Smegma forever 3.

por piss_boys

piss_boys@yahoo.it

 

 

Warning: as already pointed out in my previous published stories, I won’t try to write them in English, which is not my mother-tongue. I will keep writing them in Spanish, my second language.

Following the hint one of my readers gave me, I suggest non-Spanish readers who are keen on this fetish to use Google translator to pass it into English.

I hope you will enjoy this new chapter: if it makes you horny, and your little brother downstairs is raising his head up, then the story has reached its goal… As usual, this is a labour of my fantasy (even though starting from a non-sexual event actually happened), only intended for an adult audience, the author condemns any act as such here described, and all prescriptions required by law apply. If you are an under-age reader yourself, it is better for you to leave now, go back to cartoons, and come back again in a couple of years, or more, according to your present age.

Please feel free to give me a feedback. Depending on your comments I might decide to write another chapter. Anyway, there are other stories of mine on this same fetish(es) you might find interesting:

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/adult-youth/una-inusual-visita-medica/

-       https://www.nifty.org/nifty/gay/encounters/encuentro-en-el-hospital.html

Last but not least: don’t forget to donate for Nifty, we need them, but they cannot survive without our help! You can donate here: http://donate.nifty.org/donate.html

Ciao!

 

 

Espero que disfrutéis de este nuevo capítulo: si os pone cachondos, y vuestro hermanito abajo está levantando la cabeza, entonces la historia ha alcanzado su objetivo... Como de costumbre, este es un trabajo de mi fantasía (aunque originando de un evento no sexual realmente ocurrido), solo destinado a una audiencia adulta; el autor condena cualquier acto como tal aquí descrito, y se aplican todas las prescripciones requeridas por la ley. Si tú mismo eres un lector menor de edad, es mejor que te vayas ahora, regreses a los dibujos animados y vuelvas aquí otra vez en un par de años, o quizás más, de acuerdo con tu edad actual y con las leyes de donde vivas.

Por favor, siéntete libre de enviarme comentarios. Dependiendo de ellos, podría decidir escribir otro capítulo más. De todos modos, hay otras historias mías sobre este(s) mismo(s) fetiche(s) que pueden resultarte interesantes:

- https://www.nifty.org/nifty/gay/adult-youth/una-inusual-visita-medica/

- https://www.nifty.org/nifty/gay/encounters/encuentro-en-el-hospital.html

Por último, pero no menos importante: ¡no olvidéis hacer una donación para Nifty, nosotros necesitamos que el sitio quede libre para todos, pero Nifty no puede sobrevivir sin nuestra ayuda! Podéis donar aquí: http://donate.nifty.org/donate.html

¡Ciao!

 

************

 

Mientras bajaba con el ascensor desde la 8a planta, donde estaba el piso de sus padres, hasta la 3a, donde estaba el despacho de Jorge, el fisioterapeuta que vivía en el mismo edificio, Francisco (o Paco, como le llamaban todos) continuaba dándole vueltas en su cabeza al plan que había preparado, preguntándose si sería capaz de seguirlo, y sobre todo si tendría éxito. ¡Cuanto más lo pensaba, más banal lo encontraba! Pero se había decidido hacerlo, y Paco nunca había sido un tipo que se retractara de sus decisiones: si quería algo, o que algo sucediera, hacía todo lo posible para tener éxito. Y normalmente lo conseguía, sobre todo si lo que quería implicaba a otras personas. Sus facciones lo ayudaban en esto: alto (182 cm), delgado, de buen físico y porte casual sin parecer ni ser agresivo, cabello castaño liso llevado casi a lo casco, ojos claros, de un color indefinido entre verde y azul, una cálida y encantadora sonrisa que revelaba una perfecta dentadura muy blanca, sonrisa que se acentuaba con los dos hoyuelos que se formaban en las mejillas.

Pero necesitamos dar un par de pasos hacia atrás. ¿Cómo había empezado todo esto?

Bueno, se habían dados tres hechos, no muy seguidos, pero que a Paco le parecían definitivamente conectados, y el chico estaba firmemente decidido a entender si sus deducciones tenían algún fundamento.

