Antonio vuelve a visita

por piss_boys

piss_boys@yahoo.it

 

 

Warning: English is not my mother-tongue, so I won’t even try to write this short story in this language. I will write it in Spanish, my second language, with the idea to translate it, later on, into English, should this attempt be successful. I hope somebody will enjoy it: if it makes you horny, and your little brother downstairs is raising his head up, then the story has reached its goal… As usually happens with authors, this is a labour of my fantasy, only intended for an adult audience. The author condemns any act as such here described, and the usual other warnings required by law are valid. If you are an under-age reader yourself, it is better for you to leave now, go back to cartoons, and come back again in a couple of years, or more, according to your present age.

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Ciao!

 

 

Aviso: espero disfrutes de mi nueva historia de fantasía: si te emocionas al leerla, y tu hermanito de abajo comenzará a levantar su cabecita, entonces mi objetivo se habrá cumplido... Como de costumbre, este es el parto de mi fantasía, y sólo está destinado a un público adulto. El autor condena firmemente todos los actos similares a los descritos aquí, a menos que ocurran entre adultos que consienten el uno con el otro. Si eres menor de edad, no sigas leyendo, regresa a tu pasatiempo favorito y vuelve aquí en unos años.

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¡Ciao!

 

************

 

Si la otra vez, cuando estuve aquí, en la sala de espera de mi pediatra, no tenía expectativas particulares, ni podía imaginar lo que sucedería pronto, y qué giro, tan inesperado como agradable, hubieran tomado mi día y mi vida, hoy es otra historia...

 

La otra vez se trataba de un chequeo programado, tal vez el último, ya que solo me faltaban unas semanas para cumplir los dieciocho años, tanto que mis padres me dejaron ir solo. Esta vez, sin embargo, fue yo quien le dije al médico que quería volver a verlo, y por razones específicas, que mencioné parcialmente por teléfono, cuando lo había llamado un par de días antes.

 

En la otra ocasión hice importantes descubrimientos, sobre mí pero también sobre mi médico: descubrí que mi pediatra es gay (o quizás bisexual, no sé, no había profundizado este punto, pero ciertamente, como mínimo, le gustan también los chicos). Y había descubierto que, por mi parte, soy un artesano fantástico, por así decirlo: produzco un excelente queso de polla (jejejejeje), del cual también me he convertido en un ávido consumidor, gracias a la ayuda que tuve en este sentido, ayuda brindada por mi pediatra. Pero también empecé a pensar en el hecho de que, tal vez, soy como mi pediatra: no solo porque a ambos nos gusta atracarnos con el queso mencionado, sino también porque creo que a mí también me interesan los hombres. Todavía no lo sé, no lo entiendo claramente. Quizás los machos en sí mismos no son particularmente interesantes para mí, pero ciertamente estoy interesado en descubrir si los demás producen tanto queso de polla como yo y, si es así, me gustaría probarlo.

 

De todos modos, estoy aquí esperando a que los pacientes anteriores abandonen el consultorio del médico, mientras que Ana, la secretaria del médico, se inclina sobre su trabajo, detrás del mostrador, al igual que la otra vez. Estoy solo en la sala de espera, así que creo que soy la última cita del día.

 

Parpadeo, sin siquiera mirarla, una de las viejas revistas de la sala de espera, cuando por fin se abre la puerta del consultorio del médico y salen mamá, papá y dos niños pequeños, quizás de 5 o 6 años.

 

Es el propio doctor quien los acompaña afuera, así que inmediatamente me ve y con una sonrisa me invita a entrar. Antes de cerrar la puerta detrás de él, se dirige a Ana: “Ana, cuando termine, puede irse, Antonio va a ser el último paciente de hoy, me ocuparé yo de cerrar todo”.

 

Entro en el consultorio, y me quedo allí de pie, un poco incómodo. Mientras tanto, el médico se quita la bata y me habla, mientras la cuelga del gancho al lado de su escritorio.

 

“Bueno, Antonio, entonces, el otro día me dijiste por teléfono que querías volver a verme, que necesitabas un nuevo chequeo...” y me guiña un ojo.

 

“Así es, doctor... El punto es que desde que nos vimos no pude dejar de pensar en aquella última visita, todas las cosas que habían sucedido. Y cada vez que lo pensaba, me excitaba como un caballo y terminaba haciéndome una paja”.

