Antonio y Julio

por piss_boys

piss_boys@yahoo.it

 

 

Warning: English is not my mother-tongue, so I won’t even try to write this short story in this language. I will write it in Spanish, my second language, with the idea to translate it, later on, into English, should this attempt be successful. I hope somebody will enjoy it: if it makes you horny, and your little brother downstairs is raising his head up, then the story has reached its goal… As usually happens with authors, this is a labour of my fantasy, only intended for an adult audience. The author condemns any act as such here described, and the usual other warnings required by law are valid. If you are an under-age reader yourself, it is better for you to leave now, go back to cartoons, and come back again in a couple of years, or more, according to your present age.

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Ciao!

 

 

Aviso: espero disfrutes de mi nueva historia de fantasía: si te emocionas al leerla, y tu hermanito de abajo comenzará a levantar su cabecita, entonces mi objetivo se habrá cumplido... Como de costumbre, este es el parto de mi fantasía, y sólo está destinado a un público adulto. El autor condena firmemente todos los actos similares a los descritos aquí, a menos que ocurran entre adultos que consienten el uno con el otro. Si eres menor de edad, no sigas leyendo, regresa a tu pasatiempo favorito y vuelve aquí en unos años.

¡Siéntete libre de escribirme!

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¡Ciao!

 

************

 

La última vez, querido lector, te había dejado con la historia de la segunda visita de mi joven paciente Antonio, que vino solo, sin la compañía de sus padres (ver "Antonio vuelve de visita"), contada desde su punto de vista. La historia terminaba con este intercambio:

 

“Antonio” le pregunté, “dijiste que tenías que decirme más... ¿Te gustaría decirme qué?”.

 

“Sí, así es, dije que tenía que hablarte de mi hermano Julio, que tiene 16 años, como recordarás. ¿Quieres escuchar?”.

 

Esta nueva historia comienza a partir de aquí. ¡Disfruta de la lectura!

 

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“¡Por supuesto que sí! ¿Qué me quieres decir de Julio?”.

 

Antonio empezó a decirme: “te acordarás, ¿no? Somos tan parecidos, él y yo, que quienes no nos conocen, al vernos juntos, nos confunden con mellizos, aunque él tenga 16 años y yo 18, pues… casi 18. Bueno, sin embargo, es difícil que nos vean juntos, porque, aparte del asombroso parecido físico, él y yo llevamos vidas completamente separadas: diferentes escuelas, diferentes deportes (él es un gran nadador, ¿lo recuerdas?), diferentes círculos de amigos, incluso dos habitaciones diferentes. en casa. En definitiva, somos tan poco juntos que hasta hace unos meses ni siquiera hubiera podido decirte cuánto y cómo había desarrollado: con el hecho de que cada uno tiene su habitación, y que los dos estamos encerrados dentro. cuando estamos en casa, no lo vi, no digo desnudo, pero ni en ropa interior, desde que éramos niños. Ni siquiera las vacaciones ayudan, porque cuando vamos a la playa – cosa que pasa muy pocas veces, porque solemos ir a nuestra casa en la montaña – siempre se pone esos ridículos shorts de playa estilo americano, que le llegan casi hasta las rodillas, y por debajo de ellos, por lo nada que se entiende, ¡uno podría incluso tener un coño!” y se rió de buena gana.

 

Lo escuché, pero comencé a impacientarme: ¿qué tiene que ver esto conmigo? ¿Por qué me lo cuenta? Así que les di voz a mis pensamientos: “sí, Antonio, lo recuerdo bien, creo que le hice el chequeo habitual hace menos de un año… ¿Pero por qué me cuentas todo esto?”.

 

