Date: Tue, 1 Feb 2011 15:36:35 +0000 From: torux torux Subject: Mario y Miguel 1 Esta historia es ficticia. Los personajes e incidentes son producto de mi imaginación. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. Comentarios bienvenidos. Capítulo I: Mi Papá Fernando ( Mb inc ) Mis primeros recuerdos son los de un padre muy cariñoso. Yo era hijo único y él estaba muy orgulloso de mí. Me sentaba en sus piernas y me daba de comer en la boca, me acariciaba mucho y a mí me gustaba tocarlo, besar su cara, y una que otra vez, besar sus labios. También me gustaba sentir ese particular y especial aroma, mezcla de tabaco y masculinidad que de él emanaba; me sentí siempre muy atraído por su olor y por su calidad de hombre grande. Mi padre era un hombre moreno, de pecho y piernas pobladas de vello oscuro, al igual que sus brazos. Yo tenía alrededor de nueve años cuando mis padres se separaron y eso me afectó tanto que hasta caí enfermo por esa forzosa ausencia, aunque nunca dejé de verlo pues pasaba todos los fines de semana con él. Con el tiempo supongo que me acostumbré a verlo sólo los sábados y domingos, primero en la casa de la abuela y después en su propio departamento en el que tenía una pieza para mí solo. Claro que yo prefería dormir con él porque su olor me enervaba. Extrañamente, aún no sabía qué quería; tenía sensaciones, lo espiaba cuando se cambiaba de ropa, me intrigaba el tamaño de su bulto. Por ese entonces ya mis compañeros de escuela comenzaron a cargarme con eso de "mariquita" y tocaditas en las duchas y todo aquello que hace miserable la vida de los homosexuales; en ese entonces comencé a tomar conciencia de mi gusto por los hombres. Y fue allí, en la escuela, donde tuve mi primera experiencia; creo que ya tenía once años de edad. El urinario estaba vacío, habían tocado la campana para entrar a clases cuando un chico de un curso superior se presentó de pronto, se paró al lado mío y sacó la pichula afuera. No pude evitarlo, se la miré, él hizo espacio y sacó también las bolas; me puse rojo, pero me quedé clavado allí, mirando. Mi pitito se endureció tanto que me dolía y aquello se agrandó más. Su cabeza tocó la mía y creí morir de placer, restregó su pene contra el mío, agarró con fuerza mi culito y me dolió, entonces reaccioné y salí corriendo hacia mi sala de clases. Ya me hacía la paja, no sé si antes o después del suceso, que anhelaba se repitiera. De allí en adelante todo se hizo más claro para mí: deseaba a papá. Sentía la urgencia de mi cuerpo por su cuerpo; quería sentir sus piernas, su abrazo viril, pero por sobre todo sentía una urgente necesidad de tomar su verga en mis manos y acariciarla para siempre. Hasta que al fin sucedió. Y ocurrió simplemente porque ya no aguantaba más. Llegué una tarde a su departamento y lo encontré algo bebido. Se acostó antes que yo y poco después lo seguí; él ya dormía plácidamente. Con mucho sigilo, acurrucado a su lado lo empecé a tocar y a acariciar; primero toqué su pecho y luego bajé mis deditos con susto y nervios, es verdad, pero también con una gran calentura que no paraba; pronto mi mano se posó sobre sus genitales. Los sentí abultados. Mi corazón latía con fuerza y mi mano, lenta y temerosa, pero decidida, fue metiéndose a poco dentro del slip; mis dedos se perdieron en una impresionante mata de pelos que me parecieron maravillosos y de pronto.... la verga, caliente, gruesa. Las bolas peludas y deslizantes. Me volví loco. Me deslicé debajo de las sábanas y en la oscuridad de la habitación chupé con fruición el falo paterno; lamí sus bolas y sentí el sabor del macho. Muy pronto la verga comenzó a crecer hasta llegar a convertirse en un monumento, en un Dios que, allí al fin lo supe, habría de adorar toda mi vida. Súbitamente mi padre se retiró, se sentó en la cama encendiendo la luz del velador y me miró espantado. Se cubrió y por un instante pensé que me iba a golpear. Entonces comencé a llorar asustado y tremendamente avergonzado. Él, sin decir palabra, me acostó a su lado, pasó un brazo por debajo de mis hombros, apagó la luz y cariñosamente me arregló el pelo mientras me consolaba. Estuvimos así un rato hasta que me calmé y comenzaron las preguntas; que si me gustaban los hombres; que desde cuándo; que si alguien me había hecho algo. Le dije la verdad entre susurros, luego nos quedamos callados y abrazados mientras mi pene otra vez se erguía. Me sentía protegido por él que nuevamente preguntó: que si las mujeres...... que él me ayudaría... que me quería mucho... que era su culpa, etc. Avanzada la noche me dormí abrazado a él. Cuando desperté era aún de noche, mi padre estaba ebrio. Había seguido bebiendo mientras yo dormía y ahora me despertaba con su aliento a alcohol a mi lado y sus dedos encremados hurgando en mi potito. Yo cooperaba, un dedo entró completamente. Lo hacía entrar y salir ininterrumpidamente mientras me daba suaves mordiscos en la oreja, en el hombro, en el cuello. Ambos de costado, enfrentados, abrazados, su pene entre mis piernas apretadas. De pronto se acostó de espaldas y me sentó sobre él. Me dio instrucciones, la cabecita tocó mi agujero, me fruncí, me pidió que me relajara, me tiraba hacia abajo con sus manos en mis caderas; yo sujetaba firmemente su miembro con una mano a la entrada de mi virginidad recientemente traspasada por sus dedos y empujaba. Me dolía. Me pidió que me relajara y que hiciera fuerzas como para cagar (haga fuerzas como para hacer caquita, me susurraba). Lo hice y al mismo tiempo mi papito presionó con sus caderas y un tercio de su verga se enterró en mi potito infantil. Creí morir de dolor, pero ni por un instante se me ocurrió tratar de sacármelo. Una deliciosa sensación recorrió desde mi esfínter hasta mi estómago y al rato sentí que me desmayaba, un escalofrío recorrió mi cuerpo y comencé a temblar. Sentí su eyaculación, los borbotones que expulsaba parecían interminables. Nos quedamos abrazados, me besó en la boca, su lengua tocaba la mía y la chupaba, sus manos acariciaban mi espalda y su pene seguía en mi interior. Para mí era inconcebible que se pudiera gozar tanto; rogaba porque esa noche no terminara nunca; que papá siguiera amándome como lo había hecho por toda una eternidad. Me susurraba: --"¿Le gustó mi perrito? --¡Sí! --gemí-, ¡Sí!, mientras apretaba mi esfínter para sentir la todavía semierguida pichula que me había hecho tan feliz. Torux