Date: Thu, 22 Oct 2020 09:27:02 -0500 From: Billy Wright Subject: Nosotros, Para Ti Chapter 1 Este es mi primer intento de publicar una historia en nifty.org, sin embargo voy a seguir la pauta de otros autores al decir: por favor, dona a Nifty, este es un servicio gratuito y necesita de tu contribución para subsistir. Además, esta historia trata sobre relaciones entre varios menores de edad, está inspirada en hechos reales, no obstante, sigue siendo considerada ficción. Si deseas contactarte conmigo, el autor, puedes hacerlo mediante mi correo electrónico billy.alexander.wright@gmail.com o pueden buscarme en Wattpad (donde esta historia también será publicada) con el usuario @Billy_Alex_Wright Ahora, sin nada más que agregar: Personajes: Alexander - Yo, un chico tímido de 14 años. Christopher - Mi hermano, dos años mayor que yo. Minakami - Chico japonés de 14 años. Parte 1 Noches de Verano 1 (Japón) Nunca fui una persona valiente. No es culpa mía, es mi mente; la desgraciada se divierte navegando cada imposibilidad, repitiendome que no puedo hacer, lo que pasaría si fallo y, sobretodo, recordandome lo horrible que es ser rechazado. ¿Y qué mejor ejemplo que mi vecino de enfrente? Esta historia no es sobre él, ¿por qué? Nunca le dije lo que pensaba de él, nos conocimos desde que él se mudó aquí a los cinco años, al inicio éramos buenos amigos y lo fuimos por años pero con el tiempo empecé a notar lo increíble que se veía el caoba de su cabello o la delicada y francamente apetitosa forma de sus labios. Un manjar que nunca me atreví a probar y ahora ambos cargamos maletas fuera de la casa. Él se mudaba de nuevo y yo, justo el mismo día, me iba dos semanas de vacaciones. Te lo dije, esta historia no es sobre él. Pudo serlo, pero no me atreví. "¿Ya se despidieron?" nos preguntó nuestra madre a mí y a mi hermano al ver a los vecinos subir sus cosas al camión de carga. "Ya," respondí sincero. "Desde hace mucho," replicó mi hermano, desinteresado. Mientras yo me había interesado en el vecino, mi hermano se interesó en su hermana. Hay una diferencia: ellos fueron novios por casi dos años. Acabó mal pero, mínimo él se atrevió. Mi padre decía que él se llevó el doble de valentía y me dejó sin nada cuando nací. "Qué curioso que se vayan justo ahora," comentó mi padre. "Cuando nos vamos." "La vida es graciosa así." Me despedí por la ventana pero ninguno de los vecinos me vio. No sentía lástima por mí mismo, no se trataba de eso; sólo era cuestión de aceptar quien yo era. Era triste verlos irse, sí, pero también era un día que prometía mucho, este iba a ser mi primer viaje, primera vez en un avión, en otro país. No sentí emoción camino al aeropuerto, ni al hacer la maleta, ni en la terminal, no fue sino hasta que comenzó el abordaje que mis nervios subieron a golpe. "¿Miedo?" molestó mi hermano con una estúpida sonrisa. "Mitad miedo," respondí. "Mitad emoción." "Ti..." mi hermano había abierto la boca pero, justo en ese instante, el avión dio un acelerón y comenzó a correr por la pista. Mi cabeza y cuerpo se pegó al asiento, tomé el brazo de mi hermano, apretándolo con fuerza mientras el avión se lanzaba por los aires. A nuestro lado, nuestros padres reían. Su cara era como la de estar en una montaña rusa, la mía era de completo pánico. A pesar de las más de diez horas de viaje, por suerte, el aterrizaje no fue tan malo. Al menos no al ver la ciudad dónde aterrizamos. "Bienvenidos a Japón" rezaba un letrero en el aeropuerto. No pude evitar sonreír. Esa sí era una ciudad inmensa, gigante, incluso Nueva York tendría celos. Era muy diferente a mi vida en occidente: calles completamente limpias, gente que no chocaba con tu hombro ni por error, parecía que vestían de uniforme