Smegma forever 2.

por piss_boys

piss_boys@yahoo.it

 

 

Warning: this being my second attempt to write a short story for Nifty. Again, I won’t even try to write it in English, which is not my mother-tongue. I will write it in Spanish, my second language, with the idea to translate it, later on, into English, should this attempt be successful. I hope somebody will enjoy it: if it makes you horny, and your little brother downstairs is raising his head up, then the story has reached its goal… As usual, this is a labour of my fantasy (even though starting from a non-sexual event actually happened), only intended for an adult audience, the author condemns any act as such here described, and all prescriptions required by law apply. If you are an under-age reader yourself, it is better for you to leave now, go back to cartoons, and come back again in a couple of years, or more, according to your present age.

Please feel free to give me a feedback. Depending on your comments I might decide to write a second chapter.

And don’t forget to donate for Nifty, we need them, but they cannot survive without our help! You can donate here: http://donate.nifty.org/donate.html

Ciao!

 

 

Aviso: espero disfrutes de mi nueva historia de fantasía: si te emocionas al leerla, y tu hermanito de abajo comenzará a levantar su cabecita, entonces mi objetivo se habrá cumplido... Como de costumbre, este es el parto de mi fantasía, y sólo está destinado a un público adulto. El autor condena firmemente todos los actos similares a los descritos aquí, a menos que ocurran entre adultos que consienten el uno con el otro. Si eres menor de edad, no sigas leyendo, regresa a tu pasatiempo favorito y vuelve aquí en unos años.

¡Siéntete libre de escribirme!

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¡Ciao!

 

************

 

Aquí viene una nueva parte del relato que concierne a Carlos y José, y sus descubrimientos…

 

 

Pasaron unas semanas, desde aquella maravillosa tarde con Carlos, y francamente no creí que nos volveríamos a ver: nos saludamos con afecto, y también con la oferta de mi parte para volver a verlo cuando él quería, pero parecía uno de esos saludos que se dan más por convención social que por cualquier otra cosa. También le había pasado mi número de móvil, con la esperanza de que lo usara en los días siguientes. Pero lamentablemente hasta ahora no había sido así.

 

Ni siquiera había visto a Carlos ni a José en la pequeña plaza cerca de mi casa, a pesar de que solía pasar casi todas las tardes con el coche, volviendo a casa, e incluso en diferentes momentos, dependiendo de mis horas de trabajo.

 

No había olvidado mi aventura con aquel chico, esto no en absoluto: ¿cómo podría olvidar a un joven como Carlos, un pito como el suyo, y un esmegma tan delicioso como lo que él guardaba dentro de su largo prepucio, coronando aquella verga de 18 centímetros que el niño llevaba consigo? Y también se corría mucho, el chico, una corrida espesa, de las que se adhieren a la piel, a los labios, al cabello y no gotean hasta después de un largo tiempo; un semen pastoso, que puedes probar en tu boca como un postre de cuchara... porque realmente era muy dulce, como solo puede serlo el semen de un adolescente.

 

Sin embargo, la vida continúa, y así guardé el recuerdo del hermoso encuentro que tuvimos, reviviéndolo más de una vez en el curso de mis fantasías masturbatorias, que era la forma en que la gran mayoría de mis tardes terminaban, dado que no era nada fácil conocer a personas con mi fijación para el esmegma y el olor de la polla sin lavar.

 

Ni siquiera Grindr o Twitter ayudaban. La mayoría de los que me contactaban intrigados por mi nick bastante explícito (“smegmalover”), o los que contactaba yo, porque parecían interesantes y prometedores, al final caían en las categorías usuales, siempre idénticas, o – como solía ser en el caso de Twitter – estaban muy lejos, como poco 3-400 km, más a menudo en otro continente. ¿La categoría más típica en Grindr? Los chaperos. No es que tenga algo en contra a pagar un chico, si tiene el artículo que estoy buscando; pero si lo hace por comercio habitual, nunca pasa que tenga el pito sin lavar, ni, por supuesto, puede aceptar quedarse días sin lavarlo para que se forme. De hecho, era suficiente con pedirle que me enseñase las fotos de su polla sucia, para que me bloquease o, de todos modos, para no recibir alguna respuesta más. Además de los especialistas en marketing (de si mismos), la otra categoría común es la de los que me-gustaría-pero-no-tengo-cojones-para-hacerlo: chats interminables, con estos, y que no conducen a nada. Luego hay los que primero te contactan, luego te bloquean, sin tener ni el coraje ni la educación como para decir “lo siento, me equivoqué” o “no, no eres mi tipo”. En resumen, había llegado a una tal selección de perfiles que el más cercano de las categorías “tosco” o “nutria” se ubicaba a una distancia de por lo menos 7 km, con la que casi invariablemente pertenecía a otra categoría: la de estamos-demasiado-lejos-no-hospedo-y-no-tengo-coche.

 

Bueno, estoy divagando.

 

Sin embargo, como estaba diciendo, habían pasado algunas semanas, y el único olor a polla sucia que podía olfatear era el mío, y lo mismo podía decirse del único esmegma que podía comer.

 

No sé si les sucederá a todos ustedes, amantes del género, o si es mi propia característica, pero yo paso períodos en los que la ricota no se forma casi por nada, o tarda una eternidad, y otros en los que en pocos días el surco se llena de blanco y un velo blanquecino comienza a formarse también en el glande.

 

Bueno, en aquel momento me encontraba en uno de estos períodos de mucha producción. Por suerte, al menos periódicamente tenía algo con que acompañar mis fantasías y hacerlas más reales.

 

De todos modos, una tarde, tal vez un mes después de conocer a Carlos, suena mi móvil y aparece un número desconocido. Respondo con voz profesional, pensando que fuera un nuevo paciente que me contactaba para recibir fisioterapia. Pero no es así.

 

“Hola, soy Carlos”.

 

Guay! Ésta es una sorpresa... “Hola Carlos, ¿qué tal estás? Esperaba oírte, tarde o temprano...”.

 

“Sí, lo siento”, me dice con una voz tímida. “Quería llamarte ya hace tiempo, pero luego pensé... no, no importa, te lo diré cuando nos veamos”.

 

La cosa obviamente me intriga mucho, pero no insisto, por el momento. “Bueno, y ¿cuándo nos vemos entonces?”.

 

“Escucha, estoy aquí en la plazuela, con José, estábamos jugando un poco al fútbol... Si quieres, podemos pasar por ti, incluso ahora...” luego, después de un momento de vacilación, añade: “quiero decir, si no tienes nada que hacer...”.

 

(¿Está con José? Coño, pensé que pasaría un tiempo a solas con Carlos, ¡yo!). “Pues sí, por supuesto, imagínate, no estoy haciendo nada, podéis pasar, si queréis”.

 

Ni siquiera diez minutos más tarde, aquí está el interfono sonando. Les abro, y después de un rato están en mi puerta: “Hola Carlos, hola José, ¡me alegro de verlos!”.

