Date: Wed, 7 Apr 2010 04:01:06 +0200 From: Gladis Mcmillan Subject: Amnesia Matutina Esta historia es ficción (no está basada en hechos reales) e incluye menores manteniendo relaciones sexuales. Si no te interesa este tipo de temas o crees que no puedes soportar el leerlo, sería recomendable que dejases de leer a partir de ya. Por otro lado, el autor manifiesta su desinterés por estos hechos en caso de que sucediesen en la realidad. La fantasía, cuanto más irreal mejor. Cualquier sugerencia será siempre bienvenida (gladmc@gmail.com) - Amnesia Matutina - Esa mañana me dolía muchísimo la cabeza. Caminé hacia el lavabo con la vista totalmente nublada. Miré al espejo y el reflejo que me devolvió estaba completamente desnudo ¿Desnudo? No recordaba haberme desnudado la noche anterior. Cogí la toalla, la coloqué cerca del plato de la ducha, la encendí, y cuando el agua estuvo lo suficientemente caliente, entré. El agua me hacía sentir mejor. - Cariño. Era la voz de mi esposa, que entraba en el baño. - Dime Isabel. - ¿A qué hora viniste a la cama anoche? No te oí entrar a la habitación. - No sé cariño. Tarde. - Ay, cómo eres. No deberías de trasnochar, que luego te entra migraña. Y debía de ser verdad porque no solo no recordaba nada de la noche anterior si no que sentía como si alguien me martillease la cabeza. - Tu hijo no irá hoy al colegio. Anoche tuvo la brillante idea de dormir sin su pijama y hoy se ha levantado con una jaqueca terrible. Este chico, ¡no sé qué haremos con él! Empaticé con el pequeño, a mi también se me ocurrían ideas de bombero cuando tenía su edad. Me pasaría después a ver como estaba. - Déjalo, es pequeño, ya crecerá. - ¡Eso espero! Para colmo dice que no recuerda cómo ha acabado así. ¡Este niño va listo si se cree que me engañará de cualquier manera! Y dicho esto, salí de la ducha y aun mojado di un tierno beso de buenos días a mi esposa. Algo hizo click en mi cabeza. Alguna cosa me picaba, como si besar sus labios fuese un pequeño dejavú. Pero, como los sueños que se desvanecen cuando despiertas, las ideas se fugaron de mi mente antes de que pudiese entenderlas. [i]** 18 horas antes **[/i] Lo que empezó como un día soleado, acabó sorprendentemente en una tormenta de verano, que si bien fue corta, cayó durante suficiente rato como para dejar a mi hijo y a sus compañeros de equipo empapados hasta los huesos. Todos los padres hubiésemos deseado que parasen el partido, ya no solo por el agua, que al fin y al cabo se seca, si no por las lesiones que pueden causar un césped enfangado. Pero eran cuartos de final, los chicos habían luchado mucho por ganar el título aquel año, ¿y quién puede negarle un sueño a un querubín? Y allá estaba mojado de pies a cabeza, con toda la ropa pegada a su cuerpo, luchando ferozmente con un defensa una cabeza más alto que él para conseguir marcar su decimo gol en el torneo. ¿Se nota que estoy orgulloso de mi niño? Es solo natural. Cualquier padre adora a su hijo incondicionalmente, pero el mío venía además con motivos. No era muy bueno en los estudios, eso es verdad, ¡pero no había deporte que se le resistiera! Ya podía ser ping pong, como balonmano como fútbol, todos los clubs lo querían fichar ¿No es ese el sueño de cualquier padre? De repente, dribló al defensa, pasó el balón a su amigo Tomás, este avanzó y se la devolvió, descentrando así al portero, y resultando la jugada en un gol por la escuadra digno de cualquier jugador profesional (o así al menos lo vieron mis ojos de padre). Todos gritamos extasiados por el gol del desempate cuando segundos después el árbitro pitó el final del partido. - ¡Hemos ganado! ¡Hemos ganado! Mi hijo, aun en plena celebración con sus compañeros se giró para ver mi cara de admiración. Le devolví una mirada que él sabía que representaba todo mi amor hacia él. Después de algunos cambios de camiseta y aun bajo la incesante lluvia, volvieron todos al vestuario. