una inusual visita medica – la perspectiva de Antonio

por piss_boys

piss_boys@yahoo.it

 

 

Warning: English is not my mother-tongue, so I won’t even try to write this short story in this language. I will write it in Spanish, my second language, with the idea to translate it, later on, into English, should this attempt be successful. I hope somebody will enjoy it: if it makes you horny, and your little brother downstairs is raising his head up, then the story has reached its goal… As usually happens with authors, this is a labour of my fantasy, only intended for an adult audience. The author condemns any act as such here described, and the usual other warnings required by law. If you are an under-age reader yourself, it is better for you to leave now, go back to cartoons, and come back again in a couple of years, or more, according to your present age.

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Ciao!

 

 

Aviso: espero disfrutes de mi nueva historia de fantasía: si te emocionas al leerla, y tu hermanito de abajo comenzará a levantar su cabecita, entonces mi objetivo se habrá cumplido... Como de costumbre, este es el parto de mi fantasía, y sólo está destinado a un público adulto. El autor condena firmemente todos los actos similares a los descritos aquí, a menos que ocurran entre adultos que consienten el uno con el otro. Si eres menor de edad, no sigas leyendo, regresa a tu pasatiempo favorito y vuelve aquí en unos años.

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¡Ciao!

 

************

 

La sala de espera de mi médico está vacía, soy su último paciente. Para engañar el tiempo, leo una de esas revistas muy viejas, esas estúpidas revistas que, por alguna razón, siempre se encuentran en las consultas médicas. La secretaria está detrás de un mostrador alto, y se ocupa de sus cosas.

 

Mejor así, porque de repente, mientras leo un artículo estúpido, muy viejo, y, por supuesto, nada de ecitante, mi polla se vuelve extra-dura. Sé que no se ve, con los calzoncillos que llevo puestos, ¡pero aun así me da vergüenza! Por suerte, después de unos minutos, la maldita polla vuelve a su estado normal y, durante toda la función, la secretaria nunca ha levantado la cabeza de lo que está haciendo. Mejor así, porque me hubiera sonrojado, y probablemente ella se hubiera preguntado por qué...

 

De todos modos, ¿por qué estoy aquí, en la consulta del médico? Estoy aquí para un chequeo, tal vez el último, por desgracia, con mi médico. Digo ‘mi’ médico porque él es mi pediatra, y me conoce desde que nací. Pero ahora estoy muy próximo a los 18 años y, francamente, quizás sea un poco grande para venir aquí. Tanto es así que, esta vez, mis padres me dejaron venir solo: después de todo, no hay problemas particulares de los que hablar, es solo una de las muchas visitas que el médico brinda periódicamente a sus pacientes. Un poco más cercana la una con la otra, con los adolescentes, como le explicó una vez a mi madre, creo que porque algunos problemas, como la escoliosis, pueden manifestarse repentinamente en la adolescencia. De todos modos, no me importa, estoy bien, aquí en su consultorio, me siento a salvo y seguro con él. Y luego sé, por lo que me comentaron mis amigos que ya no van al pediatra y a los cuales es el médico de familia quien los sigue, que su nuevo médico no los mira para nada, es decir que no los visita prácticamente nunca: simplemente escucha si hay algún problema, y les receta algo de tomar, o les prescribe algún examen, y ya está. Bueno, a lo mejor, una vez al año una medida de su presión arterial. No, no, ¡‘mi’ pediatra es mucho mejor!

 

Cuando los pacientes que estaban en el consultorio del médico salen, la secretaria se asoma a la puerta del médico y le informa: “Antonio ha llegado”. Siento que el doctor responde “¡Déjelo pasar!”.

 

Entro y cierro la puerta detrás de mí. El médico me está esperando, con una hermosa sonrisa en su rostro agradable, siempre bien cuidado.

 

“Bueno, ¿no dejas entrar tus padres?” Me dice, un poco sorprendido.

 

Con una sonrisa de orgullo, le respondo: “¡Voy solo! Dentro de unos pocos meses ya tendré 18 años, así que le dije a mi mamá que incluso podría venir solo, además al ser un chequeo rutinario... ¿Cómo estás, doctor?”.

 

Le tuteo. Siempre lo he hecho, desde que era un niño, ¡me parecería extraño tratarlo ahora de Usted! Ésta también es una de las razones por las que voy a lamentar el momento en que tendré que cambiar de médico. Por supuesto, al médico de mis padres no podré tutearlo, sé que, incluso hoy en día, es un poco brusco y muy formal.