Lo primero que pasó fue 2-3 meses atrás, en la escuela. Durante el recreo, Paco estaba fumando felizmente su porro, en un pequeño recoveco del patio, al que nunca iba nadie, y más, que estaba lo suficientemente oculto a la vista como para que nadie pudiera ver lo que pasaba allí atrás, a menos que fuera allá a propósito. Bueno, mientras estaba allí disfrutando de su porro y tratando de olvidar el aburrimiento de las lecciones anteriores, había escuchado un par de voces hablando en voz baja. Sin proponérselo, había mantenido el oído atento...

“Bueno, entonces, ¿estás lleno o no?”. “Sí, sí, ¡más que lleno! Esta mañana, cuando lo abrí, ¡tendrías que haber olido el olor que tenía!”. “¡Joder, no me digas eso! ¿Nos vemos esta tarde?". "Sí, vamos, podemos ir a Jorge, si está libre".

Luego las dos voces continuaron, pero cada vez se sentían menos, como si se alejaran.

Entonces Paco se aventuró, y se asomó un poco de su escondite para tratar de averiguar quiénes eran los dos. No es que entendiera mucho de lo que trataba, pero la conversación, tan extraña, lo había intrigado.

Inclinándose, creyó identificar a los dos que se alejaban sin prisa como a Carlos y José, dos de su misma edad, pero de otra sección del colegio. No es que los frecuentara, pero los conocía de vista.

El segundo episodio ocurrió casi un mes después. Paco estaba en los baños de la escuela, decidido a deshacerse del exceso de jugo de naranja que había bebido en la mañana en el desayuno, cuando se abrió la puerta de los aseos y entró Carlos, que se posicionó a su lado, en el único otro urinario, se abrió los pantalones sin echarle ni una mirada, se sacó el pito y lo destapó un poco, como hacen la mayoría de los varones cuando tienen que orinar. La única diferencia con respecto a muchos otros episodios similares, el hecho de que casi de inmediato un intenso olor como a queso de cabra flotó en el aire. Paco trató de fingir que no pasaba nada – a él también le pasaba de vez en cuando tener el pitorro con algo de requesón, así que reconoció el olor de inmediato – pero aquí el olor era tan fuerte que no pudo evitar mirar a su derecha. Casi de inmediato levantó la vista, pero por lo visto no fue tan rápido como para no encontrarse con la mirada de Carlos, quien se al parecer se había sentido observado y había vuelto la cabeza hacia él.

Ninguno de los dos había dicho una palabra, pero ahí se había desarrollado una escena casi a cámara lenta: Carlos hizo un breve ceño, casi una mueca, luego dio medio paso hacia atrás, girando ligeramente el torso hacia Paco, luego dirigió su mirada hacia su propia polla, y tiró la piel de su capullo más hacia atrás, revelando un glande cubierto con anchas vetas blancas que no podían haber sido otra cosa que esmegma. Después de unos segundos (¿o habían sido minutos?) cerró su prepucio, dio otra media mueca, luego se acomodó lentamente y se alejó.

Paco se había quedado allí como un idiota, con la boca entreabierta, sin creer lo que acababa de ver, durante casi cinco minutos. Luego se sacudió y volvió a clase. Pero durante el resto de las horas escolares no pudo evitar pensar en lo que había sucedido: debía haberse quedado conmocionado y disgustado (‘joder, ¿quién no está disgustado al ver una polla sucia?’ siguió repitiéndose en su cabeza), pero en realidad no parecía sentirse de esa manera. De lo contrario, ¿por qué seguía pensando en esa escena absurda y surrealista? Y lo más importante, ¿por qué su polla se ponía dolorosamente dura cada vez que pensaba en ello?