 

En ese momento, llaman a la puerta. Me estremezco, ¡pensaba que estábamos solos! Pero es sólo Ana, la secretaria. Ni siquiera entra, anuncia a través de la puerta cerrada que se marcha. El médico la saluda y luego continúa: “Bueno, vamos los dos por el mismo rumbo, por lo visto. Yo también pensé varias veces sobre lo que había sucedido y cómo podías sentirte. Me pregunté mil veces si te había chocado, una vez que la excitación del momento había pasado”.

 

“¿Chocado? No realmente. Sorprendido al principio, eso sí, pero luego fue una serie de descubrimientos increíbles, ¡y no puedo dejar de agradecerte por abrirme las puertas de un mundo que no conocía!”.

 

“Esto me agrada y me tranquiliza”.

 

“Sí, pero, ya ves, ha habido algunas consecuencias... Por ejemplo, ahora no puedo esperar a que se forme queso en mi pitorro para podérmelo comer. ¡Me convertí en un… quesadicto! Jajajajaja. Así que imagina cómo estoy ahora... ¡Como te dije en el teléfono, durante los cuatro días anteriores no lo limpié!”.

 

El doctor gime.

 

“Sí, yo también creo lo mismo...” le digo, “pero por teléfono nos hablamos hace dos días, así que ahora son seis, los días pasados sin limpiarlo... ¡y sin siquiera abrirlo! Aparte del deseo que tengo, incluso tengo miedo de abrirlo, no sé qué encontraré dentro”.

 

La sonrisa de un gato lamiéndose los labios se abre en la boca del doctor: “¿Queremos averiguarlo juntos?”.

 

“¡Claro que sí! Pero esta vez, como te dije, quiero hacer una comparación ... ¿Tienes queso, ahora mismo?”.

 

“Necesito más tiempo que tú, para producirlo. Sin embargo, ahora hace más de una semana desde que lo limpié. Así que sí, hay mucho en mí pene también”.

 

“Re-guay! Estamos incluso, más o menos, con el mismo número de días...”.

 

(¡Joder! ¡No puedo esperar! ¡Quiero ver cómo lo tiene!).

 

“¿Puedo?” Pregunto, comenzando a desvestirme.

 

“Sí, sí, por supuesto, ponte cómodo”, me dice el médico.

 

En un instante estoy con sólo mi calzoncillo puesto, y me acuesto en la mesa de examen. Esta vez, el médico no tiene vacilaciones, de hecho, e incluso antes de que pueda hacerlo yo, está estirando sus manos hacia mi ropa interior. Esta vez tampoco pone sus índices en los lados del borde del calzoncillo, sino que antes de todo pone su mano sobre mi paquete, luego, sintiendo que ya estoy jodidamente duro, le da un pequeño agarre con la mano, como si estuviera diciendo hola a mi pito, luego coloca la palma de su mano sobre mi estómago, después la mueve hacia abajo, y finalmente pasa bajo el elástico del calzoncillo, hasta que llega a tocar mi polla, que empieza a acariciar lentamente: “¿Puedo bajarlo?” Finalmente me pregunta.

 

Sus manos cálidas y suaves son una sensación muy emocionante cada vez, y la gran diferencia de edad entre nosotros me hace sentir como que si fuera mi padre tratando de manosear mi polla. ¡Ay, las ganas que tengo!

 

“Claro, claro, ¡sácalo!”.

 

No pierde el tiempo, esta vez, mi médico. Rápidamente me quita los calzoncillos por completo, mientras lo ayudo levantando mi culito. Tan pronto como me los ha quitado, baja la cabeza y siento que huele lenta y profundamente: “se siente fuerte, ahora, ¡el olor de polla sin lavar! E incluso hay trozos de esmegma que emergen del prepucio... No puedo esperar de comerme todo”.

 

“Tómatelo con calma”, le digo, “pero, como dije, esta vez yo también quiero probar la tuya”, y, al decir así, levanto un poco mi mano derecha y la apoyo en su bragueta, encontrando un bonito tronco dentro de su pantalón, ya duro como el mío.

 

“Adelante”, me dice con un guiño, “mi polla es tu polla”, continúa, parafraseando un poco el refrán popular.