 

De todos modos, el médico me dice: “Bueno, pero no te quedes allí parado, siéntate y conversamos un poco, como siempre hacemos cuando están tus padres. Lo que sólo cambia es que esta vez eres el protagonista absoluto, y además, sin tus padres presenciando, eres libre de decirme lo que quieras”.

 

Así que me siento y empiezo a contarle las noticias de los últimos meses: que estoy bien, como van la escuela y el deporte, como es mi comida, si he dejado de fumar, si tomo alcohol... En resumen, toda una serie de cosas aparentemente estúpidas. Pero son cosas que me hacen entender que le interesa realmente saber de mi salud, y no solo desde el punto de vista médico, sino en general. Es una buena sensación. ¿Cuándo hace un adulto todas estas preguntas a un joven de ni siquiera 18 años? Y si las hace, lo hace todo muy distraídamente. No es su caso, se ve que él está interesado, lo entiendo por su mirada fija y cálida, que no deja mis ojos. Sí, sé que es su trabajo hacer ciertas preguntas, pero es agradable, de todos modos.

 

“Bueno”, me dice, “me parece que todo esté muy en orden”, y agrega: “¿seguro de que no me ocultas nada?”. Pero sonríe mientras lo dice y también me da un guiño.

 

(Maldición, ¿qué significará? Es como si supiera algo que ni yo conozco. Esto me pone un tanto nervioso...) Pero respondo rápidamente: “No, no, ¿por qué debería?”.

 

Sin embargo, la cosa pasa así, sin más comentarios, y, después detenerse un momento, como para darme el tiempo de añadir lo que quiera (Pero, ¡¿si no sé qué?!) el médico continúa: “Está bien. Entonces, vamos a la visita. Desvístete, quédate en calzoncillos y calcetines, y vete a la balanza”.

 

Mientras me desvisto, la secretaria llama a la puerta. Sólo se asoma con su cabeza, para advertir que se iría, si no hay nada más que hacer. (Mejor, estoy más tranquilo, si quedamos solos, yo y el doctor). El médico la autoriza rápidamente.

 

Mientras tanto, he terminado de desvestirme y subo a la balanza, como lo he hecho mil veces antes.

 

El médico me pesa (68 kg, ¡no está mal! El gimnasio funciona...) y me mide de altura (175 cm... ¡Uf! Sí, crecí un poco más, pero siempre soy corto, ¡malditos sean esos dos enanitos de padres que tengo!).

 

Después de esta parte, el médico me hace recostar en la mesa de examen y comienza a medir la presión, luego me siente el latido del corazón, el pecho y la barriga, luego me palpa en todas partes, creo que esté controlando que no que no haya glándulas extrañas. Afortunadamente, al parecer todo está en orden.

 

Ahora empieza la parte más divertida de toda la visita, creo. De hecho, sin falta: “ok”, me dice el doctor, “ha llegado el momento de revisarte también allí abajo. ¿Te importaría bajar tu calzoncillo?”. Y, en seguida: “a propósito de tus calzoncillos, Antonio, noté que últimamente siempre usas este tipo, tan elástico y pesado... ¿Cómo es eso?”.

 

¡Ay, se ha enterado! Es cierto, hará un par de años – desde que completé mi desarrollo puberal y definitivamente crecí allí abajo – que elegí usar este tipo de calzoncillos de compresión, los tengo en todos colores. No tengo dificultad en responderle: “el punto es que me empalmo muy fácilmente, y no quiero que los demás se fijen demasiado”.

 

Mientras le explico, bajo el calzoncillo con la ayuda del médico que había insertado sus índices debajo de la banda de goma, a los lados. Le ayudo levantando mi trasero. Ya sé lo que me espera: control de polla y bolas. Antes, hace años, lo hacía para ver cómo crecía, luego en cambio siempre me comentaba que tenía que verificar que no habían cosas extrañas, como hernias, varices (o un nombre así, no sé bien... de todos modos, me había explicado que es como cuando a las personas mayores les salen aquellas venas asquerosas que a veces se les ve en las piernas, y esto puede dar problemas cuando pasa en las bolas), y luego, si el pito se abre bien, si el frenillo es lo suficientemente largo, en pocas palabras: un montón de cosas. ¿Quién coño sabía que el pito puede tener tantas cosas que no marchan bien?