 

Los invito a sentarse con una sonrisa, pero dentro de mí masco retama: tenía muchas ganas de repetir con Carlos nuestra experiencia pasada, ¡y ahora todo se arruina debido a la presencia de una tercera rueda!

 

Pero tienes que sacar lo mejor de una mala situación... “¿Qué les ofrezco, chicos?”.

 

Se sientan en el sofá de la sala de estar, uno al lado del otro, y beben jugo de frutas. Extrañamente – ¡al menos para mí! – José es quien está más relajado entre los dos, mientras que Carlos está bastante tenso, se le ve como muy incómodo.

 

Después de unos minutos, y como ninguno de los dos dice nada, decido dar el primer paso.

“Entonces, Carlos, ¿qué me cuentas? ¿Que hay de nuevo?”.

 

Lo veo lanzar una mirada de reojo a su amigo, quien asiente con la cabeza como si dijera “¡adelante!”, luego traga aire, y al final decide hablar: “Bueno, bueno, han pasado muchas cosas desde cuando nos vimos”.

 

“¿Ah, sí? Bueno, supongo que sí... todos los días pasan muchas cosas, a tu edad. ¡Vamos, cuéntame!”.

Y Carlos comienza a hablar, primero lentamente, luego tomando confianza, y despreocupándose a medida que avanza en su cuento.

 

“Mmm... creo que es mejor si empiezo por el principio... ¿Recuerdas cuando te contacté? No la primera vez, sino ¿la segunda? Bueno, yo no me había enterado, pero José me vio cuando entré a tu palacio. Él había llegado a la placita para jugar conmigo justo cuando yo venía a tu casa. Y, cuando me fui de aquí, me encontré frente a él, y no paraba de preguntarme: ¿a qué has venido? ¿por qué subiste a su casa? ¿por qué te has detenido tanto? Yo de momento no quería decirle nada sobre lo que había pasado, ¡pero no sabes cuán insistente puede volverse José! Me destruyó con sus preguntas, y al final incluso amenazó con romper nuestra amistad y nunca volver a verme si no le contaba todo. ¿Entiendes? Nos conocemos desde que éramos niños, no podía arriesgarme a perderlo. ¡Le quiero, a este tonto!”.

 

Carlos hace una larga pausa, mirando a José a los ojos. “¿Y ...?” digo yo.

 

Entonces Carlos parece despertarse, y continúa: “¡Y luego le conté todo! ¿Qué más podía hacer? Pensé que iba a darle asco oír lo que habíamos hecho tú y yo. Pero no. De hecho, cuando llegué a contarle sobre el queso, lo que habíamos hecho y cuánto me había gustado, vi que José estaba empezando a tocarse el paquete...”.

 

“Bueno, este capullo me estaba poniendo cachondo con su historia”, dice José con una mueca, y son las primeras palabras que dice desde que Carlos había empezado a hablar...

 

“Sí, estaba seriamente empalmado, aunque al principio no quería admitirlo. Le dije: ¿qué, se te puso dura? Respondió que no, un poco molesto, y que eran los calzoncillos que iban apretaditos... Sin embargo, cuando terminé de contarle todo el tema, no hizo ningún comentario, sólo me dijo: ‘ya te veré mañana en la escuela’, dio una vuelta y se fue”.

 

En este punto, José agrega un comentario: “ya, así es: tenía algunas cosas en las que pensar... De todos modos, es cierto, estaba empalmado y la cosa me molestaba y me irritaba. Y no quería que Carlos se diera cuenta”.

 

Carlos continúa diciendo: “bueno... de hecho, en la escuela durante casi una semana prácticamente me ignoró! Es cierto que no estamos en la misma sección, pero también durante las recreaciones, yo siempre intenté hablar con él, pero él siempre encontraba una excusa, o había alguien más con quien ‘absolutamente’ tenía que hablar. ¡Me sentía como una mierda! Pensé que había arruinado nuestra amistad para siempre, y esto me hizo sentir muy mal. Luego...”.

 

“¿Luego?” me hago eco yo.

 

“Luego, finalmente, después de una semana, en la recreación me acerca y me susurra: a las 11:30 ven a los aseos en el tercer piso, tengo que hablar contigo. Ambas nuestras aulas están en el segundo piso, no entendía por qué nos teníamos que encontrarnos en los aseos del tercer piso, donde nunca hay nadie, porque las aulas de allá ya no las usan, la escuela tiene muchos menos alumnos que una vez. A menos que… a menos que quisiera darme una paliza... Lo viste, ¿verdad? ¡Incluso si es más bajo, es más corpulento que yo, y pega unos golpes! Lo sé, porque una vez, por diversión, tuvimos un combate de boxeo, ¡y casi me estira! En resumen, exactamente a las once y media le pido permiso al profesor, salgo, ni yo sé cómo consigo driblar al bedel, y le digo que iba a sacar una botella de agua de la máquina, y me la arreglo para subir al tercer piso. José ya estaba allí, esperándome. Lo miro con un poco de miedo, no sé cuáles son sus intenciones, e incluso por su rostro no puedo entender nada. Me toma del brazo y me empuja hacia el baño de los discapacitados, que, además de ser más grande, también es el único con la puerta que llega al suelo. Ay Dios, creo que ya está hecho, ¡ahora me mata! En cambio, cuando entramos se baja los pantalones y en seguida los calzoncillos. Hace mucho tiempo que no lo veía desnudo, porque ahora juega al rugby, mientras que yo sigo nadando, así que nunca sucede que nos desnudemos juntos, como lo hacíamos cuando éramos niños. El chico ha crecido, ¡sin duda! Más, tiene un pitorro más grande que el mío, al menos en aquel entonces, cuando estaba flojo... Bueno, retira su piel y con una gran sonrisa estampada en su rostro me dice: ‘¡mira!’ Joder, por supuesto que miro: su glande es casi completamente blanco, y debajo del glande, en el surco en la base, hay tanto de ese queso que podíamos preparar un sándwich”.

 

¡Creo que mi mandíbula estaba a punto de tocar el suelo! Mi mirada va de Carlos a José, luego de vuelta a Carlos, y luego a José, que se sonroja y se mira los zapatos como si fuera la primera vez que los ve en su vida.

 

Como Carlos se detiene, y no parece querer continuar, perdido como está en la memoria de ese momento, al final es José quien retoma la historia: “Bueno, mira, lo había pensado y pensado, lo que este cerdo me había dicho, aquella misma noche en mi casa, y luego los días siguientes. El hecho es que, en lugar de disgustarme como pensaba, lo que me había contado me excitaba, y cuanto más lo pensaba, más me excitaba. Aquella primera noche, la misma de cuando Carlos había salido de tu casa, me hice tres pajas seguidas, pensando en ti limpiando su polla y luego en él limpiando la tuya... Y después de cada paja, en lugar de limpiarme como solía hacer, decidí dejarme la polla sucia, con todo el meco por encima, para ver qué pasaba, y para ver si me disgustaba o no. El hecho es que, cuantos más días pasaban, y más pajas me hacía, tanto más se iba formando el blanco, y tanto más yo me excitaba: pensar que estaba ocultando algo que otros no sabían, me parecía extraño, sí, pero lindo. Al principio, tenía un poco de miedo al olor, pero casi de inmediato me di cuenta de que en realidad no se olía nada desde el exterior, y solo tenía que tener cuidado de que una repentina erección no hiciera que mi cabecita se descubriera... ¡ésta sí habría sido una tragedia! Sin embargo, aún no podía decirle nada a Carlos, ¡quería sorprenderlo! ...Y quería ver su cara”, concluye con una pequeña risa que le hace volver repentinamente a ser un niño.