En los días siguientes Paco no pudo evitar pasar y repasar la escena, y la mueca de Carlos, y ese alarde de exhibicionismo. Lo peor era que la veía sobre todo cuando se masturbaba: es decir, empezaba la paja pensando en alguna chica del colegio, o con una que había cruzado en el metro, pero cuanto más se acercaba al orgasmo, tanto más en su mente se alternaban las grandes tetas de la chica y la polla sucia de Carlos, y justo en el momento del orgasmo la única escena que pasaba por delante de sus ojos era la piel del prepucio de Carlos destapando ese glande blanqueado por el esmegma mientras el fuerte olor – ¡muy fuerte! – de queso volvía a su memoria olfativa. Y sus orgasmos eran definitivamente más intensos, de que estas imágenes y sensaciones ocupaban prepotentemente sus fantasías masturbatorias. ‘Pero qué, ¿me estoy volviendo gay?’ se repetía en su cabeza cada vez, después del orgasmo. E inmediatamente se tranquilizaba: ‘¡pero no, qué tontería! ¡Es que fue una escena tan surrealista!’. Pero, luego, todo se repetía la próxima vez, y la siguiente.

Y de allá empezó a prestar más atención a su pene, y a lo que éste producía, si lo dejaba solo por un tiempo. El chico pronto se dio cuenta de que era suficiente saltarse la ducha por un día para encontrarse al día siguiente con una línea de esmegma alrededor del surco de su pene. Los primeros días simplemente se lavó para librarse de esa sustancia, que no le disgustaba (al final era una cosa producida por él) pero tampoco le atraía particularmente (‘¿ah, sí, imbécil? Entonces, ¿por qué coño cuando la encuentras tu polla inmediatamente se endurece?’).

Y llegó un día en que, mientras estaba en el baño, después de pasar el dedo por todo el surco, como siempre hacía cuando limpiaba el esmegma que se había acumulado, en lugar de lavarlo bajo el agua corriente del grifo, lo llevó a su nariz, y descubrí que el olor que advertía de arriba era mucho más fuerte, y mucho más atractivo, de cerca. Tan atractivo que la polla, de dura como estaba, se volvió dolorosamente dura, y cuando estaba en ese estado era ella que dictaba las reglas, su polla. Así fue como si Paco cambiara a piloto automático, y sin darse cuenta el dedo, de debajo de su nariz, pasó a sus labios, solo para encontrarse con la lengua, ligeramente sobresaliente de ellos, que acogió con placer la pesada escama de requesón que se había posado sobre ella. Sin siquiera tener tiempo de pensar ‘amén’, Paco cerró los labios alrededor de la punta de su dedo, y una efusión de sabores se apoderó de sus papilas gustativas y se extendió por su boca. Sin siquiera tocarse, sintió que su polla palpitaba e inmediatamente soltó seis poderosos chorros de su joven esperma: los primeros cuatro aterrizaron en el espejo frente a él, y los dos últimos se deslizaron en el fregadero. Agotado, con las rodillas temblando, y luchando por mantenerse en pie, se aferró al fregadero mientras planeaba lentamente desde la altura estratosférica de su orgasmo. Finalmente logró arrastrarse hasta su habitación, pensando en qué mierda acababa de hacer y el asco que le daba a si mismo.

El asco no duró mucho, en realidad. Solo hasta el día siguiente, cuando la escena se repitió sin cambios, y luego al día siguiente, y al otro, y al otro, y al otro...

El tercer evento había ocurrido unos días antes. Paco estaba en la ventana de su habitación, que daba a la calle principal, cuando vio a tres personas que aparentemente se dirigían hacia la puerta de su edificio en la calle desierta. Parecían dos chicos y un adulto, pero de lejos no los distinguía bien. A medida que se acercaban, sin embargo, se dio cuenta de que los dos jóvenes eran Carlos y José (‘¿qué hacen estos dos aquí?’), pero reconoció al tercero sólo cuando éste volvió la cara hacia arriba, afortunadamente mirando desde el otro lado de la calle. Parecía… pero no, ¡lo era!, Jorge, el fisioterapeuta. ¡Qué cosa tan extraña! ¿Qué tenían sus dos compañeros de colegio para compartir con el fisioterapeuta? Para hacer el conjunto aún más extraño, e intrigante, pero de repente muy claro en su significado, de repente ocurrió otro hecho. Cuando casi habían llegado a la puerta, José deslizó con mucha naturalidad una mano dentro de sus tejanos, la retrajo casi de inmediato y la colocó debajo de la nariz de Jorge. Como por arte de magia, todo quedó claro para Paco: fuera lo que fuera lo que había detrás, esos tres estaban ahí por algo sexual. ¡No solo! Ese algo tenía que involucrar, Paco estaba seguro, los olores del cuerpo, incluso el olor de polla. Y, dada la escena del baño con Carlos, Paco estaba bastante seguro de que el esmegma también debería entrar en la escena.