 

Bueno, como decía, me bajo el calzoncillo, pero esta vez decido quitarlo por completo. Antes, nunca lo había hecho, estaban mis padres allí cerca, me fastidiaba que pudieran mirar atrás, hacia mi ­– aunque nunca lo habían hecho – y de esa manera me parecía quedar un poco más protegido, y de cualquier manera podía levantarlo rápidamente si sólo me hubiera percatado de que estaban a punto de hacerlo. Pero ahora es diferente, somos solos, yo y el doctor. ¡Y no me avergüenzo de él!

 

El doctor me mira con una mirada un poco interrogante, así que le explico: “Somos solo nosotros dos, no me avergüenzo... Me has visto así, en bolas, desde que era un niño... ¡Y quién sabe cuántos viste, como el mío!”.

 

Cuántas veces me pregunté... quién sabe cómo lo tienen los demás. Y quién sabe si les pasa a otros como a mí, cuando me visita allá abajo... Joder, ¡siempre tengo una erección terrible! Es cierto que últimamente me empalmo aun sólo por un soplo de aire, tal como me pasó en la sala del espera, pero aquí no hay sólo un soplo de aire: hay las manos suaves y siempre cálidas, incluso en invierno, del médico y luego las maniobras, que siempre hace con tanta delicadeza… a veces parece que es una pluma que está tocando mi polla y mis pelotas... ¡¿Cómo puede no volverse dura?! Y mientras me se pone dura, sigo preguntándome sobre los otros chicos de mi edad, aquí en la consulta del doctor: ¿haría las mismas maniobras también a ellos? ¿Y se les pararía a ellos también? ¿Y cómo la tendrían? Pero entonces, ¿por qué sigo preguntándome cómo la tienen? A mí, ¿qué coño me importa cómo la tienen?

 

Ve aquí, otra vez e inevitablemente, mi polla se endurece tan pronto como el doctor pone sus manos en la bolsa de las bolas. Sonrío como un tonto.

 

“He notado que te pasa cada vez...”, me dice el doctor, pero sin rastro de juicio en su voz.

 

(Y me gustaría verte a ti, mantente tú unas manos cálidas, lisas, suaves y ligeras en las pelotas, y luego a ver, si la polla no se te endurece). Pero en voz alta, le digo: “Sí. No es que sea exactamente una parte desagradable de la visita, ¡para mí puedes continuar todo el tiempo que quieras!”. (Ay Dios, ¿habría exagerado?)

 

Pero el médico no parece sorprendido ni turbado...

 

De hecho, me dice: “Bueno, eres el último paciente, podemos continuar todo el tiempo que necesitemos. Mejor así, así podemos hablar de algunas cosas sobre este compartimiento”.

 

Ay Dios mío, ¿qué es ahora? Me levanto un poco, apoyándome en los codos, sé que parezco alarmado, pero no puedo evitarlo: “¿qué hay? ¿Algo está mal? Es pequeño, ¿verdad que sí?”.

 

(Realmente, no sé si es normal, mi polla, para mí es pequeña, maldita sea la manía de ir al gimnasio con un chándal. Al menos lo evitase, luego podría ir a las duchas y ver las de mis compañeros... pero, ¿cómo puedo cambiar mis hábitos? Mi madre empezaría a hacerme preguntas ... ¿Y si la mía es realmente mucho más pequeña que la de los demás? ¿Sabes la vergüenza? Bueno, mejor escuchar lo que el doctor tiene que decirme).

 

Veo que intenta tranquilizarme: “No, no, Antonio, no te preocupes, no hay nada grave, pero hay cosas que necesitamos hablar entre tú y yo, y no con tus padres”.

 

“Ah, ok”. Me callo y espero.

 

“De todos modos” me dice, “pequeño no es. En absoluto, diría yo. ¿Lo has medido alguna vez?”.

 

(Uf...) “No, siempre he estado convencido de que era pequeño, y no quería tener confirmación...”.

 

“Ok, vamos a solucionar esto de inmediato”, dice, mientras toma el centímetro y comienza a medirme. “Mira aquí”, me dice, “21 cm de largo. Y...” otra medida, “una circunferencia de 19 cm”.

