Yo, Andrés

por piss_boys

piss_boys@yahoo.it

 

 

Warning: as already pointed out in my previous published stories, I won’t try to write them in English, which is not my mother-tongue. I will keep writing them in Spanish, my second language.

Following the hint one of my readers gave me, I suggest non-Spanish readers who are keen on this fetish to use Google translator to pass it into English.

This is a work of gay fictions containing scenes of sex between males of different ages, so what is this story about, exactly: man to boy sex (M/b), body odours (BO), smegma.

I hope you will enjoy this new story: if it makes you horny, and your little brother downstairs is raising his head up, then the story has reached its goal… As usual, this is a labour of my fantasy (and, once again, it comes from a non-sexual event actually happened), only intended for an adult audience, the author condemns any act as such here described, and all prescriptions required by law apply. If you are an under-age reader yourself, it is better for you to leave now, go back to cartoons, and come back again in a couple of years, or more, according to your present age.

Please feel free to give me a feedback. Depending on your comments I might decide to write another chapter. Anyway, there are other stories of mine on this same fetish(es) you might find interesting:

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/non-english/smegma-forever/

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/adult-youth/una-inusual-visita-medica/

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/encounters/encuentro-en-el-hospital.html

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/non-english/el-angel-rubio.html

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Ciao!

 

 

Esta es una obra de ficción gay que contiene escenas de sexo entre hombres de diferentes edades. Entonces, de qué trata exactamente esta historia: sexo de hombre a joven (M/b), olores corporales (BO), esmegma.

Espero que disfrutéis de esta nueva historia: si os pone cachondos, y vuestro hermanito abajo está levantando la cabeza, entonces la historia ha alcanzado su objetivo... Como de costumbre, este es un trabajo de mi fantasía (aunque, una vez más, origina de un evento no sexual realmente ocurrido), solo destinado a una audiencia adulta; el autor condena cualquier acto como tal aquí descrito, y se aplican todas las prescripciones requeridas por la ley. Si tú mismo eres un lector menor de edad, es mejor que te vayas ahora, regreses a los dibujos animados y vuelvas aquí otra vez en un par de años, o quizás más, de acuerdo con tu edad actual y con las leyes de donde vivas.

Por favor, siéntete libre de enviarme comentarios. Dependiendo de ellos, podría decidir escribir otro capítulo más. De todos modos, hay otras historias mías sobre este(s) mismo(s) fetiche(s) que pueden resultarte interesantes:

- https://www.nifty.org/nifty/gay/non-english/smegma-forever/

- https://www.nifty.org/nifty/gay/adult-youth/una-inusual-visita-medica/

- https://www.nifty.org/nifty/gay/encounters/encuentro-en-el-hospital.html

- https://www.nifty.org/nifty/gay/non-english/el-angel-rubio.html

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¡Ciao!

 

************

 

(Un breve apunte inicial: de niño, entre mis 6 y 14 años – en los años 60 del siglo pasado – veraneaba en un hotel regentado por mis familiares, en la costa de mi país. Me había hecho muy amigo del ayudante, luego jefe, de cocina del Hotel, un chico que tenía 14 años cuando yo tenía 6: casi el hermano mayor que yo extrañaba. Este chico, Armando, solía pasar las 2-3 horas de descanso de la tarde en un garaje que se usaba como almacén. Había allá, amontonados, un buen número de colchones, y él descansaba encima de la pila, vestido sólo con calzoncillos y una camiseta común o una sin mangas. Yo, que espiaba todos sus movimientos, había descubierto su “refugio”, y lo alcanzaba para pasar esas horas de mucho calor con él, y él me entretenía con juegos inocentes, que me hacían muy divertido, como origami de varios animales, o pequeños cohetes hechos con papel de aluminio y fósforos, que luego encendía para que los cohetes salieran disparados hacia el techo. Nunca algo ni siquiera encubiertamente sexual, pero ahora, después de casi 60 años, me doy cuenta de que me gustaba pasar esas horas a solas con él, ¡me gustaba mucho! Y en particular me gustaba el olor a cocina que se le había quedado pegado, mezclado con el del sudor adolescente de un chico trabajador... Jajaja, evidentemente ya a esa edad, aunque fuese de manera inconsciente, me atraían los olores masculinos! Así que aquí cuento mi fantasía, elaborada por el adulto, mejor: anciano, que soy, de encuentros eróticos con él, encuentros que, en la realidad, nunca tuvieron lugar).