 

Sigo manoseando su bragueta, puedo adivinar una buena polla allí adentro. Quizás no sea tan grande o larga como la mía, pero tampoco hace mucha diferencia su dimensión, estoy más interesado en ver lo que contiene debajo del capullo. Con algo de dificultad, bajo la cremallera de sus pantalones y meto la mano adentro. Mientras yo me aplico en esta nueva tarea, el médico todavía está olfateando mi polla, y acaba de comenzar a bajar su piel, exponiendo solo el pequeño agujero por donde pasa el pis y una pequeña parte de la cabecita. A pesar de estar tan ocupado e interesado en mi polla, se da cuenta de que estoy teniendo problemas para alcanzar la suya y sacarla del pantalón, por lo que decide ayudarme. Afloja el cinturón del pantalón, que cae al suelo en torno a los tobillos, enrolla la camisa hacia adentro para dejar espacio libre, luego baja sus calzoncillos y engancha el borde elástico debajo de las bolas. Por lo visto, no me equivoqué mucho al juzgar, palpando con mi mano: a ojo, diría que es 2-3 cm más corta que la mía y un poco menos ancha (¡guay! Entonces no mintió, ¡cuando en la otra visita dijo que la mía es muy por encima del promedio!). Acerco mi mano, y toco esta polla que aún no conozco. Vibra en mi mano, y se estremece, como para señalar que está encantada de conocerme. Jajajaja. Tirando de su pito con mi mano, le hago entender que quiero que se acerque a mi cara, entiende mi intención y se mueve un poco hacia la izquierda, para poner su pelvis cerca del punto donde está descansando mi cabeza. Ahora está lo suficientemente cercano como para permitirme oler el fuerte olor a queso envejecido que emana de su rabo. ¡No puedo esperar a descubrir cómo es su requesón!

 

Tirando otra vez con mi mano, acerco aún más su polla a mi cara, hasta que la punta del prepucio toca mi nariz, e inhalo con fuerza. El olor es embriagador: se puede oler un vago olor a orina, nada insoportable, pero el olor a queso, y queso de cabra curado, para ser preciso, prevalece sobre todo. Es un olor muy diferente del mío... Así que alejo un poquito mi cabeza, retiro su capullo y observo con atención el glande que acaba de aparecer a la vista. A diferencia de lo que me pasa a mí, solo la parte del glande más cercana al surco no tiene el típico color rosado. Por otra parte, ¡el surco me parece super-lleno! No solo el olor, incluso el color es muy diferente: su queso tiene un color amarillento, al igual que el queso envejecido. Pero el olor... su olor me atrae como un imán y me hace agua la boca, ¡joder!

 

Extiendo mi otra mano, mientras que con la mano derecha sigo sosteniendo firmemente la polla del médico – bueno, no es que, duro como está, se vaya a ninguna parte – y cojo un buen pedazo de su queso con mi dedo. Me lo llevo a la boca y saco la lengua ... ¡y DANG! Este increíble sabor se extiende por toda mi boca y sube hasta la nariz. No puedo esperar más, me meto todo el dedo en la boca y lo limpio bien, manteniendo el queso sobre la punta de la lengua y luego lo aplasto contra mi paladar, porque el sabor no desaparezca de inmediato. Pero ¿por qué coño, entonces? ¡Hay tanto para comer! En este punto, decido imitar lo que el médico hizo la otra vez conmigo: cierro la boca en torno a su capullo y comienzo a recolectar directamente con la lengua, pieza por pieza, todo el queso que hay. En un momento en que mi boca no está pegada a su polla, veo que, creo por la excitación del momento, en la punta de su polla se ha formado una gran gota de ese líquido transparente que siempre aparece cuando estás muy excitado, así que, de impulso, decido recoger esto también: paso la lengua por la punta de su polla y recojo la gota esa. ¡¡No es posible!! Mezclándose ese líquido dulzón, que se parece mucho a un almíbar espeso, con el esmegma que ya tengo en la boca, es como comerse un trozo de queso con miel, una sensación muy difícil de describir, una sinfonía de sabores que son uno mejor que el otro.

 

Mientras yo estoy festejando con todo ese manjar, mi médico tampoco está perdiendo el tiempo. Él también se dedica cuerpo y alma a mi rabo, y se come mi queso pieza por pieza. Y él también ha descubierto lo excitado que estoy: también en la punta de mi polla, de hecho, se ha formado una gran gota de ese líquido dulce. Sólo, al parecer yo produzco mucho más, y esa primera gota se desliza a lo largo del hilo, mientras que otras se forman continuamente y descienden una tras otra. Y el médico, casi religiosamente, recoge todo con su prodigiosa lengua, mientras que de vez en cuando le da un buen toque a toda la cabezona.

 

En resumen, estamos disfrutando de todo el queso y de todo el líquido que podemos recolectar, y ambos tenemos un brillo en los ojos.