“Sí, lo siento, doctor”, continuó, “de todos modos, ¿lo ves? Ni siquiera nos juntábamos en las visitas a tu consultorio... Bueno, iré al grano. Hace unos meses esa situación empezó a cambiar: comenzó con él tocando la puerta de mi cuarto una tarde, yo estaba estudiando, y como siempre, cuando estoy en mi cuarto, estaba en calzoncillos, acostado en la cama, leyendo. Julio llama a la puerta y se anuncia ‘Antonio, soy Julio, ¿puedo pasar?’. Le digo que sí, así que entra, y me pregunta algo absolutamente trivial, no recuerdo ni qué, pero seguro que me lo podría haber preguntado durante la cena. Le respondo un poco casual, pero cuando levanto la cabeza del libro, me doy cuenta de que tiene la mirada fija en mi paquete. Inmediatamente la distrae, en cuanto se da cuenta que lo había pillado, murmura un ‘gracias’, se da la vuelta y sale rápidamente. Fue un poco extraño, pero por el momento no le di ningún peso. El caso es que a los pocos días Julio entró al baño donde yo me estaba duchando, vestido sólo – y ¡nunca había pasado antes! – con su ropa interior, con la excusa de que se había quedado sin desodorante y si le prestaba el mío. Por supuesto que le dije que sí, pero pude ver por el cristal semiempañado de la ducha que me miraba de reojo, mientras fingía rebuscar en el armario a por el desodorante. Como te digo, el cristal de la ducha estaba bastante empañado, así que no estoy 100% seguro, pero me pareció que tenía una erección. O, al no ser así, pues, entonces por cierto ¡hay una polla más grande allí que la mía! Al final, tomó ese maldito desodorante y salió, diciendo que me lo devolvería de inmediato. Y así lo hizo: a los 5 minutos volvió. Mientras tanto, yo había salido de la ducha y me estaba secando la cabeza y los hombros, así que estaba desnudo cuando entró. Cubrirme sobre la marcha habría sido ridículo, así que no lo hice. Y esto me dio la oportunidad de sacar varias dudas: por primera cosa, la mirada de Julio se fijó de inmediato en mi bicho; luego, dentro de los calzoncillos de Julio había un miembro notablemente duro, y de tamaño también notablemente grueso. Y luego un último detalle: sus calzoncillos... Siendo blancos como eran, se veía claramente que estaban bastante manchados por delante, lo que definitivamente es raro, porque si me había pedido desodorante, significaba que acababa de salir de la ducha. Y bueno, si te duchas, también sueles cambiarte la ropa interior, ¿no crees?”.

 

(Esto se está poniendo interesante... Pero, ¿hacia dónde te diriges?)

 

Me quedé en silencio, esperando que retomara el hilo del discurso.

 

“Hay un último hecho que tengo que comentarte. Esta pequeña serie de eventos comenzó a hacerme sospechar, así que un día, mientras él estaba en la piscina y nuestros padres aún estaban en el trabajo, fui a su habitación. Sé que siempre se debe respetar la privacidad de los demás, ¡pero yo tenía demasiada curiosidad! Bueno, entré y comencé a mirar alrededor. En el desorden habitual de ropa tirada aquí y allá, también veo un par de calzoncillos usados. Estaban bien manchados, como los que llevaba puestos cuando en el baño, días antes. Quería darme cuenta a qué olía la polla de mi hermano, así que las olfateé... ¡Ay, doctor! Sí, había el olor habitual de unas gotas de orina, pero - ¡Te lo juro, no digas que fue mi imaginación! -¡También estaba el olor a polla sin lavar, estaba el olor a bolas sudorosas, y estaba ese olor a queso que tanto nos gusta a los dos!”.

 

(¡Joder! ¡Aún más interesante!)

 

“¿Y qué piensas de todo esto?” no pude evitar preguntarle.

 

“Bueno, creo que dos cosas, en realidad tres. Creo que es gay, o al menos bisexual. Creo que está interesado en mí. Y creo… no, de hecho, ¡espero!, que le guste tener el pito sin lavar”. Hizo una breve pausa, como si resumiera sus pensamientos, o tal vez su coraje, y luego continuó: “Doctor, ¿me ayudaría a averiguarlo?”.

 

(¡Guau guau guau!). “Bueno, guau, la perspectiva es intrigante y, por lo que me dices, creo que al menos tus dos primeras hipótesis podrían ser ciertas. Espera, déjame comprobar algo”. Rápidamente miré mi agenda de citas, y de hecho había visto a Julio unos 11 meses antes. “Escucha, Antonio, como hace casi un año que no visito a Julio, en realidad no sería extraño que viniera por su chequeo. ¿Crees que puedas arreglar las cosas para que seas tú quien lo acompañe? Para hacerlo más creíble, podrías decirle a tus padres que lo aprovecharás, ya que tú también tienes que preguntarme algo… ¿Qué te parece?”.

 

Antonio lo pensó por un momento. “Creo que se pueda hacer… Esperaré hasta el próximo mes, de todos modos, así que ya tendré 18 años y será más fácil que consientan. Vamos, te aviso”.

