Date: Mon, 28 Feb 2011 20:23:17 +0000 From: torux torux Subject: Mario y Miguel 7 Esta historia es ficticia. Los personajes e incidentes son producto de mi imaginación. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. Comentarios bienvenidos. Capítulo VII: El Profesor ( Mb ) El día pasó sin novedad, me junté con Miguel en el recreo, jugamos, nos contamos cosas, tonteras, al mediodía vi como el profe de gimnasia me miraba desde lejos, mientras yo jugaba en el patio con los demás niños. Yo tenía clases con él esa tarde y con lo de mi papá lo había olvidado completamente, pero ahora me desesperaba que el tiempo pasara tan lento. En clases me distraje un tanto con los chistes de Miguel, me gustaba mi amigo. Lo pasaba bien con él. Hasta pensé que tal vez algún día lo podría invitar a mi casa a dormir. Yo no conocía su casa, pero él sí conocía la mía. Conocía a mi papá también. Yo no conocía al de él. La hora de Educación Física fue muy frustrante; el profesor nunca me dedicó gesto alguno que se pudiera interpretar como lo que yo quería, pero... tampoco sabía muy bien qué quería. Sin embargo, lo veía distante, pasó mucho tiempo con los demás y a mí no me dedicó ningún momento a solas. Tampoco se sonrió, ni me guiñó un ojo ni me acarició la nuca como acostumbraba, menos aún pude ver su verga bajo el short. De hecho, no usó short tampoco, sino su buzo largo que ocultaba su virilidad cuanto podía aunque sin mucha suerte: el bulto era muy grande como para disimularlo muy bien. Cuando terminó la clase y mientras ya todos marchábamos hacia las duchas, me llamó y me dijo que lo ayudara a guardar las colchonetas. Lo dijo con seriedad y casi sin emoción. Me dio rabia que fuera así. Tomé una de las colchonetas y fui a dejarla al cuarto donde se guardan, luego fui por otra y otra más. Cuando salí por la última, él ya la traía en sus manos. --La pelota también --me dijo. Yo salí cabeza gacha, tomé la pelota rumiando mi descontento y entré a guardarla. Él estaba parado ordenando las colchonetas en unos grandes estantes de madera que sirven para ese propósito, de espaldas a mí. Luego se dio vuelta y cerró la puerta. Se sentó en una banca y sacó un cigarro. Me sorprendió eso, porque nunca lo había visto fumar y menos dentro de la escuela, pero me miró y me dijo: --No le vas a decir a nadie, ¿no?. --No, respondí yo. Encendió el cigarrillo y me pidió que me sentara un ratito a su lado. Fue recién en ese momento en que mis esperanzas volvieron. Allí comencé a atisbar, a imaginar que algo pasaría. El primer gesto que hizo que me hizo pensar en que esa podría ser la ocasión fue cuando se llevó una mano hacia abajo y se acomodó su herramienta. --¿No fumas?, me dijo. --Nooo pues, le dije yo, sonriendo algo avergonzado. --¿No te gustan los cigarros?, insistió. --No sé, nunca he probado, respondí, pero soy muy chico para fumar. --¿De ningún cigarro?, volvió a insistir. Entonces me imaginé a papá con su verga en mi boca. No sé por qué lo relacioné con un cigarro, pero pensar eso me hizo poner rojo. El profesor me miró y me dijo: --Sí has probado otros cigarros, ¿no?. No respondí. --¿No te gustaría fumar uno ahora?, me dijo --Es entre nosotros no más, nadie más lo va a saber. ¿Te gustaría? Todo esto me lo decía mientras se acariciaba cada vez más abiertamente la entrepierna ya abultada por lo que imaginaba debía ser una verga muy gruesa. Luego hizo algo raro, me pudo el dedo índice en la boca y me dijo: --Chúpalo. Lo hice, le chupé el dedo imaginándome su palo en mi boca lo que hizo que se me pusiera muy durita y así, coloradito como estaba, cerré los ojitos y me dejé hacer. Primero fue su dedo. Tenía pelitos en el dorso, áspero, me tocaba la lengüita. Después se paró. Aplastó el pucho en el suelo y mirándome fijamente, llevó sus manos a su costado y se sacó la polera. Se acarició el pecho y el abdomen sin dejar de mirarme, mientras yo no perdía segundo en admirar sus vellos, sus pezones claritos y grandes, el camino de pelitos que se perdían en su bajo vientre. Acercó mi cabeza con sus manos y me pidió que le diera besitos en la guatita. A ratos no entendía por qué me pedía eso, pero igual me gustaba. Todavía me faltaba mucho para entender todo lo que puede ser placentero para un adulto o todo lo que yo aprendería a apreciar en los años venideros. Sin embargo, había algo de lo que sí estaba completamente seguro. Su verga. Quería su verga. Con la mirada fija en mí, se fue bajando los pantalones de a poquito, dejándome ver como en cámara lenta cómo sus pelitos castaños se espesaban más abajo hasta convertirse en una mata enmarañada de pelos ensortijados que gritaban a los cuatro vientos que ese era un hombre, no un niño, un macho de verdad. La base del pene se mostraba como un cilindro muy grueso y blanco. Apretado hacia el costado de la truza de algodón que usaba ese día. De súbito saltó, larga y gruesa, hacia adelante y de ahí a tomarla en mis manos y meterla en la cueva ardiente de mi boca no pasó más de un segundo. La chupé como lo hacía con papá, con adoración. Mi profesor que no esperaba eso, dio un gemido y un estremecimiento dio cuenta del gusto que sintió al ver a su alumno, a Mario, su alumno, con la mitad de su verga en la boca como tantas veces había soñado. Los minutos pasaban, el profesor sabía que no podría retener a Marito mucho más tiempo en ese quehacer. Tendría que dejar la culminación de sus deseos para otro día, pero al menos ya sabía que eso sería más temprano que tarde. Miró a Marito embelesado con su pico ardiente y ya no aguantó más, su verga palpitó un par de veces y luego se derramó en la boquita infantil llenándola con el moco caliente de macho adulto. Un gesto de sorpresa cruzó su cara cuando vio a Marito tragarse la leche con un deleite inaudito, como si lo hubiera hecho muchas veces antes. --¿Será posible que...? --pensó, justo antes que los estertores post orgásmicos lo sumieran en un divino sopor. Torux