Date: Mon, 14 Mar 2011 17:06:35 +0000 From: Torux Kant Subject: Mario y Miguel 11 Esta historia es ficticia. Los personajes e incidentes son producto de mi imaginación. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. Comentarios bienvenidos. Capítulo XI: Miguel, Alfa y Omega ( MB inc ) Conocí a Roberto cuando era un joven de 16 años. Lo ví por primera vez en el parque, cuando recién llegaba a vivir por estos lados. Fue poco después de que mi esposa falleciera de un cáncer fulminante. Yo compré una casa nueva cerca de un parque, un lugar muy tranquilo. Solía salir a pasear por él con mi hija por las tardes y a pasear al perro y él era un joven que solía juntarse con sus amigos a fumar, vagar o qué se yo. Supongo que mi hija tendría unos 13 años en ese entonces. ¿Cómo fue que nos hicimos amigos?. Ya no lo recuerdo bien, solíamos saludarnos porque éramos vecinos de barrio y... admito que me gustaba. Era un chico de actitud suficiente, de tez clara, pelo castaño. Yo llegué al barrio de 34 años y trabajaba en el servicio de prisiones. Ya tenía mucha experiencia con el sexo... alternativo, por llamarlo de algún modo. Con el tiempo comencé a requerirlo para que me ayudara en pequeños arreglos en la casa y así fue como fue cayendo en mis redes. Podría decir que todo se dio accidentalmente, que las cosas ocurrieron en forma casual o agregar cualquier argumento que me exhonere de culpa, pero no. Yo planeé todo desde siempre. Inventaba arreglos en la casa los fines de semana y lo "contrataba". Le pagaba, claro, pero con la finalidad de seducirlo, de llevarlo a mi mundo particular. Y así fue como empezó todo. En esa época cuánto se podía acceder en pornografía se limitaba a revistas, generalmente europeas. Por mi trabajo a mí me era muy fácil conseguirlas entre los mismos internos que mantenían redes de ventas clandestinas de aquellas publicaciones, algunas de las cuales abordaban temáticas que hoy serían impensables. No fue difícil hacer que Roberto encontrara estas maravillas escondidas. Las manejaba yo con llave en un mueble en un taller en el patio al que de vez en cuando él tenía acceso. En ocasiones se me "olvidaba" ponerle llave y sabía que algún día las vería. Y así fue. Empecé a encontrar las revistas en un orden distinto. Empezó él a demorarse en ese cuarto. Y así fue como un día le tendí una trampa para "pillarlo con las manos en la masa". No, no se estaba masturbando, pero sí lo encontré mirando una de las revistas. Insisto en el carácter extremadamente secreto de las publicaciones ya que si bien muchas de ellas eran de fotografías explícitas de sexo heterosexual, también las había de carácter homosexual y otras, las más secretas de todas, de sexo con niños y niñas. Sin embargo, las primeras que yo dejé al alcance de Roberto siempre fueron heterosexuales, no quería asustarlo. Ese día no le dije nada, sólo quité la revista de su mano y acoté sin escandalizarme: -Después las ves, si quieres –acoté. Te puedo dar la llave para que las veas todas, pero no puedes sacar ninguna de aquí, ¿ok?. -Ya, me dijo, tratando de esconder su erección. Poco a poco fue haciéndose frecuente que después de los trabajos en que me ayudaba, él mismo me dijera "don Miguel, ¿me presta la llave?", y yo se la pasaba, advirtiéndole que sólo las podía ver cuando la niña no estuviera en casa. Cada cierto tiempo yo cambiaba el set de revistas y de a poco comencé a agregar algunas de temática bisexual y algunas con fotografías de homosexuales. Nunca me dijo nada. Un día en vez de pasarle la llave, fui con él al cuarto y lo convencí que las viera conmigo. Poco a poco fui obligándolo a que me contara qué era lo que más le gustaba. Reacio al principio, le sonsaqué que le gustaba mucho las de sexo más "cochino" como lo definió él. -¿Y hay algo en especial que te gustaría ver?, inquirí yo. -Me gustan todas, me dijo. -¿Pero hay algo que no hayas visto y que quisieras ver?, Tengo algunas revistas de sexo con animales y otras "más cochinitas" aún. Me quedó mirando con