Date: Thu, 4 Nov 2021 08:49:51 -0500 From: Hugo Dan Subject: Mi vida ecuestre - Authoritarian non english - chapter 18 Debes tener al menos 18 años para leerlo, este es un trabajo de ficción, todo en esta historia proviene de mi imaginación, espero te guste, me encantaría saber tú opinión. Es bueno apoyar a todos los creadores y los espacios creados para que compartan su trabajo, considera donar a nifty si has disfrutado de incontables horas de entretenimiento morboso. https://donate.nifty.org/ _____________________________ Mi vida ecuestre Capítulo 18 El trato fue claro y había una deuda pendiente, más la actitud de Edward hacia mí no cambió, no podía arriesgar a que notarán el favoritismo hacia mí, no porque fueran a sospechar que algo ocurría, sino porque podrían percibir cierta debilidad por parte del capataz e intervenir en su trabajo. Mientras, Luis y yo seguímos entrenando a diario para llegar al día del picnic y realizar nuestra labor.  Los compañeros de Edward se cruzaban en nuestro camino al trasladarnos de un área a otra y lo saludaban dando un fuerte abrazo y dando mensajes de felicitación, "¡En hora buena! ¡Felicidades papá!" Le decían mientras le daban una fuerte palmada en la espalda, yo no me atrevía a decir nada, era obvio que había funcionado, me sorprendía la capacidad que tenía para engendrar y como otras personas no tenían ese… ¿don? Imaginaba esos millones de espermas en mi lefa ávidos por ganar ese lugar en el óvulo, mi espesa leche debía estar rebosante de renacuajos humanos, extrañamente eso cambió mi percepción, me daba una sensación de inquietud venirme en el culo de los esclavos, como iba yo a dejar mi fértil semilla en sus hoyos para que la desecharan horas después mezclada con mierda, ¡no! Preferí darle un mejor uso y dársela de tragar a los escuálidos esclavos, 'nutranse con mi leche' les decía. No les importaba que había estado dentro de ellos segundos antes, se hincaban frente a mi y se prendían a mi verga como si de un elixir de dioses se tratara. De nueva cuenta los días pasaron, estos se convirtieron en semanas y esas en meses. Quizás el instinto paternal invadió a Edward porque de pronto empezó a tener más ideas para entretener a los infantes, en un intento por llevar el entretenimiento un peldaño arriba empezó a idear picnics temáticos, para octubre nos cubrió con pintura, "¡¿Quien quiere montar al pony 'esqueleto'!?", "Mamá, yo prefiero ir en el coche con el pony 'momia'...". Pudiera parecer también un poco más denigrante de lo que ya era vivir así, pero ya sin una pizca de dignidad en nosotros, qué más daba.  Para navidad me pusieron una nariz roja y cuernos de reno, mi arnés tenía un montón de cascabeles que tintineaban con cada movimiento que hacía. El señor Pierce atendió el evento esa vez, sentí un poco de nervios de que me viera, quizás entre tantos hombres no recordaba con exactitud aquel que estropeó su carrera dando golpes al otro corredor, y al verme exigiría que me retiraran de ahí. Pero no fue así, ni siquiera pareció darse cuenta de mi presencia. El hombre iba vestido de Santa Claus, tenía una barba tupida canosa pero su aspecto no era el típico santa gordo, era más bien un santa maduro y fornido. Se sentó en una silla para que los niños se sentaran en sus piernas mientras les daba un pequeño obsequio de parte del rancho Pierce.  