 

************

 

Después de poco más de un mes, un martes por la tarde Ana la secretaria me informó que había llamado Antonio y que le había dado una cita para el final de la tarde en dos días, para él y su hermano Julio.

 

El jueves, la última cita del día era precisamente para Antonio y Julio YYY. Ana, como siempre con ganas de irse, me dijo: “Doctor, si no necesita nada más, me iría un poco antes. Aquí hice todo lo que tenía que hacer”. La despedí e indiqué a los dos muchachos que pasaran a mi estudio.

 

“Veo que vais solos...” les dije, entrando también y cerrando la puerta detrás de mí.

 

Fue Antonio quien contestó: “sí doctor, Julio debe hacerse su revisión periódica y yo me ofrecí a acompañarlo. Pensé que tal vez estaría más cómodo conmigo que con nuestros padres, y ellos estuvieron de acuerdo. Sobre todo porque ya soy de edad legal”, concluyó con una sonrisa de orgullo.

 

“¡Ah claro, Antonio! ¡Felicitaciones de todo corazón para tu mayoría de edad! Bueno Julio…” y comencé con las preguntas de siempre sobre su vida, sobre lo que hacía, en fin, la misma rutina que había seguido con Antonio. Luego continué: “Está bien, Julio, vamos a ver entonces en qué estado físico estás. Por favor, desvístete, quédate solo con la ropa interior y los calcetines, y súbete a la balanza”. Lo medí y: “Muy bien Julio, eres prácticamente tan alto como tu hermano, 174 cm, él mide 175, en mi opinión terminarás incluso superándolo un poco, al final de tu crecimiento... Y 65 kg , una forma perfecta! También veo que has puesto unos buenos hombros anchos, y pectorales y abdominales bien definidos. ¿Haces mucho deporte?”.

 

“Sí, doctor, voy regularmente a entrenarme en la piscina, y mi estilo preferido es delfín”.

 

“¡Sí, diría que definitivamente se nota! Muy bien. Vale, ahora súbete a la camilla de examen, panza arriba”. Me obedeció de inmediato, así que hice todo el resto del examen médico: corazón, tórax, abdomen, articulaciones y, finalmente, revisé si había ganglios linfáticos inflamados. Para palpar los de las ingles, deslicé suavemente mi mano debajo del elástico de los calzoncillos – negros, lástima, hubiera preferido que fueran blancos – primero a la derecha, luego, sin sacar la mano de por adentro, a la izquierda, advirtiendo que esta breve caricia había sido suficiente para provocar un cierto cambio en su pene, cuya forma se podía adivinar bastante, aunque enmascarada por el color oscuro de los calzoncillos: no una erección, pero ciertamente tampoco en completo reposo.

 

Antonio, por su parte, permaneció sentado en una de las sillas frente al escritorio, pero se giró para poder ver lo que le pasaba a su hermano. Dándole una mirada rápida de reojo, me di cuenta de que él también se había dado cuenta del comienzo de la erección de Julio, y vi que estaba esbozando una sonrisa.

 

No queriendo perderme la imagen de la semierección de Julio, puse mis pulgares a ambos lados de sus calzones y comencé a bajarlos mientras le decía “bueno, Julio, ahora vamos a revisar que todo esté bien aquí también, ¿ok?”, sin darle tiempo a contestar u objetar.

 

De hecho, no lo hizo. En cambio, puso su brazo sobre su rostro, cubriendo los ojos con el pliegue de su codo, y mientras tanto levantando ligeramente su pelvis.

 

Le bajé las bragas hasta los tobillos, invitándolo al mismo tiempo a abrir un poco las piernas, lo que hizo de inmediato. De hecho, su pene, de forma muy similar al de Antonio, estaba en un estado de semi-excitación, no duro pero en camino de convertirse rápidamente en una polla tiesa. Un buen miembro, definitivamente largo, al menos 15 cm en aquel momento, y bastante ancho. Por debajo, el escroto estaba más suelto que el de su hermano, pero también lleno, con dos testículos muy grandes. La única diferencia real con Antonio era la dirección en la que apuntaba el pene: el de Antonio decididamente hacia abajo, lo que podría representar incluso un problema en una relación sexual, el de Julio en cambio mantenía la dirección anatómicamente correcta, en la erección, es decir, apuntaba hacia el ombligo. Mientras me hacía los controles habituales de hernias inguinales, varicocele y cualquier bultito extraño en los testículos, no pude evitar halagarlo: “¡Déjame decirte, Julio, que realmente tienes una linda dotación, abajo! Estoy seguro de que harás feliz a mucha gente…”. Suspendí deliberadamente la frase en la palabra ‘gente’, como para enfatizar el hecho de que no había usado un género específico. Lo vi esbozar una sonrisa de orgullo ante mis palabras.

