuidado a los otros dedos y a lo que encerraban entre uno y otro. Luego le dediqué el mismo cuidado al otro pie.

Mientras tanto, el chico seguía jugueteando con su polla, así que no pude detenerme, y lentamente recorrí sus piernas con mi lengua, un poco de un lado y un poco del otro, hasta los testículos, mientras el chico me miraba con interés.

Tomé un testículo en mi boca, luego el otro, luego ambos, y suavemente los arremoliné dentro de mi boca, lavando días y días de sudor, feliz de que estuvieran totalmente sin vello y no tuviera que preocuparme de que algún pelo se enganchara entre los dientes. Por lo visto, el chico agradeció mucho esta actividad, ya que empezaron otra vez los profundos gemidos que habían acompañado mi faena a su hermoso agujerito.

Aún faltaba la pieza maestra, su polla, a la que aún no había prestado la debida atención. Así que dejé que su escroto saliera de mi boca, y mientras seguía acariciándolo con una mano, con la boca comencé a trepar por el asta, que el niño seguía manoseando lentamente. Pero su mano pronto se apartó de la polla, para dejarme cuidarla. Y yo, besándola y lamiéndola con esmero, subí hasta la punta de su abundante capullo. Tomando el miembro con firmeza en mi mano libre, llevé la punta a mi nariz e inhalé profundamente, e inmediatamente percibí un olor a queso añejo. ¡Lo sabía! Con un prepucio tan abundante, y la falta de limpieza, allí debía estar el tesoro que más anhelaba: ¡una abundante reserva de queso de polla! Esperé que la razón por la cual la polla no había dejado salir el bálano, antes, no fuera una fimosis, que me privaría del placer de saborear el esmegma que estaba contenido dentro de ese hermoso capullo. Solo había una forma de estar seguro, intentar abrirlo. Y eso fue lo que hice: comencé a retirar la piel, cruzando mentalmente los dedos. No, no había fimosis, el glande se fue destapando lentamente, y el interior estaba casi completamente cubierto por una película de esmegma ‘curado’: el color no era blanco, sino un amarillo intenso, y de él emanaba un olor muy fuerte e intenso, como de queso añejo. Al seguir destapando el glande, vi que el surco estaba completamente lleno de costras amarillas. Empecé a pasar la lengua, temeroso de que se derritiera como la nieve al sol, pero no fue así, al contrario resistió mis embestidas, y solo se desprendieron pequeños fragmentos, que saboreé uno a uno haciéndolos derretir en mi boca, incluso si, para hacerlo, tenía que presionar la lengua con fuerza contra el paladar. Me preguntaba ociosamente cuántos días hacía que esa polla no veía el agua... ¡Mejor para mí! Tardé casi media hora en limpiar el surco con la lengua, mientras alternaba entre lamer y mordisquear todo alrededor y dar unas chupadas profundas, para evitar que el chico perdiera la concentración... y la excitación. Pero no había riesgo de que eso sucediera, y mientras yo disfrutaba de todo ese delicioso manjar, sobrecargando mis receptores gustativos, el chico reemplazó su mano por la mía, y comenzó otra vez a masturbarse lentamente.

Cuando terminé mi trabajo de limpieza, comencé a chupar esa hermosa polla olorosa con gusto, mientras el chico me ayudaba, no dejando de pajearse. No pasó mucho tiempo antes de que descargara otra dosis de esperma en mi boca. Aunque ya se había corrido no mucho antes, esta segunda corrida no fue menos intensa que la primera (¡ah, el poderío de la juventud!) y otros cuatro o cinco densos chorros de cálida y dulce corrida llenaron mi boca. Los saboreé sin quitar la boca de su falo más bien seguí rodeándolo con la lengua, mientras unas gotas de semen seguían saliendo por el meato. Cuando lo hubo tragado todo, seguí chupando suavemente la punta, mientras con una mano seguía masajeando los testículos y con la otra ordeñaba el miembro, que comenzaba a perder su dureza, para asegurarme de vaciar completamente sus testículos. Hasta que el chico tomó mi cabeza entre sus manos y la apartó de sí mismo, obviamente estaba empezando a ser demasiado sensible.

Me levanté y, sonriendo, señalé la ducha. Mientras se duchaba, saqué su ropa de la lavasecadora, que entretanto había terminado su ciclo: toda nuestra (bueno… ¡la mía!) actividad había durado más de dos horas! Agregué a sus pocas prendas de vestir un par de mis calcetines de deporte: no durarían mucho, pero mejor que nada...

Cuando el chico salió de la ducha me di cuenta de que era realmente hermoso, incluso más hermoso de lo que ya suponía, incluso cuando estaba sucio. ¡Era un verdadero ángel rubio!

Dejé que se secara y se vistiera, luego lo acompañé hasta la puerta. Antes de irse se dio la vuelta, y un poco temeroso, me abrazó torpemente, luego se dio bruscamente otra vuelta y bajó corriendo las escaleras.

¡Que la vida te acompañe, ángel rubio!

 

FIN