Cuando llegó el turno del pequeño Esteban, el señor Santa Pierce le dio el mismo regalo que a todos los demás, un pequeño caballo de juguete, quizás por gusto personal del hombre o tal vez para irles metiendo desde chicos la idea del uso de los equinos. "Bonito", dijo el pequeño Esteban, "Me gusta", y sonrió. "Le tienes que poner un nombre"  le dijo el señor Pierce, "¿Ya sabes como le pondrás?" "¡Si! Como mi pony favorito… ¡Champ!", el niño volteó hacia mí al igual que el señor Pierce que me miró detenidamente, su cara de pronto se tornó sería, inexpresiva por un instante, su mirada era penetrante y mi estómago se revolvió,  mi miedo no era solo ser reconocido y que me llevara de vuelta con los mustangs, mi miedo era no volver a ver a los niños, a mi Esteban. Entonces frunció el ceño y dijo "¡¡¿Qué?!!... ¡Ese no es un pony! ¡Ese es Rodolfo! ¡es un reno!", había aguantado la respiración y pude respirar tranquilo tan solo el hombre quitó su atención de mi, "¡si lo es! Pero está disfrazado…", le alegó el niño entre risas. Me sentí tranquilo, a salvo, cuando ese encuentro con el señor Pierce pasó. Ya podía asentarme en esa vida sin intención de estropearla, ya había aprendido mi lección, ya no me sentía soberbio, tenía un techo, comida, entrenaba a diario, tenía la compañía de alguien que podía llamar un amigo, Luis, y tenía la promesa de Edward de que nada malo me pasaría. Estaba seguro que nada podía hacerme perder los estribos. Eso creía. Me había convertido en el pony perfecto, me movía en el Rancho como quien se mueve en su casa, el cuidador confiaba más en mi, no solo en que llevara a cabo mis actividades, sino que le ayudaría a acarrear a los demás. Si, con el tiempo el grupo creció, ya no éramos solo Luis y yo, se nos fueron uniendo más ponys. Bajo mi recomendación, Edward pidió que le transfirieran otros del grupo de corceles. El carrusel ya tenía unidos a tres ponys, y éramos tres más que jalabamos un vehículo cada uno. El crecimiento del grupo se debió a que los picnics se volvieron más populares entre los amigos y socios del señor Pierce, ya no solo eran los eventos semanales, sino también los temáticos por días festivos, y además, los amigos del señor Pierce comenzaron a pedir el lugar y nuestro uso para fiestas privadas para sus hijos. Eso le confirió más responsabilidad a Edward, mi capataz, que obtuvo obviamente un sustancioso aumento de sueldo, que con un bebé en casa, le ayudó a mudarse a un mejor lugar o eso lo escuché hablar con otro cuidador.  Un día fuimos acicalados y bañados para una fiesta privada, era el cumpleaños número tres del pequeño Esteban, los esclavos nos pintaron la piel de colores llamativos y nos pusieron crines a juego. La fiesta era temática de 'Mi pequeño Pony', el show favorito del niño en ese entonces. El pequeño se veía feliz, al igual que su madre que estaba arreglada y bella como siempre recibiendo invitados, el que no se veía tan contento era el señor Esteban, 'padre' del niño. Desde el inicio, estaba en un extremo de brazos cruzados, caminaba de un lado al otro refunfuñando, no cruzaba palabra con nadie más que para pedir un trago nuevo. A la hora de soplar las velas en el pastel, pidieron por protocolo que los padres estuvieran con el niño en la mesa, para cantar y tomar algunas fotos, el padre se mostró renuente pero accedió por presión del grupo, "Anda, anda, sopla ya…", decía el padre, "...cálmate… ¿qué te pasa?...", le dijo la mamá que no entendía el comportamiento de su esposo, "Esto es tu culpa…", dijo él evidentemente ebrio. "¿Qué?", preguntó ella extrañada. "Que es tu culpa, que lo estas haciendo maricon… ¡Mira esto! ¡La fiesta!", dijo mirando hacia los adornos y temática que estereotípicamente era para niñas, pero que el niño no veía género. "...¿papi?", dijo la voz aguda, pero el hombre no había tenido suficiente con su rabieta y apresuró al niño, "¡Anda ya! ¡Sopla!", y firmemente agarró al pequeño Esteban del cuello posicionándolo cerca del pastel, el infante al sentir la presión de la fuerte mano y el tono de su supuesto padre comenzó a llorar.  "¡Déjalo!", dijo la mamá.  "¡Ya ves! ¡Es un mariquita afeminado!", tensé mis manos, y quise moverme pero el vehículo me detenía, mi sangre comenzaba a hervir al ver tal desplante de machismo y desconsideración para el que consideraba su propio hijo. Irónicamente llamaba 'maricón' al niño solo por gustarle un inofensivo personaje delicado siendo que él era el poco hombre que no podía ni engendrar un hijo y preferia que alguien más se follara a su esposa y él terminar dándole por el culo a alguien más hombre que él.  En seguida el hombre dió un zape en la cabeza al niño, quizás no fue fuerte, tal vez era el alcohol lo que lo orillo a hacer eso, pero escuchar el llanto de mi hijo me hizo estallar, el hombre caminó con intención de retirarse, los invitados estaban atónitos, entonces el hombre no lo vio venir… no me vio venir, había avanzado con todo y coche de frente a él, bufaba de enojo, mis muñecas con grilletes no me permitirían dar un golpe al bastardo ese, e hice lo que todo pony sabe hacer mejor… patear. El hombre voló hacia la mesa de postres que estaba a un lado, cayó encima de gelatinas, galletas y bolsas de palomitas de maíz. La gente comenzó a gritar asustada. El pony se había desbocado… Desperté una vez más en la habitación lúgubre, la poca luz que se filtraba entraba por una rendija en lo alto de un rincón, se escuchaba el sonido de gotas caer que hacían eco entre el silencio del lugar. Ya había estado aislado una vez y ese encierro casi me vuelve loco, pensaba que estar encerrado en una celda sin contacto con nadie era peor que el castigo físico, desperté una vez más con el golpe del agua fría, un capataz lanzó el agua helada de una cubeta en mi cara empapando una vez más mi cuerpo. Menciono el acto como algo reiterativo porque ya llevaba así varios días, lo sé porque de la rendija en el rincón se alcanzaba a ver el pasar del día y la noche. No me habían dado comida ni bebida en ese tiempo, lo único que me daban eran golpes. Mis manos estaban esposadas a una cadena que a su vez estaba unida a una polea que accionaban para levantarme, me colgaban con mis extremidades estiradas y me usaban como costal. Atacar a un compañero amerita un castigo que ya viví, no se que me hizo pensar que atacar a un amigo del señor Pierce iba a ser igual. "No… más… por… favor…", mi cara estaba llena de moretones al igual que mi cuerpo, mis ojos muy apenas los podía abrir de lo hinchados que estaban y de mi nariz y boca escurría sangre, ya no tenía fuerza, mis pies me traicionaron y no podía mantenerme de pie, quise suplicar una vez más pero no pude, de mi boca escurría saliva, de mis nariz mucosidad y de mis ojos lágrimas. Una segunda figura entró a la habitación, y le pidió al capataz que nos dejara solos.  Sonó el chirriante ruido de la puerta al cerrarse, "Confíe en ti…", dijo una voz masculina, su tono era grave, con enojo, "¿Por qué lo hiciste?", intenté balbucear algo pero no pude, "¿Querías estropear todo lo que logré? ¡¿Como se te ocurrió atacarlo!? ¡A un amigo cercano del señor Pierce! ¿Eres un idiota o que?", Edward comenzó a caminar a mi alrededor, de nada servía verme golpeado, su enojo era mucho mayor, "Las consecuencias de tus actos son mías también, ¡yo soy tu cuidador! ¡Yo soy responsable de ti! ¡Champ!", intente moverme, pero no podía en esa posición, únicamente hacía sonar las cadenas, Edward estaba completamente ofuscado por el enojo, puso sus manos en su cabeza, "El señor Esteban pedía tu sacrificio…", dijo, "Pero Jorge recomendó tu castración… para evitar que fueras violento… ¡Oh! Champ… está difícil tu situación… mi trabajo está en riesgo… tengo una familia por la cual preocuparme… ¡tengo un hijo!", tenía razón en estar preocupado por el, a final de cuentas yo solo era una cabeza más de ganado, pero también estaba pasando por alto que había tenido éxito gracias a mi, que si se convirtió en padre, había sido también gracias a mi. Con la poca fuerza que me quedaba articulé, "P-pro-me...tis-te…", quise hacer alusión a su promesa de no dejar que nada malo me pasara. El hombre calló, estaba en un predicamento, me lo debía. Edward, pidió que se me quitaran los grilletes, me fueron descendiendo al suelo lentamente y él mismo me ayudó a levantarme. Caminamos lentamente mientras me sostenía de su hombro, todo mi cuerpo dolía. Hubo un momento que ya no supe de mí.  