Como estaba solo en casa y no tenía que rendir cuentas a nadie, Paco abrió la puerta de la casa en silencio, esperó a que se liberara el ascensor (la pantalla digital indicaba que estaba parado en la 3a planta, la del piso de Jorge), lo tomó a su vez y bajó hasta la 4a planta, no quería que se alarmaran al oír el ascensor detenerse en su misma planta, bajó rápida y silenciosamente a la planta abajo, y pegó la oreja a la puerta de Jorge.

Escuchó la voz adulta de Jorge: “¡Joder, casi me corro en los pantalones, cuando me pusiste la mano con olor a polla debajo de la nariz!”, e inmediatamente después la divertida respuesta de José: “jejeje, lo sé, quería excitarte dejándote oler mi quesito... Hace una semana que queríamos ir a visitarte, pero hasta ahora nunca conseguíamos encontrar el momento apropiado ...la escuela, los deberes, el deporte”. Luego las voces fueron desvaneciéndose poco a poco, evidentemente se movían hacia el interior del piso, y Paco ya no pudo entender lo que decían. Pero eso ya no importaba, sus sospechas se confirmaban: ¡sexo! ¡Y esmegma! Y más, ¡Jorge que obviamente también estaba en la misma onda!

Tenía que lograr entrar en ese juego. A su edad aún era virgen, ¡qué coño!, era absolutamente hora de cambiar este estado de cosas. Así que comenzó a formular un plan en su cabeza.

Y aquí estamos, en el punto donde empezamos. Con Paco frente a la puerta de Jorge. Acercó un rato la oreja a la puerta, para tratar de entender si había pacientes u otras personas adentro, rezando para que, mientras tanto, no llegasen otros inquilinos de la planta, y también que Jorge estuviera en casa. Finalmente se decidió y tocó brevemente el timbre.

“Sí, ¿quién es?”.

“Jorge, soy Paco, el chico del piso de la 8a planta”.

Jorge abrió la puerta, con cara de sorpresa: “¿Te ha pasado algo, Paco? ¿Cómo puedo ayudarte?”.

Paco puso la mejor cara de sufrimiento que pudo: “¡Eso espero yo! Debo haberme estirado un músculo, un tendón, en fin, algo, jugando al fútbol con mis amigos, ayer... Intenté aplacarlo con la bolsa de hielo, ¡pero en lugar de sentirme mejor me siento peor!”.

“Anda, entra, a ver si puedo hacer algo” dijo Jorge alejándose para dejarlo entrar y llevándolo a su estudio, donde había una camilla de visita ancha, de las típicas de los fisioterapeutas, un escritorio modesto y algunos instrumentos de los que estos especialistas suelen utilizar para sus ejercicios.

“Ven Paco, quítate el chándal y acuéstate. ¿Puedes hacerlo tú mismo, o necesitas ayuda?”.

“Puedo desvestirme yo mismo, gracias, pero no sé si puedo levantar la pierna para acostarme en la camilla” y diciendo eso se quitó el chándal, pero al hacerlo hizo algunos movimientos que no escaparon al ojo experto y profesional de Jorge (‘mmm... por como se ha desvestido no parece tener algún problema’ pensó Jorge, pero se guardó sus reflexiones).

Al intentar subirse a la cama, Paco hizo una mueca de dolor, y Jorge se dispuso a ayudarlo levantándole la pierna: “espera, te ayudo... ¿mejor así?”.

“¡Sí, sí, gracias!”.