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi hijo se movía lento, y sacudía la cabeza de vez en cuando ¿Era tos eso que había oído? Mis sospechas se confirmaron minutos después, en el monovolumen, cuando al entrar pegó un estornudo enorme. - ¡Salud hijo! ¿Seguro que te encuentras bien? - Sí papá, no te preocupes, solo un poco acatarrado pero nada grave. E intenté creérmelo mientras comentábamos las jugadas clave del partido, la mayoría de las cuales había protagonizado mi hijo David, pero cuando llegamos a casa y vi su cara pálida, sus ojos rojos y un fino hilillo de mucosa que intentaba descolgarse de la nariz, entendí perfectamente que la cosa era tan mala como me imaginaba. - David, en cuanto entremos a casa quiero que te pongas el pijama y te acuestes. Le diré a mamá que te prepare una sopa calentita de puerros, y a dormir. - Eew, ¡no me gusta la sopa de puerros! - Lo sé, hijo, pero es lo mejor que hay para el resfriado. Te diré lo que vamos a hacer, tú te tomas la sopa sin rechistar y yo subo a hacerte compañía, ¿de acuerdo? - ¡Vale! Pese a ser todo un campeón y un líder entre los suyos, conmigo seguía siendo el niño de 13 años que admiraba y quería a su padre más que a nada en el mundo. Su sonrisa de alegría me llenaba el espíritu. Entramos a nuestro chalé en las afueras de la gran ciudad. Una casa moderna y sofisticada que había conseguido comprar después de años de duro trabajo en el bufet de abogados. Mi esposa nos recibió contenta por el resultado, pero rápido cambió la expresión al ver el estado de David. - Ay, mi niño como viene. Antonio, ¿cómo permites que venga en estas condiciones? No debería de jugar a estas cosas tan brutas, ¡un día acabará mal de verdad! - ¡Pero mamá...! - Isabel, sabes que al niño le encanta, es solo un catarro, no es para tanto. Seguro que con una de tus sopas de puerros se encuentra mucho mejor. - Cómo sabes engatusarme, ¡embaucador! Está bien, le haré una sopita. No me pongas esa cara, David, sé que no te gusta, pero es fantástica para esa tos espantosa que traes. - Sí mamá... - Antonio, ves al botiquín y encuentra el Vickts VapoRub, no vendrá mal un poco de ayuda extra. Y mientras mi hijo subía al su cuarto a cambiarse, y mi esposa preparaba rápidamente una rica sopa de puerros, yo me dispuse a hurgar en el armario de los medicamentos. Isabel es como una farmacéutica en potencia, siempre sabe qué usar en cada ocasión y lo guarda todo con extremo orden. Extremo orden que solo entiende ella. De los cientos de botes y potingues que vi, ninguno parecía el Vicks VapoRub. Cansado de buscar y a punto de comerme el orgullo y pedir ayuda, al fin lo encontré: un bote azul ligeramente metalizado. No se leían muy bien las letras, la etiqueta estaba descolorida y algo rota, pero estaba clarísimo de lo que era. Además, estaba ya cansado de buscar. Con el frasco en el bolsillo y la sopa en una bandeja, llamé a la puerta de la habitación de mi pequeño y entré con la comida. - Cómetela ahora que está caliente. ¡Huele que alimenta! - Agh, ¡no es verdad papá! ¡Ni si quiera a ti te gusta! Y divertido por el acertado comentario, le sonreí mientras le acercaba la bandeja a su falda. Se incorporó y pude ver que llevaba puesto el pijama de rayas verdes y blancas de dos piezas que le regaló mi cuñada las Navidades pasadas. Era de una buena marca, se notaba por la suavidad del