Desperté después en una habitación blanca bien iluminada, estaba recostado en una camilla y un hombre con bata blanca hablaba, lo escuchaba entre eco, el hombre que parecía un médico se dirigía a alguien más, entonces vi que era Edward, "Tiene golpes severos, costillas rotas, tardará en recuperarse…". "Haga lo necesario", y se retiró. Volví a caer dormido después de que el médico me administró una inyección.  Cuando por fin desperté, no sabía cuánto tiempo había pasado ni que había sido de mí, abrí los ojos con una sensación de mareo y aún de dolor, toqué mi dorso y lo tenía vendado, estaba sobre una colchoneta en el suelo dentro de una jaula, a mi lado había otros hombres igual que yo, entonces miré a la puerta, donde una anunció leía "veterinaria", no me habían llevado con un médico a una clínica apropiada, estaba en una veterinaria. Mis días ahí fueron de descanso, me alimentaron bien, y mi reposo era forzoso, hasta que por fin pude moverme con más habilidad. Me dijeron que se me asignaría un trabajo temporal en lo que me recuperaba al cien, que consistía en ayudar a los esclavos que hacían la labor de jardinería, yo debía empujar el carrito con la herramienta, tijeras, azadón, rastrillo, pala, etcétera. Como había cometido una falta no se me permitía hablar, me pusieron la mordaza y mis movimientos eran restringidos por esposas en mis muñecas y una cadena con grilletes en mis tobillos. No fue hasta los tres meses en la veterinaria que volví a ver a Edward, me alegró verlo entrar al lugar acompañado del veterinario, me acerqué al borde de la jaula y agarré los barrotes pegando mi cara tal cual cachorro esperando finalmente ser adoptado. Me sacaron de la jaula para una última revisión, me ordenaron permanecer de pie mientras los hombres revisaban mi cuerpo, ya no tenía vendas, ni marcas de golpes, y como ya una vez me había pasado, mi cuerpo resintió la falta de ejercicio. "Ha perdido músculo, pero es porque no se ha ejercitado, tenlo por seguro que con la nueva dieta y el área a la que se le asignó en poco tiempo se convertirá en mejor espécimen de lo que ya era". No había pensado en ese tiempo sobre qué sería de mí, tenía por seguro que ya no volvería al proyecto de Edward, y lo que más me pesaba era no volver a ver a los niños, en especial al pequeño Esteban. Entonces el veterinario realizó mi entrega, salí de ahí acompañado de Edward, lo primero que hice al encontrarnos solos fue agradecerle.  "No lo hagas… no me agradezcas… no cumplí mi promesa, no pude evitar que te hicieran daño". "Pero me salvaste… estaría muerto… o peor de no haber sido por ti", entonces seguimos caminando, yo siguiendo los pasos de mi cuidador, "¿A dónde…?", temía preguntar, pero en el fondo quería confiar en Edward. El hombre suspiró, "Lo único que pude hacer fue transferirte con los percherones", antes de que pudiera decirle algo, asentí resignado, sin saber de qué se trataba, siguió, "El trabajo es muy pesado, podrá ser difícil al principio… pero con la alimentación adecuada pronto ganarás el músculo necesario" "Si…", fue lo único que dije. "El grupo de percherones es muy grande… son 50 hombres por establo, de momento estas débil, y serás el nuevo…", entendía perfectamente, ya había sido el nuevo en un