 

Uh! A mí ¿qué coño me dicen estos números? ¿Por qué los médicos nunca logran ser simples? Ni siquiera ‘mi’ doctor, a pesar de ser bueno hablando con los chicos. Doble uf...

 

“¿Y bien? ¿Es poco o es normal?”, le pregunto.

 

Bueno, en este momento ¡realmente me sorprende!

 

“Te sorprenderá oirlo, Antonio, pero ‘normal’, es decir, en promedio, sería de unos 14 cm de longitud. ¡El tuyo es unos buenos 7 cm por encima del promedio! E incluso la circunferencia está muy por encima del promedio. Yo diría que has sido bendecido, Antonio, ¡no te ha golpeado la mala suerte!”.

 

¿Tan extraño, que pinto una sonrisa grande como una casa?

 

Pero el médico insiste: “¿Ya estás usándolo?”.

 

Siempre he sido honesto con él, intento serlo esta vez también: “En realidad no, si no con pajas”.

 

El médico insiste (¡ah, no suelta el hueso, éste!) “¿Cómo es posible? ¿No hay nadie que te interese, bajo este punto de vista?”.

 

(¿‘Nadie’? ¿Por qué no preguntó simplemente ‘ninguna chica’? Es como si hubiera intuido que estoy obsesionado con lo que tienen otros chicos en medio de sus piernas, y que no puedo evitar mirar el paquete de mis amigos y compañeros, preguntándose cómo está hecho lo que hay allí dentro…).

 

De todos modos, hago como si nada... “Naa... Todavía no. Demasiado ocupado... Hay la escuela, el deporte, los amigos, no tengo tiempo para eso. ¡La mano es suficiente para mí, ahora!”.

 

Estoy un poco extraviado en mis pensamientos, me perdí algo que el doctor ha empezado a decirme. Intento concentrarme de nuevo: “...lo que mencioné anteriormente. Es un pequeño defecto que tienes, algo que quería decirte durante mucho tiempo, pero siempre estaban tus padres, y este es un tema demasiado íntimo como para tratarlo delante de ellos”.

 

Vaya, ahora me hace preocupar otra vez! “Vamos, doctor, dime que pasa, ¡me estoy volviendo loco!”.

 

Me explica – entiendo que lo hace en los términos más simples que puede encontrar – cuál es mi problema, ayudándose con la mano para hacerme entender mejor. Me enseña que, incluso si lo levanta con su mano, mi pito se aleja muy poco de las bolas, a menos que haga mucha fuerza.

 

Me dice que esto no es un problema cuando me hago una paja – de nuevo, con la mano que va lentamente para arriba y para abajo empieza una mini-paja, y a mí me sale un gemido en la garganta: si no se detiene, ¡pronto me corro! – pero tal vez me dará muchos problemas durante una follada.

 

Todavía intenta tranquilizarme: “Antonio, hay una solución para todo. En unos pocos meses, cuando ya alcanzarás los 18 años, puede ir solo para que te vea el profesor XXX” y me dice el nombre de alguien que no conozco. “Es un muy buen cirujano plástico, experto en solucionar este tipo de defectos”. Oh, bueno ¡...ojalá!

 

Es mi turno de tranquilizarlo: “gracias doctor, ciertamente lo haré”.

 

Pero mi problema ahora es otro: “escucha doctor, a mí toda esta explicación me dejó excitado como un perro. No puedo irme a casa así. ¿Te molesta mucho si, después de la visita, me hago una paja?” le digo, mientras señalo mi polla dura y hago el gesto de masturbarme.

 

“Por supuesto que no”, responde. “Bueno, ya lo pensaremos, ¿ok?”.

 

El médico reanuda el examen y continúa a palparme la bolsa de mis pelotas. Mientras lo hace, me explica que está checando si tengo esa cosa extraña como las venas de las piernas de las ancianas... Luego agarra otra vez el pito con una mano, lo levanta y retira la piel con la otra mano. ¡Joder! Realmente, si sigue así, ¡me corro!

 

Debido a sus gestos, la cabeza de mi polla sale a la luz. Como siempre, está casi completamente blanca por el queso que se ha acumulado en los pasados 2-3 días. El médico, en aquellas ocasiones haciendo solo gestos para no atraer la atención de mis padres, ya había dirigido mi atención, las últimas veces que nos habíamos visto. Hablando solo con los labios, sin decir palabra en voz alta, me había dicho que tenía que limpiarme mejor. Uf... ¡Esta vez va a joderme bien!