Jorge comenzó a visitarlo, preguntándole dónde exactamente le dolía. Mientras lo hacía no pudo evitar notar como los calzoncillos blancos de Paco eran casi transparentes, pero sobre todo como de ellos salía un fuerte olor, que, además, él conocía muy bien. Empezando de la rodilla y subiendo, Jorge seguía preguntando al joven: “¿aquí te duele? ¿Y aquí?”. Pero más que una presión, la suya parecía una ligera caricia, y la reacción en los calzoncillos de Paco no tardó en manifestarse: su pito, cuyo perfil se veía claramente a través de aquella finísima braguita, empezó a responder a esos leves estímulos que se le presentaban cada vez más cerca, y pronto se convirtió en una erección masiva, que los calzoncillos apenas podían contener.

La exploración de Jorge continuaba, empujando más y más arriba a lo largo del muslo, mientras Paco, que mantenía los ojos cerrados, respondía a cada “¿y aquí?” con un “un poco, pero el verdadero dolor es más arriba”.

A este punto, Jorge estaba bastante seguro de que toda la historia de haberse estirado algo era una farsa y quiso probar las aguas. Llegado prácticamente a la raíz del muslo, primero frotó el dorso de su mano contra el bulto de los testículos del chico, lo que hizo que Paco emitiera un gorgoteo estrangulado, luego, en lugar de utilizar los cuatro dedos de ambas manos para palpar sus músculos, invirtió la posición de los dedos de la mano más cercana al miembro y comenzó a presionar con el pulgar sobre el músculo, mientras con los otros dedos acariciaba el miembro aún ocultado por el delgado tejido.

“Me parece que el problema esté más arriba que el muslo, Paco, ¿qué opinas tú?” Jorge dijo con una risa.

“Tal vez sí” respondió Paco con la voz ahogada por la emoción, mientras su polla latía al ritmo frenético de su corazón.

Jorge no titubeó: “¿qué dices, vamos a mirar ahí también?”.

“¡Ay, sí, por favor!” respondió Paco abriendo finalmente los ojos.

Jorge bajó lentamente los calzoncillos, soltando por fin aquel hermoso trozo de carne: a simple vista hubiera dicho de casi 18 cm, así de duro como estaba, ni muy ancho ni demasiado delgado, recto como una flecha, con un lindo bálano apenas más ancho que el asta, cubierto por un abundante capullo que no dejaba al descubierto el glande aun ahora que estaba erecto.

“Vaya, ¡felicidades, muchacho! ¡Un pene muy hermoso!”.

“Gracias” respondió Paco entre orgulloso y emocionado. Y agregó: “por favor…”.

“¿Por favor qué, Paco? Deberías decírmelo. Me parece que el muslo esté totalmente bien. Viniste aquí por otra cosa, ¿no es así?”.

Sonrojándose, Paco admitió: “sí, Jorge, eso es…” y comenzó a contarlo todo: sobre José y Carlos en los dos episodios en la escuela, sobre cuando los había visto entrar al edificio con él, sobre cómo los había seguido y escuchado sigilosamente desde detrás de la puerta de su piso. Sólo guardó silencio sobre lo que se refería al esmegma, en parte por vergüenza, en parte porque estaba seguro de que Jorge la habría descubierto de inmediato, y tenía curiosidad por su reacción.

“Pues sí, es inútil negarlo, de todos modos, has escuchado o entendido todo lo que era importante escuchar o entender. Sí, los tres llevamos mucho tiempo teniendo encuentros sexuales… Pero lo que no entiendo es: ¿te excita, o te da asco?”.

Paco se sonrojó otra vez. “Al principio digamos que no entendí nada. Después, el episodio de Carlos en el baño me hizo pensar… ¡Y pensar mucho! Al final, pues, diría que sí, ¡me excita!”.

“Bueno, gracias por admitirlo, incluso si diría que esto” respondió Jorge, agarrando firmemente su polla “¡no deja lugar a dudas! Jajajaja”.

Dicho esto, Jorge dejó de hablar y comenzó a manipular la polla de Paco. Y, al destapar el glande, se alegró de comprobar que, al parecer, ni siquiera Paco desdeñaba el esmegma. El glande estaba casi completamente cubierto de blanco: una hermosa película blanquecina, que desprendía un olor delicioso y muy fuerte, como a queso añejo, aunque en color y textura parecía más bien fresco.