tejido. Además, el color verde conjuntaba con sus ojos, y el blanco resaltaba con el moreno de su piel y el castaño de su pelo. Mi hijito estaba hecho todo un yogurín! En unos años mi niño traería de cabeza a tantas chicas como su padre antes de sentar la cabeza. - ¡No me obligues a hacerte el avioncito! Dije con sorna sabiendo que metiéndome con su edad conseguiría provocarle lo suficiente como para que comiese por su cuenta ¡Era aun tan adorable! Agarró la cuchara y con fuerza dejó entrar el líquido verde en su boca. No pudo evitar poner una cara de asco en cuanto entró en contacto con su lengua. - ¡No te rías papá! - Pero es que hijo, ¡has puesto una cara de asco increíble! Y bromeando y picándonos conseguí que se acabase la sopa que, si bien es cierto que es muy eficaz contra los resfriados, tenía un sabor horrible. - Muy bien campeón, ahora toca ponerte el Vickts VapoRubt. Sé que no te hace mucha gracia ponerte pringue ahora mismo, pero sabes que lo que tu madre receta va a misa. - ¿Y no podemos hacer ver que me lo has puesto y ya está? – Me dijo juguetonamente con un guiño de complicidad. - Sabes que si por mi fuese, dormirías totalmente seco, pero mamá se enteraría mañana en cuanto te oliese entrar por la puerta. - Oh... ¡Está bien! ¡Si no queda más remedio...! Sonreí ante su cara de frustración. No creáis que soy mala persona, pero ver que mi hijo aun conservaba algunos rasgos de su niñez me hacía sentirme más necesitado como padre. Abrí el frasco, con cierta fuerza porque estaba algo atascado, y salió un aroma fuerte, fresco y mentolado que me llegó directo a los canales de mi nariz, dejándome algo mareado por unos segundos. Supongo que eso quería decir que funcionaba bien. - Venga, como en el anuncio de la tele. Desabróchate los botones de la camisa que te daré las friegas primero en el cuello, para calmarte la tos. Mi David se desabrochó un par de botones de la camisa para dejar más libre la zona del cuello. Por algún motivo, en cuanto cargué mi mano con un poco de la sustancia blanquinosa, noté que algo se movía en mis pantalones. Pura coincidencia. Unté suavemente la substancia en el cuello de mi hijo. Era tan pequeño y suave. Estaba seguro que lo podía rodear con una sola mano. Pese a ser un chico atlético, seguía teniendo el cuerpo de un preadolescente. Mi hijo dio un suspiro. Supongo que de alivio, pero pareció un poco más de placer. Imaginaciones mías, seguro. - Ahora en el pecho, para que respires bien. ¿A ver David? Desabróchate algún botón más o si no no podré extenderla. - Sí papá. Era curioso, mi mirada no podía apartarse de su pecho. Cuantos más botones se desabrochaba, y cuanta más cantidad de esa piel suave y morena entreveía, más ansioso estaba de aplicarle la loción. - Así... Muy bien David. ¿Era esa mi voz? Sonaba algo temblorosa. Rebosé mi mano con un poco más del mejunje y con las manos echas un flan me extendí la sustancia por todo su pecho. El contacto con su piel caliente, la elasticidad de la carne en sus definidos pero aun infantiles pectorales, sus pequeños y algo puntiagudos pezones intentado volver a su posición cada vez que mi mano frotaba esa zona, me estaban por algún motivo volviendo loco. ¿Era excitación eso que sentía? No, no podía ser, ¡se trataba de mi propio hijo! Pero lo que se movía en mis pantalones, firme, erecto, era obviamente mi pene, contento ante las nuevas sensaciones que hervían y luchaban por salir en mi consciencia. Tenía que poner fin a esa locura inmediatamente, antes de que acabase haciendo algo de lo que después me arrepintiese. Con un poco de dificultad, aparté repentinamente la mano de su pecho. Me giré