blanco con negro y la cantidad de gente era simplemente estúpida. Lo que más me alegraba era la comida, incluso había planeado comprar varias cajas bento para llevar de regreso. Cuando cenamos ese día amé la comida, mi hermano no tanto, nuestros padres ríeron. El hotel, sin embargo, no era tan grande como pensé que sería. "Ningún hotel en Japón es tan grande," explicó mi madre. "Ningún lugar en Japón es tan grande," corrigió mi hermano. Tenía razón, también lo había notado. Salvo por las calles y estaciones de tren, nada era muy grande. Restaurantes, diminutos, tiendas, de pequeños pasillos, los cuartos en las ventanas, pequeños. Quizás las escuelas o las oficinas eran diferentes pero esas no tenía formas de verlas. "Siempre hay algo de qué quejarse," mi padre me tendió la tarjeta de la habitación–. Desempaquen, nos vemos abajo en media hora, no queremos perdernos nada de la ciudad. Si necesitan algo, nuestro cuarto está a dos puertas, el 707, ¿de acuerdo? "De acuerdo," asentí. Ellos confiaban un poco más en mí. Quizás es porque no era valiente, eso evitaba que me atreviera a desobedecerlos, tal vez no era valiente, en parte, porque su vida era más fácil si uno de sus hijos no lo era. Mi hermano cerró la puerta y refunfuñó. No le gustaba compartir habitación conmigo, no era por mí, simplemente le gustaba su privacidad pero, por supuesto, lo descargaba conmigo. "Quítate," dijo golpeando mi hombro camino al baño. No respondí, no era buena idea. Oí la regadera encenderse y a mi hermano quejándose por algo. Nuestros padres habían dicho media hora y, si algo sabía de mi hermano, es que él no tardaba media hora bañándose. Además, si estaba molesto... guardé mi maleta, saqué la ropa, me cambié y salí a toda prisa del cuarto. Pensé por un momento ir al cuarto de mis padres pero el hotel se llevó mi atención. Era un monstruo de dieciocho pisos, gigante. "Y aun así las habitaciones son más que diminutas." Curioso, empezaba a sonar como mi hermano. Caminé por los pasillos pero eran idénticos, en el elevador vi que había un área de comida en el segundo piso, una piscina en el sótano y algo que parecía ser un área de masajes en el techo. Decidí ir al lobby. Curiosamente, la gente no se veía toda extranjera, la mayoría eran decididamente japoneses. Probablemente gente de negocios, o eso parecía, todos llevaban traje y ropa de negocios. Esperé diez, veinte y treinta minutos. Mi hermano aún no bajaba y extrañamente mis padres tampoco. Los imaginé discutiendo en mi habitación, ya peleando a pocas horas de haber llegado al país. Fue entonces que la historia se tornó interesante, la parte que probablemente has estado esperando: el momento en que lo vi. Salió de uno de los elevadores, avanzando a zancadas, precisas, elegantes. Se veía diferente al resto, al menos su ropa. Sus pantalones eran negros, sí, pero no de vestir sino pegados a su cuerpo, marcando los músculos de sus piernas. Arriba llevaba una camisa blanca, plana, cubierta por una chamarra color crema que iba con sus zapatos. Sin embargo, su cabello fue lo que llamó mi atención. No se veía desordenado o desalineado, sino tratado con cuidado, suave y firme, acomodado en pequeñas curvas que cubrían la parte superior de sus ojos; no era negro, era un café suave, el color de la madera con un toque de ámbar. Lo observé, estúpido, embobado. Discreto también, por supuesto. O eso pensé hasta que volteó a verme, extrañado de que un chico extranjero lo estuviera viendo. Me golpeé mentalmente, tratando de mantener la calma. No pude, sin embargo, porque él no lo tomó como algo raro, no, al verme sonrió, extendió su mano derecha y saludó con simpleza. Su sonrisa, sus labios, y además estaba en el mismo hotel. Esto empezaba a gustarme.