 

“¿Mi cara?” dice Carlos: “mi cara pienso que era como la de Jorge ahora, ¡con su mandíbula casi cayéndose al suelo!”.

 

“Sí, sí”, resume José: “¡era idéntica! Jajaja, ¡qué teatro! Pero luego la cara cambió... cuando le dije ‘es así como te gusta la polla, ¿verdad?’ su expresión cambió, y vi una luz de poseído en los ojos, una luz que no sabía... Me respondió en voz muy baja: “sí, exactamente así” y luego me preguntó si podía tocarme. Joder, por supuesto que podía tocarme, ¡yo estaba allí para eso! Bueno, no solo por esto... “De todos modos, Carlos acerca su mano, todavía un poco inseguro de si podría o no, levanta mi pito, que mientras tanto estaba decididamente empalmado, y empuja hacia arriba y hacia abajo la piel, y mientras tanto continúa murmurando con voz como soñando ‘joder qué bien, joder qué bien’, y ¡no se detenía! Luego, con un dedo, toma un poco de queso, lo frota contra su pulgar, luego se lo lleva a la nariz y lo huele como un perro trufa. Pero no puede resistir mucho, y se mete los dedos en la boca. Y comienza a gemir como un loco, así que tengo que decirle que se calle: es cierto que aquí arriba, por lo general, nunca viene nadie, pero siempre hay un poco de riesgo, y además se está haciendo tarde, y ambos tenemos que regresar a clase. Así que le digo que de momento tenemos que parar, y, muy a regañadientes – se puede ver por la mirada que tenía – me permite subir el prepucio y vestirme de nuevo. Pero, antes de irnos y volver a clase, me pregunta cuándo podemos vernos solos y que tengo que explicarle muchas cosas. Le digo que podemos vernos en la tarde, al día siguiente, que es el día en que no hay nadie en mi casa hasta cierta hora. No sé cómo nos las arreglamos para no ser atrapados por el bedel, pero, en pocas palabras, logramos volver a clase y ahí termina la cosa”.

 

Carlos retoma su cuento. “El día siguiente, ¡las clases parecían no terminar nunca! Como Dios quiso, toca la maldita campanilla de fin de clases, y yo espero que José salga para ir a su casa. Desafortunadamente, juntos a nosotros dos vienen otros chicos de la escuela, así que en la calle no hay manera de hablar. Llegamos a su palacio, e incluso en el ascensor hay otras personas: una madre con el niño que acaba de salir de la escuela ... ¡y nada, imposible intercambiar una palabra! Cuando finalmente estamos dentro de su casa, y tan pronto como se cierra la puerta, José me agarra, me echa contra la pared y ensarta como medio metro de lengua en mi boca. ¡Mierda, una sorpresa tras la otra, una más agradable que la otra! Cuando finalmente se detiene, me dice ‘¡es una vida que quería hacerlo!’ Le pregunto: ¿cómo, pero qué...? Y él responde que hace ya al menos un año desde que se dio cuenta de que para él yo soy más que un amigo, y que él piensa en mí como otra persona podría pensar en una chica. En síntesis, se ha enamorado perdidamente de mi... Ahí no sé qué decir, tanto la cosa me había sorprendido. Solo puedo preguntarle ‘¿por qué coño no dijiste nada hasta ahora?’ ”.

 

“Espera, espera, esta parte la voy a explicar yo”, dice José. “No le había dicho nada porque temía su reacción, pensé que los maricones le habrían disgustado. Quiero decir, sobre todo que le habría disgustado yo, una vez que supiera que era gay. Bueno, es cierto que Carlos nunca hizo comentarios negativos, dijo cosas malas, ni le trató de maricón a nadie, pero esto era otro asunto... En pocas palabras, sí, temía perderlo, si se lo iba a contar”.

 

Carlos interviene: “nada de eso, no me daba asco ni me molestaba, por lo contrario, me sentía bien, de hecho, empezaba a juntar las piezas de mis sentimientos, y de repente comencé a comprender que para mí también era así, que para mí también él no solo era mi mejor amigo, sino algo más. ¡Qué va!, mucho más. Pero esto ponía una cosa en su sitio, es decir lo último que sucedió, pero no explicaba lo que había pasado antes, en la escuela. Así que primero le devolví el gesto: lo empujé contra la pared y le metí una libra de lengua en la garganta, mientras nos frotábamos los pitos. Luego, una vez que nos desconectamos, le pregunté: ‘sí, pero ¿la otra cosa? Me refiero a lo del pito sucio’. Me respondió que mi cuento sobre lo que habíamos hecho le había intrigado mucho, y quería ver si a él también le gustaba. Así había descubierto que le gustaba el olor de su polla sin lavar. Y sobre todo que le gustaba tener una cosa más, algo tan íntimo, a compartir conmigo”.

 

“Uff... No solo me gustó” lo interrumpe José “¡Me gustó un puto desastre! Tanto que incluso tomé un poco de mi queso entre los dedos y lo probé. ¡Qué buena mierda! ¿Cómo podría haber dejado escaparme esas cosas durante tanto tiempo? ¡Toda culpa de mis padres! Ellos y su manía de que todo debería estar limpio, especialmente ‘allá abajo’... De todos modos, una vez entendido todo esto, pensé que todo lo que había sucedido, para Carlos y para mí era muy buena oportunidad para salir del clóset con él, y para pasar nuestra amistad a otro nivel, o al menos intentar hacerlo. Y si Carlos no compartiera mis sentimientos, por lo menos podríamos haber jugado juntos... y no solo a fútbol”, terminó, guiñándome un ojo.