sus ojos brillantes, muy excitado según yo veía en su erección indisimulada. -Hazte una paja antes que revientes, le dije, sonriendo. -Él sonrió, pero no hizo amago de sacar la herramienta y encargarse de ella frente a mí. -Yo saqué unas revistas nuevas que había conseguido a través de mis contactos y le pasé una, sólo una. "Inzest" o algo así. Era una revista alemana, presentaba la historia de una niña, una pequeña niña que conocía el sexo por primera vez a través de su padre y un amigo de su padre. Era muy gráfica, los penes enormes contrastaban con la boca pequeñita que degustaba el semen por primera vez, según se relataba. La cara de Roberto ardía de la calentura. -Mastúrbate, insistí. Yo me senté a su lado y saqué mi verga con toda naturalidad. Él me miró el miembro sin levantar la vista. Yo comencé a darme placer y él, consumido por el deseo, bajó el cierre y sacó su instrumento, un hermoso palo de 17 años, intocado por adulto alguno, supuse. ¡Qué ganas tuve de metérmelo en la boca en esa ocasión!, pero no podía actuar sin la cautela necesaria. Esperé. Repetimos el acto en días sucesivos. A veces le ponía revistas de todo tipo para que eligiera y siempre terminaba con las de homosexuales o de adultos con niños. En poco tiempo, nuestra rutina era que él veía las revistas y yo mamaba su pene entre sus piernas. Ninguno decía nada. Sólo lo considerábamos un secreto nuestro y nada más. Fui el primer hombre en recibir sus descargas y de ahí en más, poco le gustaba masturbarse, prefería que fuera yo el que "le sacara la leche", como decía él. A veces era él el que lo sugería. "¿No se va a agachar?, me decía sonriendo. Y claro que me hincaba frente a él. Sus deseos eran órdenes. Estoy seguro que su interés por los niños lo descubrió en aquellas revistas, pero pienso que al menos hubo un hecho que tuvo mucho que ver en la aceptación de su verdadero yo. Se trata de un niño que llegó a mi casa para entregar una plata que me debía su padre. Siete años. No era su verdadero papá, pero al caso da lo mismo, él me lo envió con una nota: "Todavía no tengo la plata, pero si puede me espera hasta el otro mes o si quiere se paga con el cabro chico. Queda entre nosotros no más" -¿Te dijo tu papá a qué vienes?, le pregunté al niño. -Me dijo que le trajera esta plata y que si ud. quería algo de mí, que le hiciera caso, contestó pleno de inocencia. -Bien, hay algo que quiero que hagas. Un favor, ¿sí?. -Bueno. -Acompáñame adentro. Lo llevé a mi dormitorio, mi hija estaba en clases. Bajé el cierre del pantalón y metiendo bien mi mano saqué todo el miembro y los testículos. -¿Has visto esto antes?, le pregunté con la reata en la mano. -Sí, me dijo mirándome el pico que se balanceaba sobre las bolas peludas. -¿A quién se la viste? ¿a tu papá? -Sí, me contestó. -¿Y la tiene así de grande?, pregunté otra vez acercando la verga a su carita. -Sí, también la tiene grande, me contestó. -¿Se la has visto dura? -Sí. -¿Y cuándo se la viste? -Cuando está curado a veces me dice que le haga cariñitos ahí. -¿Y a ésta le harías cariñitos? -No sé -Hazle un cariñito, mira, se puso bien grande porque tú le gustas. Un poco torpemente, el niño acarició la verga que le mostraba y luego con apenas una insinuación me besó la cabecita. Yo le puse una mano en la nuca y haciéndolo abrir la boca se la metí y lo obligué a chuparme. Era lo mínimo ante lo que me debía su papá. Roberto, mientras tanto, se encontraba en el cuarto-taller, y decidí darle una sorpresa. Hice que el chico me acompañara al patio. Al entrar, Roberto se estaba masturbando con las revistas. Cuando nos vio, asustado, trató de guardarse el pene en el pantalón, pero se lo impedí. -No es nada nuevo para este amiguito, le dije. –Muéstrasela, a él le encanta. Roberto quitó la mano y su verga se mantuvo erguida contrastando con sus pantalones oscuros. -Hágale lo mismo que a mí,. -encaminé al niño empujándolo por los hombros. Y esa fue la primera vez de Roberto. Sé que le fascinó ver al niño rodear su pene con sus labios. Sus