 

“Hasta ahí todo bien, Julio, ahora vamos a comprobar que también tu meato – el orificio para orinar – y el frenillo estén en orden” y así diciendo fui descubriendo lentamente el glande, retrayendo el prepucio, que tenía abundante, igual que Antonio. El simple gesto de empezar a retirar el prepucio fue suficiente para desencadenar su reacción inmediata, o más bien la de su pene, que rápidamente adquirió una erección. ¡Y qué erección! ¡Ciertamente era incluso más largo que el de Antonio! Esto no se le escapó al propio Antonio, que miraba con ojos incrédulos: al fin y al cabo, su hermano era dos años menor que él. Yo estaba seguro de que pensara ‘¡qué coño! ¡Es más grande que el mío e incluso tiene dos años menos que yo! ¿Qué tan jodidamente grande se va a poner?’ Eheheh, todos somos iguales, los hombres, sin importar la edad...

 

Bueno, no podía desaprovechar la oportunidad… Así que le dije: “ok, Julio, ya que estás erecto, vamos a medirlo también”, rápidamente tomé el centímetro y lo medí: de la base a la punta casi alcanzaba los 21 cm, mientras que la circunferencia era idéntica a la de su hermano, 19 cm. Pero, teniendo en cuenta su edad, esperaba encontrarlo, entre un año o dos, aún un poco más grande, o más largo, o ambas cosas.

 

“Bueno, semental, ¿qué quieres hacer con esta manguera de jardín? ¿Regar el huerto?” le dije riéndome, para amortiguar un poco la tensión palpable en el aire. Ayudó, porque Julio se echó a reír, sin quitarse el brazo de los ojos, y Antonio también se rió un poco, obviamente todavía un poco desilusionado por la comparación diminutiva con su hermano.

 

Era hora de llegar a la parte final del examen. A él también, como a su hermano, el glande no se le descubría por sí solo, en erección. Así que seguí tirando hacia abajo, ¡y aquí la reacción fue la mía! La sorpresa fue tan grande que no pude evitarlo: “¡guau! ¡Tienes tanto esmegma como Antonio!”.

 

Julio se sonrojó hasta la raíz de su cabello, mientras Antonio saltaba: “¿Qué? ¡¡Quiero ver!!" y caminó rápidamente hacia la cama.

 

“No, no” fue la débil protesta de Julio, pero Antonio, sin siquiera escucharlo, creo yo, continuó: “hermano pero es una maravilla! ¿Así que a ti también te gusta mantenerlo sin lavar? ¡A mí también, bastante! ¿Y qué haces con tu requesón, cuando hay mucho? ¿Tú también te lo comes, como hago yo? ¡Ay, qué ganas de probarlo! Por favor, ¿puedo intentarlo? Te lo juro, entonces si quieres te dejo probar el mío. ¡Pero no puedo resistirme, es demasiado buena ya solo para ver, tu enorme polla llena de queso! ”. Parecía una ametralladora, Antonio, tal era su emoción. Lo cual contagió a su hermanito, tanto que finalmente se sacó el brazo de los ojos y miró directamente a los de Antonio, tratando de ver algún sentido de desaprobación. “¿Realmente no te molesta verme así? Es que no pensé que la visita llegaría a esto, así que no lo lavé... Lamentaba tirar todo ese quesito, pero cuando estábamos a punto de salir acababa de masturbarme, y ya no tenía ganas de comérmelo. Entonces pensé: pero vamos, de todos modos el médico tomará las medidas habituales, no hay razón para que me mire allí abajo”.

 

“¿Si me molesta?” replicó Antonio. "¿Estás bromeando? ¡Yo siempre lo mantengo así a propósito! Me encanta el aroma del puto queso. Y me encanta su sabor. Podría pasarme el día comiéndolo, si produjera lo suficiente. Y también me gusta mucho la del...” la ametralladora había comenzado a disparar nuevamente, pero Antonio se detuvo justo a tiempo, justo antes de decir 'doctor'.