 

 “Veo que no has seguido mis indicaciones de librarte del esmegma...”, me dice.

 

“¿Ehh?”.

 

“El esmegma... sería el queso de polla, o el requesón… ¿como lo llamas tú?”.

 

“Ahh ... ¡No sabía que su nombre era como lo llamas tú! De todos modos, no, en realidad no lo hago a menudo, y, desde luego, después de un par de días vuelvo a estar así, ¿para qué quitarlo? ¡A mí no me molesta!”.

 

“Entiendo. Sólo que… hay parejas sexuales a las que les gusta esta sustancia y también les gusta encontrar el pito relleno, pero a muchas otras personas no les gusta para nada”.

 

“Oh, bueno, pero… si yo aún no voy con nadie, ¿cuál es el problema?”.

 

“No hay problemas, en realidad, al menos por eso. Pero debes tener cuidado que no se te infecte”. Luego, después de una pausa, continúa: “bueno, y ¿qué haces cuando decides quitártelo? ¿Lo lavas o te lo comes?”.

 

(Uf… esto no lo había pensado. Bueno, casi…) “Comérmelo? ¿Por qué, puedo comérmelo? Tuve la tentación de hacerlo, pero siempre pensé que podía lastimarme. Buena información, significa que la próxima vez lo intentaré. Por otro lado, de hecho, pensando en eso, mi ...corrida... ¿puedo llamarla así?”.

 

“Por supuesto, es como la gente la llama comúnmente. El término correcto sería semen, o mejor eyaculado, científicamente. Sin embargo, usa el término que quieras”.

 

“Ok, mi corr... mi semen, normalmente lo como, cuando me masturbo, ¿por qué no el queso, entonces? ¿De qué está hecho, de todos modos? ¿Por qué se forma?”.

 

Él me explica qué es y cómo se produce el esmegma, como él le llama al queso de polla, y me dice que se forma tanto en los hombres como en las mujeres, y que de hecho se puede comer, si no hay infecciones.

 

Me callo un poco, luego ya no puedo soportarlo más: “¿Puedo preguntarte algo?”.

 

“Por supuesto!”.

 

“¿Se te forma a ti también?”.

 

“Sí, por supuesto. No tanto como el tuyo, pero sí”.

 

“¿Y qué haces de eso?”.

 

“Para ser honesto, me lo como. Soy una de esas personas a las que realmente les gusta su sabor”.

 

“¿¿Realmente?? ¡Guay! Y... ¿sólo comes el tuyo? ...No, no, disculpa, ¡lo siento! ¡Soy demasiado indiscreto!”.

 

“No te preocupes: preguntar es legal, responder es cortesía. De todos modos, sí, me gusta también lo de los demás”.

 

(Uy, interesante… dijo ‘los demás’ no ‘las mujeres’... ¿Sería una forma genérica de hablar de sus amantes – sé que no está casado – o una confirmación de que es gay, lo que varias veces había pensado?). Decido insistir, y en voz baja le pregunto: “¿Así que… te gustaría probar el mío?”.

 

“Ay, Antonio, si no fueras mi paciente, bueno, sí, lo haría con mucho placer”.

 

“Uf... ¡olvida esta historia del paciente! ¡Me gustaría que lo probaras! De hecho, podría aprovechar para probarlo yo también...”.

 

“¿Estás seguro, Antonio? ¿En serio?”.

 

“¡Qué sí, vamos, hagámoslo! ¡Toda esta charla me dio unas ganas de hacerlo…!”.

 

Estira su mano, vacilando un momento. Entonces se detiene. “¿Realmente puedo?”. (¡Uf! ¡Me empieza a cansar toda esta atención!). Hago un gesto con la mano como para decirle “¡sírvete!”.

 

Finalmente, extiende su mano, y con el índice recoge algo del queso que hay en la cabeza. Luego retira la piel hasta recubrir otra vez el capullo, y saca su mano de la polla. Luego, lleva su dedo a la nariz y husmea profundamente. Tiene una mirada de felicidad en su rostro. Finalmente, lleva su mano a la boca, y con la lengua se limpia bien el dedo. Sigo cada uno de sus movimientos, me intriga lo que está haciendo.

 

“¿Y? ¿Qué tal está? ¡No me tengas en espinas! ¡Dime!”.