manitos suaves y cálidas apenas rodeaban el tronco de su verga. Su cabecita se balanceaba de arriba abajo y los ruiditos que salían de su boca creaban un marco de sordidez y perversión de la que Roberto sin saber, no habría de regresar. Él mismo le limpió la boca al nene cuando su semen chorreó por las comisuras de sus labios. En esa misma época llegaron los primeros "betas" o reproductores de video y con ellas las primeras películas porno. Mis proveedores, sabiendo de mi predilección por el sexo fuerte, no demoraron en ofrecerme lo que realmente me gustaba y creo que ese fue el siguiente paso para Roberto. Después de ver las escenas de sexo filial, con chicos y chicas de kindergarten la escala de satisfacción fue cada vez más alta. Pero pasar de los videos a la realidad no resultaba tan sencillo. A menos que uno tuviera su propio hijo, se me ocurrió. Fueron cuatro años los que Roberto se demoró en casarse con mi hija. Fue mi idea. Yo lo conminé a que la sedujera y pololeara con ella. Yo dirigí sus primeros encuentros sexuales. Yo pagué por condones, yo fui el proveedor del dinero para sus salidas. Yo fui el que planeó encuentros en la casa, cuando supuestamente estaba de viaje, para poder verlos en el acto. No lo hizo mal. Y mi hija tampoco. Resultó ser buena para culear. Más de una vez pensé en hacerla mía, pero no, el sexo heterosexual no era lo mío. No tuve hijos, pero Roberto suplía esa carencia y pensaba tenerlo conmigo por muchos años. Conmigo Roberto aprendió a culear mujeres, niños y niñas; a comerle el culo a otro hombre, a beber orina, a chupar verga y a ser culeado también. Esto último, extraño placer, le encantó tanto, que cada cierto tiempo, yo tenía que dedicarle alguna noche a él. Mi hija nunca lo supo, pero hasta Miguelito fue concebido a sugerencia mía. Yo quise tener un nieto que continuara nuestra historia. Roberto siempre supo que Miguelito -bautizado así, huelga decirlo, en mi honor- sería de ambos. Que tanto él, un hombre ya enviciado en los tortuosos caminos de la pederastia, como yo, le enseñaríamos de chiquito que el sexo es para disfrutarlo sin restricciones. Que no hay nada más natural que un padre culeándose a un hijo, mostrándole el sexo en toda su plenitud. Y Miguelito lo aprendió bien. Por esa razón no me sorprendí cuando Roberto me contó de la aventura de Miguelito en el cine. Fui a ver al profesor a la escuela. Nos reunimos en una sala para hablar de las "calificaciones de Miguelito". Y una vez dentro de la salita, cerciorándome que la puerta estuviera cerrada, tomé su mano y la acerqué a mi verga erecta: -Para que veas, le dije, esto me pasa sólo de imaginar cómo será el encuentro. Vengo a saber cómo va todo eso. -Entiendo, me dijo. Hablé con Roberto hace unos días, me respondió acariciando mi entrepierna e invitándome a que nos sentáramos con un gesto. -Me avisó de tu visita. El plan es ir de camping a la playa en una especie de "tiempo-entre-padres-e-hijos". En principio irían Fernando y Marito, yo y un estudiante mío, Roberto, Miguelito y tú. Las mamás sólo sabrán que sus esposos van de camping con sus hijos para estrechar lazos. La idea es que crean que la salida es sólo entre dos, ninguna se enterará de los planes de los otros esposos y, por supuesto, no sabrán de mí. -Claro, me parece bien, aunque sería ideal que fuera algún chiquito más ¿no crees?. El profesor sonrió, -pensaba lo mismo, dijo. Estoy tratando de arreglar eso. Pero lo importante ahora es decidir si vamos todos a un camping o intentamos otro lugar. Yo puedo conseguirme una casa en la playa. Es de un amigo y está vacía en este tiempo. -Perfecto, creo que sería lo mejor. Dicho esto, sólo quedaba avisar a Fernando para que solucionara cualquier dificultad por su parte y ya todo estaría listo. Me despedí del profesor y antes de salir insistí en un susurro: "faltan niños". Tres semanas después Roberto y Miguelito ya instalados en la camioneta me apuraban mientras mi hija me recomendaba: -manejen con cuidado, por favor. No se