 

Aquí viene, otro de esos días terriblemente calurosos, bochornosos, propios del verano en la costa... A las tres de la tarde, hacía el peor calor que podía imaginarse. Pero también era la hora en que Armando, el ayudante de cocina, se iba a descansar en el garaje, destinado a almacén, que estaba en el anexo del hotel de mis tíos. Allí pasaba yo el verano, como todos los años, y Armando ya llevaba tres años trabajando en la cocina como ayudante del cocinero, en el momento de estos acontecimientos. Después del duro trabajo de la mañana y de la hora del almuerzo, lo que más anhelaba, el pobre, era ir a tumbarse un par de horas en los colchones apilados en el garaje, y recuperarse un poco, antes de empezar con el trabajo de la tarde y la cena del día. Creo que lo que realmente hubiera querido era dormir las dos o tres horas que tenía disponibles, pero ya sabía que sería imposible, ya que la pequeña peste (¡yo!) no le daría tregua.

Por cierto yo tenía una especie de enamoramiento con Armando, solo me di cuenta de esto recientemente, ahora que ya soy una persona mayor, pero en aquel momento aún  no sabía cómo clasificar mis sentimientos, solo sabía que estaba buscando cada oportunidad para estar cerca de él. Incluso mientras él estaba trabajando en la cocina, cualquier excusa me servía para pasar a saludarlo, preguntarle si quería que lo ayudara a hacer algo, o simplemente para estar a su lado y verlo trabajar sin decir una palabra. De todos modos, a Armando no le importaba, ya que nunca me despidió, nunca me levantó la voz, y nunca se impacientó aunque yo estuviera entre sus pies.

Sólo, esto no era suficiente para mí, yo quería pasar más tiempo con él, posiblemente a solas con él. Y las ocasiones de esas tardes bochornosas, cuando se retiraba a lo que evidentemente era una especie de refugio secreto (nadie ponía un pie allí, ni mi familia ni las demás personas que trabajaban en el hotel), eran para mí el momento justo para ir y pasar un poco más de tiempo con él, finalmente a solas.

No sé cuántos años tenía Armando, creo que alrededor de los 17. Por lo visto, a mí, un niño de 9 años, me parecía un hombre adulto, pero al final solo era un adolescente. Al contrario, yo era un niño de 9 años, bueno casi 10, pero todavía un niño, además delgado, delicado, hasta pequeño para mi edad, muy rubio (sobre todo en verano, cuando mi pelo rubio sucio se iba volviendo progresivamente más y más claros, y en agosto se volvían del mismo rubio que el pelo de un sueco), y con ojos verde-marrón. Armando no era alto, creo que alrededor de 165-170 cm, por lo que ciertamente no tenía una figura imponente, y quizás tenía algunos kilos de más, ya que tenía un poco de barriga; aparte de eso, tenía un cabello castaño oscuro, un rostro agradable, terso, casi imberbe, siempre sonriente, y ojos oscuros.

Cuando yo entraba sigilosamente en el garaje-almacén donde Armando se refugiaba, él ya estaba acostado sobre la pila de colchones, boca arriba, los ojos cerrados, relajado, un cigarrillo en la boca, a veces encendido, la mayoría de las veces apagado, más un objeto de relajación que un vicio. Lentamente me acercaba al montón de colchones, y cuando llegaba lo llamaba en voz baja: “Armando, Armando”. Entonces él se daba la vuelta, me tendía el brazo, yo lo agarraba y él me levantaba sin el menor esfuerzo, yo me acostaba a su lado y hablamos: de todo, de nada, del menú del día, de lo que tenía que preparar en la cocina. O jugábamos: a Armando le gustaba hacerme origamis con la forma de varios animales, o esos otros como la rana que salta, o el “infierno-paraíso” u otros similares, o lo que más me gustaba, cuando con el papel de aluminio de los cigarrillos y algunos fósforos la daba forma a pequeños cohetes, luego encendía el fósforo que sobresalía de la cola del bólido, y estos pequeños cohetes salían disparados hacia el techo. Me parecía un juego muy peligroso, ¡y por eso encantador!