 

El médico trata de explicarme lo que siente: “¡está riquísimo! Es dulce, casi como un queso de cabra suave, con la misma intensidad, pero más dulce, y el sabor es envolvente: se extiende lentamente dentro la boca hasta llenarla. ¡Podría comérmelo todo en un momento!”.

 

“En este punto, también tengo que intentarlo... Estoy un poco inseguro, no estoy seguro de que me guste”.

 

“No es que tengas que forzarte... De hecho, si no quieres probarlo, ¡hará más para mí! Estaré encantado de ayudarte a deshacerse de eso”.

 

“No, no, voy a intentarlo, ¡ciertamente!”.

 

Con un mínimo de titubeo, yo también alargo mis manos, y con una tiro mi polla hacia arriba y bajo lentamente la piel, ese prepucio. Levanto un poco mi cabeza para poder echarle un vistazo a la cabecita de abajo, que aparece estar toda blanca, excepto por el punto donde pasó el dedo del médico. Repito sus gestos. Con el índice, tomo un poco de queso. Luego intento comprobar su consistencia apretándolo levemente entre el índice y el pulgar: realmente está como una cremita espesa. Luego me llevo los dedos a la nariz y los husmeo: tiene razón, mi médico, ¡huele a queso! Por fin, bajo mis dedos a mi boca.

 

Un poco titubeando, paso los dedos en la punta de la lengua, después cierro la boca y experimento por primera vez su sabor. Me da como ¡una explosión en la cabeza! No es un simple sabor a algo, es como… como… una sinfonía de sabores distintos, diría yo, donde no logras separar un gusto del otro. ¿Como puedo explicármelo, y explicártelo? Aquí, ¡lo tengo! Es como un cóctel bien hecho, donde nunca llegas a saber que le han echado, si alguien no te lo dice. Esto sabe a queso, sí, con un sabor a grasa también, y un poco a heno recién cortado… ¿Qué te decía yo? ¡Una sinfonía!

 

 “¡Joder! ¡No me lo creía! ¡Está SUPER-RIQUÍSIMO!”.

 

“Pues, ¿qué te había dicho yo?”.

 

“Vamos, doctor, terminémoslo juntos, un poco yo, y un poco tú”.

 

“Si no te importa, Antonio, y creo que no te importará... cómete tú primero la mitad, luego lo haré yo”.

 

“No me importa en absoluto!”.

 

Llevo otra vez mi dedo a mi polla, y empiezo a recoger el queso cremoso, trocito tras trocito. Procedo lentamente, y trato de limitarme a la mitad exacta del capullo y del surco, hasta el hilo, para dejar la otra mitad al médico. Cada vez que tomo un trocito hago como la primera vez, para sentir de nuevo, cada vez, la consistencia, el olor, el sabor. (Joder, ¡lo que me perdí todo este tiempo! ¡No puedo creer que algo que se piense tan sucio sea tan rico!). De hecho, cada vez que un nuevo trocito toca mi lengua, y ese sabor increíblemente complexo se expande dentro de mi boca, un gemido me sale de la garganta.

 

Cuando ya he acabado con mi mitad, casi lamento haberle dicho al médico que la otra mitad se la dejara a él. Pero ahora no puedo cambiar de opinión, haría una figura de mierda. Y luego, dentro de tres días habrá tanto como hoy, o quizás más, ¡puedo comer todo lo que quiera!

 

“Anda, doctor, te toca”, le digo, manteniendo los ojos cerrados.

 

Su respuesta es inmediata, acompañada por una sonrisa: “No te preocupes, creo que esta parte te va a gustar también, incluso aún más…”.

 

Ni siquiera tengo tiempo para responderle, siento que el médico ya ha levantado mi polla con una mano y ha bajado el capullo. Oye, pero ¿qué está haciendo ahora? Con mi cabeza aun descansando en la mesa de examen, los ojos entrecerrados, intento comprender lo que está haciendo. Es que ¡no hace como antes, no acerca el dedo de la otra mano a la cabeza de mi polla! Está bajando su cabeza, y de repente siento una sensación cálida y húmeda en la cabecita. Me pongo medio sentado, apoyándome en mis codos y veo que el doctor tiene su lengua pegada a mi polla, y mientras tanto me está mirando directamente a los ojos. Me sonríe, y sigue limpiando mi polla con su lengua. Pero ahora la cabeza ha vuelto a su color normal, y sé que en el surco probablemente no queda casi nada. ¿Qué hará, ahora, este doctor que no para de sorprenderme? Mientras pienso así, el médico abre más la boca y se traga toda la punta de mi polla.