rápidamente para que no viese mi cara, estaba seguro de haberme ruborizado de la excitación, y era lo último que viese mi hijo. Pero ante el silencio que se formó me di cuenta de que hasta entonces mi hijo había estado todo el rato suspirando y gimiendo. ¿Podía ser que él estuviese tan excitado como yo? No, eso era una tontería, una memez. Y lo que era peor, una depravación. Definitivamente los vapores de ese maldito mejunje le habían afectado el raciocinio. - Ah... Papá... No pares por favor... Estaba muy bien... - Pero hijo, yo... - ¡Te lo ruego papá...! ¡Por favor...! Su voz pasó de mostrar placer a esconder necesidad. Me lo estaba implorando, pero me lo pedía desde sus más adentros. Mi miraba con ojos de cordero degollado, me era imposible resistirme a aquellos ojos verdes. - Muy bien, hijo. Solo si tú lo quieres así. Mi mano volvió a donde la había dejado. Seguí frotando y sintiendo su piel bajo las yemas de mis dedos. Sin que yo le digiera nada, desabrochó los últimos tres botones que quedaban en la camisa de rayas para. Pude ver su torso en pleno esplendor. Su pecho, brillando por la loción, y una ligera formación de pequeñas montañas formando un perfecto abdomen en su barriguita. Cogió mi mano, miró primero con aquellos grandes ojos a los míos, como intentándome decir algo. Supongo que la intensidad hizo que rompiese el contacto. Rojo de vergüenza agarró mi mano y la dirigió más abajo, hacia su barriga. - Pero ahí no te hará efecto... - Es igual papá... Entendiendo el mensaje que me había sido enviado y que no quería aceptar, continué disfrutando del cuerpo de mi hijo, bajando de nivel. Cada vez más abajo, tocando las pequeñas curvas de sus costillas, cada vez más abajo, frotando el principio de su abdomen, cada vez más y más abajo, alcanzando ya su ligeramente sobresalido ombligo, más abajo aun, y sin embargo no recibía de él más que algún suspiro de vez en cuando, que junto mi respiración acelerada eran los únicos sonidos que llenaban la habitación. Mis ojos se desviaron por primera vez de la brillante piel de mi hijo hacia su entrepierna. Me había parecido ver por el rabillo del ojo que algo se movía allá abajo. No tuve claro de qué se trataba hasta que una pequeña tienda se empezó a formar entre las piernas de mi chico. A cada pasada de mi mano la tienda daba un pequeño saltirón. Estaba claro por aquellos 8 centímetros de tienda que él disfrutaba tanto como yo. Mi mano topó entonces con límite de su pantalón y la goma elástica que me barraba el paso. Yo sabía lo que venía después, pero no me atrevía a verbalizarlo. Aunque la nube de vapores casi se había hecho con el control absoluto, aun estaba lo suficientemente despierto como para entender que aquello era una zona tabú, para un adulto, y aun más para un padre. Viendo que por ahí no podía seguir y que mi hijo seguía ansioso, se me ocurrió llegar al tercer paso: La espalda. - Hijo, la parte frontal está... Más que preparada, diría yo. Ahora deberías de darte la vuelta para que papá te pasase la loción por la espalda, para esas... molestias. Dio un pequeño gruñido de reparo, no quería que yo parase, ansiaba el contacto con mi mano, pero aun y así se giró, brazos a cada lado de su cuerpo, enseñándome su formada pero triangular espalda. - Así es, buen chico. Ahora papá te pondrá loción con las dos manos, así te haré un pequeño masaje. Relájate mientras papi te acaricia suavemente la espalda. Muy bien, los estás haciendo muy bien. Cada vez más relajado, más tranquilo, más agradable... Repitiéndome a mí mismo que un masaje es algo más natural padre e hijo que lo que había estado a punto de suceder unos segundo