 

Pero la frase interrumpida no pasó desapercibida por Julio: “joder, a mí también me encanta el olor y el sabor de mi queso. Pero… ¿a quién más te ibas a referir?”. (Coño, despierto el chico).

 

Le tocó a Antonio sonrojarse como un pimiento, pero decidí sacarlo del apuro: en el punto en el que estábamos, bien podría ser… “El mío, Julio. Se refería al mío".

 

Con los ojos bien abiertos, balbuceó: “o sea, doctor, ¿me estás diciendo que tú y Antonio… qué hacéis cosas los dos? ¿Y que tú también dejas tu po… tu pene sin lavar?”.

 

“Sí, Julio, así es, exactamente”. Y al cabo de unos instantes: “y también me gusta olerlo… y comerlo”.

 

“¡Y yo que pensaba ser un puerco depravado!”. Hizo una pausa por un momento, luego continuó: “Y ser atraído por mi hermano, ¿ésta no es una depravación? Desde que comencé a notar lo lleno que está su bulto, no puedo quitarle los ojos de encima…”.

 

“¡Ajajaja, sí, me di buena cuenta, hermanito!” fue el comentario divertido de Antonio. Pero no se limitó a comentar.

 

“Me parece que somos tres en el mismo barco, Julio. ¿Por qué no aprovecharlo?”. Y al decir esto, alargó la mano y agarró por primera vez en su vida la verga erecta de su hermano, quien seguía acostado en la camilla de examen. Julio dejó escapar un gemido estrangulado, como de agonía, pero estaba claro que era por el placer y la excitación. Con el dedo índice de la otra mano Antonio recogió un poco de esmegma del surco (¡había mucho!), y vi que hasta le temblaba un poco la mano, por la emoción del momento. Lentamente se llevó el dedo a la nariz e inhaló profundamente, con los ojos cerrados, mientras una especie de gemido profundo salía de su garganta. Julio y yo lo mirábamos atentamente, embelesados ​​por la singularidad del momento.

 

Después de unos momentos Antonio pareció despertar del sueño, abrió los ojos, sonrió y finalmente dijo: “¡Julio, tu queso es fantástico! A partir de ahora te prohíbo que te laves el pitorro. Siempre debemos compartir lo que produces, y si a caso ese día no te va, ven a mí, ¡me encargo yo de limpiártelo! Doctor”, prosiguió, “¡sientas aquí, qué delicia superfina!”.

 

Llevó su dedo a mi nariz, e incluso mientras se acercaba pude oler el fuerte olor a queso fresco que emanaba del esmegma de Julio. Cuando su dedo finalmente llegó a mi nariz, yo también no pude evitar emitir un profundo gemido mientras disfrutaba de ese perfume celestial. No hay nada que hacer: el esmegma de cada uno es diferente al de otro, al igual que el mismo queso producido por dos empresas diferentes sigue teniendo sabor y olor diferentes. A lo de Julio le pasaba lo mismo, el olor era parecido, pero no idéntico, al de Antonio, y bastante alejado del mío: desde luego, eran hermanos, y probablemente la genética tenía algo que ver en eso. Pero estoy divagando...

 

En cambio, en ese momento, lo que sentí fue la fuerte tentación de estirar la lengua y capturar esa ambrosía. Pero sabía que no tenía que hacerlo: no yo primero, no, el honor tenía que ser de Antonio. Entonces, con una voz más profunda de lo normal por la emoción, le dije: “Antonio, pruébalo”.

 

Antonio por cierto no se hizo rogar, se llevó el dedo a la boca, estiró la lengua y colocó la partícula de esmegma en ella. Volvió a cerrar los ojos, entró la lengua y probó el esmegma de su hermano pequeño por primera vez. Vimos, admirados y envidiosos, yo y Julio, mientras Antonio realizaba ese acto mágico, entonces Julio hizo algo fantástico: estiró su mano hacia su rabo, que Antonio seguía agarrando, recogió otro poco de esmegma y con una sonrisa casi satánica enderezó su dedo a mi boca: “pruébalo tú también, doctor”.

 

¿Podría resistirme a tanta oferta? Ciertamente no, ni lo hice. Agarré el dedo de Julio, me metí su punta en la boca y recogí el queso con la lengua. En ese punto, en la habitación solo se escuchaban los gemidos míos y de Antonio, mientras saboreábamos esa bondad y tratábamos de identificar los diferentes aromas que la componían.