Pero también me gustaba mucho cuando nos quedábamos allí sin hablar. Me gustaba sentirlo junto a mí, me gustaba su calor a pesar del aire bochornoso, el olor a cocina de su piel, diferente cada día porque dependía de lo que había preparado por la mañana, pero también el olor subyacente de su sudor, y el otro olor más fuerte que me parecía salir de sus axilas. A veces, cuando estábamos allí, sobre todo si estaba muy cansado, todavía vestía su pantalón de chef, hecho de esa tela de pata de gallo típica de su trabajo, y la camiseta que guardaba debajo de su chaqueta blanca de chef, pero la mayoría de las veces, especialmente si hacía mucho calor, se quedaba en camiseta y calzoncillos blancos, que en realidad tan blancos no parecían. Yo también, en pantalones cortos y camiseta, una vez acostado a su lado, me quitaba los pantalones cortos y me quedaba en calzoncillos: me gustaba estar vestido, o desvestido, como él.

Pero ese día en particular las cosas fueron un poco diferentes...

Tal vez fuera por no haberme dado cuenta de que ya había pasado mucho más tiempo del usual antes de que lo alcanzara en el garaje, y quizás Armando hubiera pensado que lo dejaría solo por ese día. O tal vez, por alguna razón, simplemente él estaba cachondo, como le pasa a cualquier adolescente. El caso es que cuando abrí la puerta del garaje, como siempre muy sigilosamente, y entré, al acercarme a la pila de colchones vi que Armando no iba vestido como siempre, sino sólo llevaba calzoncillos, sin camiseta. No solo eso, sino que no estaba en su posición habitual, al contrario estaba boca abajo, y no dormido, sino agitándose contra el colchón.

Lo llamé con más fuerza que de costumbre, asustado por la idea de que se sintiera  mal: "¡Armando! ¡Armando!”.

Sobresaltó con más fuerza y ​​levantó de golpe la cabeza.

“Andrés, ¿qué haces aquí? Pensé que estabas en la playa”, dijo con expresión alarmada.

“No, sólo no me di cuenta de que era tarde. Pero, ¿qué te pasó? ¿Estás enfermo?".

“No, no, sólo estaba... un poco agitado”.

“¿No me ayudas a subir?”.

“¿Por qué no vas a jugar a la playa? Nos podemos encontrar mañana, para jugar un rato”, me dijo.

Hice el mejor ceño fruncido que pude poner: “No me quieres aquí... ¡Entonces ya no me quieres más!”.

Armando suspiró, sabiendo que nunca se lo daría ganada, y extendió la mano para levantarme, como siempre lo hacía. Pero a diferencia de lo habitual, después de que me hizo aterrizar a su lado, continuó acostado boca abajo. Me puse cómodo como siempre, quitándome los shorts que llevaba puestos y quedándome en camiseta y calzoncillos. Entonces, siempre deseoso de hacer lo que él hacía, por impulso también me quité la camiseta: ahora estábamos vestidos – o más bien desvestidos – igual.

A pesar de la penumbra del garaje (la luz solo entraba por una ventana larga y estrecha al fondo de la gran sala) me pareció que su piel estuviera roja, como si hubiera hecho un esfuerzo intenso, y estaba cubierta de una fina capa de sudor, que aumentaba su olor natural, intenso y muy masculino.

“Pero, ¿estás bien?” insistí.

“Sí, sí, no te preocupes, estoy bien”.

“Entonces, ¿por qué no te das la vuelta? No podemos jugar si te quedas así”.

Armando parecía estar en un aprieto, pero al final decidió que de algún modo tenía que salir de eso, y decidió dar media vuelta, volteando su rostro hacia mí.