“¡Mmm!” dijo Jorge, chupando con voluptuosidad “¡cuánto rico quesito!” y tras una breve pausa: “¿Puedo?”.

‘¿Puedo qué?’, se preguntó Paco, pero con una voz ronca, casi inaudible, solo contestó que sí.

Era todo lo que Jorge esperaba oír. Lenta pero firmemente bajó el rostro hacia aquel manjar de los dioses, y con suma delicadeza pasó la punta de su lengua por el glande, arrancando una pequeña cantidad de esmegma, que saboreó lentamente, dejando que sus receptores gustativos se sobrecargaran. Pero en ese momento se apoderó de él un frenesí, y rápidamente volvió al glande, recogiendo un poco más de esa deliciosa sustancia y saboreándola lentamente.

En el tercer o cuarto pasaje, sin embargo, Paco le tomó suavemente la cabeza entre las manos, alzándolo del fiero pasto (jejeje, como el conde Ugolino, en el Infierno de la Divina Comedia de Dante), lo miró a los ojos, se paró por un momento en silencio, mientras el rubor asaltaba sus mejillas, y dijo, un poco vacilante: “oye, no sería que por casualidad...” y ahí se detuvo.

“¿Por casualidad qué?”.

“Quiero decir, ¿no es que por casualidad tú también tengas la polla llena de queso? Desde que vi a Carlos en el baño me obsesiona la idea de probar el queso de otra persona: olerlo, tal vez hasta saborearlo...”.

“¡Sí, por supuesto! Si alguien no lo limpia, ¡mi polla siempre está llena de requesón! ¡Si puedo, nunca la lavo por dentro! Anda, sírvete tú mismo”, respondió Jorge, con una sonrisa de Gato de Cheshire. Y diciendo esto, acercó su pelvis al bello rostro de aquel muchacho.

Paco se puso de costado y apoyó sus manos temblorosas en la solapa de los tejanos de Jorge. Sintió la polla dura presionando contra el espeso tejido, bajó la cremallera y metió la mano en el bóxer que llevaba puesto Jorge, primero entrando en contacto con las grandes bolas depiladas, luego con la base de la polla muy dura por encima de ellas. Con un poco de esfuerzo la sacó de los tejanos, acercó su nariz a la punta, oliendo, por primera vez en su vida desde una distancia tan cercana, el olor de una polla sucia que no fuese la suya.

Ni siquiera se dio cuenta, pero un gemido constante subía de su garganta, lo que hizo que Jorge entendiera perfectamente lo mucho que le gustaba y lo excitaba.

“Espera Paco, hazme sitio. La camilla es lo suficientemente grande como para que los dos podamos caber en ella, siempre y cuando no nos movamos demasiado. De lo contrario corremos el riesgo de caer por debajo…”.

Paco se movió un poco y Jorge se desvistió rápido y subió a la camilla metiéndose en la posición del 69, así ambos podían tener acceso al miembro del otro.

Paco retiró lentamente el capullo de Jorge, cerró los ojos y pasó suavemente su nariz de un lado a otro de esa hermosa polla olorosa, y fue asaltado por la repentina comprensión de que no, las suyas no eran simples fantasías masturbatorias, y que él realmente quería probar el sabor y la textura de un miembro varonil en su boca. Y no sólo eso: no, la polla tenía que ser así, fragante, cubierta de queso blanco, cremoso y sabroso. ‘Tal vez’ se dijo Paco ‘no soy tan heterosexual como pensaba’.

Mientras tanto, Jorge se debatía entre querer empezar a limpiar el pitorro de Paco y el deseo de ver al chico adorar su polla por primera vez, mejor dicho, adorar por primera vez en su vida una polla que no fuese la propia.

Y eso es justo lo que estaba haciendo Paco: adorarla. La olfateó toda como un perro trufero, luego pasó suavemente la lengua por un lado del glande, la retiró, saboreó el queso que se había acumulado allí, con los ojos cerrados y gimiendo. Luego el proceso comenzaba de nuevo.