 

“Oye, ¿vas a dejar de interrumpirme?”, dijo Carlos. “En fin, Jorge, terminamos en su habitación, nos desnudamos a tal velocidad que era como si nos hubieran quemado la ropa, y nos tiramos a la cama. Sin decir una palabra, nos colocamos en la posición de 69, cada uno con el pitorro del otro ante los ojos. No puedes entender... estaba muy nervioso. Pero sentí que José también lo estaba. Nos temblaban las manos al tocarnos las vergas, y a los dos nos faltaba el aliento. Tomo en mi mano la polla de José, por primera vez consciente de lo que estoy haciendo; la otra vez, cuando estábamos en los aseos de la escuela, no cuenta… Me sorprendió tanto que casi no entendí lo que estaba haciendo. Pero esta vez es diferente: esta vez sé lo que hago. Siento sus dimensiones, te lo dije, la tiene más grande que la mía, no por ser mucho más larga, tenemos casi la misma longitud, pero es mucho más grande en circunferencia, y siento su piel. No lo sé, de alguna manera es diferente de manejar el mío. A parte de eso, ¡es la primera vez que toco la polla de otra persona! Pero tocarla solo no es suficiente, tengo que ver qué oculta, si está como el día anterior. José tiene una piel muy larga, más larga que la mía, e incluso empalmada como está ahora – ¡Joder, parece un tubo de acero! – su polla tiene la misma forma de un pito de niño. Acerco mi nariz a esta punta bien tapada. El olor ya se puede husmear, pero solo un poco. Es el mismo olor que sientes cuando entras en una tienda de alimentarios, Jorge, lo conoces, ¿verdad? Olor a embutidos, a fiambres, a quesos... solo que mucho más débil. Le doy un beso justo en la punta del capullo, pero no puedo resistirme, aún no es suficiente. Por un lado, quiero extender el momento del descubrimiento, por otro lado, es demasiado fuerte el deseo de probarlo. Así que meto apenas la punta de mi lengua adentro la piel, y ya puedo probar su sabor, el sabor del queso de José, todo hecho en casa, ¡y todo para mí! Luego tomo la piel entre mis labios, y tiro hacia mí, pero fuerte. Casi me parece tener un chicle entre los labios, me gustaría masticarlo...”.

 

“Y gracias a Dios que no lo hiciste, jilipollas”, interviene José. “Pero yo casi ni me daba cuenta de lo que le estaba pasando a mi polla... Tenía la de Carlos frente a mis ojos, a mi nariz, a mi boca. Y para mí no solo era la primera polla que veía, sino también la primera vez que veía ‘la suya’, la de Carlos... por lo menos, desde cuando los dos éramos niños. El día anterior, en los aseos, él ni siquiera la había sacada, no tuvo el tiempo, y me daba mucho morbo. ¿Sería como la mía? ¿O totalmente diferente? Bueno, no era como la mía, esto es seguro. No, en absoluto no era como la mía: de largo, ya te lo dijo él, somos casi lo mismo, pero la suya en mi mano quedaba mejor, me parecía… no sé cómo explicártelo, más ‘justa’, de alguna manera. ¿Entiendes lo que quiero decir?”.

 

Entiendo sí, claro que entiendo: el momento del descubrimiento, todos lo atravesamos, y para cada uno de nosotros fue, inevitablemente, una experiencia única, irrepetible y diferente a la de cualquier otra persona. Algo que se puede contar, sí, pero que los demás nunca pueden entender completamente, porque carecen de los sentimientos que llenaban nuestras cabezas, y que sólo nosotros mismos sabemos y recordamos.

 

“De todos modos, yo también quería explorarlo, pero lo hice de una manera completamente diferente de lo que Carlos te dijo. Es decir: yo también tenía curiosidad acerca de su consistencia, de cómo habría sido sostenerla, pero había tiempo para eso. Yo quería – ¡no! ¡Lo necesitaba! – sentir su sabor, su olor: el olor y el sabor de su queso. Así que tiré de la piel hacia abajo, suave pero firmemente. ¡Y se me abrió un mundo! El olor que provenía de la polla de Carlos era diferente al mío, más fuerte, más intenso, el olor que, para mí, ahora que lo sé, siempre debería tener un verdadero macho. Y venía de una impresionante cantidad de queso. No sólo su cabecita estaba completamente blanca, con una capa gruesa, sino que, al bajar la piel, algunas que otras piezas se desprendían del glande y permanecían pegadas al capullo. Pero, ¿cuánto jodido queso producía este hombre? ¡¡Increíble!! Me acerqué con la lengua, solo toqué el queso de la capa blanca que cubría la cabecita, luego me lo pensé mejor y me fue con los labios a la piel, que mientras tanto había bajado completamente, y comencé a retirar con la lengua las piezas de queso que quedaban atrapadas allí. ¿Sabes cómo, no? Como cuando tienes frente a ti un plato que es tan bueno que no sabes por dónde empezar, y luego comienzas a comer las piezas que el cocinero ha dejado caer en el plato, al lado del trozo principal de la comida. Oh, bueno, no te voy a decir el sabor, lo conoces muy bien, creo” y me guiña un ojo con malicia.

 

“Carlos, José, me estáis realmente excitando!”.

 

“¡Sí, Jorge, ya se te nota!” me dice Carlos mirando el chándal ligeramente ajustado que suelo llevar cuando en casa. Yo también echo una mirada, y veo que el tubo de mi verga se ve muy bien, por lo excitado que está ahora. Pero enseguida continúa: “¡oye, intenta no correrte en los pantalones!”.

 

Y sigue: “espérate, a que escuches el resto... Cuando José comenzó a lamer mi cabecita y a comerse mi queso, no pude resistirme más, yo también descubrí su cabeza y la encontré llena de esmegma casi como la mía. Entonces me agarré con toda mi boca a su glande y comencé a recoger el queso con mis labios, limpiándolo lentamente, mientras que José hacía lo mismo con la mía. Después de unos minutos nos separamos el uno del otro al mismo tiempo, nos miramos, luego le mostré a José mi lengua blanca, y un momento después José hizo lo mismo. No pudimos resistirnos, ¡teníamos que intercambiar ese regalo! Nos acercamos a los rostros lentamente, yo apoyé mis labios a los suyos, luego nuestras lenguas se encontraron y empezaron a acariciarse. ¡Joder!, Jorge, éste no era un beso como cualquier otro, éste era tierno, íntimo. Tenía lágrimas en los ojos mientras besaba a José. Y luego estaba esta infinita sinfonía de nuestros sabores juntos... ¡Otro descubrimiento! No dijimos nada, pero es como si lo hubiéramos hecho: en ese momento decidimos juntos que teníamos que repetirlo, y otra vez, y otra vez. Al final que nos separamos y volvimos a cuidar del pito del otro, recolectando un poco de queso cada vez, sosteniéndolo en la lengua e intercambiándolo con un nuevo beso. Creo que nos llevó al menos media hora para limpiar completamente las pollas, que al final se mantuvieron limpias como si nos hubiéramos bañado, con la sola diferencia de que el olor de macho seguía sintiéndose. En ese momento estábamos tan emocionados que tan pronto como José comenzó a chuparme en serio, subiendo y bajando con su cabeza, e incluso si lo hacía lentamente, exploté en su boca...”.

 

“¡Y yo en la suya!”, hizo eco José inmediatamente: “parecía que nunca íbamos a terminar, ¡creo que hasta ahora ésta ha sido la corrida más poderosa y más larga que he tenido en mi vida!”.

 

“¡Igual para mí! Creo que nos disparamos uno al otro al menos 6 o 7 chorros de leche caliente. ¡Tenía la boca llena!”.

 

“¡Y la mía estaba en la misma condición!” sigue José “pero mantuve el semen de Carlos en mi boca y levanté la cabeza, mirándolo a los ojos. Como antes, los dos pensamos lo mismo: nos acercamos a las cabezas para besarnos. Y ¡sí!, Carlos tuvo exactamente mi misma idea, ¡idéntica! Intercambiamos nuestras corridas como antes lo habíamos hecho con el queso. ¡Fue un beso hermoso! Nos pasamos el semen de uno al otro hasta que no quedó nada. Y luego continuamos besándonos, intercambiando saliva y respirando en la boca del otro. Jorge, ¡¡fue la mejor experiencia de mi vida!!”.