“¿Ves? ¡Mucho mejor así!” dije, triunfante, poniéndome en la misma posición. Era la primera vez que lo veía sin camisa, así que le miré el torso y noté que, a diferencia de la mayoría de los hombres que veía en la playa, Armando no tenía ni un solo pelo en el pecho, ni alrededor de los pezones, que me parecieron muy pronunciados, como pasaba a mí cuando tenía frío, solo que no hacía nada de frío, al contrario, hacía un calor infernal. Por cierto sus pezones, tan erectos, eran muy diferentes a los de otros hombres que había visto en la playa, planos sobre el pecho: los suyos, junto con la falta de vello y los músculos pectorales bien desarrollados, me daban ganas de hundir mi cara en ellos, incluso besarlos. Eran sensaciones extrañas, que me mareaban, por lo inusual y nunca experimentado que eran.

Tratando de desviar la atención de la atracción que su pecho sin vello ejercía sobre mí, seguí observando su cuerpo, y me di cuenta de que sus calzoncillos parecían muy llenos, mucho más llenos de lo habitual. Por un rato me quedé en silencio, tratando de evitar la curiosidad que me asaltaba, pero al final no pude más y solté: “¿Qué tienes escondido en tus calzoncillos, Armando?”.

“N…no, nada, no oculto nada”.

“¿Pero cómo nada?” insistí, “sí, algo has ocultado, ¡tienes un bulto enorme!”.

Permaneció en silencio un rato, mirándome con ojos vacíos, como si luchara consigo mismo y no supiera cómo responderme. Finalmente, pareció haber tomado una decisión: “Es que me excité y el pito se hinchó. Esto es lo que tengo escondido allí”.

Me eché a reír: “Vamos, no seas tonto. A mí muchas veces se me pone duro, ¡pero no hago un bulto así! Vamos, dime la verdad, has escondido algo y no me lo quieres decir” y volví a fruncir el ceño.

“No te estoy diciendo mentiras. Es realmente mi pito. Es que yo tengo bastantes años más que tú, y, cuando crezcas, tu pito también crecerá, y muchas veces te meterá en un aprieto, tal como lo está haciendo el mío ahora”, concluyó con un medio sollozo.

Lo miré boquiabierto, luego, sin pensar lo más mínimo en lo que estaba a punto de decir, le supliqué, casi cruzando las palabras: “¿Puedo verlo? Vamos, por favor, déjame verlo, quiero ver cómo va a ser cuando estaré grande” y al mismo tiempo extendí la mano y la puse sobre ese bulto, que parecía enorme a mis ojos de niño.

Ahora fueron los ojos de Armando los que se abrieron de par en par.

“¿Qué dices, Andrés? No es algo que se hace. Sobre todo no es algo que un adulto hace con un muchacho” – Armando siempre tenía cuidado de no ofender mi sensibilidad llamándome niño.

“Pero mira, el mío es pequeño. ¡Mira, te lo muestro sin problemas!” y, diciendo esto, me bajé los calzoncillos. Y me di cuenta por primera vez en esa tarde que, sin darme cuenta, el pito se me había puesto duro. “¿Ves?” le dije, con un aire de triunfo en mi rostro y en mi voz, “te lo dije, el mío también se pone duro, ¡pero no se ve nada! No como con el tuyo…” terminé, poniendo de nuevo una mano sobre su paquete.

Armando cedió y con un suspiro se bajó los calzoncillos, todavía un poco vacilante. Madre mía, ese pito era enorme, comparado con el mío. Lo miré con boca y ojos muy abiertos. “¡Guau!” fue lo único, no muy inteligente, que pude decir. Su miembro se movía como si tuviera vida propia, casi al compás de su corazón.

Después de un minuto o dos me sacudí: “¡es e-nor-me!”.

“Qué no, te parece enorme, pero sólo es un poco más grande que el promedio".

“Hombre, no, realmente es enorme” protesté. “Mira, pongámoslos juntos” y así diciendo me acerqué aún más, estiré su pito hacia el mío y apoyé el mío sobre el suyo, con un poco de dificultad, no fue fácil doblar el mío hacia afuera: el suyo era por lo menos el doble de largo, tal vez un poco más, del mío, que entonces medía unos 9-10 cm, y de grosor casi 3 veces el índice de un hombre, que era más o menos mi tamaño.

Noté que de la punta bien tapada del pito de él había salido una gota de líquido claro.

“¿Tienes que hacer pis?”.

“No Andrés, es que me pusiste cachondo, y ese líquido solo significa que le gusta lo que haces, que está contento con la atención que le das”.