antes, puse más loción en ambas manos. Esta vez el vapor llegó con más fuerza dentro de mí. Casi podía jurar que me ardían las vías y podía sentir como ese mentolín hurgaba en mi cerebro. Después de un largo medio minuto con los ojos cerrados intentando acallar el fuego en mi mente, volví en si tras las exigencias de mi hijo para que siguiese. Una mano, después otra, empecé a masajear la espalda de mi hijo. Con las dos ya cubría su amplitud, así que doblaba los dedos para poder hacer las distancias más largas. Mi hijo gemía de placer cada vez que le relajaba un músculo. Nunca había hecho un masaje, pero a mí me habían hecho ya muchos. El trabajo de un abogado dejaría rígida hasta la espalda del hombre elástico. Supongo que después de tantos años siendo el masajeado me había hecho un total experto. Si más no, mi hijo parecía disfrutar como un enano cada vez que amasaba alguna sección de su espalda. Podía sentir como su cuerpo se calentaba. El mío también lo hacía. No podía negar el hecho de que yo también estaba disfrutando de ese momento y no de la manera que un padre debería. Eliminando los malos pensamientos de mi cabeza, me di cuenta que mi cuerpo entero estaba mucho más cerca del suyo. Si antes tan solo estaba recostado al lado de su cama, ahora tenía una pierna encima de ésta. Pronto la postura se hizo incómoda, así que no me quedó otro remedio que preguntar si podía ponerme encima. La posición no me gustaba para nada, aun menos con el monstruo que estaba despertando en mí, pero mi parte racional parecía aceptar el hecho de necesitar comodidad para seguir con el masaje. - Súbete papá, no pasa nada. Me dijo mi hijo desde las profundidades de su almohada. ¿Era yo o había usado un tono más sensual de lo necesario? Con cierto remordimiento a la vez que ansia, monté encima de mi pequeño, intentando no cargar demasiado peso. Las coincidencias quisieron que mi pene, que había alcanzado ya su máximo de 16 centímetros de rígido esplendor, tocase de pleno y se aplastase entre las mejillas de su pequeño culo. No pude evitar soltar un pequeño gemido de placer al sentir como sus dos montañas, blandas, apretaban mi mástil. Solo dos finas capas de cara tela de pijama me separaban del delito y de la perversión más absoluta. - ¿Todo bien papá? - Sí... Eso creo... Y seguí con mi masaje, esta vez intentando pensar en cosas que me pusieran me enfriasen el calentón para poder evitar la dirección en la que apuntaba la situación... Y mi erección. Cerrando los ojos empecé a imaginar sillas. Sillas feas y grandes. Sillas feas y grandes con culos grandes... "¡No, Antonio!" me dije a mi mismo, e intenté empezar de nuevo, pensando esta vez en el partido de fútbol de mi equipo favorito, los Rangers. Los rangers chutando el balón. El balón corriendo por el suelo. Las piernas musculadas del delantero chutando el balón. El balón impactando contra el grande y musculado pecho del portero... ¡No! ¡No! ¡Y NO! Nada de eso estaba funcionando ¿¿Por qué?? - ¡A hacer puñetas! Grité totalmente fuera de mí. La situación se había hecho insostenible, mi cabeza ya no daba más de sí y cuanto más intentaba frenar mis deseos, más fuertes se hacían. Sabía que lo que iba a hacer estaba mal, sabía que no debía, pero si tenía que estallarme la cabeza, al menos que fuese apagando el ardiente deseo que se había apoderado de todo mi cuerpo. ¡No podía más! Violentamente, me arranqué la camisa de puro algodón, haciendo saltar los botones. Mi pecho, peludo y firme después de horas de gimnasio y pádel hizo estallar los pocos botones que quedaban. Desabroché nervioso la hebilla de mi cinturón, estiré e hice deslizarse el