 

“COÑOOO, doctor, ¿qué estás haciendo? ¡No lo sabía, no me lo imaginaba! Cuando dijiste que te gustaba el esmegma de otras personas, tuve un mínimo de sospecha, pero ¡pensé que te referías a las mujeres!”.

 

El doctor no me responde. Está muy ocupado… De todos modos, no sé si lo escucharía, de momento. La sensación es demasiado fuerte y tan maravillosa. No puedo evitar estirar la cabeza hacia atrás, y seguir gimiendo. Empiezo a empujar espontáneamente con mi pelvis para follar esa boca caliente y llenarla con mi semen.

 

Y esto es exactamente lo que sucede, después de un par de minutos como máximo. Le lleno la boca con mi corrida, una serie de chorros potentes, mucho más potentes que el usual. Veo que casi vomita: debo haber alcanzado la garganta del médico, con mis chorros.

 

Basta, por ahora todo está terminado. Me desplomo en la mesa de examen, y trato de recuperar algo de fuerza, después de este violento orgasmo.

 

“¡MIERDA!” exclamo, pasados unos minutos, “fantástico, ¡realmente no podía imaginarlo! ¡Ha sido la mejor corrida de mi vida! Nada que ver con las pajas… ¡Gracias doctor!”.

 

“Bueno, me alegro que te haya gustado. Descansa un momento, ahora”.

 

(Joder, ¡qué experiencia! Hubiera tenido que adivinarlo antes, que a mi médico le gusta la polla – ¿también? ¿o sólo? ¡Uf... no hace nada! – hubiera flirteado con él ya durante las otras visitas… Bueno, no importa, disfrutemos del momento presente. Pero tengo que intentar hacer algo para repetir la experiencia, ¡me ha gustado demasiado!)

 

Me levanto y empiezo a vestirme. Mientras tanto, el doctor está escribiendo algo, luego lo leeré.

 

Nos saludamos con cariño y un abrazo, y me voy.

 

Más tarde, en casa, durante toda la noche... y durante muchas otras noches, vuelvo con la mente a lo que pasó con 'mi' médico y cada vez me excito más, y termino con una paja sin fin. Después, siempre evito limpiar demasiado, más bien reparto un poco de mi corrida sobre todo el capullo y en el surco, con la esperanza de que esto incremente la producción de queso. Todavía no entiendo si funciona: a veces me parece que el queso aumente más fácilmente, a veces que no sirva para nada... Yo, de todos modos, ¡continúo!

 

Entonces, entre la escuela, los amigos, el gimnasio... y las pajas, pasa casi un mes. He pensado tantas veces en llamar al médico, me gustaría volver a verlo, pero me da un poco de vergüenza, así que pospongo día tras día. Finalmente, una tarde que estoy solo en casa, me decido y lo llamo.

 

Su secretaria me pasa rápidamente con el: “Hola doctor, soy Antonio YYY. ¿Tienes un minuto?”.

 

Me hace esperar unos momentos, tiene en frente una familia de pacientes. Finalmente: “Aquí estoy. Dime, Antonio”.

 

“Quería decirte que... me gustaría volver a tu consultorio para otro chequeo. Sabes”, sigo bajando la voz, lo cual es completamente estúpido, ya que estoy solo en casa, “no me he limpiado durante los últimos cuatro días. Me gustaría que revisaras la situación otra vez... ¿Se puede hacer?”.

 

Un momento de silencio en el otro lado, luego: “pero ¡claro qué sí, Antonio! ¿Qué opinas si nos vemos pasado mañana? Tengo la última cita libre”.

 

“¡Guay! También porque... hay un par de otras cosas de las que me gustaría hablar contigo”.

 

“Mmm… ok” me dice el doctor, “¿quieres mencionarme algo?”.

 

Continúo con esta estupidez de la voz baja, me parece que cree más intimidad... “Pues sí, hasta entonces... me dijiste que tú también lo mantienes así. La última vez no tuve el coraje de preguntarte, pero... me gustaría comparar ¿Qué opinas? ... Y luego, quería hablarte sobre Julio, mi hermano menor...”

 

¿FIN?