Sonreí con orgullo, estaba feliz de que Armando, o mejor dicho su pito, estuviera feliz con mi atención. Me intrigaba ese líquido que yo no producía, y que seguía chorreando: después de la primera gota, iban saliendo otras, que comenzaban a derramarse sobre mi muslo y el colchón. Recogí unas gotas con mi dedo índice, y presionándolo contra el pulgar me di cuenta que tenía la consistencia de una miel muy líquida. ¡Qué raro! Puse los dedos bajo mi nariz, tratando de averiguar a qué olía. No tenía un olor que yo ya conociera, sino un olor propio, que me recordaba al olor de Armando. Con algo de vacilación, pero al mismo tiempo decidido, concluí que, dado que no tenía olor, pero se parecía un poco a la miel, tenía que averiguar a qué sabía. El hecho de que viniera del pito de Armando no me creaba ningún problema en particular, al contrario, si acaso, contribuía a aumentar esas extrañas sensaciones a las que no sabría poner nombre.

Puse los dedos pegajosos sobre mi lengua y atrapé el poco líquido que guardaban. Le tocó a Armando mirarme con boca y ojos abiertos: “¿Te gusta?”, me preguntó.

“Sí, es bueno. Es dulce, parece esa miel con agua que preparas en la cocina” y llevé mis dedos de vuelta a la fuente del líquido, para recoger un poco más y volver a saborearlo. Repetí el proceso una y otra vez, pero el líquido seguía saliendo y yo empezaba a cansarme de lo lento que iba. Así que, como si fuera lo más normal del mundo, bajé la cabeza y puse mi lengua directamente en contacto con el punto de donde salía el líquido, y comencé a lamerlo con ganas: ¡parecía no tener fin!

Un gruñido, luego: “¡ay, coño!”.

"¡Oye, dijiste una palabra sucia!"

“Sí, Andrés, pero no es solo una mala palabra. También es lo que los adultos llaman al sexo de la mujer. Es una palabra que no se debe usar en público, con otros, pero cuando estás a solas con otros chicos puedes decirla… así como puedes decir polla, que es el nombre que los machos le damos al pito”.

“Polla, coño. Polla, coño… ¡Jejeje, me gustan!” le dije, repitiendo una y otra vez aquellas palabras prohibidas cuyo verdadero significado aún no conocía, solo sabía que no debían ser usadas. “Así que ésta es tu... ¿polla?” le pregunté agarrando su pito, no, su polla... Tenía que acostumbrarme a esta nueva palabra.

“Sí”.

“¿Y ésta es mi... polla?” seguí, agarrando la mía.

“Sí”.

Empecé a reír y, sacudiendo su polla como si fuera un apretón de mano, le dije: “¡Encantado de conocerla, Sra. Polla!” y me eché a reír como un loco.

Armando también se echó a reír. A la Señora Polla debió gustarle mi maniobra porque se hizo más dura que antes, y también – me pareció – un poco más larga, tanto que su cabeza empezó a salir de la piel que la encerraba. Y con ello también salió un olor raro que llegó de inmediato a mi nariz, ya que había retomado lamer las gotitas de miel.

“Oye, y ¿qué es este olor?”.

“Ay, perdón Andrés, no me duché esta mañana, dormí demasiado” me dijo Armando a modo de explicación, pero que no me explicó nada.

“Mmmm… ¡pero huele bien! ¡Huele como... como... como las chuletas de pescado que haces!” y así diciendo comencé a tirar hacia atrás la piel de su verga, mientras el olor aumentaba en intensidad. La cabeza de su polla (algún tiempo después me habría enterado de que se llamaba glande) estaba toda roja, parecía que estaba enfadada, por así decirlo, y brillaba de lo tirante que estaba la piel. Pero no toda la cabeza estaba roja. En la parte de abajo había toda una línea gruesa de algo blancuzco, y no era piel. Y el olor allí era mucho más fuerte: aunque siempre había ese olor a chuletas de pescado (lo que me hacía reír), ahora también se juntaba otro olor superpuesto, como de queso.