pongan a beber en presencia del niño. ¡Cuídenlo! Sabíamos que el profesor estaría esperándonos junto a Gonzalo, el estudiante (al enterarme que tenía 16 años, me propuse recordar viejos tiempos). Don Fernando y Marito llegarían más tarde. No nos fue difícil dar con la casa de playa. El profesor nos esperó en la puerta y con un abrazo nos recibió muy alegre. Entramos todos, en el sofá estaba Gonzalo con un chico. A Roberto le brillaron los ojos, yo sólo miré incrédulo. -Es mi hermano, dijo Gonzalo. Y el hermoso bebé de no más de 7 añitos nos miró con una sonrisa de ángel. Cuando llegamos ya pasaban de las 5 de la tarde y Fernando y Mario no llegaron hasta las siete. En ese lapso de tiempo me enteré que Gonzalo vivía sólo con su madre. El padre los había abandonado hacía años y la mamá era quien se encargaba de ellos. Y él es quien cuida a su hermano la mayor parte del tiempo. También me contó que le dijo la verdad a su madre, que iría a un camping con el profesor y que llevaría a su hermanito y que habría más niños en el paseo. Nada muy alejado de la realidad. Me enteré que su mentor ha sido el profesor. Él le ha enseñado todo lo que sabe sobre sexo. Le pregunté si le gustaban más los niños o los hombres mayores, me dijo que a veces le gustaban los mayores y a veces los niños. Inquirí también por su hermano. -¿Te lo culeas? Pregunté directamente. -Casi todos los días, me dijo con una franqueza brutal. -¿Se lo ha culeado alguien más?, insistí. -No, sólo yo. Está acostumbrado a mi pichula. -Tú sabes que acá va a tener que aguantar otras vergas, ¿no?. -Lo sé. No me importa. Es bueno que aprenda. -Ven, le dije pasándole un brazo por un hombro. Con mucha ternura, acerqué su cabeza a la mía y lo besé. Él respondió metiendo su mano por entre mi camisa y acariciando los pelos de mi pecho mientras devolvía el beso con la premura del chico que encuentra en cada hombre a su padre y no quiere dejarlo ir. Cuando llegó Fernando se mostró muy contento, saludó al profe con afecto y a Gonzalo le desordenó el pelo en una muestra de masculino, pero cariñoso saludo. A mí me saludó de mano y a Miguelito con un beso en la boca, sin recato ni falsas apariencias. Lo que sí me sorprendió fue el abrazo que le dio a Roberto. En los ojos de ambos vi un destello que pocas veces he observado antes y que me puso a pensar. Roberto se abrazó con Fernando y, por un instante, pensé que se besarían, pero no. Se rieron y pegándose unos palmotazos en la espalda, transformaron el saludo en uno de esos abrazos de amigotes de toda la vida. Me quedé, sin embargo, con la duda de si no habría algo que Roberto no me había dicho. Una vez todos instalados, y ya bien aprovisionados, nos fuimos al patio y comenzamos a preparar el asado. Todos nos ocupamos de algo. Fernando y Roberto quedaron a cargo de las carnes, mientras el profe y yo, nos encargamos de las bebidas. Gonzalo sería el encargado de los niños. ¡Linda ocupación! Fernando vestía unos shorts cortos, que dejaban poco a la imaginación. El paquete impúdico atraía las miradas de Roberto por sobre todos. También Miguelito lo miraba con adoración. El profe se repartía entre todos, cerveza en mano, conversando y riendo. Yo por mi parte, me senté en una silla plástica y acercando a Alvarito, el hermano de Gonzalo, lo puse a mamar. Era un chico delicioso. El profesor me miró y acercando otra silla se sacó la ropa completamente y se sentó abriendo bien sus piernas. Así, de la manera más natural iniciamos una conversación, con una cerveza en la mano mientras del bebé apenas sobresalía su cabecita entre mis piernas. Gonzalo y Marito parecían haber hecho buenas migas, ambos estaban un poco alejados, riendo felices. A lo lejos vi a Fernando y Roberto conversando con una botella en la mano mientras Miguelito se afanaba con su boca entre los glúteos de Fernando quien con las piernas bien separadas y ya completamente desnudo, facilitaba la labor del muchachito. Fernando pasó el brazo por los hombros de Roberto acercándolo a él y le habló al