 

Evidentemente, la timidez de Julio ya había desaparecido por completo: “¿No creen que están demasiado vestidos, ustedes dos?” y agregó “si estáis llenos, ¡yo también quiero probar vuestro queso!”. Esta invitación nos hizo salir del estado casi onírico en el que nos encontrábamos y empezamos a desvestirnos rápidamente, casi compitiendo con quien lo hacía antes.

 

Claramente los dos estábamos cachondos como dos sementales, y nuestras pollas lo demostraban tanto que parecía que se iban a desgarrar del abdomen en cualquier momento.

 

Pero la camilla de examen era claramente una situación demasiado incómoda para que los tres nos divirtiéramos, así que saqué dos colchonetas de masaje del armario, las puse en el suelo una al lado de la otra e invité a los dos hermanos a juntarse conmigo. ¡Oh, mucho mejor así! Decidí dirigir un poco el juego, y ordené a Julio que se acostara panza arriba, y a Antonio que asumiera la misma posición que yo, es decir, acostados de lado, cada uno a un lado de Julio, como si fuera un 69. Así, Julio tendría fácil acceso a nuestras pollas y nosotros a la suya. ‘¡Y que empiece la fiesta!’, hubiera podido exclamar, pero no lo hice. Pero la fiesta empezó de verdad, y para los tres.

 

Julio tomó cada una de nuestras pollas en una mano, sin dudarlo, y comenzó a husmear primero una y luego la otra, girando la cabeza de un lado a otro cada pocos segundos. Cuando se lo hacía a uno, destapaba un poco el glande, olfateaba profundamente, luego lo tapaba y pasaba al otro. Está claro que con este movimiento continuo y repetido ambos empezamos a producir el líquido preespermático, y en ese momento Julio sacó la lengua y recogió las gotas que iban apareciendo una tras otra en nuestros agujeros, mientras limpiaba también cuanto esmegma había en nuestras cabecitas. Mientras tanto, no nos quedábamos quietos: siempre con Antonio manteniendo el pollón de Julio un poco alejado del abdomen, ambos comenzamos a limpiarlo a fondo, uno de un lado y el otro del otro, recogiendo un poquito de queso a la vez, muy despacio para que no se acabase de inmediato, para luego intercambiarlo entrelazando nuestras lenguas. En un momento Antonio estiró su mano libre, la puso detrás de mi cuello y me empujó hacia la polla de Julio. Él hizo lo mismo, y así nos encontramos besándonos con la boca bien abierta, sosteniendo el glande de Julio entre nuestras bocas y pasándole constantemente nuestras lenguas, mientras que ese glande se volvía cada vez más hinchado. Después de lo que pareció una hora, pero en realidad fueron solo unos minutos, Julio comenzó a temblar y saltar, como si tuviera convulsiones, luego gritó "¡YA ME CORRO! ¡ME CORRO, JODER!”, y comenzó a descargar un potente chorro tras otro de deliciosa corrida de adolescente en nuestras bocas. Los 3-4-5-6-7 chorros de esperma de Julio desencadenaron una reacción en cadena por nuestra parte, y casi al mismo tiempo, tanto Antonio como yo, le rociamos la cara, la nariz, la boca y el cabello con nuestra corrida. El pobre Julio no sabía para dónde girarse, pero aun así logró capturar una parte del esperma con la boca, mientras no dejaba de jadear y gemir.

 

Permanecimos un rato inmóviles, los tres agotados por la intensidad de nuestros orgasmos, luego – sin necesidad de hablar – Antonio y yo hicimos lo que nos pareció correcto y agradable: nos dimos la vuelta, comenzamos a lamer nuestro semen del rostro casi imberbe de Julio, con cada lamida pasándolo en su boca, junto con un buen trozo de lengua. “Joder, guay, joder, guay" seguía diciendo Julio cada vez que tenía la boca libre. ¡Al final, los tres no pudimos evitar reírnos como niños!

 

Todas las cosas buenas llegan a su fin, así que finalmente nos levantamos y nos vestimos. Los dos hermanos no dejaban de mirarse, con una sonrisa impresa en sus rostros entre divertida, soñadora y cariñosa.

 

“Julio, creo que tendremos mucho de qué hablar en casa, tú y yo…”, dijo Antonio. "Sí, yo también lo creo, Antonio".

 

 

 

FIN