 

Aparte de la excitación que me está causando el cuento de los dos muchachos, y que se ve muy claramente en el paquete que presiona contra el tejido translúcido de mi chándal, me parece que sólo pueda hacer un comentario que siga el ritmo de su historia y con el brillo que veo en los ojos de ambos jóvenes.

 

“Coño chicos, ¡estoy súper-feliz por vosotros! Por los sentimientos que sienten el uno hacia el otro y por los descubrimientos que están haciendo juntos... El sexo siempre es algo hermoso, y compartir gustos, incluso si a los demás les pueden parecer extraños, ¡es lo más hermoso que le puede pasar a dos personas! Pero...” lo sé, tal vez no tengo que decirlo, pero no puedo contenerme: “en todo esto, aparte de recopilar vuestras palabras, sé que moríais por las ganas de contárselo a alguien, y yo soy el único que conocéis a quien podéis decir todo, inútil tratar de negarlo, decía, aparte de esto... ¿cómo encajo yo?”.

 

(Aquí va: ahora, claro, me van a decir que sólo querían contármelo, y gracias por escucharlos, y adiós...).

 

Como para confirmar mis pensamientos, ambos comienzan a mirar sus zapatos, luego se miran entre ellos, luego comienzan a mover los pies como si estuvieran bailando el claqué, luego se miran de nuevo. Finalmente es Carlos quien habla: “¡Bueno, Jorge, en realidad tú encajas muy bien! Quiero decir que encajas por muchas razones. En primer lugar, porque me hiciste sentir como un cerdo menos depravado de lo que soy. Después porque, gracias a ti, José también descubrió esta pasión, y estoy seguro de que es algo que nunca nos abandonará y siempre iremos buscándolo. Y luego... y luego...” vacila un momento “bueno, hay otras dos cosas, y ambas te conciernen”.

 

Carlos se detiene, parece no saber cómo seguir. Pero José le da su ayuda. ¡Benditos chicos! Estoy aquí que me muero por la curiosidad, y estos nunca llegan al punto. Me siento halagado, sí, claro, por lo que Carlos dijo hasta ahora, pero el punto (¿o los puntos? Habló de dos cosas, Carlos...) aún no sale a la luz.

 

“En pocas palabras, lo primero es que a José le da mucho morbo la idea de poder probar tu queso... ¡Por supuesto si quieres!”, agrega apresuradamente.

 

(¿Si quiero? ¿El Papa es católico? ¡Jajajaja qué pregunta!). Evito reírme, pensando que para los dos podría parecer un signo de rechazo, y en cambio sonrío solo, con ternura, pero también con una luz cachonda en los ojos: “¡claro que me apetece! ¡Honrado de dejar que lo pruebe, y que se lo coma todo, si quiere! Pero... ¿ estás de acuerdo? Quiero decir, con lo que está creciendo entre vosotros... ¡quizás realmente no necesitáis una tercera rueda!”.

 

“¿¡De qué estás hablando, tonto, qué tercera rueda!? Nunca serás una tercera rueda para mí y creo que tampoco para José. Y luego ya lo hablamos entre nosotros aquel día, acostados en la cama, con una mano jugando con el pitorro del otro, esperando recuperar las fuerzas para darle una segunda vez... Bueno, en cuanto a eso, no pasó mucho tiempo, jejeje, al cabo de los diez minutos ya estábamos completamente empalmados y listos para recomenzar. Fue una pena que el queso hubiera terminado… De todos modos, volvamos al tema: como te decía, ya hemos hablado de esto y, aparte de que queremos involucrarte en nuestros juegos cada vez que sea posible, ya hemos decidido que nos gustaría encontrar a alguien más que comparta nuestra pasión. Y si lo encontramos, queremos compartirlo entre nosotros... ¡y quizás también contigo! En definitiva, una especie de club privado... ¿me entiendes?”.

 

No sé a dónde ir para recoger mi mandíbula, ¡creo que se cayó al piso de la señora de abajo! Me gustaría saltar sobre los dos. Pero me detengo, de momento. Queda “otro” punto para aclarar... “¿Y la otra cosa de que me hablabas?”.

 

“La otra cosa” y Carlos se pone tímido “la otra cosa... es que queríamos preguntarte... eso es, si no te importa... bueno, no queremos hacerte sentir explotado ...” respira y concluye apresuradamente: “en pocas palabras: te importaría alojarnos aquí cuando no trabajes, e incluso si no puedes o no quieres participar, o si quisiéramos hacerlo nosotros dos a solas, ya sabes, y en la casa de José a menudo es imposible, así que hemos pensado, pero no te creas que sea por esta razón, eso es, lo que te dije antes es pura verdad y ambos lo pensamos, pero lo entiendes no, para dos chicos de nuestra edad es difícil encontrar un lugar para hacerlo en paz, y luego, dónde mejor que en la casa de un amigo, una persona de confianza, y...”.

 

Lo interrumpo, antes que tenga un ataque al corazón o muera por falta de oxígeno: habló con tal estallido que pienso que un poco más y se desmaya.

 

“¡Para! Carlos, no es necesario que te sientas avergonzado, en serio no hay razón. Claro, por supuesto, podéis venir a mí casa cuando quieras, solo necesito que seáis discretos cuando entráis en el edificio: bueno, por otro lado, es un edificio grande, y hay tantos otros chicos de vuestra edad, así que siempre podéis pretender ir a por algunos de ellos”. Continúo, reflexionando entre mí.

 

“De hecho, en lo que a mí respecta, vosotros podéis pasar incluso si estoy trabajando: la casa es grande y mi habitación está lejos del estudio, por lo que, incluso si estoy viendo a un paciente para fisioterapia, podéis usar la habitación sin que nadie os oiga... bueno, a menos que seáis de los que gritan como las sirenas de alarma, en el orgasmo, ¡esto no podría permitirlo!”.

 

Se ríen divertidos: “No, no, tranquilo, ya hemos descubierto que no somos dos gritones. Además, sería difícil de todos modos, dado que hasta ahora, cuando llegamos al orgasmo, hemos tenido la boca muy ocupada” terminan guiñándome un ojo.

 

Pues bien, este punto también está resuelto. No hay nada más que decir, de momento. Sólo queda pasar a la acción. Me levanto de la silla y me acerco al sofá donde están sentados Carlos y José.

 

“Bueno”, les digo, inclinando mi pelvis hacia adelante, para que mi polla destaque aún más “¿Quién quiere hacerme el honor?”.

 

Se mueven como si estuvieran sincronizados, y en un instante tengo la mano de ambos sobre mi paquete. Se miran a los ojos, luego acercan las bocas y se besan, yo diría que tienen medio metro de lengua el uno en la boca del otro, y mientras tanto no paran de palpar mi polla. Creo que, si continúan así, explotaré muy pronto.