oído y Roberto sonriendo se sacó la ropa y abrazó a Fernando por su cintura. "Estos dos se están llevando demasiado bien, pensé". Con el permiso del profesor, me saqué los pantalones y quedando desnudo de la cintura para abajo, me senté con los pies sobre la silla y sacando el culo bien afuera, le ofrecí al bebé mi poto peludo e invitante. El chico al principio pareció no comprender, acercó su cabeza con la intención de seguir chupándome el pico. "Seguramente su hermano no ha llegado a esta etapa en su enseñanza", pensé. Mirando hacia Roberto, le pedí que se acercara. -¿Por qué no le enseñas al niño?, le pedí. Roberto, sin decir nada, se agachó al lado del chiquillo y de la manera más didáctica le enseñó a mamar el culo, haciéndolo primero él y luego acercando la boquita del pequeño a mi hoyo. -"La lengua", le decía, "saque la lengua. Métala ahí, eso." Hacía tiempo que un chico tan pequeñito no me hacía esto. Me sentí en la gloria con esa lengüita infantil tratando de entrar en mi cueva ardiente. Roberto le dio un beso de lengua al niño, luego me metió su lengua en el ano para en seguida pedirle al nene que imitara lo que él me hacía. Enseguida dirigió un dedito de Alvarito y suavemente me penetró con él. Luego lo sacó y se lo puso en su propia boca. Luego dejó que el chico lo hiciera solito. "Qué buen instructor es Roberto", pensé. El niño comenzó el juego de meterme el dedo en el poto y luego dárselo a Roberto para que lo chupara. Roberto, en cuclillas, dirigió luego su propio dedo a su culo y metiéndolo bien profundamente, se lo puso luego al niño que chupó ávidamente. No cabía duda que el jueguito le había encantado. El profesor decidió imitarme y le pidió a Marito que le hiciera lo mismo. Fernando le hizo un gesto a Marito para que se dirigiera donde su profesor. Por mi parte miré a Gonzalo para que se acercara y ubicándolo a mi costado me puse su pene en mi boca. Me esmeré en hacerle una mamada que no pudiera olvidar. Tragué toda su verga y, para sorpresa de los demás, metí también los cocos del chico con mi brazo sujetándolo por la cintura. Gonzalo echó la cabeza hacia atrás suspirando fuerte ante lo inesperado de mi técnica. La verga de Gonzalo se endureció rápidamente y un sabor a chico joven me recordó al Roberto soltero, a mi yerno en su época de adolescente, cuando también se abandonaba a mis caricias de la misma manera. Unos minutos después ya todos estábamos desnudos, aunque Fernando había encontrado en algún lugar un delantal de cocinero y con él puesto se ocupaba de las carnes, sus anchas espaldas y su muy peludo trasero se veían cómicos al lado del asador, pero a la vez... ¡qué hombre tenía Marito por padre!, sin duda que su estampa era la de un semental, un macho portentoso que cualquiera quisiera a su lado. El día avanzó rápidamente. Después de comer, los adultos habíamos bebido profusamente las cervezas de rigor y hasta a Gonzalo le permití (y lo digo porque realmente fui yo quien se lo permití) beber una. La fiesta continuó entonces en la salita principal de la casa. El profesor ubicó en el centro un colchón con una sábana que sacó de una de las camas. Había planeado una especie de función con variados protagonistas y espectadores. Al primero que llamó adelante fue a Gonzalo. Este se ubicó en el centro del colchón y de espaldas en él, se abrió los cachetes metiendo un dedo en su ano que pronto fueron dos y luego tres. El mismo profesor se acercó al adolescente y lo culeó frente a todos, procurando que se viera la entrada de la verga y las metidas y sacadas de la misma. Mientras tanto me pidió a mí que sentara a Alvarito en la boca de Gonzalo. Así todos pudieron ser testigos de cómo el adolescente le comió el culito a su hermano pequeño, metiendo la lengua en la cuevita, escupiéndola y forzando un dedo en ella. Unos minutos después el profe se paró y tomando de la mano a Alvarito, lo ubicó encima del pene de su hermano y con la ayuda de su infaltable tubito de lubricante lo fue sentando lentamente sobre la verga