 

En cierto momento, mientras estoy acostado de nuevo, saboreando un pedazo de ese delicioso queso, el médico también aleja su cabeza de mi polla, y, mirándome a los ojos se acerca mucho a mi cara, sus labios medio abiertos, y apenas se ve su lengua cubierta de blanco. Entiendo sus intenciones, y de impulso, yo también acerco mi cara a la suya.

 

Hasta hace un mes, nunca se me hubiera ocurrido la idea de besar a otro hombre. Ahora la cosa no solo no me molesta, al contrario, me atrae. O tal vez lo que me atrae es solo mi queso que cubre su lengua... No sé, solo hay una forma de averiguarlo.

 

Así que sigo acercándome, mirándolo siempre directamente a los ojos y toco sus labios. Su aliento es cálido y sabe a queso fresco, como de un brie francés. Creo que mi aliento tenga un olor parecido, quizás un poco más fuerte, debido al sabor más intenso de su esmegma. Él no se mueve, se queda quieto y espera que yo dé un paso. Así que saco mi lengua (que debe que estar tan blanca como la suya), lamo su labio superior, luego la empujo con fuerza en su boca, buscando su lengua. Ahora él también se mueve, o más bien su lengua también se mueve, y comienza a luchar con la mía. Intercambiamos nuestros quesos de polla, en una mezcla de sabores que solo aumenta la complejidad del gusto.

 

Continuamos un rato, pero ya no puedo aguantar más, es demasiada la excitación del momento, tan prohibido, tan perverso. Con una mano empiezo a bombear mi polla, y con la otra mano hago lo mismo con su polla. El médico deja mi boca por un momento y susurra: “Me excitas hasta al punto que en muy poco tiempo me voy a correr”. Yo también le respondo susurrando: “¡Yo también!”, y vuelvo a besarlo con fuerza.

 

Realmente no necesitamos más que algunos golpes, y ambos estamos al borde del orgasmo. Me alejo de él jadeando como una locomotora de vapor, y el médico se apresura con su boca sobre mi pijo, que acoge en ese agujero caliente y húmedo. Mientras continúo bombeando mi rabo duro rápidamente, decido hacer como él, y me ataco a su polla, chupándola con fuerza. Como si fuéramos uno, nos corremos uno en la boca del otro. Una serie de poderosos bocetos, los míos y los suyos.

 

El semen del médico es pastoso, espeso, con un sabor ligeramente agrio, pero no desagradable. Lo guardo en mi boca para saborearlo, y sigo lamiendo su cabeza y recogiendo las últimas gotas. Cuando me desprendo, el doctor también se aleja de mi polla y comprendo que él tiene la boca llena de semen. Levanto la cabeza, como invitándolo, y abro la boca para mostrarle que yo tampoco he tragado el suyo. Acercamos nuestras caras, y continuamos besándonos con fuerza, intercambiando y mezclando nuestras dos corridas: mi semen es ciertamente más dulce, el suyo más salado y clórico, pero al final es como un cóctel que va de boca en boca. Ninguno de los dos se decide a tragar, y continuamos durante quizás diez minutos intercambiándolo continuamente, primero en mi boca, luego en la suya. Finalmente, entre el esperma y la saliva que producimos, nos vemos obligados a tragar ambos, pero inmediatamente después seguimos besándonos, mucho más despacio y suavemente.

 

Finalmente nos separamos. Y nos quedamos un rato mirándonos, sentados uno junto al otro en su mesa de examen, ambos con una amplia sonrisa en nuestras caras.

 

“¡Joder, doctor, estaba convencido de que me iba a morir! Nunca he probado algo así. Y tu queso ¡es simplemente delicioso!”.

 

“El tuyo también, Antonio, el tuyo también, te lo aseguro. Puedes traérmelo cuando quieras, siempre estaré encantado de comerlo y de ofrecerte el mío, si lo quieres”.

 

“Joder, claro que ¡lo quiero de nuevo, el tuyo!”.

 

Al cabo de un rato empiezo a vestirme despacio. El médico también se recompone. Luego, ambos nos sentamos en las sillas destinadas a los pacientes. No estamos avergonzados ni incómodos, sólo estamos satisfechos con la experiencia recíproca, y nos ha pillado esa languidez de después del orgasmo que ya conozco bien, por haberla experimentada después de cada paja que me hago.

 

“Antonio”, me dice, “me comentabas por teléfono que querías contarme algunas cosas más... ¿Quieres decirme qué?”.

 

“Sí, es verdad, te comenté que quería hablarte de mi hermano Julio, que ahora tiene casi 16 años, como recordarás. ¿Quieres escucharlo?”.

 

 

¿FIN?