 

Así que suavemente pongo mis manos sobre las de ellos, e igual de suavemente trato de empujarlos lejos de mi polla. Entienden el mensaje, evidentemente, y dejan de palpar mi paquete, solo mantienen las manos apoyada sobre mi pito, pero sin moverlas. Cuando finalmente terminan de besarse, es Carlos quien se mueve primero, empuja la mano de José, pone sus manos en mis caderas y baja el pantalón de mi chándal, descubriendo el calzoncillo (sucio, no lo he cambiado durante tres días) y el paquete que esconde.

 

Luego Carlos toma de nuevo la mano de José y la pone sobre mi polla, que está totalmente ecxitada. Pasa apenas un par de minutos, y Carlos desliza su mano dentro del calzoncillo, baja con sus dedos para acariciarme primero el escroto, luego la base de la verga, y luego saca todo el paquete, enganchando la cintura del calzoncillo debajo de mi escroto.

 

Llegado a este punto, mira a José y le hace seña, y ​​mientras éste se acerca a su cabeza, ya respirando pesadamente por la nariz, sostiene mi polla con su mano cerrada y la coloca en posición horizontal, de modo que José pueda alcanzarla fácilmente.

 

Y lo alcanza muy bien, el joven José! Prácticamente se pega la punta de mi prepucio en la nariz, e inhala, inhala ruidosamente, gimiendo como el joven cerdito que es.

 

Al menos un minuto pasa con mi polla metida en su nariz, creo que esté pensando que le gustaría tener las fosas nasales tan grandes que podría ponerla todo dentro. Jajaja imposible, por supuesto, ¡pero realmente creo que él esté pensando en eso!

 

De todos modos, finalmente retira la punta del prepucio de su fosa nasal, lo agarra desde arriba para que se abra un poco, y esta vez la nariz la mete dentro del ojito que se ha formado: debe haber decidido que hacer lo contrario de lo que había pensado al principio es más práctico...

 

Aquí Carlos acude en su ayuda: agarra mi prepucio a media altura y tira suavemente de la piel hacia atrás hasta que descubre mi cabecita, que está completamente blanqueada. El olor es fuerte: aparte de las corridas que se han ido acumulando, hace una semana ya en la que no la he limpiada, y se comprende al verla, pues el esmegma en la base, en la corona del glande, comienza a ser amarillento. Pero esto no asusta a José, que empieza su faena metiendo su lengua en un lado de la corona hasta retirar el esmegma que se ha acumulado allí, y que por otra parte es bastante difícil de despegar con la sola ayuda de su lengua. Mientras intenta hacerlo, mira a Carlos a los ojos, y esto acerca su cabeza al otro lado de mi glande, husmea un poco, luego él también pega la lengua al surco y comienza a limpiar. Después de quitar una pieza bastante grande, la guarda en su lengua y la enseña a José, quien rápidamente agarra su cuello y lo atrae hacia él: intercambian mi queso con un beso y luego deciden que tal vez podrían hacer algo incluso mejor. Así que continúan besándose... pero ahora alrededor de la cabeza de mi pito: creo que me correré en el espacio de segundos... Ya basta con sentir sus lenguas retorciéndose alrededor del glande, mientras limpian el esmegma que se ha acumulado: ¡es una sensación demasiado hermosa, demasiado erótica, demasiado llena de sensualidad! Por otro lado, creo que eso es exactamente lo que quieren, que me corra y le llene las bocas con esperma caliente.

 

Esto es exactamente lo que sucede unos momentos después. Ni siquiera tengo tiempo para advertirles, pues el orgasmo que me golpea es tan repentino y explosivo. Afortunadamente, ambos tienen la boca y la lengua en la punta de mi polla, por lo que ni siquiera una gota de mi semen se desperdicia. Los oigo gemir de pasión, mientras les disparo en la boca 5, 6, 7, 8 chorros de semen.

Mis rodillas se están doblando, debido a la fuerza del orgasmo. Afortunadamente los chicos lo entienden, y me sostienen abrazando mis muslos. Pero casi inmediatamente se levantan, me abrazan con fuerza a la cintura y uno tras otro me besan en la boca, dándome lengua y esperma. Mi semen es espeso, como siempre, y cremoso, y suele ser de sabor dulce (un pequeño truco que me enseñaron hace mucho tiempo: mucha piña y fruta, mucha canela y cardamomo en mi dieta, y el sabor amargo típico del macho adulto vuelve a ser casi igual a lo de un adolescente). En el momento en que entiendo que los chicos querían besarme me pregunto si esta vez va a ser igual. Pronto lo descubro, porque en poco tiempo el beso de cada uno se convierte en un beso a tres, con lenguas y semen que pasan de una boca a la otra, y ésta es otra de las sensaciones más eróticas que he experimentado en toda mi vida. Y sí, puedo confirmarlo, ¡también esta vez el sabor de mi esperma es delicioso! No solo eso, sino que obviamente me he corrido mucho más de lo normal... todos tenemos la boca llena de esperma, y ​​con la adición de las salivas de los tres, al cabo de unos minutos nos vemos obligados a tragar un poco, de lo contrario, gotearía todo. Aparentemente ninguno de los tres quiere perder ni una gota de este cóctel, así que seguimos besándonos durante bastante tiempo.

Sólo hay un problema: la situación que se ha desarrollado ha sido tan erótica que no solo mi polla no se desinfla, sino que me siento tan caliente como antes de mi orgasmo, y todavía tengo la polla bien dura, como José y Carlos, y sus manos, saben bien. Los dos continúan a palparla, y a frotar sus pulgares en la punta, tanto que empiezo otra vez a producir líquido pre-espermático como si nada hubiera sucedido hasta ahora.

 

Tan pronto como termina el intercambio de esperma y nuestras bocas solo saborean saliva, llega mi turno de probar su queso... especialmente lo de José, que aún no conozco, y por supuesto también me muero por comerme otra vez el esmegma de Carlos.

 

Me suelto de su abrazo, miro a los ojos de José y le pregunto: “Entonces, ¿cómo te ha ido con mi queso?”.

 

Me mira con una mirada ligeramente perdida, como alguien que aún está bajando del paraíso después de una experiencia embriagadora, luego me dice: “¡ha sido maravilloso! ¡Increíble! Estoy más y más convencido de que me he perdido mucha diversión, hasta ahora... ¡Gracias, gracias, gracias! Además haces un queso fantástico: diferente en sabor y olor al mío y a lo de Carlos, pero súper-rico. Y produces un montón. Me encantó, no puedo esperar para repetirlo”.

 

“¡Oh, habrá manera de hacerlo otra vez, tranquilo, habrá manera!”, le digo, mientras tomo los dos de la mano y los llevo a mi habitación.

 

En todo esto, mientras que yo estoy desnudo como un gusano, los dos todavía están vestidos, es decir, chándal y camiseta; no es que tengan mucha ropa puesta, pero siempre es mucho más de lo necesario, para mi gusto.