Sin embargo, Jorge no se quedó atrás. Después de observar un rato al joven, como embelesado, volvió a levantar – jejeje ¡era apropiado decirlo! – la situación, es decir, en este caso, la polla de Paco, y empezó a replicar exactamente lo que hacía el chico, paso a paso. No quería tomar el control. Quería que Paco marcara el ritmo, él se habría adaptado.

Así, cuando Paco empezó a lamerle el glande como si fuera un chupachup, él hizo lo mismo, llevándoselo progresivamente adentro su boca y recorriéndolo todo con la lengua, arriba y abajo, como si de verdad se tratara de una piruleta.

El esmegma ahora había sido saboreado y devorado por ambos, no quedaba ni una sombra a la vista, pero quedaban claramente rastros de su sabor y olor, y tanto el adulto como el niño disfrutaban con placer de este regusto. Paco registró con un sentimiento de orgullo personal que el esmegma de Jorge tenía un sabor menos decidido que el suyo, y también que se quedaba menos en la boca y las fosas nasales, como si estuviera demasiado fresco para haber desarrollado ya el sabor fuerte y el olor intenso que había aprendido a amar. Pero quién sabe, tal vez estaba realmente muy fresco.

Paco estaba demasiado cachondo por toda la situación y por lo que estaba viviendo, y las suaves y cariñosas mamadas que Jorge estaba aplicando a su polla no tardaron en llevarlo al límite. Quería advertir a Jorge del inminente orgasmo, pero con la boca llena del miembro del otro no pudo hacerlo, ni quiso desprenderse de aquel sabroso manjar. Solo alcanzó a emitir sonidos estrangulados para advertir a Jorge de lo que inevitablemente estaba por suceder, pero tampoco hacía falta: la hinchazón aún más marcada de su polla no pasó desapercibida por Jorge, y le advirtió que la conclusión inevitable era a punto de llegar.

Esto llevó a Jorge también al borde del orgasmo, y aunque el hombre solía ser mucho más resistente y duradero, la emoción de la novedad, y de haber adquirido probablemente un nuevo compañero de juegos, fueron suficiente para que su goce final llegara antes de lo esperado.

Los dos emitían sonidos de garganta ahogada, que pronto se convirtieron en gorgoteos, mientras se descargaban con poderosos chorros de su propio semen en la boca del otro, una y otra vez.

Ambos cautivados por la sensación de bienestar que sigue al orgasmo, saborearon lentamente el fruto de su excitación, aunque con sensaciones muy diferentes. Jorge estaba casi embriagado por el sabor, nuevo para él, de la corrida de Paco. Ningún esperma es igual a otro, y el de Paco no escapaba a la regla: el suyo sabía a fruta, aunque con algunas notas saladas y ácidas, pero sin nada de amargo ni de agrio, como suele pasar con las personas mayores. Se parecía, pero era diferente, a los de José y Carlos, a quienes ahora conocía muy bien. Paco, por su parte, todavía estaba tratando de averiguar si le gustaba o no el semen de Jorge: decidió que ciertamente le gustaba mucho su consistencia, cremosa, no acuosa, ni con una parte más sólida y otra más líquida, como en cambio era el suyo... ese quedaba bien adherido a la lengua y al paladar, con la promesa de permanecer allí mucho más tiempo después de haberlo finalmente tragado. Sobre el sabor no supo que decir exactamente: ciertamente era diferente al suyo, sabía más… de adulto, bueno, no encontraba otra palabra para describirlo. ¡Sabía a hombre, sabía a vestuario de gimnasio, sabía a excitación y sexo!

Los dos permanecieron un rato en la posición en la que estaban, ambos chupando lentamente el miembro del otro, saboreando las últimas gotas de semen. Luego, final y lentamente, se separaron, se miraron a los ojos y sonrieron. A Jorge le hubiera gustado besar a Paco, pero se contuvo: pensó que era demasiado pronto para un chico que hasta hace poco estaba convencido, aunque en medio de mil dudas, de que era heterosexual. Habría tiempo para eso.

Mientras se acomodaban lentamente, Paco no pudo evitar preguntar: “Bueno, ¿no me dirás qué estáis haciendo tú, José y Carlos?”.

 

¿FIN?