fraterna. La misión de penetrar el potito del nene, si bien no imposible, demostró ser ardua. Alvarito daba muestras de incomodidad, pero nunca lloró o se quejó del dolor que indudablemente debía sentir. Tras minutos de esfuerzo, de indicaciones de "hacer caquita", resultó en el niño tragando la verga muy lentamente hasta que de ésta no quedó nada a la vista. El profesor, genio y figura de la función, abrió bien las piernas de Gonzalo, mostrándonos a todos la unión entre los hermanos. La portentosa vista del anito atravesado nos hizo soltar una exclamación. Roberto sentado junto a Fernando no dejaba de masturbar el miembro de éste como esperando guiarlo él mismo a esa cuevita de porcelana que soportaba las embestidas del hermano mayor con su carita demudada, un poco por el gusto de complacer a su hermano y otro poco por el dolor que debía sentir aún. Gonzalo culeó a su hermanito hasta acabar con fuertes gemidos que nos invitó a acercarnos a la escena para ver la leche del adolescente escurrir como espuma blanca hacia las bolas que el niño aplastaba en su asiento de carne. El siguiente en pasar fui yo. Elegí a Miguel para que me comiera el culo como tan bien ha aprendido, aunque mis intenciones eran dar una sorpresa a los demás. Le dije a Miguelito algo al oído y éste se sonrió. Acto seguido me puse como perrito en el colchón abriendo bien el culo cuyos abundantes pelos, Miguelito comenzó a peinar con su lengua, demostrando el gusto que había adquirido por la práctica del anilingus. Le pedí a Fernando que penetrara al niño y éste se abalanzó como impulsado por un resorte. Sabía que una verga como la suya no era posible de ser insertada sin preparación por lo que éste le pidió el tubito al profe y así, con la inserción de un dedo y luego de otro fue preparando a mi nieto para luego irlo traspasarlo de a poco, avanzando y retrocediendo. Fernando, sin meter la verga entera, comenzó un mete y saca frenético haciendo que mi nieto estrellara su carita con mi trasero y yo, variando mi posición, me puse de rodillas frente a él y pidiéndole que abriera su boquita le puse el pico en la lengua. -Bien abierta, mi amor, exclamé. Para luego soltar un chorrito de orina en la boca de mi niño querido que acostumbrado a las extravagancias de su abuelo tragó sin chistar. Y claro, no era la primeara vez que aplacaba la sed de este modo. Para eso estaba yo, para enseñarle todo lo que algún día tendría que poner en práctica él como instructor. Fernando miró incrédulo sin variar el ritmo de la culeada. Miguelito recibió un chorro más. -¿Alguien más quiere ayudar?, exclamé y el profe se acercó rápidamente a mí, apuntando con su pichula enhiesta a la boca de mi nieto que presto recibió otro chorro más potente que el mío y que no alcanzó a tragar completamente mojando su pechito. El profesor se agachó un poco y pasó su lengua por el cuerpo de mi niño y, cerrando los ojos, abrió la boca en una muda petición que yo complací con un chorro amarillo que el profesor recibió anhelante para luego abalanzarse a mi pichula y aprisionándola entre sus labios me exigió en silencio que le diera más. Fernando miró a Roberto y sólo con sus ojos le pidió que lo relevara. Sentía que no podía aguantar más y no quería eyacular aún. Se sentó en el sillón y sin tocarse, puso toda su atención en la hermosa escena griega que se desarrollaba frente a él. A Roberto le sucedí yo. Ubicándome tras mi nieto, emboqué mi arma en el ano ya dilatado del niño y lo culeé sin pausa hasta que sin poder evitarlo me incrusté en mi adorado chiquillo y como en una fotografía ambos nos quedamos quietos mientras descargaba todo el moco que expulsaban mis cocos en el recto cuyo anillo cerraba herméticamente la puerta de la felicidad. No hubo muestras de semen chorreando esta vez. Todo quedó en el interior del niño que aún sentía las involuntarias contracciones de mi pene, del pene de su abuelito querido. El siguiente en ser llamado fue Fernando y éste, serio e imponente, con su hermoso posterior redondo