cinto en cosa de un segundo. Con las manos temblorosas desabroché los botones de mis dockers, y cuando atiné a abrirla cremallera entera, deslicé las manos, arrastrando con ellas tanto el pantalón como los Calvin Klein. Mi monstruo había sido liberado, por fin le tocaba el aire, y ahora que el frescor había disipado un poco la nube en mi cabeza, me di cuenta que mi hijo me miraba medio horrorizado. ¿Aquellos ojos verdes me estaban matando, qué estaba haciendo? - Papá... ¿Qué haces? Me das miedo... - Lo... Lo siento hijo, no sé que me ha pasado. Lo siento de verdad... Pero cuando estaba a punto de salir de encima suyo, mi mente hizo un ligero click. Lo que había hecho estaba mal, pero no lo estaría si mi hijo participaba, ¿verdad? No podía creer la idea que se estaba formando en mi cabeza, pero la fuerza del deseo era mayor que la de mi moralidad cristiana. - Ahora papá se levantará y se vestirá. Por favor, te pido que no tengas en cuenta mis actos. Aun y así, antes de irme papá querría ponerte un poco más de loción en la parte del cuello. ¿Te parece bien? - B... Bueno. Si te vas a vestir, me parece bien. No me gusta verte desnudo. Me hace sentir raro. Se giró inocentemente. No podía sospechar mis verdaderas intenciones. Una vez estuvimos cara a cara de nuevo, cogí una buena cantidad de Vickts VapoRubt y unté mis manos. Pero esta vez, en vez de dejarla en el cuello, estampé la mano directamente en su boca y nariz. - ¡¡Hhhmf!! - ¡No te preocupes, hijo, es por tu bien! Así, eso es. Respira profundamente. Siente como los vapores llenan tus pulmones, y reparten el tóxico por todo tu cuerpo. Por tus piernas, por tus brazos, por tu pecho, y llegan y se apoderan finalmente de tu cerebro... Eso es, así... Relajado... Ni yo sabía bien bien lo que le estaba diciendo. Al principio David me dio un par de patadas, incluso cogió mi brazo con sus manos para intentar quitar la mía. Pero poco a poco, a medida que los vapores iban entrando por su nariz y por su boca, se fue calmando. - Eso es David... Mi pequeño David. No te preocupes, todo va bien. Tooodo va muy bien. Y mientras le decía esto, utilizaba la mano libre para frotarle sus pequeños pero musculados brazos ¡Eran tan suaves! Los pelos rubios contrastaban con el moreno de su piel y brillaban a la luz de la lámpara en la mesita de noche. Mis labios se acercaron a su cuello, dándole pequeños besos que erizaban sus pelos. Pronto no me hizo falta seguir sosteniendo la mano en su boca, así que con experta sincronización, magreé su pecho, achuchando a mano completa los dos pectorales. Sus rojos labios suspiraban de placer, su cuerpo se arqueaba a cada gemido y voz me pedía más y más. - Oh, sí, papá, sigue por favor, me siento, me siento ardiendo, dame más por favor. La aguda voz sonaba esta vez entredormida, febril, y escondiendo un deseo y una pasión que jamás había oído en mi hijo. Callé sus súplicas con posando mis labios en sus labios. Su recepción fue inexperta, pero mi pericia que pudiera saborear sus carnosos labios. Lástima que aun quedase algo del sabor de la sopa de puerros, pero el tacto era tan exquisita que hubiese podido devorarlo entero. Decidí que era momento de pasar a la siguiente fase. Deslicé mis dos manos cuerpo abajo, acariciando con picardía el contorno de su cuerpo, hasta conseguir que mis dedos se hiciesen camino debajo de la banda elástica del pantalón. Apartando mis labios, sintiendo que los suyos me necesitaban como el pez que respira aire fuera del agua, le guiñe un ojo, y bajé mi cabeza a la altura de sus piernas a la vez que mis manos se deshacían la última parte del pijama. - Veo que tu gusanito se ha