 

Les digo en voz baja “¡desnudaros!” y empiezan hacerlo de manera muy erótica. Aunque estén claramente excitados (se nota por la hermosa tienda que hacen sus pantalones), este momento también se vuelve totalmente erótico. Parecen mucho más adelantados en los años, en comparación con su verdadera edad: igual a dos adultos que lo hacen de costumbre, no se deshacen de su ropa tirando todas piezas aquí y allá como dos niños pequeños, no, Carlos le quita lentamente a José primero la camisa, mientras frota su polla contra la del otro, luego se arrodilla y le quita las zapatillas de deporte a José, primero una y luego la otra, mientras todo el tiempo sigue mirando a su amigo a los ojos. Luego es el turno de José, que hace lo mismo con Carlos. Finalmente, él también se levanta y, al hacerlo, recorre con la lengua desde el borde de los pantalones hasta el ombligo, y luego hacia arriba, para detenerse en un pezón de Carlos, que sobresale de su pecho como la goma de un lápiz. Y mientras tanto, lentamente baja sus pantalones, dejándolo solo en calzoncillos. Carlos se libera rápidamente del pantalón que cae a sus tobillos, luego repite casi exactamente los mismos gestos eróticos que su amigo.

 

Ahora ambos están en calzoncillos. Calzoncillos blancos - otro de mis fetiches - que por el líquido que sale de sus pitos se están volviendo semitransparentes: sus pollas son claramente visibles, no solo la forma, que se habría visto bien incluso sin transparencia, sino también el color y los detalles. No puedo resistir…

 

“¡Alto! ¡No quitéis los calzoncillos! Acostéis en la cama, uno al lado del otro”.

 

No se lo hacen repetir dos veces, se acuestan en la cama, un brazo entrelazado al cuello del otro, y empiezan a besarse otra vez (¡ah, siendo jóvenes y enamorados!). Afortunadamente, me dejan libre el acceso a la parte que más me interesa, dejando sus pelvis bien apoyadas contra la cama.

 

Ya antes de acercarme con mi rostro puedo sentir el calor de sus pollas e incluso sentir el leve olor a queso fresco y orina.

 

No sé a quién acudir antes, pero la curiosidad para la novedad tiene ventaja, así que muevo mi cara hacia los calzoncillos de José. Sí, su polla es definitivamente más grande que la de Carlos, y la producción de liquidillo es impresionante: alrededor de su punta la tela está tan húmeda que incluso el vello púbico es claramente visible en transparencia, obscuro, aunque no totalmente desarrollado.

 

Me acerco con la boca abierta y empiezo a chupar el tejido húmedo, pasando la lengua a lo largo de su órgano hermoso, poderoso y superexcitado. Parece miel, el líquido de José, y podría pasarme horas chupando la punta de su pito.

 

Pero ahí, escondido dentro los calzoncillos, y bien cubierto por su prepucio, está el plato principal, ¡y no puedo esperar más, tengo que probarlo!

 

Agarro suavemente con los dientes el borde de los calzoncillos e intento bajarlos usando solo la boca, pero la verga de José hace resistencia y tengo que rendirme. Así que me ayudo con las manos, hasta que logro descubrir su polla. ¡Es hermosísima! No tengo suficientes palabras como para describirla: sólo puedo decir que es bella, no hay otra palabra que encaje mejor... Puedes verla tan dura como el hierro, totalmente recta, sin curvas extrañas. La piel, a pesar del estado de excitación, cubre completamente el glande, exactamente como Carlos había dicho: ¡parece el pito de un niño pequeño, al no ser de proporciones que serían monstruosas para un niño! Además, la piel es gruesa, como descubro tan pronto como empiezo a tocarla, por lo que su suavidad contrasta con la dureza del miembro. En resumen, ¡ésta es la polla de un joven Príapo!

 

El olor es más fuerte ahora y me hace la boca agua. Resisto la tentación de tomar la punta del prepucio entre mis dientes y masticarlo, ¡tal como Carlos quería hacer, y nos había relatado! ¡Es un prepucio que te invita a hacerlo! - y en cambio lamo suavemente la espesa gota de miel que sale por el agujerito. Luego empiezo a bajar la piel, sin quitar la nariz de allí, y dejo que la madre de todos los olores del mundo penetre en mi nariz e impresione para siempre mi cerebro: ya sé que de ahora en adelante podré reconocer el olor del esmegma de José, ¡incluso con los ojos vendados!

 

Pero la cantidad de su queso, ¡esto es lo que me impresiona más! Es cierto que han pasado unos días desde que estos dos chicos tuvieron sexo por primera vez, pero al parecer José se masturbó mucho, en el último período, y cuidó de dejar siempre el esperma adentro, entre el glande y el prepucio, de modo que se formara mucho queso (¡qué niño más considerado!). Excelente para mí, por supuesto...

 

Ataco este glande casi totalmente blanco a partir de la V del frenillo, en el punto más sensible. Esto tiene su efecto, y José comienza a gemir en la boca de Carlos, y mientras tanto mueve su pelvis ligeramente hacia arriba y hacia abajo, como si quisiera empujar su polla dentro de mi boca. Pero todavía es demasiado temprano. Continúo en mi operación de limpieza, primero un lado y luego el otro del surco, y luego todo. A medida que quito trozos de la sustancia cremosa y pastosa del glande y la corona, la saboreo lentamente en la boca, disfrutando de su sabor a queso de cabra. ¡Qué bueno que es el esmegma, coño! Deseo que esta sensación nunca termine, y que mi boca pueda guardar este sabor para siempre.

 

Sin embargo, hay algo que puedo hacer y lo hago: tomo un poco de su queso entre los dedos, en un punto donde es particularmente abundante, y lo froto cuidadosamente sobre mi labio superior, entre este y la nariz, para poder seguir oliendo su perfume.

 

Estoy a medio trabajo, en limpiar la cabecita, cuando me doy cuenta de que me estoy comportando como una persona bastante egoísta… Así que recojo todo el esmegma que queda, lo pongo entre mi lengua y el paladar, luego dejo el pito de José y me arrastro hacia las caras de los dos, que mientras tanto no se han detenido un momento de su lucha de lengua, y me inserto entre ellos, ofreciéndole la mía. De nuevo un beso de tres, esta vez con el sabor de José, y no mezclado con lo del esperma, como había pasado antes, conmigo. Esta vez, el gemido es de los tres, y una vez más pasamos un tiempo, no es fácil de medir, en esta emocionante posición, con las pollas de los tres frotándose una contra las otras y las lenguas pasando de una boca a la otra.

 

Pero es hora ya de que me dedique a Carlos...