como dos melones, con sendos hoyuelos en sus costados y la raja oscurecida por el cúmulo de pelos negros que la hacían aún más misteriosa, alcanzó el colchón y se paró en el centro. Abrió bien sus piernas dejando que los demás admiraran esas bolas pesadas y rotundas a las que, a pesar de su tamaño, sobrepasaba un pene venoso y a media asta. Pidió a Roberto que se acercara con Marito. Roberto tomó la mano de Marito y caminó hacia el dios griego que esperaba impasible. Marito no cabía en sí de un orgullo que no podía definir, pero que sin duda se relacionaba con la estampa heroica de su papá, por su pecho ancho y poblado de pelos, su cara angulosa y masculina, su actitud de macho dominante y amoroso. Fernando tomó a su hijo en sus brazos con la liviandad de una pluma besándolo amorosamente primero en la frente y luego en la boca. Miró luego a Roberto y acercándose a él, depositó un suave beso en sus labios. Bajó luego a su hijo y diciéndole algo al oído se recostó en el colchón llevando con él a Roberto que, ruborizado, no despegaba la vista de aquel hombre. Ambos, Roberto y Fernando, se acostaron de frente en el centro del colchón y Marito se alejó en dirección de Gonzalo. Fernando, abrazando firmemente a Roberto por sus hombros, lo miró con infinita ternura y comenzó a besarlo con mucha suavidad al principio para dar paso a una pasión ya por muchas horas contenida. Se revolcaron ambos en el colchón en un mundo en el que sólo existían ellos dos. Cuando Fernando quedó de espaldas, Roberto se sentó en su cara e inclinándose mostró la clase de quien ha aprendido a comerse una verga enorme de una vez y completa. Su rostro nunca dio signos de ahogo ni incomodidad alguna por tener aquel portento con sus labios en la base del instrumento y su nariz perdida en la selva de pelos negros y rizados de su amante. Fernando, por su parte, abría la raja para dar paso a su lengua, su boca, su nariz. Todos sus sentidos dedicados a absorber los aromas y sabores del hombre cuya piel quemaba al contacto con sus manos. Una vuelta más y ahora quedaron ambos con los picos en la boca de cada cual. Fernando, inexperto aún en estas artes hizo cuanto pudo saliendo airoso de la batalla. Comía las bolas de Roberto con inusitado placer para luego tragarse su pene hasta donde podía. Al minuto siguiente, otra posición más y ahora las manos de Fernando se apoderaron de las redondeces posteriores de Roberto, amasándole el culo, explorándolo con un dedo, abriéndolo con ambas manos sin dejar nunca de examinar la raja que semanas antes fuera suya. Roberto, su cara encendida, sus ojos cerrados, el rictus de su boca, todo su cuerpo denotaba el poderoso sentimiento que lo invadía. Quería fundirse en el abrazo con ese hombre que lo trastornaba. Que provocaba tal delirio en su corazón que hacía palpitar su cueva de deseos de ser poseído y Fernando escuchando el mudo ruego, abrió sus piernas y entró en él, hasta el fondo, quemando el ano de Roberto con su arma candente. Todos quedamos mudos ante el espectáculo sublime del amor correspondido porque eso era ni más ni menos lo que ocurría: que estos hombres se amaban. Quién lo hubiera dicho. Ambos se conocieron a través de culear al hijo del otro y eso los había unido. El brillo de los ojos que creí ver temprano cuando se saludaron aparecía nuevamente en ese acto de amor que, por alguna razón los demás concordamos en silencio en que debíamos respetar. El profesor me miró y con un gesto le indiqué que nos fuéramos al dormitorio. Les indiqué a los niños que nos siguieran y allí Marito continuó conociendo las artes amatorias de Gonzalo, no cabía duda que había una especial predilección del uno por el otro. El profesor se llevó a Miguelito al baño, supuse para qué y por mi parte, yo tomé a Alvarito de la mano y depositándolo en la cama comencé inmediatamente la clase correspondiente: "Cómo recibir una verga adulta sin dolor". Alvarito se aferró a mi pichula y mirándome me prodigó una sonrisa. "Este muchachito promete", pensé. FIN Torux