grupo de machos con instintos y urgencias, habían sido veinte mustangs, imagine que 50 percherones, hombres mucho más fuertes y grandes me destrozarian, no sentía miedo, lo iba a afrontar. No tendría descanso, ni de día ni de noche, entonces llegamos a la puerta de un establo, Edward me miró, "Sabes que aquí es nuestra despedida, ¿verdad?", asentí y le dije: "Por favor…", le pedí con mis ojos enrojecidos llenándose de lágrimas, "una última promesa…", Edward negó, ya no podía prometerme nada más, pero valía la pena el esfuerzo "Solo quiero que veas por el pequeño Esteban… y mis demás…" "Champ, ellos no son tus hijos… hazte a la idea, será más fácil…" "...lo sé… pero por favor, si ves que algo no está bien, haz algo…" "Está bien", dijo abriendo la puerta al establo. La puerta se cerró frente a mi cara y cerré los ojos ante una nueva realidad. Giré con calma, lograba ver al enorme grupo de hombres, unos de pie, otros en el suelo cubierto de heno, pero todos poniéndome atención, sentía su mirada sobre mi, carne fresca. Se fueron acercando cautelosamente, cuchicheaban entre ellos, permanecí de pie, entonces uno me tomó del brazo y lo alzó, comenzó a tocar mi cuerpo, otro más se le unió, me examinaba diciendo lo delgado que estaba para un percherón, sentí manos en mi espalda, cintura, pecho, piernas, tocaron mi pene y metieron sus manos entre mi raja, los dejé hacerlo, entonces una voz se escuchó, "¡hey! ¡alto! El nuevo es mio…", la voz se oía masculina, quien fuera tenía la autoridad para imponerse ante un grupo tan numeroso, que importaba quien quería ser el primero y quien después, de todos modos acabaría con el culo destruido. Entonces, ante las protestas por el reclamo de mi cuerpo, la voz se fue abriendo camino entre los hombres, sus fuertes manos empujaron los cuerpos igual de musculosos y grandes para vislumbrarse ante mi, no logre ver sus facciones, solo una silueta ancha, y después de decir que yo era suyo me preguntó,  "¿o no?" De pronto el alma me volvió al cuerpo y me lancé a los duros brazos de Tango, el hombre que había conocido años atrás en el Rancho del señor Benjamín se encontraba ahí, en ese establo lleno de percherones, ¡claro! Él era uno. En cuanto nos unimos en un abrazo, sus demás compañeros se dispersaron pero no sin dejar de prestar atención.  "Que gusto me da verte", le dije, estaba colgado de su cuello y sus manos acariciaban mi espalda. "A mi también… aunque ya no eres un potrito…". Sonreí, "No, ya no lo soy",  me conoció como un joven de 19 años recién raptado, y en ese momento yo ya tenía 25. Tango y yo nos pusimos al día sentados en un extremo del establo, descansando sobre la paja con la espalda recargada en la pared, él no tenía mucho que contarme, después de su visita al rancho volvió a ese mismo establo donde había vivido todo su tiempo de percheron. En cambio, él estaba impresionado por todo lo que yo había vivido. La noche había caído y los percherones buscaban su lugar en el heno, entonces comencé a escuchar los sonidos del sexo nocturno, habitual en establos con hombres desnudos que fraternizan para pasar el rato y descargar sus impulsos.  "Tengo que decirte algo", me dijo Tango, "Nadie se va a acercar a ti, ni intentará hacerte nada porque yo te reclamé y tu de alguna manera aceptaste al abrazarme… pero…" "¿Pero…?" "El reclamo pierde efecto si… si tú no cedes a entregarte completamente… o sea…" "Tenemos que coger", dije sin rodeos. "...si… solo si tu aceptas, no te voy a obligar, los percherones somos respetuosos a las relaciones… pero si estas libre, ehm… nada les impedirá, tu sabes…", y lo sabía, los dos lo sabíamos, ya le había contado toda mi historia, una vez lo abracé y le dije que lo sentía, sentía no haber aceptado intimar con él, hubiera querido que él fuera mi primero, quizás era el momento perfecto para un nuevo inicio.  "Voy a hacer eso que debí haber hecho hace muchos años en ese diminuto establo cuando nos conocimos, entregarme a ti…" Delicadamente me abalancé sobre él, mis manos recorriendo su amplio pecho, mis dedos sintiendo sus pezones erectos, mi cuerpo posicionándose sobre el suyo y mis piernas deslizandose abiertas, mis pies rozando sus muslos bajando las rodillas y sentándome en su pubis, acerqué mi cara a él y mi aliento chocó con el suyo como hacía muchos años lo había sentido, volví a unir mis labios a los de él. Metí mi lengua en su boca sintiendo su húmeda y calida lengua recibiendome y comenzar a juguetear. Comencé a mover mi cadera, mi culo expuesto moviéndose cadenciosamente sabiendo que su gorda verga de percheron estaba endureciendo. Me erguí para tocar su pene, sobé toda su extensión y lo restregué en mi hoyo. Su líquido preseminal brotó pero no era suficiente, "Chupamela", me dijo. Entonces yo me tiré en el suelo entre sus piernas, sus muslos eran fuertes y anchos los acaricié con mi cara antes de buscar su dura verga y engullir, no pude con toda, era gruesa pero la ensalivé lo más que pude. Cuando sentí que estaba lista, volví a sentarme sobre él y guíe su pene, hice presión con mi cuerpo pero no cedía, Tango me tomó de las nalgas y las deparó con sus gruesas manos, entonces volvimos a intentar, aguanté el dolor, se fue abriendo camino dentro de mí, sentía que me rompía, entonces nos detuvimos después de un último jadeo al no haber nada más que introducirme, nuestros oídos estaban aislados de los demás, no escuchábamos nada más que nuestra respiración, entonces me empecé a mover, metiendo y sacando un trozo de verga y volviéndome a sentar, Tango mantuvo sus manos en mi cintura mientras me apoyaba en su pecho, me dejé caer sobre él, sentí mi verga dura palpitando aprisionada entre nuestros dos cuerpos, el vaivén del movimiento hacía la fricción necesaria para estimular mi pene, busqué nuevamente su boca y nuestras lenguas se volvieron a encontrar. Nuestros gemidos ahogados por nuestras bocas iban en aumento hasta que sin separarnos nos corrimos. Mi leche se esparció por su abdomen mientras sentí como el chorreaba mis paredes internas. Después de esa primera noche juntos todas las demás se repitieron, apenas oscurecía nos tirábamos en la paja a acariciarnos y besarnos hasta terminar follando, no solo me le monte, también disfrute de hacerlo de misionero, abrir mis piernas para él y sentir su ancha figura posarse sobre mi, poner mis manos en su cintura y sentir el poderoso movimiento de cadera del percherón y culminar con su caliente leche llenandome.  Después de una de tantas sesiones de sexo entre Tango y yo, descansabamos recostados de lado en la paja, mi espalda pegada a su pecho mientras sus brazos me rodeaban, su verga justo se había salido de dentro de mí y sentí el vacío que me dejaba. "Todos los días termino exhausto…", le dije, "Entre el trabajo y tu cogida no puedo más… pero ya que me adapte bien al estilo de vida voy a querer también probar tu culo…", pero Tango solo rió, era cierto, estábamos tan cansados que después de la follada nos quedábamos dormidos abrazados, sabía que él tenía sus ojos cerrados y su respuesta vino entre sueños. "Así estamos bien Champ… Yo no soy maricón, no me dejo dar por el culo..." Me sorprendió su respuesta, ya una vez le dije que yo no lo era y dijo que eso no importaba, y ahí estaba entregándome a él pensando que la relación sería recíproca, a pesar del sueño que tenía me quedé despierto pensando, Tango cayó dormido después de darme un fuerte apretón con sus fuertes brazos. Él me había reclamado ante el grupo y yo acepté, me entregué, ¿Qué implicaba eso?