hecho grande y juguetón. - Uhng...N.No... Era todo lo que podía articular, pues sus mejillas traicionaban sus ganas de que explorase la zona. No me hice de rogar, abrí la boca y con los labios saboreé la vaina de mi hijo a través del tejido blanco de sus slips. Mi hijo se estremecía del placer y tan solo acababa de empezar. Con una de las dos manos jugueteé con sus pequeñas canicas. Al momento sentí como las caderas de mi hijo se alzaban para poder absorber más y más de mi contacto. Agarró mi cabello moreno con furia a la vez que gritaba de placer. - ¡Más! ¡Sí! ¡Por favor! ¡Más! La cosa estaba yendo a más y a más, yo estaba en más excitado que nunca. Mi boca saboreaba la tela, y lo que residía debajo de ésta, pero no era suficiente. Como un relámpago arranqué la barrera entre mi cara y su miembro, y el pequeño monstruito de ocho centímetros rebotó en mi mejilla. Y en el calor de la batalla, me detuve un momento. La vista que se alzaba ante mi era gloriosa. Allá tendido, abierto y dispuesto a entregárseme completamente estaba mi hijo, mi orgullo, con su cuerpo moreno, brillante del sudor y las friegas, con las mejillas sonrojadas, su bonito cabello castaño alborotado por la pasión, su boca entreabierta exigiendo más, y su mirada de ojos esmeralda llena de deseo y anticipación. Jamás habría pensado que me encontraría en una situación así, y que disfrutaría tanto. Agarré firmemente su pene. Con tres dedos me bastaba. Era tan pequeño que me parecía un juguete. Como esperaba, su voz angelical dio un pequeño suspiro y susurró un casi ininteligible "sí". Froté arriba y abajo, rítmicamente, a la vez que él alzaba sus caderas. Sus piernas fuertes del deporte, se abrían cada vez más, las flexionó, bien altas, invitantes. Pude entrever una pequeña cueva de color rosado, redonda y cerrada, que latía con la excitación. No rechacé la invitación, y con el dedo aun húmedo de su saliva y del Vickts VapoRubt, hice círculos alrededor de su anillo, como llamando a la puerta. Cuando consideré que ya había calentado suficientemente la zona, me dispuse a introducir el dedo. Primero la punta, luego un cuarto, luego la mitad, luego todo entero. Notaba la presión de sus paredes, lo calientes que estaban. En ese mismo momento mi hijo dio un grito. No pude saber si fue del dolor de mi dedo intruso, o del géiser de líquido trasparente que emanaba de su pene y brotaba hasta mi mano. - Buen chico David. ¡Has disparado como un campeón! Decidí aprovechar el momento para meter el segundo dedo. - D..Duele Papá... - Pronto dejará de hacerlo. Deslicé el dedo con todo mi cariño arriba y abajo. Quería que el camino fuese lo más placentero posible. Y por fin, después de hacerme camino con los dos dedos, chorreantes del semen de mi hijo que había decidido usar de lubricante, di con el punto exacto, la zona erógena de mi pequeño. - No sé lo que estás haciendo, ¡pero quiero más papá! - ¿No decías que te dolía? – dije juguetonamente - ¡Sí! ¡Pero lo retiro! ¡Por favor papá! ¡No pares ahora! - Como mi hijo desee. Y mientras seguía con mi juego digital, decidí que mis labios volviesen a visitar los suyos. Mi frustrado pene necesitaba acción, así que para hace más amena la espera lo comencé a frotar en sus ingles, siempre con cuidado de no correrme. Tenía un sitio reservado para los cañonazos de esa noche. Después de una ristra de besos apasionados y la cifra récord de tres dedos dentro de mi chico, Decidí que era momento de invadir su cereza virgen con algo más potente. Alcé sus piernas hasta apoyarlas en mis pectorales, su piel contra mi piel se sentía fantástica. Su mirada era de completo júbilo. No sabía que iba