 

Todo se repite casi paso a paso. El líquido que produce Carlos es menos abundante que lo de José, pero igual de dulce, y lo chupo con placer de sus calzoncillos. Otra diferencia con José: el prepucio de Carlos cubre un poco menos la cabecita que el de su amigo, y se puede ver el pequeño agujero de la uretra, con una buena gota de líquido que ya se forma. Con el pulgar, empujo suavemente a lo largo de la uretra una y otra vez, de abajo hacia arriba, mientras lamo el líquido pre-seminal con glotonería. Luego descubro su glande, no tan lleno de queso como lo de José, pero aún abundante, y repito uno tras otro los gestos que había usado con su novio. Incluyendo lo de tomar un poco de su quesito entre los dedos y untarlo por debajo de mi nariz. Ahora los olores de los dos se mezclan y se convierten en una sinfonía de perfumes. El queso de Carlos tiene el mismo sabor, idéntico, que la primera vez, y como me pareció excepcional entonces, ¡así lo encuentro hoy!

 

Luego repito también la parte del beso: me parece más que correcto, después de que estos dos espléndidos chicos han querido recibirme entre ellos, e intercambiar su regalo me parece más que apropiado.

 

Pero los dos niños, pobres, todavía están en un estado de súper excitación (como yo, para decir la verdad), y ha llegado la hora de que tengan un orgasmo, ¡se lo merecen todo!

 

Tengo una idea… “Chicos, poneros en un 69, pero párense de lado, no uno encima del otro, se me ocurrió una idea que creo que les gustará…”.

 

Inmediatamente hacen lo que les pido y se unen vigorosamente al guisante del otro. Me muevo detrás de Carlos, y mientras los ojos de José siguen mis movimientos, abro suavemente sus nalgas y acerco mi boca a su agujerito: no hay pelos alrededor (¡perfecto!). Entonces, primero le doy un ligero beso, luego una lamida desde el borde del escroto hasta el ano. Carlos empieza a gemir, con la boca llena de la polla de José, mientras éste, que está viendo todo por debajo del escroto de Carlo, abre los ojos como platos: no dice nada, pero ya lo vería difícil, con la boca llena del miembro de Carlos, que, presionado por mis lengüetadas, antes empuja hacia adelante, hundiendo su palo en la garganta del amigo, y luego hacia atrás, hasta encontrarse otra vez con mi boca y mi lengua.

 

El culito de Carlos está bien sabroso: sabe a limpio, pero con ese sabor un poco sudoroso y muy masculino de un chico sano que ha estado haciendo ejercicio.

 

Así que voy más allá, trato de endurecer mi lengua y la empujo con fuerza en el agujerito, mientras con mis dedos acaricio las nalgas apretadas, tirando ligeramente hacia afuera: quiero que entienda que tiene que relajarse y dejarme entrar. A pesar del triple compromiso – chupar a José, sentir su polla chupada y sentir mi lengua en su agujerito – el mensaje le llega, y relaja las nalgas. Así consigo que mi lengua penetre su culito. ¡Incluso el interior de su culo es dulce! ¡Este tipo parece una fábrica de azúcar! Su agujerito es perfecto, rosado y liso, de forma ligeramente alargada, y la piel que lo rodea es tan suave como la de un bebé. Lo ataco con la boca mientras meto la lengua dentro, para sentir sus sabores más escondidos e íntimos. José tira de la polla de Carlos hacia abajo para que pueda seguir chupando mientras mira lo que estoy haciendo. Mientras tanto, Carlos gime cada vez más: creo que tengo que parar pronto, de lo contrario, de inmediato se correrá en la boca de José, desencadenando una reacción en cadena, y a mí faltará el tiempo para prestar el mismo servicio al joven José, lo cual en cambio yo quería absolutamente hacer.

 

Abandono con un esfuerzo el culito de Carlos, doy la vuelta a los dos y me dispongo a hacerle lo mismo a José. Como todo en él, su trasero también es más grande y menos definido que el de Carlos. También está cubierto con un delgado vello oscuro, que no está mal a la vista, en realidad. Clavo un beso con chasquido en cada una de sus nalgas, luego las aparto con mis dedos para dejar al descubierto el surco: por suerte, aquí tampoco hay pelo, tal como con Carlos. (Tendré que enseñarles a afeitarse, cuando empiece a aparecer). Le toca a Carlos abrir los ojos como platos y ver cómo procedo. Veo una luz en sus ojos que parece decir “¡joder! ¿Por qué no lo pensé?” mientras me ve besando el agujero de José como si fuera una boca.

 

Pero José obviamente está demasiado excitado por lo que acaba de ver y por lo que le está pasando ahora, y casi tan pronto como le meto la lengua por adentro de su pequeño agujero – acabo de saborearlo, incluso en este detalle José es diferente a Carlos, sabe más a hombre, limpio pero musgoso – puedo sentirlo apretar su esfínter (¡joder, casi destroza mi lengua!) y gemir fuerte, hundiendo su polla en la boca de Carlos. Como había pensado, el simple acto de lamerle el culo provoca una reacción en cadena, y ahora le toca a Carlos correrse con fuerza en la boca de su amigo.

 

Se sueltan lentamente y un poco jadeando el uno de la verga del otro, luego Carlos, aunque cansado, acerca su rostro al mío. Creo que quiere sentir a qué sabe el culito de su amiguito, pero no es así, o tal vez no solo eso: abre su boca contra la mía, y deja chorrear en ella la corrida de José, que guardaba en su boca para que yo pudiera saborearla. ¡Qué chicos adorables! Llenos de atención a los compañeros, ¡esto es difícil de encontrar!

 

Terminamos abrazándonos en una maraña de cuerpos sudorosos, pies, brazos, pollas aún duras (la mía) o semiduras (las de ellos), yo rodeándolos con mis brazos, ellos besándome la cara, demasiado cansados como para hablar, pero sin embargo queriendo expresar su satisfacción y agradecimiento por una experiencia que, evidentemente, iba en la dirección correcta de sus expectativas.

 

Ni que decir tiene, que después de aquella primera vez seguimos viéndonos, Carlos, José y yo. Vinieron una y otra vez a mi casa, todas las veces que necesitaban estar juntos y no podían hacerlo en la de José. Muchas veces me he unido a ellos, repitiendo, con variaciones, lo que habíamos vivido la primera vez, sin cansarnos nunca de saborear el queso de los demás. De hecho, me confesaron que preferían dejar pasar unos días entre un encuentro y otro, tanto entre ellos como incluyendo a mí, para estar seguros de tener siempre las pollas sucias cuando finalmente estaban juntos los dos, o  encontráramos los tres.

 

Ahora los dos tienen veinte años, han emprendido estudios diferentes, pero siguen siendo una pareja muy unida, y me han confiado que les gustaría casarse en cuanto puedan tener una casa propia. Pero aún cuando estén casados ​​– me dijeron – querrán que yo siempre siga siendo parte de ellos y de su relación. “¡Ojalá pudiéramos casarnos contigo también!” me dijeron un día! Me sonrojé hasta la raíz de mi cabello, y me brillaron los ojos...

Ahí fue cuando pensé que tal vez podría trasladar mi consulta de fisioterapia a otro lugar, y reorganizar el piso éste para poderlo compartir con ellos... Quién sabe, ya veremos...

 

No hace falta decir que dejé de ir a las aplicaciones en busca de lo que, de todos modos, no encontraba: ¿por qué hacerlo, si siempre tengo dos jóvenes espléndidos que me adoran?

 

 

FIN