No entendía por qué, pero esa mezcla de olores y la vista de esa cosa blanquecina me hizo la boca agua y me empujó con una fuerza irresistible a acercar mi nariz y mi boca a esa gruesa línea blanca. Armando me miró sin decir nada, cada vez más asombrado de que esos olores y esa sustancia – luego me explicaría que los machos lo llaman queso de polla – no me asqueaban, más bien me atraían.

Era extraño, pero así era. Creo que fuese porque de Armando me gustaba todo. Así que comencé a lamer ese blanco. ¡El sabor era increíble! No más a pescado, eso era solo el olor. No, sabía a queso, queso crema. Y a mí encantaban los quesos, todos tipos de queso, desde los más cremosos y dulces hasta los más curados y especiados. Esa crema tenía un sabor como a queso tierno, y comencé a limpiarla con mucho gusto, mientras mi pequeño pito estaba todo en tiro, feliz por lo visto con la acción.

Pronto la crema blanca se mezcló con la miel que seguía goteando por el agujerito de su cabecita, agregando el sabor dulce, casi meloso, al sabor más fuerte del queso, lo que solo aumentó mis ganas de devorarlo todo.

Lo limpié por completo, dándole vueltas con la lengua y recogiéndolo poco a poco, dejando que se derritiera en la lengua. Ahora sólo quedaba la cabeza de la polla, toda limpia, roja, tirante, brillante, a la vista, con las gotas de miel todavía goteando.

Entonces, al ver que no había más queso, seguí lamiendo esa miel, entonces decidí que tal vez sería más fácil si la chupaba, así que hice la boca en O, la apliqué en la punta y comencé a chupar y lamer al mismo tiempo.

Armando comenzó a emitir un gemido profundo, cada vez más intenso, mientras su cuerpo se tensaba todo, como si quisiera entrar en mi boca, que sin embargo era demasiado pequeña para acomodar su glande.

“Ay Dios mío Andrés, ¡¡estoy a punto de correrme!!”.

Sacudí mi cabeza hacia arriba: “¿eh? ¿¿Qué quieres dec...??”.

No pude terminar la frase de que un chorro caliente me dio en la nariz y los labios, y en parte entró en la boca: era viscoso, casi como una gelatina, pero más suave y cálido. No desagradable, solo... ¡raro! No tuve tiempo de saborearlo, porque un segundo y un tercer chorro, en rápida repetición, golpearon mi nariz, labios y boca, en parte entrando y depositándose en mi lengua, pero por la mayor parte colando por mi cara.

“¡Guau! ¡Súper cool! ¿Qué es esto? ¿Por qué a mí no me sale?”.

“De veras ¿te gusta? ¡Eres increíble, Andrés! Esa es corrida, mi semen. A ti no te sale porque todavía eres pequeño. En unos años, cuando hayas comenzado a crecer, tu polla crecerá también, tal vez se volverá tan grande como la mía, quizá incluso más, ya ahora no es pequeña para nada”. Al escucharlo hablar así, tomé mi pequeña polla entre mis dedos, orgulloso de escucharlo decir que no era tan pequeña como yo pensaba, y ya pensando en cómo podría ser dentro de unos años: “y tú también empezarás a correrte”.

¡No podía esperar a que eso sucediera! Pero mientras tanto estaba el suyo de... de... semen. Y me gustaba su sabor, y también la sensación de poder, sabiendo que era mi mérito hacerlo tan feliz. Entonces le dije: “Está bien, pero mientras tanto está el tuyo, ¿no? ¿Puedes hacer más? ¿Ahora mismo?”.

Se echó a reír: “jaja no, Andrés, un adulto necesita ‘recargarse’, no puede volver a correrse enseguida. Pero, como te gusta tanto, si quieres puedes tener más mañana” finalizó, guiñándome un ojo.

“¡Sí! ¡Vaya, no puedo esperar! ¿Y habrá esa buena crema también? ¡Me gustó mucho!”.

“Vale, ¿sabes lo que vamos a hacer? No me lavaré la polla cuando me duche, así que también tendrás mi queso. ¿Feliz?".

Le di la sonrisa más amplia que pude, y lo abracé con fuerza, hundiendo mi rostro en su axila, donde había otro olor penetrante que me atraía...

 

FIN... no del todo (tal vez)