a venir ahora, pero sabía que lo iba a disfrutar. Me unté un poco más de loción en la mano, y dando dos machacadas a la herramienta, conseguí dejarla tiesa y brillante para la inspección. Primero el contacto de la punta con su ano. - Uhn... Sí... Después los gemidos de David mientras mi monstruo adentraba la cabeza. - ¡Sigue papá! Las paredes intentaban rechazar mi torpedo, pero tanto mi hijo como yo estábamos dispuestos a darlo todo. - Ya casi está hijo. Ya he llegado al punto. No había metido más que tres cuartas partes de mi virilidad cuando sentí que no podría llegar más lejos sin hacerle daño. Gentilmente, eché marcha atrás. Mi hijo siseaba a mi marcha. Otra vez introduje, sintiendo el placer de las apretadas paredes del recto de mi niño. Yo gemía orgásmicamente, mi hijo me seguía como si del eco se tratase. Dentro, fuera, dentro fuera, más rápido, más fuerte, más intenso, más lujurioso. - ¡Más más! ¡Sí! - ¡Hijo lo estás haciendo muy bien! ¡Sí! - ¡Oh papá! ¡Sí sí! - ¡Me voy a correr! Una fuerza descomunal se había apoderado de mí. No sabía dónde estaba, no sabía lo que hacía, solo quería seguir y seguir hasta alcanzar la meta, hasta subir el pico, hasta conseguir el clímax. ¡Uno...dos...Tres! Saqué mi pene de su agujero, ahora ya estrenado, y lancé todo mi esperma por encima del arqueante y sinuoso cuerpo de mi hijo. Seguí masturbándome para exprimir al máximo tirando choros y chorros del que era el más placentero y duradero de todos los orgasmos de toda mí vida. El bronceado cuerpo de mi hijo se iba tiñendo de blanco, y poco a poco mis fuerzas me abandonaron hasta que acabé desplomado a su lado. - Habrá que limpiar esto... O mamá se enfadará. David, inocentemente se levantó para buscar una toalla. Pero una vez de pie lo detuve antes de que saliese. Me arrodillé delante de él y, para su sorpresa, lamí lenta y profundamente cada uno de los recovecos de piel que habían sido cubiertas de mi semilla. Era curioso, jamás había probado semen antes, pero tenía un cierto gustillo salado muy agradable. Seguramente era la mezcla del sudor de mi hijo lo que más me encendía. Olía fenomenal, a sexo y a pubertad. Podría acostumbrarme a ello tan fácilmente... Cuando hube limpiado todo su cuerpo, miré directo a sus ojos. Eran mi perdición, mi laberinto esmeralda. Me puse en pie y lo abracé con todas mis fuerzas. Un sentimiento de culpa se hizo presa de mis pensamientos. - Papá... Estás... ¿Llorando? - Lo siento hijo... - ¡No papá! ¡No llores...! - No soy un buen hombre... - ¡No digas tonterías papá! ¡Yo te quiero! ¡Muchísimo! ¡Y después de esta noche, mucho más! Tienes que prometerme que volveremos ha jugar a esto algún otro día. - Así.. ¿No me odias? - ¡Claro que no! Y con una sonrisa de oreja a oreja achuchó su cabecita contra mi pecho. Yo acaricié sus suaves cabellos, que normalmente estaban perfectamente peinados. Era un momento ideal, señal de nuestro amor mutuo. Entonces apartó la cabeza, me miró seriamente y se puso de puntillas. Instintivamente, agaché la cabeza y acercando mis labios a los suyos, sintiendo su aliento en mi boca, le di el último y definitivo beso. El más bonito y romántico de todos los tiempos. Era tan feliz que seguí llorando, pero esta vez de felicidad. Los dos nos tumbamos en la cama. Alegres, radiantes. No nos vestimos ¿para qué? Ya habíamos superado todos nuestros tabúes. Yo abrazado a él, él acurrucado a mis grandes y fuertes brazos. Pese a su cuerpo atlético, parecía que abrazase una pluma o un peluche de lo delicado que era. Nos tapé con la colcha, y cerrando los ojos y besándole en la nuca acabé durmiéndome con un simple "te quiero". - THE END -